MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Gráfrica V


De la palabra “árabe” no hay etimologías cerradas, puede que provenga de la mitologia griega: Arabos, héroe, hijo del dios Hermes y progenitor
de Casiopea, dio su nombre a un territorio, Arabia.

“[…] éste es el momento para aplicar el precepto de Horacio: una letra te llevará a una palabra, una palabra a una frase y una frase a todo el resto, ya que todo está más o menos contenido en una simple letra.”

Jacques-Joseph Champollion.
Carta a su hermano Jean-François.
Publicado en Visual 170



En Menfis, en el año 196 a. C., el faraón Ptolomeo V encargó una estela para promulgar un decreto. La inscripción fue hecha en dos lenguas y tres escrituras. Expuesta en un templo, acabó como material para construir las fortificaciones de la ciudad de Rosetta, hasta que un soldado napoleónico, en la campaña de Egipto de 1798, encontrara un fragmento en un edificio bombardeado. Quiso llevarse un souvenir, y debió cargar con la piedra (de 114 cm de alto x 72 de ancho x 28 de espesor) a lomos de su caballo (pesaba). Después de la derrota de Napoleón por las tropas británicas, la pieza terminó en 1802 en el British Museum de Londres, donde fue expuesta al público.
Ahí empezó una guerra entre egiptólogos (disciplina muy de moda entonces). Tanto los franceses como los ingleses habían sido incapaces de descifrar los textos; un inglés, Thomas Young, se había acercado a la solución, pero murió antes de terminar su tesis. Un estudiante francés de lenguas antiguas, Jean-François Champollion (Figeac-Lot, 1790 – París, 1832), de origen humilde, hijo de un librero de tendencias jacobinas, había aprendido, con la ayuda de un cura –y el apoyo económico de su hermano mayor, Jacques-Joseph, orientalista–, latín, griego, hebreo, árabe, sirio y caldeo. Estudiando el copto, un monje griego que había participado en la expedición a Egipto de Bonaparte le desveló su hipótesis: el copto derivaba de los jeroglíficos egipcios. Champollion obtuvo una pequeña beca en París, de la que malvivió, mientras estudiaba etrusco. En 1810 publicó sus conclusiones después de haber descifrado copias de la piedra de Rosetta: la escritura hierática era una simplificación de los jeroglíficos, y el demótico, simplificación del hierático, un alfabeto compuesto por veinticinco letras. Criticando la Biblia hebraica, denostado por los académicos y partidario de Napoleón, a la caída de éste fue confinado a Figeac, su pueblo de origen. En 1828, después de que su esfuerzo fuera reconocido con cargos municipales, cumplió su sueño: viajar a Egipto. A su regreso, murió en París a causa de una bilarciosis contraída en su exótica visita.
Cuando Champollion se exprimía las meninges con la piedra de Rosetta, hacía más de 5.000 años que en Egipto se había pasado de la escritura pictográfica a un principio alfabético, abriendo la vía a las escrituras semíticas (hebreo y árabe), e indirectamente, a las europeas (griego, latín y cirílico). Aunque las escrituras más antiguas conocidas –fueron descubiertas en Persia en 1835 por Henry Rawlinson, un oficial de la armada británica– sean las cuneiformes sumerias, éstas carecían de conceptos abstractos (verbos, tiempos, pronombres) necesarios para contar historias; se trataba de contabilidad. Con el tiempo se fueron incorporando símbolos con valor fonético silábico que los acadios utilizaron para la escritura de su lengua semítica, que inspiró la antigua escritura persa, origen del árabe antiguo de las tribus preislámicas y del árabe clásico, creado para transcribir en el s. VIII d. C. el Corán, Libro de la religión revelada transmitida oralmente (Mahoma era analfabeto). A partir de aquí, los gramáticos establecieron una normativa que unificó la escritura del Libro, superando las voces dialectales, que desaparecieron de la prosa y la poesía anteriores: la escritura árabe se sistematizó, su morfología y su sintaxis se convirtieron en el dogma para leer (o recitar) el Corán.
Que la escritura árabe sea actualmente la segunda en importancia mundial, no es una casualidad, y que la escritura romana domine la cultura occidental, tampoco. Las conquistas determinaron la imposición de las formas y de sus significados, producto de las evoluciones de la comunicación administrativa. Hay pareceres distintos entre arabistas sobre la diglosia, diferencia entre la lengua baja y la alta: ¿Cuándo los árabes empezaron a hablar y a escribir en árabe? En cierto modo, la escritura del Corán sigue el proceso contrario a la Biblia: desde los primeros escritos en hebreo y en arameo del Tanaj (el Antiguo Testamento), a la inclusión del Nuevo Testamento en el canon católico –confirmado por el Concilio de Trento en 1546–, y hasta la impresión por Gutemberg de la Biblia de cuarenta y dos líneas, pasaron casi ocho siglos, durante los cuales las lenguas semíticas dieron paso al latín y a la vulgata, hablada por el pueblo y no por los clérigos, mientras el árabe pasó de las transcripciones orales de procedencias dispares al canon establecido por una élite de doctos que crearon una lengua, inexistente hasta entonces, origen de las innumerables interpretaciones del texto sagrado que son hoy, más que nunca, fuente de conflicto y de guerras (armadas) internas entre islámicos e islamistas, aunque una característica común prevalga: la iconoclastia que prohibía la representación del Profeta se extendió (con excepciones) a todo realismo figurativo. Por ello, el arte y la escritura árabes se desarrollaron sin imágenes que no fueran letras ornamentadas o decoraciones geométricas que ofrecían una gran libertad artística y caligráfica, dando lugar a infinitas posibilidades de formas, y estilos que, a pesar de la rigidez del texto coránico, se adaptaron a necesidades fonéticas distintas. El árabe escrito se extendió desde Oriente Medio hasta Asia, correspondiendo a la expansión del Islam en territorios lejanos de los orígenes, el kashsmir, el sindhi, el urdu, el kurdo adoptaron un patrón común. Incluso el turco, hasta que Mustafa Kemal Atatürk, en 1928 impusiera la escritura occidental como signo de adecuación a la modernidad.
