MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Opisso, o Rei


AutorretratoEn el arte universal el tiempo no transcurre: es una eternidad a la que se accede desde cualquier siglo de la Historia. Ahí están, con esa vitalidad que nos invade y desborda permanentemente, los dibujos de multitudes de Opisso, junto a las imágenes de Pieter Brueghel o a las de Katsushika Hukosai. Publicado en Visual 171



Para sintonizar con la vitalidad permanente de los dibujos de multitudes de Opisso, con su fuerza siempre actual, usaremos el artificio del presente histórico, como si se estuvieran originando ahora mismo, y así la retórica nos ayudará a no distanciarnos.
Jesús Cuadrado (Diccionario de uso de la Historieta Española, 1997) describe briosamente estos dibujos como “viñetas secuenciales y atiborradas de multitudes, atascos, cachivaches, merendolas, broncas, pavos, clima popular y vida”. La mayoría los realiza, a lo largo de 22 años (1912-1934), para L’Esquella de la Torratxa, cuyo editor Antoni López, célebre por su tacañería, paga a tanto por personaje. Este detalle no se debe perder de vista al considerar el espectacular abigarramiento de las composiciones.
Barcelona tiene en el mapa artístico una presencia bastante detallada. Sirve de escenario a numerosas novelas, siendo Antagonía, de Luis Goytisolo, la que la recrea con mayor profundidad y extensión en la mente del lector. Si un tsunami arrasara un día la ciudad –no lo quieran los dioses–, se podría reconstruir en gran medida a partir de esas obras literarias. Pero más imprescindibles aún serían las panorámicas de las Ramblas, la Barceloneta, Gràcia o L’Eixample minuciosamente saturadas de bullicioso personal por Opisso. No se trata sólo de lo arquitectónico y urbanístico, los edificios, avingudes, carrers y plaçes, sino del pulso humano, el ritmo incesante de los transeúntes, y el barroco despliegue compositivo que integra uno a uno a cada personaje en la interacción colectiva, por completo opuesto al hombre-masa que el siglo XX empieza a forjar en la Europa industrial. En estas antológicas dobles centrales el talento de Opisso rinde al máximo nivel. Su portentosa capacidad de observación, la captación del detalle y el engarce de cada escena en el conjunto recrean la palpitación callejera de forma insuperable.
Cuando en 1882 la familia de Opisso se traslada desde Tarragona a Barcelona, Ricard Opisso i Sala tiene dos años. Alfredo, su padre (al igual que Antonia, la madre), procede de un linaje de artistas e intelectuales. Es médico pero desarrolla una enorme actividad como escritor, periodista y crítico de arte, llegando a participar en la dirección de La Vanguardia y La Ilustración Ibérica. A la fuerza ahorcan: tiene que alimentar a once hijos.
Once años tiene Ricard Opisso cuando entra como aprendiz en el taller de Gaudí, quien le aprecia y le toma como modelo para uno de los ángeles de la fachada del Nacimiento de la Sagrada Familia. El aprendiz es aplicado y pronto se le asigna el rango de delineante. Un día, antes de los 18, Gaudí le manda a por unos pasajes de barco para Mallorca. Van a ir a supervisar unas vidrieras de la catedral y se alojarán en casa del obispo de Palma. La perspectiva de encerrarse en un camarote, primero, y luego dormir en el palacio episcopal provoca a Opisso una mezcla de claustrofobia y pánico. Pasa dinero y encargo a un recadero y no vuelve a pisar el taller del ascético arquitecto. Aunque se trata de un empleo provechoso, él no es delineante sino dibujante y pintor. No quiere otro quehacer que deambular por la ciudad cuaderno en ristre.
Acude ya al Cercle Artístic de Sant Lluc, donde por el día dibuja modelos masculinos. Las mujeres no pueden posar desnudas en la católica institución, pero por la noche se va a los cabarets del Paralelo y estudia en sus cuadernos a las bailarinas. Frecuenta esos locales desde que a los siete años su tío Pepe empezó a llevarle al Edén Concert, y el niño Opisso se fijaba especialmente en las pantorrillas de las jóvenes cabareteras. Empieza a frecuentar también Els Quatre Gats, taberna modernista donde comparte inquietudes artísticas y hábitos bohemios con los jóvenes Manolo Hugué, Casagemas, Sunyer y Picasso. Con éste tiene en común el apellido italiano de tres sílabas y doble ese, pero no son especialmente amigos. Reciben la influencia de los mismos pintores en boga cercanos (Mir, Nonell, Regoyos, Rusiñol, Casas, Canals…), por lo que dibujan con parecido estilo y similar temática: coristas, pordioseros, gitanas… Hay numerosos retratos recíprocos en los apuntes que trazan sin parar en las tertulias del café.
