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Hermano Lobo. Mucho antes de la corrección política


El atentado contra el semanario satírico francés Charlie Hebdo ha puesto en circulación una pregunta quizá algo insensata: ¿Cuáles son los límites del humor? Generalmente, sólo los regímenes liberticidas están en condiciones de dar una respuesta concreta a esa cuestión: dichos límites son los que establece la censura oficial. Censura que también existe en países democráticos, pero de forma mucho más sutil. Los intereses empresariales, el poder de los lobbies, la corrección política e, incluso, la conciencia individual –esa quintacolumnista del sistema (Serrat dixit)– son a menudo responsables de todo aquello que se orilla prudentemente a la hora de estimular el cerebro mediante la sonrisa. Gran parte del humor gráfico practicado por el semanario español Hermano Lobo (1972-1976) –remedo del francés Hara-Kiri (origen de Charlie Hebdo)– sería hoy impublicable, reo de su manifiesta incorrección política. Por ella pasaron los humoristas más importantes de una época, como Chumi Chúmez, Forges, Perich, Summers, Gila, Ops / El Roto, o el mítico Quino, padre de Mafalda. Publicado en Visual 173




“La comedia es igual a tragedia más tiempo”. Esa es la frase que suele ponerse en boca de Woody Allen. Para ser exactos, no fue Allen quien la dijo, sino uno de sus personajes. En la cinta Crimes and Misdemeanors (traducida como Delitos y faltas en España) es el personaje interpretado por Alan Alda, un exitoso productor de televisión decididamente cretino, quien la dice. Así, al menos, se lo explica G a su amigo el gacetillero, un fan del cineasta neoyorquino no demasiado bien informado:
No obstante, jovencito, tampoco es aventurado suponer que Allen expresa por medio de ese personaje, una opinión con la que se identifica pero de la que no está del todo seguro. Yo, al menos, no lo estaría.
Sí, resulta impensable que algún día pueda tener gracia un chiste sobre el Holocausto, por más tiempo que pase… Ni sobre este atentado.
La conversación tiene lugar con los periódicos de la mañana sobre la mesa de la cafetería. Aún en estado de shock por el reciente atentado de París donde doce personas han sido asesinadas, “en nombre de Alá”, en la sede del semanario satírico Charlie Hebdo, ambos amigos departen sobre el tema de moda: los límites del humor.
La religión y el humor no se llevan bien. Es lógico –Afirma G–.
El humor no se lleva bien con ningún dogma, supongo –Replica el gacetillero, abstraído en los círculos que traza su cucharilla en el café con leche–.
Sin embargo, se pueden hacer chistes muy sabrosos sobre religión. ¡Ja, ja!. Me estaba acordando de aquella viñeta de Hermano Lobo… ¿Conoces Hermano Lobo?
Sí, claro, era un semanario satírico de los setenta donde publicaba Chumi Chúmez, Perich, Gila, todos esos humoristas de tu época.
La lista es extensa… Si quieres ahora te hablo de la revista, pero déjame recordar la viñeta… ¿Cómo era? ¡Ah, sí! No sé, debía de ser de Chumi o de Summers… Se veía a uno de esos encapuchados de Semana Santa atropellado debajo de un automóvil y en medio de un enorme charco de sangre. La pareja que supuestamente viajaba en el coche lo contempla y uno de ellos dice: “Al menos pertenecía a la Hermandad de la Buena Muerte”. ¡Ja, ja! ¡La Buena Muerte! ¿No te hace gracia?
El gacetillero, más sorprendido que divertido, apenas logra esbozar media sonrisa:
Humor negro, sin duda. Bastante inocente, por otro lado.
Inocente, claro, pero políticamente incorrecto para los parámetros actuales. Si te interesa, puedes revisar todos los números de la revista en Internet, ya que su antiguo editor en papel, José Ángel Ezcurra junto a Ediciones Pléyades y la Universidad de Salamanca procedieron hace ya una década a digitalizar todos los números que editaron, desde 1972 a 1976.
La verdad es que me ha picado la curiosidad. Guardo algún recuerdo infantil de los dibujos de Chumi Chúmez y compañía. Además soy un devoto seguidor de las viñetas de El Roto en El País, ese periódico que pasaba por ser de izquierdas.
De vuelta a casa, ya por la tarde y en la soledad de su estudio, el gacetillero entra en la página de Hermano Lobo (www.hermanolobodigital.com). Para su satisfacción, la colección completa de la revista está escaneada a una resolución más que aceptable.
Aunque le hubiera gustado hallar más información acerca de la fundación y la trayectoria de la revista, encuentra algunos datos interesantes. Por ejemplo, que fue Chumy Chúmez (1927-2003) su principal impulsor y Manuel Summers (1935-1993) quien se inventó el nombre, parafraseando por igual a Hobbes (Homo homini lupus) y San Francisco de Asís (Hermano Sol, Hermana Luna.). Al ingenio de Summers se debe también el subtítulo de la cabecera: “Semanario de humor dentro de lo que cabe”.
El donostiarra Chumy Chúmez (pseudónimo de José María González) procedía de La Codorniz, la revista fundada en 1941 por Miguel Mihura. Sus dibujos poseían una gran personalidad, heredera de Goya y de Solana, muy acorde con su temperamento nihilista e hipocondríaco (la muerte, en sus diversas manifestaciones, sería una de las grandes protagonistas de su obra). Además de sus actividades como humorista gráfico y pintor, dirigió alguna película, escribió un buen número de libros y fue un personaje popular en las tertulias radiofónicas.
