Fueron primero las escuelas y universidades privadas. Y siguieron las públicas –quizá por un complejo absurdo… ¿cuándo empezásteis a conjugar el verbo competir?–. El caso es que la tendencia es ahora y de manera abrumadora fabricar los empleados que el mercado demanda. Y quizá tenga sentido en las facultades de empresariales. O en las ingenierías. Un porcentaje muy alto de los hijos de mis amigos estudian eso que ahora llaman ADE… que no se quejen si luego no encuentran trabajo de lo suyo, ¿cómo se puede estudiar para ser jefe?
No quedan exentas del fenómeno las escuelas de arte y diseño. Dice el refrán que quien puede lo más, puede lo menos, y sin embargo da la sensación de que se hace demasiado hincapié en las técnicas y sale perdiendo la base de conocimiento. Con todas las honrosísimas excepciones tanto de instituciones como de docentes… pero sucede.
Consecuencia de ello, se produce un fenómeno que me preocupa. Es la hegemonía del resultado. Se valora con frecuencia el trabajo final. Alguien argumentará que eso es lo que sucede en el mundo real, que al diseñador se le mide por los resultados. Y no le faltará razón. Sin embargo, como en el mundo real, la consecuencia de ello es que se aboca al alumno a trabajar para ese resultado sin asumir riesgo, abusando de lo que ya está contrastado en detrimento de lo experimental. Sería bueno que la escuela no dejara de ser el campo abonado para los errores. Porque es necesario cometerlos, y mejor ahora que después. Incluso desde una premisa errónea –ahí está el docente para reorientarla, no para desecharla– es posible desarrollar un proyecto válido en su construcción. Y desde un buen punto de partida, es posible innovar en el proceso. Todo ello a la búsqueda de resultados, es cierto. Pero cuando el resultado es lo único evaluable, puede que se esté proponiendo al alumno que cierre las puertas de la innovación y de la audacia.
Desde hace años, a mis alumnos les propongo un trabajo en el que la elección argumentada del problema a resolver y el proceso para conseguirlo supone el ochenta por ciento de la nota. El resultado será solo el veinte por ciento. E incluso les doy la opción de no presentar un “diseño final”, con lo que el total de la evaluación es medida en base a las premisas y al desarrollo. Vale, es por mi parte tramposo: juega a mi favor que los demás profesores y asignaturas ya harán hincapié en el resultado.
Hubo un tiempo en que Barcelona era la referencia en lo que se refería a estudios de diseño. Dos escuelas privadas y una pública eran la envidia de Madrid y el resto del Estado, por supuesto, pero también de Europa. Se daba un fenómeno fascinante: los mejores profesionales compatibilizaban su desempeño profesional con la docencia. Luego vinieron nuevos modelos de escuela, exigencias de titulación que hicieron que grandes profesores dejaran de enseñar… y en eso salimos perdiendo. Aquello sirvió de motor de arrastre y hoy tenemos una buena oferta de educación en diseño en todo el territorio, con distintos modelos, tanto públicas como privadas… llamadme nostálgico, pero echo de menos aquel espíritu de las escuelas de los ochenta y noventa. No se puede tener todo. Publicado en Visual 193
Texto: Alvaro Sobrino