MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Discurso del método para chistes sin palabras


chis 1En el principio eran los dibujos. Las películas de dibujos animados. Muchos de sus personajes salían también en la televisión y los tebeos. Vivos en la pantalla, la grande y la pequeña, también lo estaban en las viñetas.

Ante la gran pantalla del cine, en la gigantesca sala oscura, con sonido envolvente, el transporte es total: enseguida al otro lado, pleno de color y movimiento, poblado por parlanchines ratones con pajarita o elefantes voladores, niñas que en segundos cambian de tamaño o naipes que corren en formación por los jardines palaciegos. Publicado en Visual 175



La tele es en blanco y negro, tenue el sonido. Las interferencias deforman a los personajes, más pálida su presencia mientras alrededor se prepara merienda, llega papá del trabajo, suena el teléfono al final del pasillo y casi no se oye cómo Super Ratón manda supermineralizarse. Pero presencia suficiente para aguardar expectante cada sábado si el cuadrante de Disneylandia se abre o no al País de la Fantasía y Goofy, vestido de medieval, sube por el haba mágica al reino en las nubes.
Disney, Hanna y Barbera, Warner Bros…, las firmas que traían a Porky, Donald, los Picapiedra, Correcaminos, Pluto, el oso Yogi, Tiro Loco…
Todos ellos aparecían fijados, como en álbum de fotos, en las páginas de Telecolor, Dumbo, o en las mexicanas publicaciones Novaro. Junto a ellos, la estirpe de los españoles, ajenos a las pantallas, una marabunta que pululaba en Jaimito, TBO, Pumby, Pulgarcito, Tío Vivo…

Con los tebeos había que imaginar lo sucedido entre un dibujo y el siguiente. El oso camina por un bosque. Ahora aparece tumbado, la cabeza con prominente chichón rodeada de estrellas. El tronco de un árbol, caído encima, mantiene al oso medio enterrado. Ahora la pelirroja Wilma se asoma a la ventana sin cristal, agujero redondo en su casa de piedra, y al otro lado la morena Betty también sonríe. La una frente a la otra, contentas a causa de algo que se habrán dicho o se estarán diciendo. Junto a sus cabezas, sendos globos cuyo rabito picudo apunta hacia la boca. En cada globo, una ordenada nube de insectos.
¡Ahí está lo que van diciendo!
Había que imaginar qué ocurría entre una viñeta y otra, entre que el abuelo Churumbel salía de la chabola y por la misma puerta reaparecía con un trasatlántico a hombros. Y había que imaginar lo que los personajes decían. Lo ponía en los globos. Los insectos eran las palabras. Si sabías entenderlo, oías en tu cabeza las voces. Sonaban en silencio, aunque parezca raro. No era la voz lo que sonaba, no era el ruido que sale de la boca. Eran las palabras. Las oías en tu cabeza, sin que nada sonara.
Junto a la cara de Carpanta se veía un pollo asado flotando dentro del globo: lo estaba pensando, porque el pobre Carpanta siempre piensa en comida. Pero si otro distinto de Carpanta (Gordito Relleno, Anacleto Agente Secreto, la Terrible Fifí, Rigoberto Picaporte, Doña Urraca…) quiere decir “Pollo asado”, entonces aparecen palabras en el globo.

Las casas se ven, y los dinosaurios. Se ve la Edad de Piedra, y los trajes de piel sujetos con un huesecillo atravesado. El troncomóvil se ve, sus ruedas de apisonadora, y las palmeras como plumeros. Se ve a Peter Pan volar hacia Nuncalandia, la silueta dentro de la luna llena, enorme sobre las barriadas londinenses.

¿Y las palabras?
Las palabras no se ven: se oyen.
En el cine y en la tele se oyen, no se ven. Las voces las dicen, las pronuncian.
Pero en los tebeos están ahí, puestas. Dentro de los globos. Son esas nubes de insectos, unos más grandes y negros que otros.

Lento conocer las letras, las sílabas, los sonidos aparejados. La te, la be, la o: te-be-o. Como Te veo… Enfrascado horas y horas en el aprendizaje y desciframiento de jeroglíficos. Las onomatopeyas, simpáticas, ayudan a que se entienda mejor: PUM!!, CROC!!, Grrr!!!, Buaáá!!!, Guau!, Miau…
Está antes lo mudo, lo puramente visible, la imagen en su potente esplendor, surgiendo de la nada en la pantalla de la imaginación. Previo a ser unidades de significado, las palabras son bandadas de letras: imágenes, grafismos, ideogramas. Expresan un nebuloso sentido que se intuye al verlos como un dibujo más entre los dibujos.

Cada poco vuelvo a las viñetas, interrogándolas absorto. En esos momentos aún permanece intacta la fuerza alucinatoria. Es tanta que provoca perplejidad, casi estupor. Esa energía compacta se diversifica luego en dos lenguajes, verbal e icónico. Por integrados que estén en el tebeo, hay que leer manejando dos claves, como con las películas subtituladas. La atención se desdobla y diluye.

Como quien retorna a la inocencia perdida, vuelvo a los chistes sin palabras. No se viven como el cine, trasladándose en alma y casi en cuerpo al mundo ofrecido, sino como un acertijo visual que esconde una idea. Cuando al fin la vemos se enciende una bombilla, nos inundamos de fósforo, más que comiendo toneladas de pescado, de besugo, merluzo o percebe, tan caros al tebeo español. El chiste sin palabras: un oasis de inmediatez que no se desdibuja al leer. Un oasis donde ejercitar de nuevo la fuerza viajera: a la isla del náufrago, a la consulta del oculista, al ring de boxeo, escenarios típicos de los gags del humor mudo, dando juego al ojo que ve.
Ver: visualizar de golpe el regocijo encerrado en el dibujo. De una vez, sin necesidad de ir hasta las palabras. Entra por los ojos al mismo tiempo que uno entra en su vivo microcosmos, encuentra el interruptor y enciende la idea.

Hacia finales de los ochenta me cambié de casa. Las mudanzas suelen remover la vida, es sabido. En mi vida se reavivó esa experiencia primigenia del descubrimiento de mundo y lenguajes a través de los tebeos; o en los tebeos, por decirlo más precisamente. Empecé a ejercitarla como una habilidad abandonada y, durante medio año, cada noche, antes de acostarme, buscaba en la elaboración de un nuevo dibujo esa sensación primera de vuelo, transporte e iluminación ante la imagen pura.
Me enfrasqué de nuevo en ese vértigo hasta que lo actualicé, lo rehabilité, y pasé a otra cosa, pero desde entonces, cuando me satura el exceso de esta fabulosa herramienta evolutiva que es la palabra, busco la experiencia directa y renovadora de las imágenes puras, elocuentes, cuya energía original nos implica más directamente, saltándose convenciones.
Leemos, luego nos comunicamos y entendemos; y tal vez pensamos.
Imaginamos en silencio, luego existimos. Texto e ilustraciones: Luis Pérez Ortiz (LPO)

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