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Breviario de la tipografía romana (y 2)


El clasicismo de una fuente Roman radica en las mayúsculas, como se puede comprobar en la Century Old Style que utiliza VISUAL en este mismo artículo. Si observamos las letras SPQR vemos que su aspecto es similar a la forma en que los romanos escribían ese acrónimo a principios de nuestra era; la semejanza es natural puesto que las mayúsculas están basadas en los rótulos de la antigua Roma pero no puede decirse lo mismo de las minúsculas ya que entonces no existían, faltaban algunas consonantes y ni siquiera se disponía de todas las vocales, les faltaba la U. Vna verdadera fvente Romana debería prescindir de ella, para poner VISUAL habría que escribirlo VISVAL y no se sabría a ciencia cierta si estamos hablando de la revista o del cantante. IRIA TODO EN MAIVSCVLA I SINESPACIOENTREPALABRAS.

brevario 2

Si necesitamos recrear con fidelidad la escritura antigua encontraremos fuentes que lo hacen rigurosamente como los trabajos del tipógrafo placentino Juan José Marcos que ha informatizado los estilos más utilizados en los manuscritos del Imperio Romano y la Edad Media, consciente de que la paleografía modificó el aspecto de cada uno de los caracteres romanos en un proceso secular que cocinó a fuego lento los rasgos de la escritura en minúscula, pero los tipos más populares que todos conocemos no nacieron con esa pretensión. Un invento tan revolucionario como la imprenta no tenía por qué atenerse al orden cronológico de la escritura manuscrita sino que respondió a sus propios condicionantes. Es interesante contrastar ambos procesos porque ahí se encuentra la explicación de gran parte de la terminología que utilizamos, a veces un tanto incoherente ¿quién sería el lumbreras que bautizó comó Grotesca a la muy sencilla y común Helvetica?
Las fuentes sin serif son relativamente recientes ya que su estética no encajaba en una época en que se atiborraba el papel con adornos florales, no comenzaron a difundirse hasta el siglo XIX. El tataranieto de William Caslon trató de introducir las mayúsculas de palo seco como letra Egipcia –sin incluir minúsculas–, pero el serif todavía proporcionaba variaciones novedosas; Didot y Bodoni acentuaron la diferencia de grosor dejando las terminales extremadamente finas; mientras que Robert Thorne proponía lo contrario, ensanchar el serif hasta hacerlo tan grueso como los bastones de modo que parecían quebrarse en ángulo recto, este recurso fue el que finalmente se quedó con el apelativo de letra Egipcia. Es obvio que no guardaba relación con ella pero tiene sentido llamarle así a los tipos de anchura uniforme con el remate pronunciado, teniendo en cuenta que el papiro es un soporte que requiere de trazos enérgicos para vencer la marcada textura de las fibras vegetales. Por eso la denominación de Egipcias sentó precedente y hoy categoriza una gran familia de fuentes. Otra cosa es que William Thorowgood comprara la patente de una Egipcia llamada Clarendon, que solo valía para titulares, y la modificara hasta lograr una pseudorromana muy robusta, la más vistosa de su tiempo cuando aún no había negritas, él tuvo la culpa de que las Egipcias tipo Clarendon no estén lo bastante diferenciadas, de modo que hace falta experiencia para distinguirlas, además de un cuenta-hilos. El mismo Thorowgood fue quien sacó la primera sin serif provista de minúsculas, la llamó Grotesca sin darle ningún tono despectivo ya que él mismo la comercializaba, era un apelativo ingenioso en su acepción de grutesca, la más antigua, con evocaciones a la estética renacentista del teatro de guiñol. Cuando Berthold apostó decididamente por esa línea ­–con el siglo XX a la vuelta de la esquina– reincidió en calificarla así frente a otras alternativas como Gótica (Franklin Ghotic), que los europeos asociamos a otra morfología distinta. Y de la Berthold Akzidenz Grotesque a la Helvetica hay muy poca diferencia aunque las mires con microscopio. El nombre de Helvetica es bastante inexplicable como no sea porque sus beneficios están ingresados en un banco suizo. De hecho, su primer nombre fue Neue Haas Grotesk, se desestimó con buen criterio ya que lo grotesco actualmente tiene una pésima consideración, tanto es así que preferimos hablar de letras de Palo Seco, Sin Serif o incluso Etruscas.
