MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Crónicas de pseudo/nimma. De los concursos y las escuelas


Procuro evitar escribir sobre los concursos que se convocan, a no ser que tengan algo que los haga diferentes. Por no aburrir, porque son muchos. Las asociaciones de diseñadores mantienen casi siempre una postura razonablemente contraria a ellos. Digo razonablemente, porque tampoco las asociaciones –unas más que otras– son un ejemplo de beligerancia cuando se trata de afear conductas. Publicado en Visual 167

Dejemos por esta vez a las asociaciones a un lado, y entremos a valorar la posición de otro agente esencial en este asunto: las escuelas.
Habrá que hacer una primera salvedad: distingamos entre los profesores y las instituciones. Es habitual encontrar docentes que no se prestan a los enjuagues, y que trasladan a sus alumnos que si los concursos no son buenos para la profesión, tampoco lo son para ellos. Otra cosa son las estructuras docentes, las escuelas. Hasta donde yo sé, ninguna se posiciona abiertamente en contra de los concursos, al contrario, vemos con frecuencia que están encantadas de que sus alumnos participen, y no digamos ya que puedan ganar y la escuela sea mencionada en los medios de comunicación.
Y una cosa es que las escuelas “animen” a sus alumnos, otra distinta es que ejerzan de mamporreros. Que también sucede. Me cuentan del concurso que la Escuela de Arte de Oviedo “organiza” para el Colegio de Abogados de la misma ciudad. Un concurso de diseño, concretamente un cartel para una exposición o evento, que no queda claro. El premio, 300 euros. La participación es restringida, solo para los alumnos y profesores de dicha escuela –perdón, pero si no lo digo, reviento: si se presenta algún profesor y no digo ya si gana, es para correrle a boinazos–.
Me cuentan también –sí, los alumnos– que sin llegar a ser estrictamente obligatorio, la no participación no es bien vista y se les somete a un cierto grado de presión. Un grado de presión por encima de lo razonable. Pongo este ejemplo porque me pilla cerca, pero en mayor o menor medida casi todas las escuelas se comportan de similar manera.
Temas como este, o como las condiciones en que los alumnos son entregados sin supervisión para realizar prácticas obligatorias sin remuneración en empresas, en muchas ocasiones con unas condiciones abusivas –por poner otro ejemplo–, parecen ser tabú en las escuelas. Sin ir más lejos, cada dos años se celebra un encuentro de escuelas de diseño, del que sale un manifistro. Llamarlo manifiesto sería insultar a los que en la historia ha habido. Ese documento es un ejemplo de libro en lo que a vaguedades y ausencia de contenido se refiere. Ni siquiera se trata de un acuerdo de mínimos, que se conjuren en su confección escuelas públicas y privadas deja fuera del mismo la mayoría de los temas que serían interesante: son tantas las diferencias entre las escuelas y los distintos modelos que un documento consensuado no puede ser sino un brindis al sol. Convendría abandonar en ediciones sucesivas la fórmula, menos conclusiones y más puntos de debate. Porque hablar solo de aquello en lo que estamos de acuerdo, nos hace avanzar muy poco.
Pero… ¿Están relacionados concursos y precariedad?
Lo están. Este es el argumento más contundente que se me ocurre, frente a los que utilizan quienes contribuyen a mantener y extender el concurso especulativo como vía de contratación. Hasta hace unos años –y a diferencia de lo que sucedía, por ejemplo, en las agencias de publicidad– no estaban extendidas en el ámbito del diseño las prácticas no remuneradas. Los planes de estudio abrieron esa puerta: si las prácticas eran obligatorias como parte de las exigencias académicas y las empresas no estaban dispuestas a asumir su coste, habrían de ser no remuneradas. En el colmo del sinsentido, algunas administraciones hoy remuneran a las empresas por tener estudiantes trabajando gratis. Sucede en la Comunidad de Madrid y sospecho que no debe ser la única.
Pero es que además, las condiciones del mercado están fomentando que la situación se extienda. Por un lado, la caída de los precios de los trabajos de diseño han llevado a los estudios a incorporar mano de obra barata, y la más barata son los estudiantes en prácticas. Supongo que esto forma parte de nuestro modelo económico, o del deterioro del mismo. Pero también los concursos tienen su parte de culpa: si los estudios de diseño están participando en ellos como una vía para conseguir encargos, se hace necesario multiplicar los esfuerzos para obtener poco resultado. ¿Cuántos de ellos pueden mantener una estructura humana razonablemente remunerada si un porcentaje muy alto del trabajo se destina a presentarse a concursos que sólo en alguna ocasión se pueden consolidar como un encargo? No tiene sentido. Pero es una realidad a la que no estamos siendo capaces de hacer frente. La tibieza de las asociaciones, la actitud miope de las escuelas, y la resignación de los estudiantes –sí, ellos también tienen culpa, aunque solo sea por hacer dejación de su obligado inconformismo– están conformando un territorio en el que la supervivencia no va a ser fácil.

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