MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Tullio Pericoli, topógrafo del alma


Milan KunderaTullio Pericoli, ilustrador italiano nacido en 1936, se ha hecho mundialmente famoso por sus caricaturas publicadas a lo largo de cincuenta años en diarios y revistas como Il giorno, Linus, el Corriere della Sera, L’Espresso o La Repubblica en su país y Harper’s Magazine y The New Yorker en Estados Unidos. Ha realizado innumerables exposiciones como pintor y ha ilustrado libros y diseñado escenografías. Siendo la caricatura un ámbito dado a la estandarización y la banalización de ciertos recursos, quizá sea más adecuado definir a Pericoli como un topógrafo del rostro, un creador siempre tentado de trazar el mapa exacto del alma de sus retratados. Publicado en Visual 166



Cuando entro en El café de la Ópera, G ya está instalado en su mesa habitual al fondo de la sala. No sé por qué seguimos quedando aquí: ambos opinamos que es un local que ha perdido todo aquel encanto burgués que un día tuvo, cuando ir al Liceu era todavía un ritual rico y complejo, una de cuyas ramificaciones consistía en apurar una taza de té mientras algunos –como mi viejo colega– se dedicaban a inventar exabruptos contra Plácido Domingo y loas sin tasa a Kraus, mientras esperábamos que fuera el momento prudente de abrirnos paso entre el gentío para disfrutar de un par de horas de viaje a un siglo XVIII o XIX masacrado por el director de escena de turno.
Esquivo a unos turistas que en la barra, con la espalda quebrada bajo el peso de sus cámaras, piden una de bravas y dos tazas de chocolate negro.
G está sumergido en el examen de un grueso libro. Me saluda lacónicamente y con expresión algo mustia. Antes de que pueda yo abrir la boca, me aclara:
“Este libro lo he comprado en Documenta, quizá sea el último libro que compre allí: me ha comentado Josep Cots que se retira… Bueno no del todo, pero que en todo caso cierra la tienda de Cardenal Casañas. Tú no sabes la cantidad de horas de mi vida que habré dedicado a vagar por sus anaqueles. Y la de tesoros que he encontrado en ellos. Del mundo que conocimos, ya casi no queda nada, amigo mío”.
Me molesta que G se empeñe en tratarme como a uno de su generación, cuando podría ser mi padre. Hago caso omiso de la última frase:
“Sí, algo he oído, pero parece que tiene la intención de abrir una librería todavía más grande y de mantener su independencia, eso sí con la ayuda del crowdfunding”.
“Crowdfunding, –repite G, arrastrando pesadamente la palabra y con deliberada mala pronunciación–. Micromecenazgo quieres decir ¿No? Mira, solo espero que sigan vendiendo libros de papel y contando con empleados competentes, no como los chiquillos de esas grandes superficies, que les preguntas por Robert Browning y te dirigen al apartado de libros sobre repostería…
Por supuesto ¿Acaso te imaginas al último barcelonés que usa corbata de lazo vinculado a uno de esos supermercados de libros? Sólo espero que quedemos los suficientes lectores de papel en esta ciudad para que el negocio sea viable… Pero déjame ver ese libro…
¡Ajá!, Retratos, Tullio Pericoli, ¿Editado por…? Siruela. Según el texto de la contra, recoge casi 600 ilustraciones. No me extraña: ha sido siempre la gran habilidad y quizá la gran pasión de Pericoli. Seguro que tan sólo es una mínima muestra de los centenares de caricaturas que ha dibujado a lo largo de más de cincuenta años de carrera. No me sorprende verte con un libro de estas características: Pericoli une la pasión de la imagen con la pasión de las letras.
Incluso es autor de un pequeño librito que seguro debes conocer: El alma del rostro –añade G– editado en España también por Siruela. En este pequeño ensayo, Pericoli reflexiona sobre el rostro y sus representaciones, abundando en esa vieja idea de que, con los años, el rostro viene a ser la encarnadura de ese intangible de identidades sucesivas con el que identificamos a cada ser humano. Por decirlo en sus propias palabras, que “el individuo está en el rostro”. Recuerdo que en ese libro Pericoli expresaba su fascinación por la capacidad que tenemos de reconocer un rostro entre millones…”.
