El origen de los truchos está en los festivales de publicidad: las agencias siempre han movido pasta, hubo un tiempo en que en cantidades indecentes, y la publicidad inventada para intentar colarla en los festivales se convirtió en un género que sigue vigente. Los festivales por su parte trataban de detectar y descalificar los truchos, con mayor o menor empeño pero con discutible eficacia. Un clásico. Como tantas otras cosas negativas –los concursos, la precariedad laboral,…– el diseño gráfico asimiló la fórmula. Era fácil, porque los costes de producción de un spot de televisión son mucho más altos que, por ejemplo, los de un cartel falso o un mockup para presentarlo a un premio.
Pero luego llegó internet, las redes sociales y las páginas web. Y muchos estudios siguieron haciendo truchos o diseños fake, pero ya no solo para intentar colárselos al jurado de los Laus, por poner un ejemplo. Hay que pensar que la inscripción en premios es un coste considerable, si después te descalifican porque detectan el fraude. En cambio, hacer un ficticio de un cartel, una identidad visual o una etiqueta de vino o cerveza es gratis, y promocionarlo a través de los perfiles corporativos también. Hay estudios que tienen en su web trabajos estupendos, que luego vas a buscarlos en google y ninguno de ellos existe en la realidad. A medias entre el fake y el diseño real están también las piezas presentadas a concursos o las propuestas rechazadas.
Si fueran verdad todas las botellas de vinos “de diseño” o de cervezas artesanales que los diseñadores mostramos y decimos que hemos diseñado, este sería el país con el mayor índice de alcoholismo del mundo. ¿Es lícito mostrar diseños ficticios como si fueran reales? Yo tengo mi opinión, pero el asunto creo que merece algunos matices.
El diseño imaginario es un trabajo de investigación, que todos los diseñadores deberíamos hacer de vez en cuando. Permite ejercitar habilidades que quizá el diseño de encargo no posibilita. Incluso explorar terrenos que, por el perfil de cliente que tengamos, nos están vedados. Hasta ahí es fácil que todos estemos de acuerdo. En las escuelas los estudiantes exploran el diseño falso hasta el agotamiento, en eso consiste: como el estudiante de medicina quirúrgica opera cadáveres de animales, el aprendiz de tatuador experimenta sobre frutas, el estudiante de diseño trabaja con briefs y clientes inventados. Quiero pensar que es el profesor quien ejerce el rol de cliente, estableciendo las premisas y condicionantes, corrigiendo y exigiendo que el diseño cumpla con los objetivos, aunque no sean reales.
Pero cuando en los estudios jugamos al diseño de mentira, el proceso es incompleto: es el mismo diseñador quien elige el producto, nadie que no sea él establece unos objetivos y a la postre, es él quien aprueba su propio trabajo. Valga como ejercicio, pero hay que ser conscientes de ello.
Estoy a favor del diseño falso. La cuestión sería el uso que hacemos de la resultante: Si los truchos se utilizan para presentarse a premios, es un fraude. En primer lugar porque se vulneran las bases con ánimo de engañar. Pero sobre todo porque es injusto jugar con ventaja frente al resto de los participantes, que ellos sí se han sometido a las dinámicas del diseño real en el mercado real. Del mismo modo, hay que ser honesto en el uso promocional que hagamos de esas piezas. No hay inconveniente en usarlas en el book del estudio, en la web y en redes sociales, pero dejando claro si se trata de una propuesta no aprobada, un trabajo de experimentación o un diseño real. Forma parte de esa ética del diseño que debemos aplicarnos todos. Además, si utilizamos marcas o productos reales podemos tener algún lío con los abogados de la empresa. No sería la primera vez.
Soy fan de TER
En otro orden de cosas, y por desengrasar. Yo no soy muy de seguir a los youtubers e influencers, pero quiero declararme absolutamente rendido a los pies del canal de youtube de Ter, la arquitecta con pelo de unicornio. Es un ejemplo de cómo el conocimiento –y las opiniones también– puede ser difundidos sin ponernos estupendos, de manera didáctica y entretenida. No lo digo yo: que un canal de crítica de arquitectura tenga más de seiscientos mil seguidores es epopéyico. Ojalá alguna vez encuentre algo así sobre diseño gráfico. Publicado en visual 200
Texto: Alvaro Sobrino