MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Este trabajo me mata. El diablo en la interfaz


Dicen que el mayor truco del diablo fue convencer al mundo de que no existía. La frase está habitualmente atribuida a Baudelaire, aunque es bastante probable que se la robara a Keiser Söze. Sea como fuere, no me cabe duda de que estaban hablando de la publicidad. Basta con repetir la misma mentira con suficiente vehemencia –y presupuesto– para que acabemos creyéndola. Si quien invierte en ella es Microsoft, es probable que acabe convertida en dogma. Es el caso de Office: treinta años de cursos de ofimática, instaurados como must-have en la formación curricular de administrativos, economistas, y todo tipo de fauna de oficina, han convencido al mundo de que la única herramienta que necesitas es el paquete de Office. En Word se maquetan todos los libros del planeta, porque a ellos les enseñaron a hacerlo; Excel es el programa con el que se calculan los viajes a Marte; y, por supuesto, todo lo que contiene diseño ha salido de Powerpoint. En su mente, la única ventaja que tenemos los diseñadores es saber dónde está el comando que lo pone todo bonito. Fuera de ese universo billgatiano sólo existe Photoshop, otra herramienta mágica capaz de arreglar lo poco que no pueda hacerse en Office.
En marzo comenzamos el descenso a los infiernos. Nuestro principal cliente enviaba a casa a doscientos señores con corbata y señoras con tacones, gente con la rutina de oficina firmemente afianzada en su ADN y con la mención al paquete de Office en un lugar destacado del Currículum. En Abril, gran parte de la actividad de la empresa estaba parada, pendientes de el fin de las restricciones en medio mundo. Todos aquellos hombres y mujeres incapaces de llevar a cabo su trabajo, empezaron a fijarse en todos los documentos internos de la compañía. En poco más de una semana estábamos inundados de presentaciones corporativas, papelería, documentos de oferta, hojas de producto y medio millar de peregrinas sugerencias para mejorar la web o las redes sociales.
Comenzamos con las presentaciones corporativas, que serían las que establecerían la imagen corporativa a aplicar en todas las demás piezas.
“¡Nos encanta!”. Genial. “Pásanos el editable, por si queremos hacer algún cambio”. Después de cierto desconcierto, ahí fueron los InDesign. “No los podemos abrir, pasadnos directamente el Powerpoint, sin exportar”. Es que no lo hemos hecho en Powerpoint. “¡Pues el Word!”. ¡Qué va, tampoco!
Con genuina cara de sorpresa recibieron la noticia de que todas las piezas que habíamos hecho para ellos, desde rollups hasta folletos o sus inserciones de publicidad en prensa, no habían salido de Powerpoint. Nos perdonaban la blasfemia, pero la presentación corporativa debía estar, sí o sí, en un confortable pptx.
Nosotros habíamos vivido la muerte del Freehand, incluso habíamos hecho webs en Flash, así que aquello no podía ser tan complicado: bastaba con ir copiando elementos. El primer círculo del infierno se desató en el primer copy paste. Un segundo después de copiar el primer texto, una columna a la derecha empezó a mostrar todo tipo de monstruosidades bajo el título “sugerencias de diseño”. Aquello sin duda explicaba lo ecléctico de los documentos que habíamos recibido desde todos los departamentos en mezclas imposibles de triángulos, círculos, manchas, biseles y reflejos.
De nada sirvió desactivar aquellas sugerencias. Unos días después entrábamos en el segundo círculo. Daba igual lo que hiciéramos con el documento, todo apestaba a Powerpoint. Se notaba que era un Powerpoint, tenía pinta de Powerpoint y ese tufo a haber salido del cuarto trasero de una copistería. Casi nada lo distinguía de las “sugerencias de diseño”.
Nos costó lágrimas darnos cuenta de que nos habíamos dejado atrapar por el programa, y que era su interfaz la que estaba dirigiendo el diseño. Hacer zoom es fácil, pero incómodo para diseñar; sólo puedes desplazarte con las barras de desplazamiento, y algunas funcionalidades se abren en una ruta imposible de menús y ventanas emergentes; no existe una vista previa de los cambios antes de aplicarlos, y configurar un PyJ supone en sí mismo otro círculo de ese infierno. Algo tan imbécil como que el cuerpo mínimo que permite para la tipo es de ocho puntos, pero que cuando la pones a pantalla completa equivale a unos catorce puntos de cualquier otro programa, ya fuerza a ese gigantismo y abigarramiento que delata cualquier Powerpoint. El problema no es sólo que nunca fue un programa de diseño, sino que cualquier programa que te permite realizar un trabajo sin conocimiento previo acaba arrastrándote a ese espacio común al que te fuerza su interfaz, la colocación de sus botones, sus menús o lo visibles que estén ciertas funciones. Pasa con la birria de Office, pero también con el asistente de Sketch, con WordPress o con Photoshop.
Llevo cuatro meses de horror entre ppts y docx cuando veo a Bill Gates dando lecciones sobre la pandemia y el mundo que dejará. Detrás de él se despliegan datos e imágenes de forma limpia y profesional. Cómo se nota que el cabronazo no ha usado Powerpoint. ♣

Texto: Nano Trias (www.obaku.es/zenblog)

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