MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Antequera Azpiri, salvado


Pudiendo escoger una vida de pautas tradicionales, regular y segura, para la que está perfectamente formado, Antequera Azpiri elige obedecer a su vocación artística. El modo más objetivo de comprobar que ha acertado es lograr el éxito profesional, ganarse bien la vida con sus creaciones gráficas. En pocos años conquista un sólido prestigio: publicar en varias cabeceras principales implica el triunfo de su valía.
Sin embargo, por ironía cruel de la vida, su mejor trabajo, el que acredita con claridad indiscutible un gran talento, lo realiza lejos de cualquier contexto profesional y comercial, sin apenas testigos, en la siniestra tiniebla carcelaria, y no obtendrá reconocimiento hasta pasadas varias décadas, mucho después de su muerte, ocurrida a los treinta años largos de salir de la prisión donde lo dibuja.

azpiri

Pedro Antequera Azpiri nació en Madrid en 1892. Se licenció en Derecho y en Filosofía y Letras y empezó a trabajar como archivero en la Biblioteca Nacional: una actividad orientada al mantenimiento y conservación de documentos bibliográficos, su clasificación y ordenamiento en espacios pulcramente silenciosos.
Pero desde temprano cultivaba la afición artística, con método, tesón y disciplina característicos.
En 1912 le dieron el segundo premio en el concurso de ilustraciones del diario El Imparcial, por un dibujo “a vista de pájaro”. Una especialísima perspectiva adoptada para enfocar la escena: el lugar y los numerosos personajes, una pequeña multitud, divisados perpendicularmente desde el cielo. Con el tiempo dibujó unas cuantas ilustraciones “a vista de pájaro” y se convirtió en una de las especialidades de su “marca”, hasta ser normal que alguien se asome al balcón de un piso muy alto y se diga que abajo, a lo lejos, ve el bullicio de coches y gente “como Antequera Azpiri”.
El joven dibujante seguramente había encontrado en el Blanco y Negro de primeros de siglo las ilustraciones a vista de pájaro de Xaudaró y le habían impresionado. Normal, ese desdoblarse y ponerse en el lugar de un ave en pleno vuelo tiene algo de vertiginoso, fascinante.
Continúa presentándose a concursos y envía trabajos a la Prensa. Es receptivo a influencias. En La Esfera publica grandes ilustraciones de composición abigarrada y coloreado minucioso que recuerdan al ruso Bilibin; en otros periódicos y revistas, dibujos en blanco y negro que por su grafismo recuerdan a varios ilustradores de la plantilla del Simplicissimus alemán.
En revistas vascas saca dibujos en la tradición de las estampas de humor costumbrista, amable y muy folklórico, que él conocía y podía sentir porque era de origen vizcaíno por parte de madre.
En 1919, a los 27 años, tiene bastante afianzados varios contactos profesionales en Madrid. Se casa con Amelia Sansinanea y se establecen en San Sebastián.
La condición de Donosti como destino de veraneo aristocrático y cosmopolita (a partir de Isabel II la corte borbónica se dejaba caer por allí cuando llegaba el calor) se ha reforzado por la neutralidad española durante la Primera Guerra Mundial. Su ubicación fronteriza facilita la llegada de un público adinerado. La apuesta de la ciudad por esta rentable industria turística comporta una rápida modernización en plena Belle Epoque, y el sector de artes gráficas juega un importante papel en la producción de un material publicitario de estética europea. Carteles, propaganda elegante: tarjetas, cartas de restaurante, anuncios en revistas, rótulos en hoteles y comercios, catálogos… Los elementos de un ecosistema visual refinado: dígalo con diseño y vignettes.
En ese estimulante contexto, Antequera Azpiri se ocupa de la publicidad de varias empresas: Lizariturry y Rezola (que fabrica los jabones Lagarto), Perfumería Gurys, chocolates Nestlé y Suchard…
Durante quince años despliega una actividad apabullante que abarca todos los sectores profesionales. Como ilustrador de prensa no solo colabora en publicaciones vascas sino en varias madrileñas (Blanco y Negro, Buen Humor, La Esfera, Flirt, Gutiérrez…) y otras extranjeras (Advertising Displays (londinense), o La Nación (bonaerense, donde tuvo la sección Apuntes vascos). Y no solamente como dibujante de prensa y diseñador publicitario: también ilustra libros infantiles (Los aventureros, Los tres sorianitos…), escribe textos didácticos (La publicidad artística para todos, Dibujarás y pintarás), organiza con el arquitecto vanguardista Lagarde la Gran Semana Humorística Internacional (1926) y el Salón de Humoristas e Ilustradores (1932), acontecimientos que elevan el caché artístico de la ciudad; expone en Nueva York con otros dibujantes españoles (1927), crea el tebeo Manolín (1928), inaugura una muestra individual en el salón donostiarra Yacaré (1931)…
Son años de rendimiento incansable, versátil, por terrenos profesionales muy variados, en todos los cuales se maneja con solvencia. Su trabajo es siempre pulcro, irreprochable. Se ajusta correcta y aplicadamente a los códigos de cada campo. Donde quizá aflora una gracia más personal es en la serie que dibujó para Flirt, revista ilustrada “galante” (léase “erótica”) en la que escribían, junto a otros, Emilio Carrere, Wenceslao Fernández Flórez, Ramón Gómez de la Serna, Cansinos Assens y Joaquín Belda, y dibujaban también Penagos y Tovar. Notable elenco. En las escenas eróticas y con los desnudos Antequera Azpiri juega de modo delicioso, visiblemente inspirado. La dictadura primorriverista impuso restricciones, por manía censora, pero el nivel estético de los colaboradores había mantenido lejos de la procacidad el estilo de los contenidos.

