Desde hace más de una década, los European Design Awards buscan la excelencia del diseño del Continente premiando el talento en esta disciplina, independientemente de que proceda de las grandes potencias económicas europeas o de los modestos países del Mediterráneo.
Oslo fue la ciudad elegida en 2018 para celebrar el European Design Festival, evento formado por conferencias y otras actividades relacionadas con la disciplina que concluye con la tradicional ceremonia de entrega de premios de los European Design Awards, certamen que este año celebraba su undécima edición.
Como viene siendo habitual, la participación de estudios y profesionales españoles en este certamen paneuropeo de diseño en el que colaboran las revistas especializadas más importantes del continente no ha sido muy abundante. Sin embargo, sí que han sido bastantes los trabajos que han entrado en el palmarés, lo que ha hecho que España alcance un más que honroso sexto puesto en el ranking de países, por delante de Italia, Alemania y Francia que, en otras ediciones, han copado la mayor parte de los premios.
El mérito ha sido de estudios como Yinsen, Bisgràfic, el Estudio Pablo Amargo y Sharp Type, que han visto reconocidos con oros y bronces proyectos como la tipografía Respira Black, inspirada en tipos españoles e ingleses de los siglos XV y XVI; la web para traducir del catalán al bereber; la imagen de los Tile of Spain Awards o las ilustraciones del libro Cats are Paradoxes.
Lo cierto es que estos estudios no lo han tenido fácil. El criterio para premiar los trabajos en los European Design Awards suele ser muy riguroso y desde la organización se apela a los jurados a que no devalúen los diferentes metales repartiéndolos como el que siembra, a puñados.
Esto hace que, salvo excepciones, no haya más de un oro, una plata y un broce por cada categoría. En ocasiones, como ha sucedido este año en “Portada de disco o película”, algunos apartados han quedado desiertos. Un detalle que arroja una conclusión más allá de si la calidad de los trabajos presentados era o no suficientemente buena: hay sectores del diseño que fueron punteros en el pasado y que, hoy en día, casi han desaparecido porque, del mismo modo que el diseño puede transformar la sociedad, cuando cambia la sociedad, muda el diseño.
En este sentido, los European Design Awards siempre han mostrado una especial atención a la evolución del sector, eliminando o agrupando las categorías que han perdido actualidad y creando aquellas que han surgido nuevas en los últimos tiempos. Sin ir más lejos, los trabajos digitales, que hace diez años eran residuales respecto a los diseños realizados en soporte físico, suponen ahora alrededor del 30% de los apartados a concurso. Un porcentaje que puede aumentar en caso de que ese año los proyectos de estudiantes o los autoencargos también sean trabajos relacionados con las nuevas tecnologías digitales.
En todo caso, y se trate de proyectos virtuales o físicos, lo que queda claro una vez más tras ver el palmarés de los European Design Awards es que el diseño es una herramienta óptima para transmitir mensajes, resolver determinados problemas de los clientes y, en consecuencia, facilitar la vida de los usuarios.
De esta forma, productos de consumo cotidiano que todavía sufren cierto estigma social como pueden ser unos preservativos, se convierten gracias al diseño en objetos atractivos y deseables. Las tarjetas para diagnosticar problemas mentales dejan de ser materiales que provocan aprensión para transformarse en piezas con las que entran ganas de jugar aunque el usuario no precise diagnóstico alguno. De igual manera, flyers impresos en materiales textiles provocan la curiosidad de conocer el comercio que se anuncia en ellas y, por supuesto, cualquier mensaje relacionado con normas o cambios de comportamiento en los ciudadanos son más fáciles de digerir si se acompañan de un buen diseño. El mejor ejemplo de ello, la señalética.
En ese sentido, desde sus primeras ediciones, los EDAwards han sido conscientes de la responsabilidad que rodea a la disciplina, a los diseñadores e incluso los jurados a la hora de fomentar trabajos que no fueran respetuosos con ciertos valores o necesidades sociales, tanto desde el punto de vista del concepto como de los materiales empleados en su producción.
Lo curioso es que, en la actualidad, esas preocupaciones están ya incorporadas en las nuevas generaciones de diseñadores, como demuestran los tres trabajos premiados en la categoría de estudiantes, los cuales abordan temas como la huella que el ser humano está dejando en entornos naturales, la utilidad del diseño a la hora de crear un alfabeto que facilite el aprendizaje de la lectoescritura a personas adultas, o la acogida de inmigrantes por parte de los países europeos en un momento histórico en el que gobiernos como los de Estados Unidos e Italia están reviviendo los peores fantasmas del siglo XX.
Esta preocupación por el papel que diseño y diseñadores pueden jugar en la construcción de un mundo mejor se plasmó muy claramente en el Premio del Jurado de este año. Un trofeo que recayó en un proyecto sobre los refugiados de la guerra de Siria realizado por Olivier Kugler, director de arte que se desplazó al campamento que esa ONG tiene en Domiz, localidad del Kurdistán Iraquí. Allí, testigo directo de esa tragedia humanitaria, Kugler realizó las ilustraciones de un libro en el que se explica la situación de emergencia que vive la población, el trabajo que realiza Médicos Sin Fronteras y el que queda por hacer. Publicado en Visual 193
Texto: Eduardo Bravo