Bonito título ¿no? Es de Oscar Wilde. Ya que voy a hablar de él aprovecharé para condimentar el artículo con algunos de sus epigramas a ver si se me pega algo de su agudeza, aunque me temo que el ingenio no sea contagioso. Como el lector es indulgente con lo que viene escrito en cursiva, le citaré sin resaltar sus frases; seguro que destacarán suficientemente por la fina ironía de que hacía gala el escritor dublinés y sin embargo británico ya que entonces Irlanda entera pertenecía al Reino Unido. El patriotismo es la virtud de los que no tienen otras y como él las tenía, no lo fue en absoluto; nació irlandés, vivió como inglés y murió francés después de desertar hasta de sí mismo, cambiando su nombre por el de Sebastián Melmoth, que es el que llevaba cuando falleció. Así que Oscar Wilde no murió jamás, es por eso que todavía habla por nuestra boca y redacta con nuestros dedos cada vez que citamos sus aceradas ocurrencias. Para escribir no existen más que dos reglas: tener algo que decir y decirlo, así que empecemos. Las preguntas nunca son indiscretas ¿no te parece extraño que el Art Nouveau se viera tan anticuado llamándose así? Las respuestas a veces sí.
A pesar de llevar ese nombre –y el no menos flamante de Modernismo que se le dio en España– los diseños florales que caracterizaron al género eran mucho más clasicorros que los movimientos artísticos que estaban en boga en aquellos años de tantas innovaciones. El Art Nouveau se empezó a fraguar cuando el Impresionismo ya era historia. En Montmartre se iba por el postimpresionismo tardío, Van Gogh y Seurat habían fallecido y Toulouse Lautrec andaba inmortalizando a la Goulue en el Moulin Rouge con pincelada suelta y un colorido vibrante. Sin desmerecer a nadie, los tres profetas de la modernidad eran Louis Lumière, Gustave Eiffel y Josep Oller, las obras de los dos primeros son sobradamente conocidas y lo mismo puede decirse de las del tercero aunque no las asociemos con su nombre. Este empresario nacido en Tarrasa pero criado en París llevaba la novedad por bandera, como es fácil apreciar ya que fundó el Theatre des Nouveautés y Le Nouveau Cirque cuando la creación de ese tipo de recintos conllevaba la fabricación de los ingenios necesarios para hacerlos realidad, desde el alumbrado al transporte urbano. Se hizo rico a la luz del día con la invención de las Apuestas Mútuas, una mecánica que logró articular aplicando los más recientes inventos de ingeniería. Como fue genial, tuvo enemigos que le prohibieron seguir con el negocio y eso le empujó al mundo de la noche, que conquistó plenamente ganándose el apelativo de Napoleón de los espectáculos. Su aportación más recordada fue precisamente el Moulin Rouge, con una fachada impresionante concebida para servir de reclamo a los visitantes de la Exposición Universal de 1889 aunque llegó a ser más pintoresco el ambiente de su interior. Toda la novedad y la modernez del planeta estaban condensadas en aquel París que acababa de culminar la construcción más alta hasta entonces y particularmente en Pigalle donde el Moulin Rouge aún olía a pintura. ¿Cómo iba a haber nada en el mundo que fuera nuevo y moderno en comparación con las enaguas de Jane Avril bailando el can-can con la pierna en alto? A mí dadme lo superfluo, que lo necesario puede tenerlo cualquiera.
Como Oscar Wilde tenía gustos simples (solo se satisfacía de lo mejor) fue parisino en diferentes etapas de su vida hasta que se instaló definitivamente en la capital del Sena, frecuentó el Moulin Rouge, entró en relación con Oller y con Toulouse Lautrec, quien le retrató y dibujó un anuncio para su obra Salomé, estrenada allí en 1896 después de un intento frustrado de hacerlo en el Palace Theatre de Londres. Y es que París lo tenía muy bien montado, si alguien quería ir a la moda tenía que vestir como se vestía allí, pintar como se pintaba allí, bailar como se bailaba allí, comer como se comía allí pero en ninguna parte se podía hacer todo eso como allí. Su lema realmente era Nouveauté, Modernité et Frivolité ya que monopolizaba el vanguardismo debido a su permisividad artística, una cualidad que era difícilmente exportable a otras capitales europeas. Wilde tuvo el atrevimiento de intentarlo en 1892 con Salomé, drama teatral escrito originalmente en francés para que lo estrenara Sarah Bernhardt en la escena londinense, por aquel entonces aún no se hablaba de Modernismo ni nada por el estilo, más bien al contrario, en Londres hacía años que se había reivindicado lo medieval como plataforma para vivir su propio Renacimiento, al igual que sucedió en Barcelona con la Renaixença. Lo que funcionaba a nivel de grafismo en la ciudad condal –dicho sea de paso– eran las tipografías robustas hechas por arquitectos que eran los que dominaban el dibujo técnico. Pero volviendo a Salomé, la actriz parisina estaba ensayando su papel cuando llegó la orden de suspensión que prohibía la representación, los censores no se dan cuenta de que las obras que consideran inmorales lo son porque muestran su propia vergüenza. Dos años después de su intento fallido de saltar a las tablas, Wilde tradujo el texto al inglés para publicarlo en forma de libro, acompañado con ilustraciones del joven dibujante Aubrey Beardsley.