Así como la etiqueta de Egipcias cuajó perfectamente porque había coincidido con la divulgación de los tesoros ocultos en las pirámides, la denominación de Etruscas se ha ido impregnando gradualmente en los que descubren el discreto encanto de aquella vieja cultura mediterránea que disponía de un alfabeto pre-romano con el que desarrolló la primera escritura itálica. Tras una escala en el poniente griego un alfabeto fonético peculiar se asentó en la Toscana sirviendo de hilo conductor entre el primitivo alfabeto fenicio y el latino. La mayoría de nuestras consonantes las inventaron ellos, así como las cuatro primeras vocales, todo lo escribieron con letra de palo, lo mismito que la Bauhaus. El abecedario que utilizamos se sirve de casi todas las propuestas que hicieron los integrantes de la última civilización del bronce sobre soportes duros como la piedra y el metal pastosos como la terracota, rugosos como su papel, cuando a falta de papiro utilizaban para escribir lienzos de lino. Todos sus libros ardieron por la intransigencia religiosa, excepto uno que apareció hecho jirones en Egipto. En unas excavaciones arqueológicas apareció una momia que tenía la mortaja llena de firmas como si estuviera convaleciente de alguna fractura y llevara la escayola llena de dedicatorias. Después de muchas cábalas se descubrió que era escritura etrusca, el único volumen que se salvó de la hoguera, porque lo cortaron a tiras para aprovechar el lino, hoy es una pieza única en el mundo que hace buena propaganda del museo de Zagreb. Nuestro abecedario se completó con adquisiciones que son posteriores al imperio romano, excepto la G que es la única letra realmente latina del alfabeto latino. Los romanos pusieron orden, equilibrio, verticalidad y mucho aplomo, eso sí, tirando de paralex que buena falta le hacía. Su piedra roseta son tres láminas de oro con el mismo texto escrito en etrusco y en púnico, que es un idioma accesible para los émulos de Champolion pero lo que enamora es el rol de la mujer, mucho más emancipada y seductora que cualquier otra de su tiempo; muchos españoles que conozco –y yo el primero– no nos consideramos herederos de la cultura hispanorromana, con su oratoria y sus legiones, sino que nos sentimos hispano-etruscos, por la alegría del baile y la sensualidad del período arcaico. Por eso me apunto a llamarle así a los tipos sencillos, quizá algo elementales, pero que cumplen su función con la mayor naturalidad y más sabiendo que la primera tipografía sin serif se fundió por encargo, a mediados del siglo XVIII, exclusivamente para ilustrar unos estudios sobre la civilización etrusca.
Recíen inventada la imprenta, los primeros tipógrafos emularon la caligrafía libraria germana ya que su objetivo era que el texto impreso se asemejara lo más posible al de los códices, un tipo de letra gótica condensada que se conoce como Texture por su monotonía semejante a un textil, ella es la causa de que los escritos reciban el nombre de textos. Más tarde, una serie de artistas –entre ellos Alberto Durero– diseñaron caligrafías que quebraban esa monotonía con giros preciosistas, dando lugar a la familia de las Fraktur; en alemán, rotas o fracturadas. La exportación del invento a Italia pilló a los intelectuales en pleno descontento por la letra artificiosa de los códices, más propia de dibujantes que de escritores,. Ya habían tenido un Dante, un Petrarca y un Boccaccio que auguraban una relación nueva con los libros, más necesarios como alimento espiritual que como adorno de escritorio. Especialmente tenían un Poggio Bracciolini que era a la vez calígrafo y escritor, cabecilla de una revolución pacífica que consistía en escribir de forma sencilla y clara. Para ello recuperaron la minúscula carolina y la fundieron con la mayúscula romana en una sola forma que se ha dado en llamar Escritura Humanista. Estamos hablando del siglo XV, una época en que todos los libros que se imprimirán –y estrictu sense solo esos– reciben la categoría de incunables, muy distinta a la de libro viejo en cuanto a interés histórico y cotización se refiere. La imprenta se propagó primero al Sacro Imperio, a un monasterio cerca de Roma, con poca diferencia al Reino de Nápoles y a la República de Venecia, donde mejor arraigó. ¿Por qué esas ciudades y no otras? Porque eran las capitales de tres Estados independientes uno de otro, Nápoles dependía de la Corona de Aragón y pasó a formar parte de las Españas. Diréis que los catalanes nos la cogemos con papel de fumar pero no, es que hablando con propiedad se entienden mejor las cosas. Estamos en 1464, cuando los impre-sores –germanos o educados allí– llegan al epicentro renacentista, hay que estar atentos, si imprimen misales en letra tardomedieval no habrá sucedido nada que no pasara antes en el país germano, pero en cuanto que se pongan a imprimir con un tipo de letra al gusto de los Medici, los Bellini, Lombardo, Leonardo, –en aquella época generosa en talento que dio a Michelangelo y a Rafael, que construía Venecia–, entonces habrá nacido la primera tipografía Romana de todos los tiempos, y esa paternidad hace historia.
