Dos mil quinientos diseñadores se ponen de acuerdo para algo. Esa sería quizá la noticia. La Feria del Libro de Alicante convocó con mal criterio un concurso para su cartel. Quinientos euros de premio. Y la elección había de realizarse a golpe de like, en Facebook. Uno de los carteles aspirantes fue elegido por dos mil quinientas personas para darle su “me gusta”. No era ni siquiera el peor, aunque técnicamente sí el menos defendible. Las intenciones eran claras: demostrar que estos concursos no son una opción para resolver un encargo, o encontrar una solución a una necesidad de comunicación. Procurar que el efecto de notoriedad que siempre buscan los convocantes en estos despropósitos se les volviera en contra en este caso. También que el concurso se desmontara y hubiera de encargar otro cartel y pagar por él. Creo que todos estos objetivos se han cumplido.
Habría otro objetivo, y ese ha fracasado: que el convocante hubiera de pagar por un cartel que no utilizaría. Han declarado desierto el concurso. Que nadie piense que hay en ello un ápice de autocrítica, para ellos la culpa la tienen los diseñadores.
Esta situación no resuelve el problema, estos concursos seguirán existiendo. Pero contribuye a eso que llaman un estado de opinión: poco a poco se va consiguiendo que instituciones, empresas y profesionales tomen conciencia de que los concursos abiertos no son una opción en la contratación de diseño. Lástima que con frecuencia algunas escuelas y profesores no lo vean así y barrenen el trabajo realizado por las asociaciones y profesionales.
Sí hay algunas cosideraciones que el asunto merece. En estas situaciones se genera tensión y hay daños colaterales, en este caso los participantes en el concurso, que han trabajado en vano. Aunque quizá hayan aprendido cosas. Por ello es importante que instituciones y profesionales docentes entiendan que cuando empujan a sus alumnos a participar, en ocasiones hasta les obligan, no les están ayudando. Participar en un concurso supone una exposición pública y someterse a la crítica, como cualquier profesional. Y no merecen eso ni en ocasiones están preparados para ello.
Hay que señalar que en este proceso han sucedido cosas interesantes: cientos de opiniones y comentarios, y en ningún caso descalificaciones hacia el autor en cuestión. Que podría haber sucedido, pero no ha sido así. Ha habido mucha ironía y sarcasmo hacia el cartel, pero no hacia la persona. Como ha de ser. Como es en el ámbito profesional.
A las asociaciones les ha pillado con el pie cambiado. Sólo alguna ha reaccionado tarde y tímidamente. Quizá piensen erróneamente que no hay que bajar a ese barro. Pues se equivocan. Es muy triste que el colectivo de profesionales se organice mejor en las redes sociales que en los que debieran ser sus órganos de representación.
Ha servido también para constatar un hecho preocupante: hay mucha gente que pretende ganarse la vida con el diseño, o se la gana ya, que da por bueno el sistema de concurso. Es normalmente gente joven, por lo que vuelvo al tema de las escuelas, algo están haciendo mal. Los argumentos son siempre los mismos: hay que hacerse un hueco en el mercado, si los clientes no vienen hay que ir a ellos, etc. No son válidos. No al menos en el ámbito profesional. La cultura de la precariedad y el todo gratis no tiene sentido en el diseño, porque los resultados no lo son de la casualidad sino del proceso. Si el proceso se pervierte, no hay resultado.
Por otro lado, ha dejado constancia de que existe un submercado en el que los fundamentos no son importantes, se prescinde del conocimineto para apostarlo todo al talento. Cualquiera puede ser diseñador, no es necesario saber. Si como suele pasar, el cliente no tiene tampoco criterio para distinguir, es válido. Se obvia un asunto importante, que una vez oí llamar la profesionalidad subyacente. Es aquella que existe más allá de que quien compra vaya a darse cuenta o sea capaz de valorarla. Es la que depositamos en el mecánico cuando nos arregla el coche, o en el médico cuando nos diagtnostica y nos medica. Parecería por muchas de las reacciones que este caso ha generado en las redes que hay mucho diseñador de perfil bajo que desprecia ese valor: si convenzo al cliente de que cumple los requisitos es suficiente, aunque no los cumpla.
Había sucedido antes. Volverá a suceder. Es un proceso lento, pero acabará imponiéndose otra vez la calidad como criterio. Y mientras tanto, sigamos reivindicando el buen diseño.
Texto: Alvaro Sobrino
Publicado en Visual 183