En esos años Opisso publica en Luz por primera vez un dibujo, sombrío, ejecutado con académica heterodoxia. Corre el 1898. Poco después, se ocupa de la portada del nº 8 de la revista Els Quatre Gats, que se elabora en la taberna. La experiencia de publicar le despierta el afán de repetir, un entusiasmo febril y duradero.
Los jóvenes bohemios, émulos de Toulouse-Lautrec y Degas, viajan a París, centro artístico del mundo, buscando abrirse camino en la ciudad repleta de marchantes y coleccionistas. Opisso va y viene. La aventura no termina de engancharle, o sus lienzos no acaban de seducir. Al contrario que Picasso, que da firmes pasos en el mercado pictórico mientras prepara mano a mano con Braque la revolución cubista, Opisso, más concentrado en sus dibujos, fuera del hábitat barcelonés no se encuentra. Uno de los regresos es el último. Se casa con Consol Cardona, también de familia de artistas, y trabaja como si ya tuvieran once hijos. Publica sin parar, se diría que en todas partes. Decir dónde no publica sería más sencillo que dónde sí. Sus ilustraciones aparecen en revistas artísticas, humorísticas, satíricas, infantiles; de izquierdas, de derechas, conservadoras, radicales, católicas, republicanas, locales, nacionales, deportivas, galantes, tradicionales, francesas, catalanistas, anarquistas… La Campana de Gràcia, El Neula, Or i Flama, El Senyor Nanons, El Crit, Hispania, Dominguín, Papitu, En Patufet, Virolet, TBO (cuyo niño-mascota dibuja), Pocholo, La Rire, Cu-Cut!, Fantasio, La Vie on Rose, Flirt, Xut!, El Campeón, El Caloyo, Bartolo, KDT, L’Esquella de la Torratxa… ¡entre otras! En esos medios resuelve viñetas, portadas, historietas, ilustraciones de reportajes, pero también carteles, anuncios, calendarios, postales, naipes, abecedarios, tarjetas, cromos (para Chocolates Juncosa, la colección Sports del siglo XX, modalidades deportivas variadas). Los espectáculos deportivos, la bulla de los estadios, la entrada masiva, el graderío repleto, los lances del juego, son especialmente propicios para sus dobles páginas. El Campeón las publica durante siete números, pero deja de encargarlas para no pagar al autor las 100 pesetas correspondientes. En la época esa cantidad es dinero, pero el dato habla de la valoración relativamente baja del trabajo del dibujante de prensa, en comparación con el mercado artístico. Con el tiempo, el mezquino pago de las colaboraciones acaba erosionando el rendimiento del más dotado y generoso de los dibujantes.
Quien asocie a Opisso exclusivamente a las publicaciones infantiles se sorprenderá con los trabajos de Bigre, firma por él utilizada hasta la Guerra Civil para los dibujos eróticos, género designado entonces con el rancio vocablo de ‘sicalíptico’. Según los parámetros de hoy, resultan casi inocentes las portadas de KDT o Papitu, cuya osadía más frecuente consiste en mostrar muslos, enaguas y ligas; en todo caso, siempre elegantes, vitales y alegres. Incluso cuando son más explícitos, como unos originales sin firma que circulan entre coleccionistas, y en los que los personajes copulan en grupo y exploran el repertorio del Kamasutra, la línea sigue siendo elegante, y el tono maduro, en ejercicio de la mayoría de edad. Dentro de ese registro adulto publica Carne cruda, especie de reportaje del Barrio Chino, apuntes de burdel, e ilustra duramente La droga fatal (cocainómanos), un informe de Francisco Oliva.
En 1936 Opisso lleva un tiempo estancado, repitiendo fórmulas y estilos, pero sus primeras exposiciones individuales triunfan. La guerra aborta ese debut. Republicano convencido, realiza trabajos para el Comissariat de Propaganda de la Generalitat. Tiene ya 56 años y a lo largo de varias décadas ha publicado miles de dibujos. No resulta exagerado pensar que lo ha dibujado todo. Se aleja de los frentes militares y de la bronca revolucionaria y se retira a Rellinars, un pueblo del Vallés. Contempla abrumado el paso de los refugiados hacia la frontera. Lo plasma en una serie cargada de patetismo.