Ambos habían sido educados en aquella sensibilidad renacentista, una de las ocupaciones de Wilde había sido precisamente predicarla por los Estados Unidos mientras que Beardsley tenía una formación académica prerrafaelita, una corriente artística llamada así en alusión a Rafael Sanzio por el hecho de que retomaba la estética anterior a este pintor para producir un medievalismo primoroso en lo formal y exuberante en mitos y leyendas. El primer encargo que recibió Beardsley fue la ilustración de un libro sobre el rey Arturo, al igual que había hecho su mentor, el pintor prerrafaelita Burne-Jones. Beardsley era un esteticista académico pero desde el punto de vista inglés su conjunción con Oscar Wilde se percibía como un Modern Style, era de una sensualidad tan chocante que en la primera edición del libro se censuraron tres ilustraciones y aún así escandalizó. También es verdad que en los mejores días del arte no existían los críticos de arte. Por lo tanto, hay que mirar ese género desde la perspectiva inglesa, si llevaba un nombre en francés es por su vertiente arquitectónica, inspirada por el arquitecto belga Víctor Horta. Belga, no francés, así que no podemos juzgarlo con mentalidad francesa porque nos parecerá que era demasiado anticuado para llevar el nombre de Art Nouveau, Modern Style, Jugendstil, Nieuwe Kunst, Modernismo o comoquiera que se diga en cada uno de los países donde germinó. No es un estilo que pertenezca a la línea evolutiva francesa –Impresionismo, Puntillismo, Expresionismo, Fauvismo y Cubismo– que son tendencias de una libertad creativa ascendente, sacrificando cada vez más la figuración en aras de una mayor expresión gestual sino que es un hijo del Renacimiento inglés. ¿Quizá un hijo no deseado nacido de la promiscuidad de Oscar Wilde en la noche parisina? Puede ser. ¿Un hijo con el pedigrí muy distraído? Por supuesto. ¿Engendrado en un trío orgiástico donde el que culminó fue Aubrey Beardsley? También. En cualquier caso es el hermano bastardo del Arts & Crafts.
Veréis que si al Art Nouveau le llamamos Arts & Crafts (Artes y Oficios) lo entenderemos mejor porque ¿Cuál es la característica que identifica a esos pintores? ¿Qué tienen en común Toulouse Lautrec, Beardsley, Mucha, Klimt, Ramón Casas, Nonell y José María Sert? A nivel de estilo nada, unos eran postimpresionistas y los otros prerrafaelitas. Solo se parecen en que se dedicaron a las artes aplicadas, bien como cartelistas, publicistas, muralistas o ilustradores. El artista de final de siglo solía recibir encargos que le llevaban a diseñar afiches, logos, objetos de artesanía, joyería o decoración que, debido a la dimensión arquitectónica del Modernismo, lo englobaba casi todo: herrería, cerámica, vidriería, diseño de mobiliario, lámparas, textil y un largo etcétera que abarcaba hasta los objetos más cotidianos. Exactamente igual que el Arts & Crafts… porque era Arts & Crafts. El fundador de esa corriente, el arquitecto y diseñador textil William Morris reivindicaba los oficios medievales como resistencia a la mecanización de la revolución industrial, así que puso en marcha el movimiento asociándose con artistas prerrafaelitas como Burne-Jones y Dante Gabriel Rossetti para la realización de manufacturas, algunas de las cuales podrían pasar por modernistas y viceversa. Buena prueba de ello son los rollos de papel pintado y el libro The works of Geoffrey Chancer ilustrado por Burne-Jones de una forma que es fácil de confundir con los trabajos de Aubrey Beardsley. Si tenemos en cuenta que Chancer fue un poeta medieval (el autor de los Cuentos de Canterbury) Burne-Jones un pintor de estética medievalista y Morris un recuperador de las formas artesanas medievales, nuestra extrañeza es completamente lógica. ¡Normal que el Art Nouveau nos parezca tan clasicorro, es que era retro con avaricia!
