MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Cuadernos de guerra: un parapeto frente al horror


Durante la Primera Guerra Mundial, Ludwig Wittgenstein (1889-1951) se alistó en el ejército austríaco y pasó en el frente cinco años, parte como prisionero de los italianos en Montessori. Entre las anotaciones de sus cuadernos personales de entonces escribió las que le sirvieron para componer el Tractatus Logico-Philosophicus (terminado en 1918 y publicado en 1921), uno de los libros más influyentes del pasado siglo. Al autor, de temperamento filosófico y carácter muy introvertido, la constante vecindad de la muerte le empujaba a meditar sobre los asuntos esenciales.

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Del tonelero socialista francés Louis Barthas (1879-1952) se han publicado recientemente sus Cuadernos de Guerra, el diario que escribió en libretas escolares durante los cuatro años que sufrió en el frente francés, movilizado a la fuerza. A diferencia de las grandilocuentes crónicas, su voz es la de la carne de cañón, los soldados que, en medio de la peor barbarie, morían por decenas de miles en sangrientas batallas seguidas sobre el mapa por los oficiales en uniforme de gala desde los palacetes de la retaguardia, mientras los todopoderosos fabricantes de armamento se frotaban las manos en sus despachos lujosos. Cada cual su carácter.Junto a estos dos cuadernos personales contrapuestos, escritos en las pausas de la refriega, hay un ingente caudal de cuadernos dibujados en las mismas circunstancias. Unos, a modo de diario íntimo, en busca de un parapeto frente al horror de las matanzas; un instrumento con qué distanciarse. Y otros para reportarlo profesionalmente por encargo de algún periódico o revista. Los segundos, destinados desde el principio a la publicación, están perfectamente documentados, mientras que los primeros van aflorando con cuentagotas, pues en la mayoría de los casos se realizaron con intención privada por personas casi siempre carentes de formación artística, pero aferrados al recurso para sobrevivir anímicamente en situación tan extrema.
En Visual hemos hecho un rápido buceo (o un sobrevuelo diagonal, si se prefiere) para reunir una muestra de este peculiar material gráfico. No se trata de los mejores cuadernos ni de una antología sistemática sino de un vistazo a un campo enorme, tan nutrido que más adelante presentaremos el resultado de otra incursión, igual de variada e impactante.

El primero de los cuadernos gráficos escogidos, de FREDERICK RANSOM, es atípico: no fue dibujado sobre la marcha, a modo de reportaje, sino años después, como unas memorias. En 1893, cuando habían pasado tres décadas desde su participación como soldado del bando unionista en la Guerra Civil norteamericana, el autor recreó su experiencia bélica en unos dibujos cargados de nostalgia. Vivía en un asilo para excombatientes y se sirvió de una libreta de contabilidad y registro, del reverso en blanco de sus hojas, como un pionero del reciclaje. Lo realizó para sí mismo, porque vivía colgado de sus intensos recuerdos, y probablemente su existencia anterior y posterior a la guerra fuese bastante anodina. En fecha muy reciente la libreta, junto con otra vertical conteniendo un manuscrito de 200 páginas con numerosas ilustraciones, reconstruyendo también con maniático detalle la vida durante la contienda, llegó a la UCLA (universidad californiana de Los Ángeles), donde se procedió a su cuidadosa restauración para incluirlas en la sección de libros especiales de la biblioteca. Y es sin duda un especial documento, más por la abundancia con que atestigua la experiencia subjetiva de un participante de a pie, y menos por la calidad artística de la expresión, tirando a elemental. Pero el valor antropológico del dibujo aquí cuenta mucho. Ransom era un hombre de buena educación y sensible, y junto a recreaciones de las batallas de Illinois, según una épica de escolar, aparecen notas deplorando comportamientos brutales de algunos soldados, agresiones a mujeres y maltrato a negros, aun militando en las filas unionistas, y múltiples dibujos de la vida cotidiana en el regimiento, incluyendo con cierta ternura al perro.

