MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Trump, el nuevo villano de la iconosfera global


Su imagen ha aterrizado estrepitosamente en los medios como el de un inesperado y temido meteorito (o como un elefante republicano en una cacharrería). Es la encarnación del nuevo villano de la iconosfera global. Ilustradores de todo el mundo han afilado sus lápices (es un decir) en son de guerra. No se trata de una resistencia gráfica organizada, sino sencillamente de que en los medios se ha disparado la demanda de imágenes que ilustren las ocurrencias de este ser zafio, estrafalario, vociferante y vulgar que, no obstante, está a los mandos del país más poderoso de la Tierra. Las metáforas han empezado a silbar como balas.
trum carlos

(Monólogo de G)
Que el futuro se acercaba con tintes sombríos, lo sabíamos todos los que no estábamos distraídos mirando la televisión o embruteciéndonos en un campo de fútbol. Lo malo para mí es que he vivido lo suficiente para ver cómo ese hipotético futuro se convertía en nuestro presente. La razón no se ha dormido, ha caído anestesiada, mientras los monstruos se enseñorean del planeta.
Pertenecemos a esa generación que leía los libros de historia con aires de superioridad. Nos preguntábamos incrédulos cómo tanta gente podía haber caído bajo el embrujo de grotescos personajes como Mussolini o Hitler (que recibió los votos suficientes como para tener representación parlamentaria, pero no para ser elegido canciller, como repiten todos esos cuñados que arruinan las sobremesas a lo largo y ancho del mundo). Con Franco fue distinto, claro, el pueblo no cayó bajo su embrujo, sino bajo sus balas y sus bombas (aunque con la oportuna ayuda de los nazis alemanes, los fascistas italianos y la indiferencia –cuando no la complicidad– de eso que llaman países civilizados). ¿Hacia dónde miraba esa gente en Berlín, en Varsovia, en Budapest, en París, todos aquellos respetables ciudadanos, hacia dónde miraban cuando venían a buscar a sus vecinos judíos, gitanos, homosexuales? Pobres, ni siquiera tenían la coartada de la pantallita de un teléfono móvil donde caer hipnotizados, inhibiéndose de una realidad en la que el odio se extendía como una peste. Los casos de tortícolis se multiplicaron, sin duda, con tanta gente mirando hacia otra parte.
Y no me olvido de los intelectuales ni de los poemas a Stalin o a Mao, claro. Las fuerzas progresistas siempre han sido de una ingenuidad y una incompetencia tal que uno, a la fuerza, tiene que cuestionarse muy seriamente si queda alguna esperanza para el ser humano.
Estos días la extrema derecha se pasea impune por las ruinas intelectuales de Europa. Dicen, mi tierno camarada, que vuelve el fascismo, pero el fascismo no puede volver porque nunca se ha ido, anida en el fondo más canalla de cada uno de nosotros. Simplemente, está dejando de ser mal visto. Cuanto más complejo se vuelve el mundo, más fáciles son las soluciones que nos ofrecen y menor es el tiempo que estamos dispuestos a emplear para evaluarlas. Las generaciones futuras volverán a leer los libros de historia embargadas por la incredulidad. ¿A dónde miraba toda esa gente –se preguntarán– cuando el holocausto desembarcaba cada día en sus playas? ¿A qué clase de envilecimiento moral descendieron cuando cerraron las fronteras a otros seres humanos que huían del horror? ¿Cómo podían ser tan tontos de alimentar el terrorismo internacional con la gasolina de su islamofobia; de votar a los mismos que les desposeían de los pocos derechos que tanto trabajo había costado conquistar? ¿Cómo es posible que toda la mala conciencia de esos ciudadanos ante la fotografía del cadáver de un niño varado en la orilla se aliviara con un “me gusta” en Facebook o firmando un manifiesto en internet? ¿Cómo es posible que se movilizaran en la calle para apoyar a un futbolista archimillonario y corrupto, y no para protestar contra los desmanes de la justicia? ¿Qué clase de catadura moral –pensarán– tenían esos abuelos que enriquecían a empresarios sin escrúpulos comprando ropa que no necesitaban producida con mano de obra infantil y, prácticamente, esclava? ¿Por qué llamaban emprendedores a los que sólo eran piratas? ¿Por qué llamaban estadistas a vulgares asesinos? ¿Qué clase de miserables eran sus héroes?
Pero, ¡ay!, yo mismo estoy pecando de ingenuo, amigo mío. Nuestros descendientes (es un decir, porque yo soy inocente de haber contribuido a propagar la especie) seguramente habrán seguido hundiéndose en esta ciénaga de inmoralidad y codicia que insisten en llamar statu quo y, seguramente, los libros de historia, publicados bajo la férrea vigilancia del gran capital, establecerán un relato que no tendrá nada que envidiar al de los hermanos Grimm.
Vivimos una gran farsa. La democracia real sólo llegará el día que podamos votar a los consejos de administración de los bancos (aunque me temo que somos tan idiotas que acabaríamos votando a unos individuos muy parecidos, cuando no a los mismos que están ahora). Y en esa gran farsa, ese personaje al que pretendes dedicar un artículo, sólo juega un mero papel de distracción. Los medios hablan de él como si se tratara de un terremoto repentino e inesperado –o un meteorito, como lo muestra una de las ilustraciones de tu artículo–, pero lo cierto es que encarna como nadie todas nuestras renuncias como ciudadanos. Nosotros lo hemos creado. ¿A santo de qué tanta sorpresa?
