MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Carteles con duende


Morente_FernandoBarreraLos festivales flamencos de mayor prestigio cuidan el grafismo como cualquier otro evento que aspire a transmitir buenas sensaciones. Esto no siempre ha sido así, repasando hemerotecas y fundas de vinilo resulta sorprendente que las producciones flamencas pudieran llegar a tener una imagen tan poco acorde con la calidad de sus artistas, veremos algún caso flagrante pero afortunadamente es un ingrediente que suele cuidarse cada vez más de un tiempo a esta parte. La actual forma de concebir esos diseños de fuerte aroma flamenco tiene su punto de partida en el Concurso de Cante Jondo de Granada de 1922, un hito fundamental en el devenir del cante ya que el formato de concurso permitió sentar las características musicales de una serie de géneros, adecuándolos a su definición teórica y no al revés, lo que contribuyó a perfilar su futuro a costa de complicar de forma considerable el estudio de su pasado. Publicado en Visual 172



A nivel gráfico puede decirse que hubo un antes y un después de aquel acontecimiento que concitó en su promoción una cantidad de talentos cuya sola mención da una idea de su desbordante interés: Manuel de Falla, Federico García Lorca, Ignacio Zuloaga, Andrés Segovia, Juan Ramón Jiménez, Santiago Rusiñol, Ramón Gómez de la Serna, Menéndez Pidal, López de Ayala y Azorín, entre otros, firmaron una solicitud dirigida al Ayuntamiento de Granada pidiéndole la celebración de un concurso de cante jondo para renovar las tradiciones líricas de Andalucía, a la vez que se comprometían a establecer academias de cante en diversas capitales y a promocionarlo en artículos periodísticos y conferencias. El consistorio dotó al Centro Artístico y Literario de Granada de un presupuesto específico para que pudieran llevar a cabo aquella iniciativa en el transcurso de las fiestas del Corpus, los días 13 y 14 de Junio de 1922, un año en que se determinaron muchas de las características folclóricas en toda España y entre ellas, como es el caso, Andalucía y el pueblo gitano.
Antes de aquel evento, el diseño gráfico no disponía de una tipología propiamente flamenca porque el género carecía aún de una morfología propia, se había desarrollado imbricado a otros estilos de una forma confusa por eso mismo que hemos señalado, porque sus características se adaptaron a una definición previa cuando lo normal es que sean las definiciones las que intentan ajustarse lo más posible a la realidad. Es por eso que el flamenco no tiene una historia sino que tiene muchas, tantas como historiadores, y por esa razón los aficionados encuentran tanta diversidad temática en los libros que lo han tratado con mayor o menor fortuna. No tiene origen, tiene orígenes; no tiene evolución sino que más bien discurre por unos cauces delimitados por la fatalidad de su sino pareciéndose cada vez más a sus leyendas, porque tampoco tiene solo una leyenda sino una serie de mitos que habrían cristalizado hace muchos años si no fuera porque son difíciles de congeniar, como polos magnéticos del mismo signo, así se repelen las hipótesis que le otorgan al flamenco una gran pureza étnica. Antes bien es hibridación, eso parece evidente aunque los teóricos se resistan a aceptarlo, como si los exégetas del gin-tónic se negaran a admitir que es un combinado y hubiera dos escuelas enfrentadas, los que afirman que el gin-tónic puro es una copa de ginebra a palo seco y los que sostienen que no, que es simplemente la tónica. Y aún, puestos a contemporizar, asumiendo el amargo trágala de admitir que es la mezcla de ambos ingredientes, persiste el empeño en educar al consumidor para que deguste el cóctel sin más aditamentos, ni hielo, ni limón ni las debidas proporciones.
A falta de una historiografía aceptable, echemos un vistazo a las más antiguas representaciones gráficas de la música flamenca. En 1829 el cronista neoyorkino Washington Irving (1783-1859) visitó nuestro país en un viaje que le inspiró varios libros, entre ellos el célebre Cuentos de la Alhambra (1832) donde constataba que los arrieros españoles conocían una gran cantidad de cantos que producían una sensación sumamente deliciosa. La abundancia de melismas hizo que quisiera considerarlos como vestigios musicales del legado andalusí y aunque afirmaba que aquel talento era común en todo el país, el hecho de haber enclavado este comentario en el trayecto de Sevilla a Granada animó a otros viajeros románticos a visitar estas ciudades, de modo que pintores orientalistas de gran calidad como David Roberts y John Frederick Lewis dejaron constancia de las reuniones musicales callejeras que presenciaron junto a la Alhambra.
En la década siguiente Serafín Estébanez Calderón extendió la idea de que la persistencia de aquellas formas morunas se debía a la mediación de artistas gitanos, factor que fue decisivo para que el género tomara el nombre de flamenco por influencia del libro Los zincali (Londres 1841) donde otro viajero romántico, George Borrow, dejó escrito que ese era el apelativo por el que se conocía equivocadamente a los gitanos en Andalucía. Desde 1847 lo venimos utilizando para denominar el modo peculiar con que los gitanos tocan, cantan y bailan la música andaluza pero con la particularidad de que el cantante que primero recibió esa etiqueta no era gitano sino que presumía de serlo y los géneros que interpretaba no eran necesariamente andaluces. Todos los problemas que ahora encuentra el estudio del flamenco se deben a la holgura con que se ha venido utilizando el término desde sus inicios, una holgura imprescindible para que tuviera algún significado en unos tiempos en que aún no había rasgos distintivos propios pero sí la voluntad de que el género flamenco se hiciera realidad algún día.