Cuando aún no existía el diseño tal como lo conocemos parece razonablemente descriptivo llamarlo Artes y Oficios, que es un concepto que engarza la creatividad con la habilidad técnica. Así se llamó a esa época en los países de habla inglesa, lo raro eran esas otras denominaciones, como Liberty en Italia o Secessionsstil en Austria, que parecen acuñadas para dorarle la píldora a los artistas que tendrían que empezar a pensar en abandonar la vida bohemia, dejarse de ir a los cabarets a retratar señoritas medio despelotadas y amarrarse los machos para producir bienes de consumo para aquel mundo cambiante que empezaba a pedir lámparas de luz eléctrica, etiquetas, publicidad, envases de perfume, tejidos estampados y nuevos modelos de ropa a cada temporada, porque ya se sabe que la moda es siempre un esperpento tal que nos vemos obligados a cambiarla cada seis meses. En aquellos tiempos los jóvenes pensaban que el dinero lo era todo en esta vida pero era una apreciación muy inmadura, luego ya al hacerse mayores se daban cuenta de que estaban en lo cierto. Buscando nuevas formas con que abastecer el mercado de la alta confección y el mobiliario caro se produjeron nuevas combinaciones de forma y color que anticiparon lo que sería el Art Decó. Aquel periodo híbrido significó el punto de inflexión, debido a la perfección que alcanzó el lettering en los carteles modernistas se le suele reconocer el mérito de haber sido la época en que nació el diseño gráfico, lástima que sea quizá el único mérito que no tenga porque en París ya hacía muchos años que había un señor llamado Jules Chéret que es quien realmente inventó el afiche y estuvo durante un cuarto de siglo siendo el único que los hacía.
Se le aprecia por su influencia sobre el Modernismo, pero Chéret fue mucho más que eso ya que toda su carrera fue puro Art & Craft asumido de forma natural. El retorno a la pureza no fue en él una pose intelectual sino que era su propio bagaje, su padre le encarriló hacia la impresión de modo que desde niño conocía todos los secretos de la litografía, la cual trabajaba a la antigua usanza, grabando directamente sobre la matriz de piedra mientras soñaba con ser artista, tanto es así que cursó estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de París sin dejar de mantenerse al día en cuanto a maquinaria. Tras su viaje a Londres imprimía a dos tintas con una técnica perfecta y los recursos gráficos propios de un grabador experto, su gran aportación fue la incorporación de una tercera tirada para obtener toda la paleta de color a partir de tres tintas planas. Tras inventar la tricomía dejó de copiar el arte académico de estilo rococó para lanzarse a composiciones cada vez más personales; entre que trabajaba cada vez con más prisa por los encargos que tenía y su habilidad para componer los textos de forma espectacular llegó a alcanzar el estilo publicitario que le hizo rico. Otra dificultad que tuvo que salvar cuando anunciaba artistas itinerantes era que no los había visto nunca antes ni tenía documentación alguna, así que trabajaba sobre modelo –siempre la misma– resultando que todas las artistas parecían ser siempre la misma persona. A aquella pin-up ochocentista que posaba para él se la conocía como la Chérette. Con la llegada del fin de siècle, los peinados y la moda de la época convirtieron sus diseños en modernistas sin que monsieur Chéret tuviera que hacer ninguna concesión. Lo mismo podría decirse de Toulouse Lautrec, cuyo Art Nouveau consistía simplemente en incorporar anuncios a su estilo habitual. ¿Por qué? Porque era Arts & Crafts.
Por mediación de Oscar Wilde, Inglaterra tuvo una participación significativa en el nacimiento del Modernismo, corriente que se acomodaba a su c oncepción estética de que el arte es algo necesario a lo que no se puede renunciar y la belleza es superior al genio, pues no necesita explicación. El Art Nouveau nació exactamente cuando se alzó el telón en el estreno de Salomé en París, aunque la intransigencia de la época no le permitiera asistir al parto sino que le obligó a vivirlo desde la cárcel. Para pasar de puntillas sobre el tema solo diré que como mala persona era un completo desastre, el genial libertino tenía un novio de familia aristocrática y su padre, el señor marqués, se lo tomó tan a la tremenda que hizo caer sobre sus espaldas todo el peso de la ley. En aquel pleito le tocaron las de perder aunque a la larga saliera vencedor, ya que la moralidad victoriana tenía los días contados mientras que la de Oscar Wilde se ha consolidado en el mundo moderno.
Texto: Tomás Sainz Rofes
Publicado en Visual 186