Damos un fuerte viraje para encontrarnos con un trabajo diametralmente opuesto: los cuadernos de apuntes de LAWRENCE GEORGE ELLIS (1899-1971), de Tottenham, quien se alistó voluntario en el ejército británico, mintiendo sobre su edad para ser admitido, y fue asignado al cuerpo de señalistas (Royal Corps of Signals). Su participación en la Primera Guerra Mundial consistió en andar por el frente tendiendo cables, lámparas y centralitas para las comunicaciones telefónicas y telegráficas, viendo de cerca el tremendo fregado de las trincheras y los combates cuerpo a cuerpo. Carecía de formación intelectual y artística pero con una portentosa libertad de lenguaje acumuló en sus cuadernos unos 1.700 apuntes de grafismo enérgico, económico, superexpresivo y ultraeficaz que perfectamente podría corresponder a un dibujante del año 17 de este siglo, hoy mismo, con un concepto cercano al cómic o el story-board. Hasta el estilo de la caligrafía es por completo moderno. El talante de sus observaciones y notas es igualmente libre y de nuevo aporta, con enorme frescura, un documento implacable sobre la brutalidad de la guerra y la injusticia con que las élites enviaban al sacrificio a sus súbditos. Este trabajo genial y único permaneció oculto hasta que en 2014 uno de los nietos de Ellis, de 9 años, llevó algún cuaderno al colegio para enseñarlo a sus compañeros. A partir de ese descubrimiento se llegó a la muy reciente publicación en libro con el título de A Signaller’s War: The Sketchbook Diary of Pte L. Ellis.

También durante la Primera Guerra Mundial, y en las filas británicas, vivió su experiencia bélica un misterioso artista amateur cuya identidad, cifrada en las iniciales J.M., los investigadores universitarios no consiguen esclarecer. Es la firma que aparece en unos 130 apuntes realizados en un par de cuadernos con lápiz, tinta y acuarela. Lo único que se sabe a ciencia cierta es lo siguiente: J.M. fue soldado inglés en escenarios franceses y belgas durante los años 1917 y 1918. Estaba encuadrado en la Royal Horse and Royal Field Artillery, algo que sabemos gracias a un sello estampado en los cuadernos. Tenía una hija llamada Adele, a quien dirige la dedicatoria escrita en el cuaderno primero. Sobrevivió a la guerra, porque uno de los dibujos está fechado en 1920, cuando la contienda ya había concluido. Estos son los datos que constan. Se investigó una conexión canadiense (hay un rastro de los cuadernos allí, en 1960) pero nada sólido se ha podido fijar a partir de esa pista. J.M. no es un artista con preparación técnica, y el talento tampoco le sobra. No obstante, el dibujar solo para sí mismo, libre de la presión del juicio ajeno, le llevó a cuajar dibujos interesantes, dotados a menudo de un aire naif pero, también a menudo, cargados de una intención satírica ante los oficiales, presentados a una luz ridícula, desde la cruda óptica de la tropa, mostrándose asimismo muy sensible ante el horror y la destrucción a la orden del día, al igual que observaba otros detalles, como los perfiles de los prisioneros alemanes, o un grupo de trabajadores chinos.

Más conocida es la breve trayectoria de FELICIA BROWNE (1904-1936), pintora y escultora a la vez que militante comunista británica. Llegó a Barcelona en julio de 1936, coincidiendo con la celebración de la Olimpiada Popular, y a los pocos días vivió el golpe fascista. El día 3 de agosto se incorporó a las tropas republicanas en las mesas de alistamiento del Hotel Colón. A las tres semanas recibió un tiro mortal en Tardienta, en el frente aragonés, meses antes de que, por la misma zona, su compatriota George Orwell sufriese en el cuello un tiro no mortal. Era una artista metódica que hacía con regularidad sus ejercicios: apuntes que plasmaba en hojas sueltas o en los cuadernos y blocs que llevaba consigo. Durante su fugaz experiencia como combatiente mantuvo la costumbre de dibujar y entre los materiales de la autora que la Tate Gallery ha ido reuniendo se cuentan bocetos de militantes rápidamente dibujados al carbón: hombres y mujeres que parecen detenerse un instante para posar con sus fusiles. Correctos, solventes, arrastrando aún cierto aire académico, son obra de una artista que tantea en busca de un lenguaje personal, lenguaje que a buen seguro habría terminado acuñando de no haber muerto tan joven defendiendo a la República española.

