Jota cuelga el teléfono y sonríe, ligeramente aliviado. Después de quince minutos de conversación, el concejal de cultura del pueblo sevillano le dice que mantendrán el cartel con el que ha ganado el concurso de diseño convocado para las fiestas de este año. Trescientos euros más para la buchaca.
Los concursos son el pan nuestro de cada día para Jota. Más de ocho mil ayuntamientos en España, y todos adheridos a la moda de los concursos de ideas para crear los carteles de sus fiestas, los logos de sus oficinas de turismo o el escudo municipal con el que el gobierno de turno pretende dejar su impronta en el pueblo.
Muchos concursos por atender que hay que solucionar rápido si quiere optar al premio. Freepik y Dafont siempre abiertos en el navegador. Deviantart, Behance y el buscador de imágenes de Google para que llegue más rápido la inspiración. Una alerta de Google le avisa religiosamente de toda noticia que incluya las palabras cartel, concurso o diseño.
Un par de pestañas más en el navegador muestran el razonable parecido de su cartel con otros dos más. El original que le sirvió de inspiración encabeza la lista. Quién iba a pensar que encontrarían tan rápido la ilustración de una diseñadora separada tres mil kilómetros del pueblo sevillano. A finales de los noventa, cuando Jota comenzó con esto de los concursos, eso era impensable.
Sale de casa, no sabe bien si para celebrarlo o simplemente quiere alejarse de la polémica que se dirime en internet. Es la tercera –¿o era la cuarta?– vez que el parecido de su obra con otras ya publicadas asocian su nombre a la palabra plagio. Cada vez que un medio llama a Jota para saber su opinión, él habla de “inspiración”, de “su arte”, y de las maléficas y orquestadas acciones que los que no ganaron están tomando en las redes sociales.
La mayor parte de las veces Jota tiene las de ganar. Sabe que después de la convocatoria, que haya transcurrido el plazo, hecha la votación del jurado y anunciado el ganador, ningún ayuntamiento quiere echarse atrás en su decisión. La oposición lo usará para atacar al equipo de gobierno, y la mayor parte de las veces ya es tarde para convocar un nuevo concurso. El pueblo sevillano es un buen ejemplo: incluso han pedido un informe experto que determina que el cartel de Jota no vulnera sus bases, a pesar de que no es ni original ni inédito.
Cuando llega al parque, un par de crías de no más de 20 años miran una tablet plagada de stickers. La bolsa que hay a sus pies delata que son estudiantes de la principal escuela de diseño de la ciudad.
“¡Que fuerte!”, dice una de ellas. Jota ralentiza el paso cuando ve, de reojo, su cartel en la pantalla sobre la que se inclinan las jóvenes.
“El tío éste es de aquí”, continúa la misma. “Ya le han pillado otras dos veces. Una en Madrid y otra en Valencia. Flipo”.
“¿Te imaginas que lo hace a posta?” responde la compañera. “Me refiero a que lo hace para reventar los concursos desde dentro: cada vez que gana salen cien en Twitter diciendo que es un plagio de otras obras. Yo que sé… como éstos: uno ruso, otro mejicano… Al final la gente se harta de que siempre salgan carteles copiados de otros y no les queda más remedio que empezar a contratarnos. Como profesionales, digo, con contrato, factura y todo eso. Imagina que lo hace en plan Robin Hood del diseño”.
La primera sonríe sin levantar la vista de la tablet. “Mola más el original”, añade por única respuesta.
“¡Pues por eso lo digo, tia! Lo copio, y lo copio cutre, para que cuando salga que lo he copiado se os caiga la cara de vergüenza”.
Ahora ambas ríen. A Jota le vibra el teléfono en el bolsillo. La pantalla reza “Alerta de Google – Concurso AND Cartel OR Diseño”.
Se acabó el paseo. Es hora de volver y poner Google a trabajar. Publicado en Visual 187
Texto: Nano Trias