Quienes introdujeron la imprenta en Italia fueron Arnold Pannartz y su socio Konrad Sweinheim, natural de Eltville, ciudad muy próxima a Maguncia, lo que le permitió conocer personalmente a Gutenberg, no porque se desplazara allí sino porque el padre de la imprenta estuvo residiendo en Eltville muchos años, hasta el punto de que es hijo predilecto de la ciudad. Se establecieron en Subiaco (provincia de Roma) siguiendo los consejos de Juan de Torquemada que no podía imaginar la de quebraderos de cabeza que el invento le depararía a su sobrino inquisidor. Arnold y Konrad imprimieron libros morales como Orator de Cicerón (primer libro impreso fuera del imperio austríaco) y De divinis institutionibus de Lactancio, el primer incunable con papeles, datado en Subiaco a 29 de octubre de 1465. Son considerados como precursores de la tipografía romana porque es una fuente humanista, pero no es romana del todo. ¡Son de un pueblo de al lado! que diría un chistoso. En el mismo Roma se instaló el vienés Ulrich Han, pionero en la edición de partituras e impresos en lengua italiana. En el segundo libro que publicó a finales de 1467, utiliza una tipo Roman para reeditar a Cicerón; el inconveniente es que no sabemos que Ulrich fuera tipógrafo, lo más seguro es que fuera editor. Se cree que le ayudó el impresor germano Sixto Riessinger, a quien se atribuye el primer libro impreso en la Ciudad Eterna, Epistolas de San Jerónimo. La tipografía empleada en ambos libros parece ser obra de la misma persona; aunque viene sin créditos, sus posteriores trabajos en Nápoles permiten identificar a Sixto Riessinger como el autor de aquella Romana primitiva con tics medievales.
El ambiente en Roma era tenso, los copistas veían peligrar su trabajo por las bravatas que les dedicaba Ulrich en el colofón de sus libros, todo lo contrario que en Venecia, a donde se llegó Johannes de Espira en 1468 con su hermano Wendelin, Espira es una ciudad relativamente próxima a Maguncia donde Johannes estuvo trabajando de orfebre como su célebre colega y tocayo el señor Gutenberg, no es de extrañar que se consagrara a estos menesteres. En cuanto vieron su trabajo las autoridades venecianas le acogieron con los brazos abiertos –como a Sixto en Nápoles, dicho sea de paso– hasta el punto que le concedieron el monopolio de la imprenta por cinco años pero su repentina muerte en 1470 allanó el camino a la competencia, que resultó ser Nicolás Jenson, mencionado por la mayoría de articulistas. Su maestría en la fabricación de monedas le sirvió para realizar un trabajo impecable, no solo a la altura de las exigencias del renacimiento italiano sino de los siglos venideros, lo que le vale el reconocimiento general como creador de la tipografía romana; pero Jenson fue un perfeccionista, no un pionero. Si acaso fue el mejor tipógrafo de su época, suficiente para que Aldus continuara trabajando con su colección de tipos en la siguiente generación, pero no fue el primero en lograr un resultado óptimo; la tipografía Romana había nacido ya. En Junio de 2013 la sala Christie de Londres anunció la salida a subasta de un incunable de Virgilio que contenía La Eneida, las Geórgicas y las Bucólicas, impreso en Venecia en 1470 sobre vitela por Vindelinus de Spira. Tenía un precio de salida de 500.000 libras debido a su rareza ya que está en las estanterías de muy pocas bibliotecas, (en España solo lo poseen el Monasterio de San Lorenzo del Escorial y la Universidad de Barcelona, los otros 20 ejemplares que se conocen están repartidos por las mejores colecciones) el mundo. Su interés no radica en el texto, ya que Virgilio es de los autores más publicados de la historia, tampoco tiene iluminaciones, es un sencillo trabajo de imprenta. Vindelinus de Spira no es otro que el hermano de Johannes de Espira, que siguió adelante con el negocio familiar poniendo en la matriz aquella preciosa Romana perteneciente al grupo de las Venecianas, las cuneras. Finalmente se pagó por el libro 1.181.875 dólares, y es que al hablar de tipografía estamos hablando de un tesoro. Su valor no recae en un solo hombre sino que es un patrimonio coral.
Y para acabar, una anécdota: Junto con la imprenta se inventó, como todos sabemos, la errata y –lo mismo que digo una cosa, digo la otra– Johannes de Espira es su santo patrono. La errata viene en el incunable impreso con la primera tipo Roman y es tan reiterada que recuerda el gambazo de Mariano Rajoy cuando leyó las anotaciones de fin de la cita, se conoce que –para evitar el más mínimo imprevisto– el texto en latín lo revisó un corrector español, en donde había faltas de ortografía las corregía y en donde no, escribía Vale. Debía de estar bastante correcto porque en el libro hay muchísimos párrafos que acaban así: Vale.

Texto: Tomás Sainz Rofes

Publicado en Visual 182

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