No tendrán muchas ocasiones de leer una opinión semejante, la propia dinámica del aflamencamiento borra el rastro de aquel pacto nunca escrito por el que un pueblo se integra en otro pueblo por medio de la música y el baile sin disolverse en él sino manteniendo su propia escala de valores como único legado de un pasado ágrafo tan hermético que nubla su propia historia. El pueblo gitano prefiere conservar sus códigos distintivos con tal de permanecer y nada de lo que yo pueda añadir contribuirá a ello, así que aquí lo dejo sin más consideraciones, como no sea intuir que hubo una España que deseó ser gitana para escapar a su decadencia. Cantó a los gitanos, admiró su poco apego a lo superfluo, envidió su desarraigo y aplaudió sus aportaciones artísticas que transformaban las viejas canciones en algo completamente nuevo, a base de interpretarlas poniendo el alma en cada verso.
Por esa razón, el flamenco decimonónico carece de otros referentes con qué expresarse que el propio arte emergente que iba fraguando en las carteleras de los teatros en letra menor, como complemento de la función o como mera reposición, cuando no vapuleado de forma inmisericorde por los periódicos regeneracionistas que lo presentaban como una rémora del pasado. Sus partituras son difíciles de distinguir de otras partituras, sus anuncios en la sección de espectáculos se confunden con el resto, sus cilindros y placas de fonógrafo son idénticos a los demás, asoma tímidamente a los magazines de Varietés entre otras muchas opciones, con tipografía modernista como los otros artistas. Llegó un momento que parecía que iba a diluirse entre la vorágine de cupletistas, folclóricas y cantantes de voz atronadora; disperso entre tantos bailes nuevos, confundido con el contoneo sicalíptico, eclipsado por la irresistible pujanza del can-can, arrinconado por el jazz, el circo y el cinematógrafo el cante antiguo estuvo en un trís de desaparecer para siempre. Corría el 19 de Febrero del año 1922 cuando Federico García Lorca dejó oír su advertencia en el Centro Artístico de Granada a instancias de Manuel de Falla: ¡Señores, el alma música del pueblo está en gravísimo peligro. El tesoro artístico de toda una raza, va camino del olvido! No es posible que las canciones más emocionantes y profundas de nuestra misteriosa alma, estén tachadas de tabernarias y sucias. Puede decirse que cada día que pasa, cae una hoja del admirable árbol lírico andaluz, los viejos se llevan al sepulcro tesoros inapreciables de las pasadas generaciones, y la avalancha grosera y estúpida de los couplés, enturbia el delicioso ambiente popular de toda España.
Para evitarlo fue convocado el Concurso de Cante Jondo. Lorca era entonces un joven prometedor, miembro del Centro Artístico y Literario como su amigo el pintor jienense afincado en Granada Manuel Angeles Ortiz quien se encargó de dibujar la imagen corporativa que fue utilizada en la papelería del concurso. Se hicieron carteles, entradas, diplomas, e ilustró el manifiesto que se publicó en un pequeño folleto. Por primera vez el cante fue representado en una dimensión artística que eludía su representación figurativa y recurría al simbolismo con una estética cubista. Aunque el evento acaparó la atención de los rotativos y sirvió de plataforma a Manolo Caracol, desde la perspectiva actual no sabemos muy bien si considerarlo un éxito o un fracaso que no alcanzó su objetivo. El flamenco no tiene solo una historia, es más temperamental que todo eso.
Las crónicas de la época aseguran que la sesión clasificatoria fue brillante y cumplió con las expectativas gracias al alumnado de la escuela de Cante Jondo pero la final quedó deslucida por la lluvia, los favoritos del público no volvieron a actuar y no se anunció la decisión del jurado hasta el día siguiente, cuando apareció en la prensa con inexactitudes que no se han podido desentrañar hasta nuestros días. Los concursos de Cante Jondo proliferaron durante algunos años dando lugar a la segunda edad de oro del cante, si bien la plástica vanguardista no llegó a cuajar hasta mucho tiempo después, gracias a aportaciones como las de Moreno Galván, el Concurso minero de la Unión y la Bienal de Sevilla.
A menudo vemos festivales donde ese aspecto no se cuida en absoluto, hasta el punto que la desidia de algunos carteles parece hecha a posta, un claro ejemplo sería el del Concurso Nacional de Cante por Peteneras de Paterna de Rivera. Años atrás se creía que dicho género era originario de esta localidad gaditana por la simple razón del parecedido nominal, de ahí que hasta se erigiera un monumento a la Petenera; hoy en día sigue celebrándose aunque se da por seguro que el género debe su nombre a la región guatemalteca del Petén; así que se salen por peteneras y no suelen ni pretender la complicidad de profesionales serios dedicados al estudio, la reflexión profunda y elaboración de una imagen de síntesis. Mejor no meneallo.
Pongamos que los grafistas somos la corteza de limón del combinado flamenco, no sé si la comparación parecerá pretenciosa o demasiado modesta, ya que es un elemento que no es característico ni exclusivo del género pero valga la metáfora para tomar vela en este entierro porque el diseño gráfico, aunque no es indispensable, salta a la vista que suele estar presente en las mejores realizaciones porque es algo inherente a todas las presentaciones de calidad. Texto: Tomás Sainz Rofes.

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