Me asalta la duda acerca de si como colectivo los diseñadores hemos sabido afrontar esta pandemia. Remontémonos a las últimas manifestaciones que como grupo hemos auspiciado o secundado. Con Aznar fue el No a la guerra. Tiempo después, por primera vez hubo movimientos semiespontáneos en el ámbito de la política, cuando se presentaron Manuela Carmena en Madrid y en menor medida Ada Colau en Barcelona. Otras veces con menos peso específico: el Prestige en Galicia, por ejemplo, sí generó una respuesta gráfica.
Si nos comparamos con otros sectores de la cultura –músicos, ilustradores, actores, escritores– todos de un modo u otro durante el confinamiento y a través de las redes sociales han procurado aportar su granito de arena aportando su contenido. ¿Dónde hemos estado los diseñadores? Vale, en un momento concreto y de la mano de las tecnologías 3D pudo parecer que estábamos todos diseñando epis, mascarillas y protectores, hasta respiradores con las máscaras de buceo… un espejismo que apenas duró unas semanas.
A nadie se le escapa que la identidad como colectivo está bajo mínimos. Es un hecho que las asociaciones han perdido presencia y voz. No es de extrañar, su trabajo en otro tiempo era respaldado por organismos oficiales, el DDi y las distintas estructuras autonómicas de promoción del diseño. No queda ninguna. Con ello, desaparecieron después los eventos y puntos de encuentro, algunos afianzados durante décadas, que fueron sustituidos por otros de iniciativa completamente privada; unos entregados a la especialización y muy enfocados al marketing y la empresa, otros de caracter alternativo y festivo, que tuvieron momentos álgidos alimentados mucho más por el tesón y entusiasmo que por la capacidad real y los apoyos. Apenas quedan unos pocos.
Hemos conocido las reivindicaciones y hasta las exigencias de muchos sectores. El comercio, la hostelería, el teatro, el ocio nocturno, hasta las peluquerías han tenido su momento de gloria. No hemos visto a ningún diseñador en la televisión explicando cómo podíamos aportar nosotros al esfuerzo común o lamentando la precaria situación. Ni siquiera para pedir ayuda hemos sido capaces. No hemos existido. Y para mí ha sido la demostración de que décadas de dar la espalda al diseño como actividad cultural en el organigrama (queríamos ser economía, pues ahora ni lo uno ni lo otro) se nos ha vuelto en contra.
En redes, la escasa presencia del diseño ha estado de la mano de los hermanos pequeños: los tipógrafos, los artesanos del diseño original y a mano, algo se ha visto, pero fuera de eso… nada.
Tampoco hemos sido capaces de articular un diálogo acerca de cómo nos va a afectar en el futuro una realidad distinta. Se diría que solo estamos esperando que todo vuelva a ser lo de antes. Que los clientes vuelvan a llamarnos para lo de siempre.
¿De verdad no tenemos nada que decir? Habría de preocuparnos. Estamos a tiempo. Esta crisis sanitaria y social ha dejado al descubierto muchas carencias del sistema. Veamos qué elementos nos ha traído. La sobreexposición de lo político que contrasta con la desafección por parte de la población. Nunca hubo tanto ruido, y nunca fueron tan pobres los mensajes, tan simples los razonamientos, tan mentirosos los argumentos. Por contra, la sociedad civil ha cobrado peso, Más allá de los aplausos a las ocho que casi hemos olvidado, las redes de solidaridad han demostrado ser una maquinaria engrasada y flexible, capaz de redimensionarse para atender a cientos de miles de familias. Por contra, las estructuras de servicio público, y no solo la sanidad, hacen aguas por todos lados, ha tenido que venir una pandemia para que nos diésemos cuenta. Se ha acelerado el abismo entre la distribución y el comercio tradicional y las nuevas formas de abastecerse: incluso podría haber sido un complemento interesante, pero ¿puede el planeta permirtirse que una mayoría de ciudadanos espere que cualquier producto se lo lleve a casa un rider o un transportista precario? Es posible que todo lo que está pasando se traduzca en una forma más responsable de consumir. Aspectos como la proximidad o la responsabilidad en la producción pueden explotar en lo que a volumen se refiere. Quizá estamos pasando de la conciencia del consumidor a la exigencia al productor, un proceso que hubiera durado décadas, podría acelerarse bruscamente. ¿Estamos los diseñadores en ello?
Son muchas las dudas y las decepciones. Pero hay una certeza: los esfuerzos del sistema por minimizar los cambios y retorcer a lo que a ellos les funcionaba, puede esta vez encontrarse con una respuesta desde abajo. Que no digo que vaya a suceder en dos días. Pero el germen está. Y los diseñadores habremos de elegir bando. Y estar preparados para sobrevivir gane el que gane. (Publicado en Visual 205)
Texto: Alvaro Sobrino