Cuando regresa a Barcelona en 1939 no las tiene todas consigo. Sus firmas son de sobra conocidas. Lo cierto es que, por su omnipresencia editorial, antes de la guerra ha publicado en sellos de todo signo, como si su condición de dibujante prolífico como ninguno e infatigable le situará por encima de las ideologías, o al margen de ellas. Le preocupa que en la nueva sociedad mojigata los muchos dibujos “galantes” publicados aquí y allá como Bigre puedan acarrearle represalias. Consuelo Gil, “Doña Consuelo” (otra Consuelo en su vida), le acoge en la editora de Chicos y sus almanaques, en cuyas dobles centrales a color aparecen sus multitudes, ahora pueblerinas y con muchos bocadillos, y prosigue su longeva colaboración en TBO. Cada año expone trabajos pictóricos y retoma su ritmo de publicación continua, si bien en medios editoriales dirigidos, con mentalidad censora y puerilizante, a un público eminentemente infantil. La sátira, la ilustración periodística independiente, son impensables en un estado totalitario. Publica en Destino, Lecturas, acuña las chicas topolino, con perrito y zapatos de alta suela; artículos en el Diario de Barcelona en los que evoca los tiempos bohemios de Els Quatre Gats y el mundo parisino de los pintores…
En los sesenta ya es anciano, aunque por supuesto sigue publicando, y su carácter gruñón se acentúa, según testimonia su único hijo, Alfred, gran dibujante. Se dedica a un coleccionismo extravagante: jaulas japonesas para grillos, cometas valencianas, juguetes de latón, calabazas peruanas… En una carpeta etiquetada “Coses que emprenyen” guarda diversos recortes, dibujos y fotos que le causan fastidio, algunos de ellos relacionados con Picasso. En 1966 muere Consol y enseguida muere él, a los 86 años.
Establecido sin apenas discusión que Picasso es el gran genio de la pintura del siglo XX, se va asimismo estableciendo que Opisso es el gran genio del dibujo, con toda la simplificación inherente a la idea de genialidad manejada en los tiempos modernos. Cuanto haga un genio se vuelve fetiche, por un enaltecimiento automático e indiscriminado. Pero por mucho que convenga al Mercado, no todo lo que crea un gran artista es por decreto oro puro, aunque se le haya elevado al estatus de genio. Hace bien Antonio Martín (CAIRO nº 4, 1982) en recordar que, siendo Opisso un dibujante excelso, su nivel como historietista, como narrador gráfico en viñetas, es más bien mediano: casi todas las historias que cuenta resultan convencionales, tópicas, y son relatadas con ritmo fijo y recursos escasos. También es cierto que la mayoría de sus historietas aparecen en TBO que, no siendo precisamente una publicación vanguardista, impone drásticas limitaciones editoriales. E incluso se podría alegar que para qué necesitaba Opisso dividir en viñetas la acción y secuenciarla, si con el sistema de las dobles multitudinarias había acuñado una fórmula de narración total.
Al contemplar a Opisso como humano y no como genio, a ras de tierra encontraremos a un dibujante habituado a trabajar sin descanso intentando adaptarse a un medio ruin, liliputiense, sobre todo después de la Guerra Civil. Con horizonte escaso y sin motivación, mal pagadas las colaboraciones, no obstante su producción no cesa, porque es su forma de estar en el mundo, la de quien se mueve con el cuaderno en el bolsillo, callejea y observa, dibuja como quien respira, pero por necesidades alimenticias debe restringirse a un limbo pueril. Con todo, aun cansado, sin aspiraciones y repitiéndose, suscita solemne admiración, pese a lo tembloroso del trazo al final, ocasionalmente, lo displicente de la ejecución. En medio de material tan masivamente abundante y dispar hay innumerables dibujos magistrales, casi todos correspondientes a multitudes.
Los japoneses, que como todo el mundo veneran a Picasso, veneran especialmente a Gaudí, hasta hace poco un místico alucinado, y han contribuido a descubrir la universalidad de sus edificios. Cuando descubran al tercer gigante de ese trío de creadores visuales que coincidió en Barcelona hace no tanto (el pintor, el arquitecto, el dibujante), en España se empezará a ver en el legado de Opisso algo más que un montón de tebeos, un agradable arte menor destinado al entretenimiento. Sus maravillosas multitudes callejeras son muestra de un profundo arte del dibujo, y un patrimonio de la humanidad futura, que en esas láminas reconocerá sus propias raíces. Texto: Luis Pérez Ortiz (LPO)

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