La proverbial inquietud artística de Antequera Azpiri (se puede llamar también ambición profesional) le lleva de nuevo a Madrid cuando la ciudad se convierte en capital de una República que ha dinamizado la vida cultural con criterios de modernidad e intensidad sin precedentes en el país. La sociedad se ha vuelto permeable a las vanguardias europeas: el diseño y las artes gráficas adquieren gran protagonismo. En todos los órdenes Madrid se transforma en polo de atracción para los ciudadanos del país, una promesa de progreso. Antequera Azpiri llega en 1934, buscando ampliar sus horizontes. Da el paso con David Álvarez Flores, artista de Tolosa con el que ha congeniado profesionalmente durante los años donostiarras.
Mantiene las numerosas colaboraciones. Igual que las de Madrid desde San Sebastián, ahora al revés. Y las internacionales. Se hace más asidua la del diario conservador El Debate. El incremento de las controversias y tensiones políticas acarrea la proliferación de cabeceras.
A raíz del golpe militar de 1936, el gobierno incautó El Debate y puso su maquinaria al servicio del diario Política, órgano de Izquierda Republicana.
Antequera Azpiri permaneció en la redacción escribiendo artículos de información cultural y dibujando ilustraciones combativas, como las de la Galería de traidores, donde recibían fuerte tratamiento satírico cabecillas golpistas como Queipo de Llano, Mola y Franco. Se afilió a UGT y se incorporó al S.I.M. (Servicio de Información Militar) con el grado de teniente y el cometido de recopilar la información circulante en la prensa extranjera y condensarla en un boletín.
En 1939, en vísperas de la entrada de las tropas franquistas en Madrid se desplazó a Alicante para exiliarse a Buenos Aires, donde le aguardaba un contrato en La Nación. Pero en el caos multitudinario formado en el puerto, las avalanchas en torno a los últimos barcos, perdió pasaporte y salvoconductos y hubo de regresar a Madrid, donde no tardó en ser detenido y encarcelado.
Hasta ser sometido a Consejo de Guerra pasó quince meses en diversas cárceles acostumbrándose a la idea de ser cualquier día conducido ante un tribunal militar, condenado y ejecutado. Era frecuente. Su amigo David Álvarez, con quien estaba en la cárcel de Conde de Torena, fue condenado y a los pocos días fusilado. El “Capitán David” quien, como lugarteniente del coronel Ortega había participado muy activamente en la defensa de Madrid, por haberse encuadrado en el S.I.M. a Antequera Azpiri podían matarle, pero acaso más por satirizar a Franco en sus viñetas. No sería el primero. Gómez Carrera, que firmaba como Bluff en La Traca, fue fusilado porque dibujaba a Franco con largas pestañas rizadas. Llegado su turno, a nuestro dibujante se le reprochó más haber satirizado “de manera canallesca y cruel a las más altas esferas del Movimiento Nacional” que la pertenencia al S.I.M. Además, el rector Zabala y los periodistas Miquelarena y Luca de Tena le avalaron como hombre pacífico, de manos limpias de sangre. Los militares del tribunal le perdonaron la vida. El fiscal pedía 30 años por la atrocidad de no adherirse a la sublevación, rebelarse por tanto, y tuvieron la generosidad de dejárselo sólo en 20.

Qué destino diametralmente opuesto si hubiera conseguido embarcar en Alicante y ya desde mediados del 39 seguir en Buenos Aires su carrera de artista gráfico. Cambio de agujas, cambio de vías, encrucijadas donde saltar o no a una vida paralela… Un destino como el que tuvo Mauricio Amster, el diseñador polaco de la Cartilla Escolar Antifascista, que en Chile pudo continuar sus innovadores diseños y acabó siendo una gloria nacional.

