MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Este trabajo me mata. Políticos de empresa


En el número anterior, esta revista publicaba “Carta desalentada, de Alberto Corazón, a mis colegas diseñadores”. Una carta a tener en cuenta, no solo por lo que dice, sino por la altura profesional del que lo dice.
Que a los mindundis nos salpique el fango es natural, al fin y al cabo tenemos que pisarlo para avanzar, pero uno espera que desde las alturas el panorama se encuentre más despejado y se vean más las flores que el abono sobre el que crecen.
Quizás lo más chocante de la carta sea justo eso: que desde la perspectiva que dan cuarenta años de profesión y un renombre forjado a base de buen diseño tampoco se ve un horizonte límpido. Mala noticia, porque ese era el lugar al que aspirábamos los demás y que quizás hoy ya no sea suficiente. Publicado en Visual 161

El motivo de que esto sea así se encuentra, en mi opinión, en algo que el maestro Corazón menciona, que me parece de especial importancia, y que he oído ya en demasiadas ocasiones de labios –o puño– de mis colegas: la falta de profesionalidad de los encargados de tratar con el diseñador.
“No sé en la experiencia de otros colegas, pero en la mía, el nivel de los responsables de relacionarse con el diseñador, desciende año a año. (…) Y el comportamiento responde al axioma de que, en puestos de responsabilidad: cuanto más ignorancia más arrogancia”.
Pocos días antes de leer esta carta, en otra conversación, un compañero atajaba refiriéndose a estos mismos cargos: “Son políticos. Políticos de empresa”. Al leer a Corazón no pude evitar pensar que ambos hablaban de lo mismo. Conozco al personaje, como casi todos nosotros, porque no es nuevo en absoluto. Su identidad se ha ido forjando en los últimos quince años según evolucionaba el modelo empresarial actual, y su perfil se ha agudizado en los últimos años de crisis financiera.
Es el tipo –o la tipa– prepotente y chulesco al que, nada más entrar, hueles que todo su equipo teme. De hecho, da cierto tufillo a que ocupa ese sillón por su falta de escrúpulos hacia sus subordinados y sus buenas tragaderas para recibir órdenes de arriba. No es un experto en el área de su departamento, sino un gestor que solo responde ante los números que contiene una hoja de Excel.
Esta gente nunca considera que sois colaboradores en pos de un objetivo común. Todo lo contrario, considera que el dinero que te pagará le autoriza a exigir sin miramiento, mostrarse poco colaborativo e intentar añadir al acuerdo algún extra que no fue acordado en principio.
A la hora de abonar la factura cree que es su obligación regatear en función de su criterio personal de cuál ha sido tu esfuerzo, demorar los pagos y usar futuros trabajos sin determinar como moneda de cambio por descuentos en el proyecto actual. Nunca olvidan hacer algún comentario que reste valor a tu labor, para hacerte saber que eres prescindible e intercambiable, y que solo de tu disposición a someterte depende que vuelvan a contar contigo.
Exprimir, rascar y ajustar es lo que le premian a él –a ella– desde arriba. A veces no hay nadie por encima, y en esos casos es lo que los artículos económicos le dicen que hay que hacer para triunfar entre tiburones.
En la precrisis las empresas invertían en formar una conciencia corporativa, en formar equipos implicados, en atraer a los proveedores para que fueran colaboradores o en invertir en su buena imagen frente a la sociedad. Estos personajes ya existían, pero antes estaban contenidos por una visión más optimista de los negocios. Se han hecho fuertes tras el batacazo económico; son pequeños cánceres que han aprovechado la crisis para apoderarse del tejido empresarial.
No solo los reconozco cuando entro en las reuniones. Ahora también los veo a diario en los telediarios y en la prensa. Los mismos gestores que solo actúan en función de lo que reflejan sus hojas de Excel, aunque estas lleven ahora datos macroeconómicos. El mismo modo de usar el miedo y la presión para tener a los de abajo lo suficientemente asustados para que respondan sin rechistar. La misma actitud hacia autónomos y empresas, dejando muy claro que esto no es una colaboración, y que solo seguirás aquí el año que viene si estás dispuesto a pasar por sus aros. El mismo uso de decisiones caprichosas y arbitrarias, que modifican lo acordado previamente, para mantener el estatus de los mandamases a pesar de sus malas decisiones pasadas.
Estos personajes no sienten respeto por los profesionales, por los años dedicados o por los premios recibidos. Y, si no quieren que se les desmonte el sombrajo, tampoco pueden permitir otras visiones de las relaciones empresariales o económicas.
Lo que empezamos a vislumbrar desde nuestra perspectiva es que el miedo no puede ser por mucho tiempo el motor económico de un país. Anquilosa y frena, y si queremos comer no nos podemos detener. De lo que ellos no se están dando cuenta es de que tienen las horas contadas porque, a cuenta de repetir las mismas amenazas, están dejando de darnos miedo sus dientes.

Plausive