No sé si era en el prefacio de ese mismo libro –añado, para demostrar a mi amigo que, en efecto no sólo lo conozco, sino que lo he leído– que Umberto Eco, al que Pericoli ha retratado en varias ocasiones, señalaba cómo en cada dibujo las facciones de su cara habían sido representadas, no sólo de forma variada, sino incluso contradictoria: mientras que en un retrato se subrayaba la nariz, en otro prácticamente desaparecía y, sin embargo, el parecido, incluso para el propio retratado –siempre más reacio a reconocerse– era inequívoco.
“Supongo que ahí es donde radica la maestría de un gran caricaturista: en captar la esencia, por encima de la anécdota –replica G, poco impresionado–. Supongo que esto es muchísimo más asequible cuando se trabaja con modelos que nos son próximos, a los que podemos ver en movimiento y en diversos momentos de su vida…”.
G interrumpe lo que amenaza puede ser una larga perorata para meterse entre pecho y espalda un buen trago de whisky –irlandés, sin hielo y en vaso mediano, como es su costumbre. Momento que aprovecho para exponer una objeción:
Estoy pasando las páginas de este libro y no dejan de sorprenderme algunos momentos en los que reconozco al personaje, pero no lo veo (o lo veo y no lo reconozco). No sé si me explico…
“Lo justito, mi querido amigo, pero creo poder interpretarte. Quieres decir que el parecido es razonable, pero el espíritu del personaje está ausente”.
Eso es…
Bien, tengo mi teoría al respecto y es aplicable a cualquier clase de creador: los artistas realmente buenos tienen, como todo el mundo, sus momentos poco inspirados y es precisamente la distancia entre esos momentos poco afortunados y el resto de su obra la que nos da la medida de su auténtica grandeza. Los artistas mediocres suelen proporcionarnos una serie tan larga de momentos simplemente aceptables, que cuando flaquean casi nadie se da cuenta.
Por lo que respecta a Pericolli, tiendo a pensar que sus momentos de flaqueza están relacionados con su poca familiaridad con el personaje. Estoy casi seguro de que, a juzgar por los dibujos que ha hecho de ambos, ni es un entusiasta de las películas de Almodóvar ni un lector asiduo de Lorca, replico, no muy seguro de no haber dicho una majadería.
G entorna los ojos, levanta la cabeza y parece seguir el curso de unas volutas de humo inexistentes, residuo fantasmal de aquellos puros enormes con los que otrora solía intoxicar a sus compañeros de mesa:
“¿Qué pasaría si yo copiara un retrato que tú hubieras dibujado de alguien para mí absolutamente desconocido y yo a su vez invitara a otro dibujante a que hiciera lo propio a partir de mi dibujo, y así sucesivamente?”.
Estoy acostumbrado a las divagaciones de mi viejo amigo (un Borges de centro cívico de extrarradio):
Que el último dibujo no guardaría prácticamente ningún parecido con el modelo original ¿No es eso?
En efecto, sería un ejercicio parecido al resultado de la traducción de una traducción, de una traducción, etc. pero quizá si pudiéramos, mediante transparencia, al superponer todos los dibujos nos llevaríamos una sorpresa…
Esto me recuerda a aquel poema en que un personaje, próximo al fin de sus días, decide representar sobre una infinita superficie blanca todo lo que le es dado a conocer al hombre del mundo… Comienzo yo a explicar, sabiendo que será dificil coger en falta a mi amigo.
En el preciso instante de la muerte / descubre que esa vasta algarabía / de líneas es la imagen de su cara. Borges ¡Siempre Borges! . Texto: Carlos Díaz

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