MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

El crowdfunding, también en el diseño


Dice la wikipedia que el micromecenazgo, también denominado financiacion masiva, es la cooperación colectiva llevada a cabo por personas que realizan una red para conseguir dinero u otros recursos, y se suele utilizar Internet para financiar esfuerzos e iniciativas de otras personas u organizaciones.
El crowdfunding ha llegado para quedarse. También en el diseño, y eso es una buena noticia. Se trata de una fórmula de financiación muy directa, sin intermediarios. Pero además cuestiona la hegemonía de la distribución en el sistema. En el caso de la edición de libros esto es una buenísima noticia para los autores. Son ya unos cuantos los libros sobre diseño que están encontrado ahí una formula para editarse más justa con los autores y desde luego mucho más sostenible que la distribución tradicional. También los ilustradores están explorando con éxito este terreno. Diseñadores de objetos están también en ello… Publicado en Visual 167


Y como sucede siempre con las cosas nuevas, hay aristas que habrá que pulir. Hace unos meses un estudio de diseño lanzó una propuesta: producir una serie limitada inicial de panderetas que en vez de ser redondas conformaban la silueta de nuestro país. Sobrepasaron con creces las expectativas. Sin embargo, la polémica surgió cuando en el anuncio navideño de Campofrío aparecía el artilugio en un plano, como símbolo del “país de pandereta”. Hubo quienes entendieron que después de pagar cuarenta euros por un objeto exclusivo y haber financiado su producción, verlo como gadget en un anuncio de embutidos vulneraba el inexistente contrato entre los participantes mecenas y el productor. Y con ello se abría un interesantísimo debate sobre el micromecenazgo… ¿Qué responsabilidad asume, más allá de las recompensas especificadas, quien se acoge a un proceso de crowdfunding?
Evidentemente no hay responsabilidad por parte del estudio, que ni asumió compromiso alguno ni vulneró las condiciones de la convocatoria, pero quedarnos ahí sería una visión simplista del caso. Queda por ver si más allá de las condiciones “contractuales” no existe una responsabilidad añadida, la de no defraudar a quienes apoyan una iniciativa como esta, y si una vez lanzada es lícito desviar su objetivo.
Más inquietante resulta que el Gobierno haya decidido meterle mano tan pronto al fenómeno. El Anteproyecto de Ley para el Fomento de la Financiación Empre-sarial presentado en febrero aborda el tema. Más allá de garantizarle una regulación que proteja a quienes participan en estas iniciativas, que es lo que cabía esperar, en realidad lo que marca son limitaciones. Se diría que en realidad lo que hay son nervios ante las fórmulas alternativas a la financiación y las estructuras tradicionales: es cuando menos sospechoso que cuando los ciudadanos se organizan por vías distintas a las tradicionales para cualquier empeño, los gobernantes estén siempre ahí para velar por los intereses de quienes ocupan ese espacio. La regulación es, además, mezquina: se fijan límites anuales para cada inversor tanto por proyecto –hasta 3.000 euros– como por plataforma –hasta 6.000 euros–. ¿Qué hay detrás de esta decisión? ¿Acaso no es una actividad lícita, y cómo se justifica mermarla hasta convertirla en anecdótica? No es difícil entender lo que está pasando: se trata de vigilar que estas actividades que cuestionan el papel del Estado y del sistema de financiación tradicional puedan crecer más allá de lo anecdótico.

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