De la guerra española son también los dibujos que granjearon alguna fama a SIM, seudónimo con que firmaba José Luis Rey Vila (1900-1983). Nació en Cádiz y se trasladó a Barcelona, donde residía cuando empezó la contienda. Su estilo de autodidacta clasicista no gustaba a los componentes del SDP (Sindicat de Dibuixants Professionals), de orientación más moderna y vanguardista. Controlaban la mayoría de los encargos para carteles e ilustraciones que se hacían en la ciudad y a SIM lo mantuvieron fuera del reparto. Encontró acogida en la CNT, que no tuvo inconveniente en utilizar sus dibujos para propaganda. Lo más destacable de esta producción fue el álbum Estampas de la Revolución Española. 19 julio de 1936, publicado por la CNT-FAI barcelonesa. En un bloc con espiral de gran formato se presentaban 39 dibujos, en su mayoría apuntes directos de escenas de armas y enfrentamiento, con trazo enérgico y un tanto estereotipado, y coloreado con sueltas pinceladas de acuarela. Aparecían subtitulados en cuatro idiomas (uno de ellos el esperanto) para proyectar el testimonio con el mayor alcance posible. Parte de la colección fue reproducida en LIFE en febrero de 1937. Animado por esa fama, Rey Vila emigró enseguida a París y allí trabajó, con su estilo invariable, hasta su muerte, en 1983. Aparecieron entonces en su atelier numerosos originales desconocidos que los herederos subastaron. Actualmente hay un proceso de agrupación, para completar el valor documental del conjunto, sin duda superior al artístico.

La guerra española atrajo inmediatamente la atención del mundo entero. Gran cantidad de periodistas, fotógrafos y dibujantes profesionales acudieron, ya desde las vísperas de presentimiento. CHARLES LABORDE (1886-1941) llegó a Madrid el 10 de julio de 1936. Era especialista en reportajes gráficos tan eficaces que los dibujos carecían de rótulos o leyendas porque hablaban por sí solos. Se movió por la capital observando a fondo y acumulando apuntes, sorprendido por la calma de la gente pese a los incendios y bombas y tiros que ya menudeaban; al menos la calma suficiente para realizar concentradamente su trabajo. De Madrid siguió viaje a Oviedo, y luego al País Vasco, donde vivió el estallido del golpe militar. El 25 de julio regresó a Francia. De la intensiva quincena es fruto la serie gráfica recopilada en La chronique filmeé du mois, número 30, agosto-septiembre de 1936, con el título de Julliet en Espagne, rue et visages de la Rèvolution, y un prefacio de Paul Morand. Los extraordinarios dibujos, de mano maestra emparentada con la de Grosz (aunque sin su vitriólica corrosividad) reflejan la atmósfera de tensión y violencia. Especialmente conmovedor es un apunte de una refriega callejera en algún lugar de Euskadi, con niños entre la población civil que huye, una niña muy pequeña que ha quedado sola en medio.

VICTOR ALFRED LUNDY fue un inclasificable arquitecto que inició su trabajo en 1951 en Nueva York, para continuarlo en Houston, Texas. Se distinguía por manejar formas puras sutilmente. Antes, y es lo que nos importa, cuando en 1942 tenía 19 años se había apuntado a un programa de entrenamiento militar, desde el que en 1944 fue movilizado a Francia con la infantería. De un modo febril, en cuadernos de 3 x 5 pulgadas, dibujó para sí todo: el viaje, los puertos, los pueblos, los compañeros, el frente, las máquinas, las playas; todo, sin parar, hasta que en noviembre de ese año fue herido y evacuado. De los muchos blocs de su diario visual sobrevivieron 8, configurando una colección de 158 apuntes, la mayoría grafitos, algunos con tinta además. Para mí, dibujar es sinónimo de pensar, frase de Lundy que expresa a la perfección su actitud.