Antequera Azpiri recorrió a lo largo de años varios penales. En el madrileño de la plaza del Conde de Torena coincidió con varios intelectuales, como Miguel Hernández y Buero Vallejo (quien retrató a Antequera Azpiri, como a Miguel Hernández, pero la hoja se perdió), o el escritor llanisco Baltasar Pola, ya sexagenario, que de su estancia en los presidios políticos dejó testimonio en un poemario estremecedor, Al borde de la tumba.
Antequera Azpiri también dibujó en aquellos años a sus compañeros de prisión. De esa excepcional colección, oscilante entre la caricatura esquemática y el retrato hondo, conocemos más de medio siglo después buena parte gracias a la exposición Retratos desde la prisión, organizada en 2010 con el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca por Mikel Lertxundi, autor asimismo del excelente estudio biográfico incluido en el catálogo.

Está la derrota, la interrupción sangrienta de un proyecto social y político en el que nuestro concienzudo dibujante se había comprometido, pero en el plano más concreto está la vida infrahumana de las cárceles: plagadas de chinches, con techos tan bajos que ni sentado se cabe, amontonados y sin abrigo ni otro agua que un pilón en el patio, durmiendo en el suelo y comiendo bazofia. Y el terror diario de salir acaso hacia un paredón.
Lucha para contrarrestar la aniquilación sistemática: para mantener la condición humana, construir cotidianamente la dignidad mediante el ejercicio de actividades humanas y dignas: sosteniendo para ello la disciplina adquirida en la experiencia profesional.
Una forma civilizada de estar en la realidad. Estudia a los compañeros de prisión, busca en ellos el espíritu que sus captores les niegan.
Hasta ahora ha hecho caricaturas, correctamente ajustadas a los cánones del género. En una portada de La Novela Teatral ha caricaturizado a Echegaray al modo de Tovar, el magistral Tovar, que hace todas, y esa vez no ha podido. Una suplencia. Y puede dibujar retratos a pura línea de lápiz, retratos sencillos y serios como el que hizo de la pintora Ángeles Santos Torroella, singularmente acertado.
Ahora no necesita ajustarse a ningún patrón. Dibujará sin otra finalidad que sentirse vivo, mantener sus facultades en un escenario pavoroso, porque seguirlas utilizando le permite centrarse en la realidad humana y encontrarla en los otros. Y al representarles con el mayor respeto y comprensión posibles en medio de la pesadilla, identificarse juntos en una mínima esperanza. No se trata de esquematizar los rostros deformando cómicamente los rasgos más pronunciados, ni de estudiar los volúmenes de las facciones, los juegos de sombras, los ritmos de las líneas, sino de ahondar en esas personas, definir su identidad soberana y, mediante esa simpatía establecida, definir la propia, elevarse así sobre el fango en que un destino increíblemente adverso los ha hundido.
Formas de combatir la depresión, la desesperación o el tedio: las clases espontáneas, el ajedrez, la lectura, el dibujo. Organización de talleres conforme se va pudiendo. Dibujos para uno, apuntes ligeros para entretener la mano, dosificando el papel, que escasea y en ocasiones es una estraza de basta superficie. Retratos para enviar a familiares, y entonces mayor el empeño en que los vean bien, en su esencia, tal cual son, por encima de contratiempos ojalá que pasajeros. De funcionarios y carceleros también, por qué no, el corazón del artista se despoja del odio, aunque éste resultara justiciero. Y para ornamentar y decorar. Son cosas que hacen los seres humanos civilizados, mientras que torturar, ejecutar venganzas, privar de los derechos elementales seguramente no lo es.
Años de dibujar sin finalidad profesional ni comercial, sin otro propósito que erigirse frente a la barbarie y mantener una llama interna para reconocerse pese a todo; para no ahorcarse por no estar a salvo a miles de kilómetros de distancia, en un despacho de un diario bonaerense.

En 1943 llega la libertad condicional. Las puertas laborales están cerradas para él y vive realizando trabajos publicitarios sin firma. Más adelante amigos periodistas le ayudan en una lenta reinserción.
Tras el indulto concedido en 1948 empezó a publicar de nuevo, con cuentagotas: libros otra vez, y revistas ilustradas. Dibujos desangelados, débiles ecos de los anteriores.
En 1952 realizó una exposición en el Círculo de Bellas Artes y entró en contacto con gente establecida en el oficio, como Mingote.
Fue tirando en esa segunda vida de eclipsado hasta morir pocos días antes que Franco.

Hubo que esperar al siglo XXI para comprender que, aunque había sobrevivido tantos años en silencio, neutralizado, sin apenas ejercer su talento, el hombre que había dibujado así a quienes le rodeaban en aquel infierno poseía infinitamente más dignidad y humanidad que sus carceleros.
Y que ese hombre se había salvado entonces. (Publicado en Visual 205)

Texto: Luis Pérez Ortiz (LPO)

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