Hace un año me hacía eco en esta página de la iniciativa de doscientos y pico artistas. Habían decidido ilustrar y coeditar un Romancero Gitano de Lorca. Hoy aquel libro está agotado y se ha convertido en pieza de coleccionista. Aquella coedición no solo cubrió los costes, sino que les sobró algo de dinero, por lo que están ahora haciendo lo propio con Luces de Bohemia, la obra emblemática de Valle-Inclán.
Como entonces, la edición se financia mediante micromecenazgo: centenares de anónimos mecenas adquieren la obra antes de ser editada, a través de verkami, una plataforma que pone los mimbres para que proyectos imposibles sean realidad.
El micromezenazgo o crowdfunding se ha demostrado como una herramienta eficaz para proyectos culturales de todo tipo. Una de las ventajas es que pueden emprenderse iniciativas de envergadura sin el respaldo inicial de alguien que aporte el dinero. Así, encontraremos proyectos inviables económicamente, pero de gran interés cultural que salen adelante gracias a la pequeña aportación de muchos generosos. Podría llamarse microgenerosidad.
Otras veces, como es el caso que mencionaba, el proyecto sí es viable económicamente, pero adquiere una dimensión distinta. La propia campaña de financiación es en sí misma una herramienta de promoción y genera visibilidad. Además, se exige una transparencia en la gestión, los objetivos y los resultados, cada mecenas es en realidad un “socio” que tiene derecho a conocer qué se hace con su dinero. Este es también un aspecto positivo.
Pero hay dos aspectos que a mí me parecen especialmente interesante en este fenómeno. En primer lugar, da igual el proyecto del que se trate, un corto de cine o la grabación de un disco, la edición de un libro, un montaje teatral, la producción de un objeto o un mueble, un proyecto científico o tecnológico…, en todos los casos se produce un elemento común: se rompen las reglas establecidas del mercado. La distribución deja de ser un factor dominante en la viabilidad. No quiere decir que no se produzca, pero es distinta, y en muchos casos permite eludir intermediarios que a menudo se rigen por economías de escala y penalizan los contenidos minoritarios, los pequeños promotores, etc. También en muchos casos pasa a un segundo término el aspecto lucrativo de la iniciativa, tomando peso el concepto de viabilidad económica.
En segundo lugar, tras la mayoría de estos proyectos subyace un interés social o cultural. Porque ese es su atractivo necesario para que esa microgenerosidad funcione. Así, aunque no fuera posiblemente la intención de quien ideara este sistema –o sí–, la cultura y el bien común han encontrado fuera de los cauces habituales un resquicio por el que escapar de los mecanismos y financiaciones de siempre, que muchas veces son interesados, mediocres o cortoplacistas, para someterse a la opinión y confianza de muchos, quienes harán posible o no que se llegue a hacer realidad algo.
Al final, con todas las salvedades, todo esto no dista mucho del origen del arte y la cultura: no es el poder sino la propia sociedad quien demanda, decide y sufraga la creación. Y quien la disfruta, más allá de los intereses de los poderes establecidos. Me reconocerán que hay una poética deliciosa en todo esto.
Pues lo dicho, que aquellos artistas que se embarcaron en ilustrar a Lorca, están –vale, estamos, que yo también soy uno de ellos– esperando saber si su Luces de Bohemia tiene que hacerse realidad porque haya quienes desean que así suceda. Publicado en Visual 191
Texto: Alvaro Sobrino