MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

See You Later Alligator


La formalización de la existencia.

El imperio del di/seño. Descripción del “diseñamiento” absoluto. El espacio que determina el diseño como propósito y premeditación de todas las cosas. Relación con la modalidad de esquizofrenia a la que se atribuye esa disposición de dar significado a todas las cosas, incluso a las más nimias. El del diseño es un camino sin retorno, no es un fenómeno de una sociedad decadente que pueda a su vez desaparecer al hacerlo las causas que lo han creado. El di/seño es un proceso infinito en que las cosas se van extractando del contorno y se van diferenciando y significando progresivamente. Sin que sepamos adonde lleva esa fatalidad irrevocable con respecto a la cual no cabe estar “a favor” o “en contra”.

Pedro Ancochea
Inéditos Publicado en Visual 169

Raoul Vaneigem, en su Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, citaba el caso de un esquizofrénico que no soportaba que cerraran las ventanas del manicomio: le cerraban el cerebro. Ser radical no es coger el nabo por las hojas, es desvelar lo oculto y abrir las ventanas hasta que se despeje el polvo de lo excavado.
Yahveh, un vanguardista, lo diseñó todo en seis días, sin encargo, ni presupuesto, ni fecha de entrega; era un artista, tenía tiempo libre –había inventado el Tiempo—, y hacía lo que le venía en gana. Después de haber hecho una copia de su última creación (que le salió mejor que el original), el séptimo día se tumbó a la bartola y puso la tele para ver las series que había inspirado a los guionistas. Debió pasárselo bomba con el diseño de una patera donde cabían parejas de todos los bichos heterosexuales, el invento del jazz que derrumbaba murallas, o el tío que bajó del monte —donde se le había quemado la barbacoa— con un par de folios que dieron mucho que hablar después de que, regresando al llano, encontrara a toda la peña excusionista hipotecada por una preferente en forma de becerro de oro. Era el mismo promotor que había logrado que los inversores pasaran un riachuelo sin haber encargado un puente a Calatrava.
El diseño, cuando la especie humana hizo sus pinitos pintarrajeando en las paredes de las cuevas, había heredado el soplo divino: la huella de una mano, ya fuera con carbón machacado o caolín (positivo o negativo) no era más que el reflejo de un cerebro que buscaba la luz en plena oscuridad. No hay diseño sin objetivo, ya sea en el campo de lo simbólico o en el de lo funcional. Los alquimistas sabían que el oro estaba oculto en la mierda (Freud intentó confirmarlo), hasta que llegó Gutenberg, cliente asiduo del Todo a cien de los chinos, descubriendo que con plomo y estaño se podían fundir formas para sustituir lo que se hacía con una pluma de oca y poderlo reproducir serialmente: la imprenta hundió el curro a los monjes copistas que usaban el oro como pigmento para la representación de la ideología teológica dominante. No obstante se necesitaron cuatro siglos y una Revolución para que el invento pasara de la élite de los clérigos ilustrados a la burguesía mercantil, que a lo único que aspiraba era a poner su retrato con la parienta en el comedor de su casa.
Cuando Hegel propuso su catalogación de cinco bellas artes (arquitectura, escultura, pintura, música y poesía), las clásicas (orfebrería, textiles, esmalte, vidrio, alfarería, mosaico, —la danza no sé muy bien donde se ubicaba—) perdieron prestigio. Las hegelianas alcanzaron después cotas altísimas de valor, muy a pesar de algunos dadaistas, esos antisistema que se cargaron todo lo anterior (incluso muchos a sí mismos, no hay otro movimiento artístico que les supere en número de suicidios), proclamando que Arte era Todo y que cada Ser Humano era un Creador. Ya había aparecido entonces, como por arte de magia, el llamado séptimo arte, el cine; pero a la lista no se incorporaron ni la fotografía —que lo precedía por orden cronológico—, ni, claro está, el diseño. El diseño si se considera la definición de Ancochea lo es todo y es nada: ideología de ideologías. En los periódicos generalistas hay columnas de críticos: literarios, de arte, de arquitectura, de cine, de teatro, de ópera, de rock, de pop, de jazz, de cómics…, pero no de diseño que no sea de “tendencias”. Si hay dos disciplinas pseudoartísticas que tengan hoy en día una influencia decisiva en el cotidiano mundial son el vestir y el fútbol; los modistos son los reyes de la creación efímera que condiciona millones de consumidores a cada temporada vistiéndolos de manera uniforme, y en la industria fútbolística –que une agonismo, identidad y modelo a seguir mediante sus estrellas–, entrenadores y directores deportivos diseñan los equipos con el patrocinio de la marca que diseña los equipamientos. Es frecuente ver en las notícias televisivas a refugiados de las guerras que asolan medio mundo con camisetas de uno u otro equipo europeo.
Cuando la clase obrera antifranquista de los años 60 empezó a colgar una reproducción del Guernika en la sala de estar-comedor llegó una nueva era: Picasso en la pared y encima del televisor una muñeca con su traje regional. No era una tendencia de diseño, era algo que salía del corazón y de ahí subía la cabeza. No habría habido transición política en España sin la estética kitsch que adornaba los hogares de la plebe, ignorante de la que fue la dirigista de las élites progresistas. El diseño no se impone, surge.

Que el lector de estas líneas no las malinterprete, el tono jocoso es el de mi despedida de Visual, que ha acogido mis artículos de opinión durante unas cuantas entregas. Ha sido un verdadero placer encadenar tonterías –que por razones que no vienen al caso, se interrumpen. Muy útiles para desordenar pensamientos. Gracias a todos y pido disculpas si por haberme creído cocodrilo, no pasé de caimán.  Texto: Albert Romero

Plausive