Donald Trump es el nuevo gran villano global, en efecto. En el fondo, se trata de un personaje tranquilizador (como esas teorías de la conspiración que pretenden otorgarle una coherencia y un sentido al curso de los acontecimientos): todo el mal encarnado en un solo sujeto, zafio, ignorante, mentiroso, arrogante, machista, megalómano, avaricioso, manipulador, racista, homófobo y prepotente que, para colmo, tiene cara de malo de película y se pasea con una rata muerta en la cabeza. Como en las producciones de Hollywood, se trata sencillamente de esperar que venga algún superhéroe a rescatarnos y aquí paz y después gloria.
Los ojos de todo el mundo contemplan con asombro cómo una joven y gran nación ha podido castigarse a sí misma con semejante compendio de taras mentales acomodado en la Casa Blanca donde, al parecer, consume los días viendo la televisión, escribiendo necedades en las redes sociales y alimentándose con la peor basura que haya logrado pasar jamás un control de sanidad. ¡Ah!, y gobernando a golpe de flatulencia, como muy bien ilustra algunas de las imágenes que con buen tino has escogido, como las de Andrew Rae y Sébastien Thibault.
Me dices que de todo eso al menos hay algo bueno, la cantidad de talento artístico empleado en denunciar a Trump y todo lo que representa. En fin, con poco nos conformamos, pero tampoco seré yo quien censure tu idea de dedicar unas páginas a algunas de las mejores ilustraciones hechas a su costa. Dicho sea de paso, no es fácil caricaturizar un original que en sí ya es una caricatura, aunque sea en la modalidad de payaso siniestro.
Si la presidencia de Obama, ese bluf, nos dejó un icono para la esperanza –el retrato mediante síntesis de imagen, a lo Che Guevara, que le hizo Shepard Fairey–, la de Trump ha encontrado su máxima y más perfecta expresión en la ilustración que Edel Rodríguez, un artista cubano emigrado a los Estados Unidos, ha realizado para la cabecera alemana Der Spiegel.
En estos últimos tiempos hemos visto a la Estatua de la Libertad representada de diversas maneras, generalmente expresando la sensación de vergüenza, miedo o incertidumbre que ha embargado a todo ciudadano inteligente de este planeta ante la irrupción de Trump al mando de la nación más poderosa de la Tierra. La ilustración de Edel Rodríguez, en la que vemos a Trump con el machete en una mano y la cabeza de Miss Liberty en la otra es de una riqueza semántica abrumadora y brutal. En esta imagen, donde los paralelismos con las fotografías que hemos visto de los terroristas del ISIS son más que evidentes, el ilustrador no sólo nos propone un juego de espejos que muchos tacharán de demagógico (el tiempo les quitará la razón), sino que alude a una doble mutilación encarnada en la representatividad simbólica de la estatua. El asesinato del símbolo que, durante décadas ha dado la bienvenida al país que se quiso arrogar el papel de garante de las libertades, nos habla de la amenaza que para éstas supone un individuo como Trump al mando de la nave. Pero la manera en que este asesinato se produce, por decapitación, nos interpela muy directamente a todos y nos habla de cómo, cada vez más gente, está renunciando a usar la cabeza para encarar los retos de un mundo cada día más complejo y desarticulado. Somos una sociedad sin cabeza. El imperio de la razón se tambalea y a ese terrorífico personaje dibujado por Rodríguez sólo le falta gritar, como a aquél otro fantoche patrio: “¡Viva la muerte! ¡Abajo la inteligencia!”.
En una imagen de Pep Montserrat, un señor, con una cierta retirada al viejo Sigmund Freud, intenta vislumbrar algún rastro de vida inteligente bajo esa cabellera amarilla que tantos chistes ha provocado. Con ayuda de la linterna, quizá vislumbre lo que el lector ya imagina: las oscuras profundidades de un apestoso estercolero donde pasa por actividad intelectual lo que es un simple proceso de putrefacción.
Igualmente inquietante resulta aquella otra imagen de Riki Blanco, donde la diestra del presidente firma documentos dejando un rastro de alambres de espinos.
En una de sus ilustraciones, el gran Miguel Pang nos recuerda que los peores muros se erigen dentro de nuestras cabezas. Esos son los que hay que empezar por derribar.
Metáforas, en fin, que silban como balas. Ningún artista gráfico debería empuñar un lápiz si no es con la intención de hacer pensar, aunque sólo sea un poco, a sus conciudadanos. El mínimo de cortesía que se espera de aquellos que tienen una tribuna desde la que lanzar sus propuestas visuales es que nos traten, a los espectadores, como seres inteligentes.
Curiosamente, la única posibilidad de hablar de un Trump ilustrado, sin caer en un flagrante oxímoron, es este artículo.
Sin embargo, me embarga la melancolía reflexionando sobre este tema, mi querido Gacetillero. Qué poco pueden los poemas, las imágenes o las canciones contra el terror… Aún así, nuestro deber es perseverar en la belleza de nuestras ideas (que son nuestras armas).Algunas de estas ilustraciones formarán parte de la iconografía de la resistencia contra Trump y sus políticas. Los artistas que vean reproducidos sus trabajos en pancartas –como ya está sucediendo– podrán sentirse orgullosos, porque, por una vez, el fruto de su inteligencia no languidecerá en la fugacidad de unas páginas impresas o en las urgencias de una pantalla digital; se convertirá en un necesario puñetazo en esos ojos que insisten en mirar sin ver, emponzoñados por la bisutería visual de la televisión, el deporte y la publicidad.
Estas ilustraciones dan testimonio de nuestra presencia en un momento de la historia del que las futuras generaciones renegarán (si nos hemos de poner optimistas). Como mi estimado Allan, repetirán como un mantra: Nevermore. ❧

Texto: Carlos Díaz

Publicado en Visual 185

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