MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

¿Por qué lo llaman diseño…


Otra vez, la enésima, un cartel en el centro de la polémica. Llama la atención que casi siempre se trata de eventos culturales, de ocio, y demasiadas veces pagados con dinero público. Lo que nos sugiere que el rigor que procuran y exigen las empresas al invertir su dinero esperando resultados, se diluye cuando el cliente somos todos y piensan ellos que no es nadie. ¡Qué tristeza!

editorial 188

El objeto del cartel es el Festival de Cine de Sevilla, y el pagano el ayuntamiento de dicha ciudad. La artista María Cañas recibe el encargo. Tiene detrás una trayectoria antecedente como apropiacionista. No es peyorativo. En el mundo del arte es una constante sobre la que se ha teorizado hasta el infinito. María ha tomado una imagen de la cubierta de la revista Fantastic History realizada en 1954 por Walter Popp. No hay alteración suficiente como para decir que es una obra derivada de la anterior, es la misma. Pero mantengámonos de momento en el ámbito de lo artístico: es un debate antiguo. Con defensores y detractores pero presente en la historia del arte desde hace siglos. No hay problema con esto. Esa pieza bien podría colgar de las paredes de cualquier museo o galería, ser comprada y vendida. El problema es cuando se utiliza para un fin distinto, que aunque la pieza es artística, el objetivo no lo es. Nos salimos entonces del debate del arte y nos metemos en el del diseño. La obra ha de ser reproducida por miles –hoy, con internet, el término tirada ya no sirve– como atractivo para la promoción, en este caso de un festival. La mayoría de los argumentos que hemos leído no valen entonces.
Intencionadamente vamos a pasar de puntillas por las argumentaciones legales. En primer lugar porque no somos expertos. Y también, porque la habitual sección de Visual de Javier G. sobre temas legales abordará el tema y si es necesario, nos matizará. Pero no ayuda que la autora prescinda de los aspectos legales. Las leyes se pueden sortear, incumplir, traspasar, interpretar, pero cuando hacemos de ello un modo de vida, hay que conocerlas, elaborar los discursos hilando finísimo… no es el caso. La imagen no está libre de derechos como se apresuró a decir. Alguien los tiene. Podrían tenerlos los herederos del autor, que parece que no. En aquella época las editoriales “compraban” de manera salvaje los derechos de reproducción por tiempo indefinido y con todas las variables que se nos ocurran. Pero los derechos existen. Incluso aunque parece que la imagen está en algún banco de imágenes, esto no significa que esté libre, simplemente significa que ese banco los adquirió y los revende, aunque sea por unos pocos euros. La autora ha declarado que ni siquiera sabía quien era el autor, pero que sí sabía que los derechos estaban libres. Es muy difícil sostener ese argumento.
Esta vez, el “cliente” que encargó el cartel sin concurso y pagó 3.000€, lejos de escurrir el bulto o adoptar la posición de agraviado, ha optado por convertir la polémica en evento, echarle gasolina al fuego y revolver el río para mejorar la pesca… le está saliendo bien: hay que reconocer que antes no sabíamos ni siquiera de la existencia de este festival.
Y de todo esto, como casi siempre, quien sale perjudicado es el diseño. Comprar imágenes a quince euros y revenderlas por varios miles no es a lo que nos dedicamos. Mañana cualquiera puede usar esa imagen para hacer la competencia, o para perjudicar incluso los intereses y la comunicación de quien la usó primero. Las imagenes libres o de derechos alquilados pueden servir para determinados fines, pero los diseñadores sabemos qué riesgo comporta identificarlas de manera directa con la marca. Y no digamos, convertirlas en la propia marca. Eso los artistas no tienen por qué saberlo, pero es así.
Queda además una cuestión que tiene que ver con los derechos morales del autor, que esos ni se venden ni se renuncian ni se acaban en el tiempo. El valor del diseño –insistimos, el debate en el arte va por otros derroteros– reside en su especificidad, es la condición de único lo que garantiza el objetivo. Los diseñadores podemos adentrarnos en el mercado del arte, los artistas en el del diseño, eso está bien. Pero en ese tránsito, habremos unos y otros de deshacernos de las premisas de un territorio y aceptar las del otro. Publicado en Visual 188

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