HANS LISKA, nacido en Viena en 1907, acumulaba una extensa formación académica cuando empezó la Segunda Guerra Mundial y ya era un experto bocetista. Los solventes apuntes que realizó entonces están incluidos en su enorme repertorio profesional, que siguió engrosando hasta su muerte, en 1983, con ágiles esbozos de juegos olímpicos, funerales regios, carreras de coches y cien campos temáticos más.

JOE FARRIS, de Conneticut, se alistó con 18 años. En 1943 estaba en Francia, y en 1946 en Alemania. Durante esos años escribió más de 800 cartas a su familia, repletas de dibujos y bocetos. Posteriormente desarrolló una triunfante carrera de dibujante en la prensa (cartoonist), colaborando en las principales publicaciones norteamericanas, entre ellas The New Yorker, desde 1957. Con una selección de sus dibujos del frente editó A Soldier Sketchbook, donde se nota el retoque posterior, muy profesional.

En el ejército alemán estaba encuadrado ERNST EIGENER, depurado dibujante que plasmó escenas del frente francés en 1940 y 1941, y en 1942 del frente ruso, donde murió en noviembre, durante la batalla de Stalingrado. En sus cuadernos refleja con desolada elegancia paisajes de destrucción, retrata con línea clásica a las personas bajo los uniformes, reflexiona con caligrafía adulta y copia poemas franceses (Villon).

De un tiempo a esta parte se ha vuelto corriente que los medios de comunicación destaquen dibujantes profesionales a los campos de batalla, para complementar con un toque subjetivo la tónica de los reportajes fotográficos. GENE BASSET (Brooklyn, 1927) fue enviado por el Scripps Howard News Service tres meses a Vietnam en 1965. Durante ese periodo dibujó vivamente veloces apuntes a tinta, a primera impresión y sin retoques por tanto. Su sentido de la observación le llevó a captar la vida de retaguardia, la actividad de calles y poblados, más que los escenarios de combate. Posteriormente recogió 80 de los dibujos en Gene Basset’s Vietnam Sketchbook, acompañados de textos.

De las guerras actuales se ocupa STEVE MUMFORD (1960), hijo de David Mumford el matemático. Trabaja en cuadros de gran formato y, para la labor de campaña, en acuarela sobre papel, técnica que domina con virtuosismo, aunque el apoyo en fotografías es muy patente en su efecto hiperrealista. En 2003 empezó a viajar a Irak a documentar la guerra. De ahí salió el libro Baghdad Journal: An Artist in Occupied Iraq (2015). Siguió con sus viajes, también a Afganistán y, en 2013, a Guantánamo, trabajos que va recopilando en sus War Journals.

VICTOR JUHASZ (New Jersey, 1954) tenía ya enorme experiencia en el oficio cuando en 2008 fue por primera vez a Kuwait. En 1974 había empezado a publicar en el New York Times y, en adelante, en los principales periódicos y revistas norteamericanos, Rolling Stone incluida. Una de sus especialidades era el dibujo de juicios. En Kuwait, durante la semana de Acción de Gracias, retrató a soldados individualmente para enviar los originales a sus familias. Lo repitió en 2010 en Afganistán. Asociado a un programa artístico del ejército, viene realizando un cuantioso trabajo documental, editado después un su abundante bibliografía. Particularmente estremecedores son los apuntes de sus visitas a los hospitales castrenses.
Este portentoso dibujante cierra provisionalmente (es un continuará) la galería que aquí terminamos de presentaros. En ella se mezclan actitudes muy variadas. Desde la del profesional que cumple un encargo hasta la del amateur desbordado por la experiencia, pasando por la del estudiante que se ejercita y el que en privado se resarce de las injusticias que contempla: modos de afrontar el horror que reina cuando, como tan a menudo, la historia humana elige la ruta del infierno. Publicado en Visual 188.

Texto: Luis Pérez Ortiz (LPO)

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