A mediados de los 70, con aportaciones económicas considerables por parte de Reza Pahlevi, Sah de Persia (y la influencia de su esposa, Farah Diba, asidua de las portadas de las revistas frívolas de cotilleos como el ¡Hola! que todavía perviven y/o se expanden), la ONU impulsó el conocimiento del árabe, que a través de distintas agencias como la UNESCO o la OIT obligaron a la industria a ponerse al día: las dos grandes empresas que comercializaban los carácteres transferibles, Letraset (inglesa) y Mecanorma (francesa), incorporaron en sus catálogos distintas tipografías árabes, rediseñadas y adaptadas a necesidades de jerarquía, redondas, negritas o cursivas (estas últimas inclinadas hacia la izquierda –el árabe se escribe de derecha a izquierda–). Para los grafistas occidentales fue todo un reto: interpretar textos hechos a mano con bolígrafo e incorporarlos a los lay-outs sin saber lo que se estaba escribiendo.
La pretendida modernización tecnocrática del Sah acabó como todos sabemos: una revolución que llevó a la teocracia iraní y a una guerra con Irak (un millón de muertos). Actualmente, el bando vencedor chiíta está en el ojo del huracán, y la influencia que el wahabismo saudí y sus aliados tienen en África Occidental desde hace ya más de treinta años, se encuentra con resistencias opuestas: de un lado los salafistas armados, que se alimentan a través de Qatar (Bin Laden, no olvidemos, pertenecía a la burguesía saudí), del otro, los restos de la tradición sufí, pacífica, dispersada en territorios desérticos, casi siempre opciones individuales de morabitos que no siguen ninguna de las reglas que se les pretenden imponer, por el simple hecho de que las desconocen. Uno de ellos (en las fotografías), contaba que el acceso al Corán, dependía de la evolución física del niño: cuando era capaz de alzar el brazo izquierdo por encima de la cabeza y tocarse la oreja del lado opuesto, estaba listo para aprender la escritura; y a partir de aquí, tener acceso a la ciencia de sus padres o mentores (más o menos a los siete años, cuando los niños católicos reciben la Primera Comunión). Son los morabitos que practican todavía la medicina islámica tradicional en el Sahel y conservan la escritura como principio activo de la cura de las enfermedades del espíritu: a Satán (Seitane) se le combate con el verbo hecho tinta. El dinamitar los budas de Bamián o derruir a golpes de pico los pequeños templos de los santos sufis en Tombuctú, son las expresiónes más recientes del fanatismo yihadista. Al igual que la quema de libros precariamente conservados de las termitas, pacientemente reunidos a lo largo de siglos. Destrucción de lo que fue la base de integración de culturas como la andalusí: en Granada convivieron pacíficamente moros, judíos y cristianos.
Como diseñadores gráficos, hemos aprendido que las tipografías que usamos provienen de la escritura lapidaria romana, ELTEXTOQUEESTAISLEYENDOSINES PACIOSENTREPALABRASSINARTICU LOSNIACENTOSNIPUNTUACION, a través de un proceso histórico-político-estético, pero es cada vez más frecuente que tengamos que trabajar con escrituras de otras culturas, ya sea en cirílico o chino mandarín (exigencia a la que la globalización empuja), y que no seamos demasiado conscientes de que nuestra numeración es el resultado de la fusión de civilizaciones: la romana, carece del número cero, de hecho carece de cifras, con cinco letras combinadas, I, V, L, C y X basta; la arábiga, de origen indio y de base decimal, sí que permite el vacío del cero (ausencia significante). La numeración romana la usamos para siglos, dinastías, tomos, capítulos… Podemos atrevernos a titular una canción con cifras arábigas (“15 años tiene mi amor”), mas nunca lo haremos con romanas para tratar de la Biblia de XLII líneas. Los árabes, que se apropiaron de las cifras indias –por ello las cifras se llaman “numerales hindús”–, tenían matemáticos muy competentes para adoptar inventos y aplicarlos a su guisa. No hay datos exactos de cuando se produce el plagio; en todo caso, a partir del s. XIII (o 13), la tradición manuscrita europea incorpora las cifras arábigas en competencia con las romanas al uso. Después de Gutemberg, los artesanos tipógrafos añadieron a los punzones de sus alfabetos las correspondientes cifras árabes elzevirianas de caja baja, de ojo intermedio, o de caja alta y hasta mediados del s. XVIII no surgen las de ojo intermedio, entre la versalita y la versal. Bodoni, tipógrafo de los reyes y rey de los tipógrafos, rediseñó las fuentes del hebreo, turco, fenicio, cirílico y georgiano.

Regreso al inicio: este artículo tiene como título Gráfrica V-I. Podría haber sido Gráfrica 5.1, o Gráfrica quinto. Capítulo primero. ¿Cardinales u ordinales? Escoged. Texto: Albert y Jordi Romero

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