Manuel Summers, nacido en Huelva en una familia de origen irlandés, fue también un autor polifacético: escribió y dirigió películas tan notables como Del rosa al amarillo o Juguetes rotos (nuestro gacetillero, al menos, guarda un grato recuerdo de ambas). También intervino como actor en algunos largometrajes y, como Chumy, participaba en tertulias radiofónicas y programas de televisión.
Otros dibujantes asiduos de Hermano Lobo fueron Forges, Andrés Rábago en su doble encarnación como Ops y El Roto, Perich, Quino o el inolvidable Gila.
Miguel Gila (Madrid, 1919,–Barcelona, 2001) fue un monologuista avant la lettre. Su solo legado basta para redimir un género tan maltratado por actores de escaso repertorio y algún espontáneo que la caridad invita a olvidar.
Un teléfono y una boina encasquetada hasta las orejas eran el único atrezo que necesitaba Gila para cautivar amplias audiencias, primero en los teatros, y después desde la pequeña pantalla. Su humor del absurdo forma ya parte de nuestro patrimonio humorístico. Especialmente célebres son sus monólogos sobre la guerra, un tema del que tenía cierta información, ya que había combatido en la Guerra Civil Española a favor de la República. De hecho, fue hecho prisionero y fusilado, con la buena fortuna de que sus verdugos andaban más sobrados de vino que de puntería.
De todos los humoristas de Hermano Lobo, Gila era seguramente el menos dotado para el dibujo, pero practicaba con entusiasmo un humor negro que aún hoy pone los pelos de punta. Esa es al menos la conclusión a la que llega el gacetillero, sobre todo cuando descubre una viñeta en la que uno de sus personajes, después de descuartizar a su mujer con un hacha, exclama: “Y no sigo más por el qué dirán”. Una viñeta que hoy día estremece, cuando la violencia ejercida contra las mujeres es noticia un día sí y el otro también (eso que tan desatinadamente desde el punto de vista semántico han dado en llamar “violencia de género”).
El gacetillero no sale de su asombro. Prácticamente todos los colaboradores de Hermano Lobo hacen chistes sobre el asesinato de mujeres, la pena capital en todas sus variantes, la mutilación de brazos o piernas, la homosexualidad, las minorías raciales o la muerte en sus más impúdicas expresiones. Todo un catálogo de la incorrección política que hoy sólo es posible encontrar en fanzines underground (valga la redundancia).
Eran otros tiempos. Los problemas para el semanario venían más bien de la ley Fraga (ese entusiasta colaborador del tirano, que murió casi en olor de santidad). Hermano Lobo fue expedientado y multado en diversas ocasiones. El número 153 fue secuestrado por la fiscalía, bajo la acusación de “menosprecio a la justicia”. En la portada de dicho número, un personaje, dibujado por Ramón, escucha un voz tronante que le grita: “¿Conoce sus derechos?”. Al responder, “Sí, señor”, la voz zanja la conversación con un contundente “¡Pues olvídelos”.
El primer encuentro del gacetillero con Jaume Perich (Barcelona, 1941–Mataró, 1995), conocido popularmente como El Perich, tuvo lugar a través de los álbumes de Astérix, que el humorista catalán adaptó al castellano. No sólo fue cofundador de Hermano Lobo, sino también, junto al también prematuramente desaparecido Manuel Vázquez Montalbán, del mucho más politizado Por favor (1974-1978). El gacetillero, que a falta de cuervos parlanchines, ha convivido siempre con gatos adorablemente silenciosos, guarda con cariño el libro titulado Los gatos del Perich, desde cuya portada un minino inquiere al respetable: “¿Acaso hay gatos policía?”.
Los dibujos de Antonio Fraguas, alias Forges, parece que han estado siempre ahí, formando parte del imaginario colectivo nacional. Con alguna película y una novela en su haber, también se ha prodigado en la radio y sus viñetas aparecen diariamente en diario El País. Algunos de los giros lingüísticos de sus personajes han encontrado feliz acomodo en nuestro lenguaje popular (bocata, muslamen, formidéibol…).
Aunque solo lo dibujó hasta 1973, el personaje de Mafalda ha quedado para siempre asociado al nombre de su autor, Quino (Joaquín Salvador Lavado Tejón), nacido en Argentina en 1932. Para darnos una idea de la importancia que adquirió esta curiosa niña existencialista y preocupada por la política mundial, podemos remitirnos a la respuesta que dio Julio Cortázar cuando le preguntaron su opinión sobre ella: “Eso no tiene la menor importancia. Lo importante es lo que Mafalda piensa de mí”. Cuando Quino colaboró con el semanario que nos ocupa, Mafalda pertenecía al pasado y puede decirse que el humor del dibujante mendocino ahondó en sus aspectos más ácidos.
Actualmente, Andrés Rábago, en su encarnación como El Roto, también publica en El País. Sus viñetas han trascendido el territorio del humor para convertirse en un tratado de humanidades gráfico que mezcla la antropología, la filosofía, la sociología y, en no pocas ocasiones, la más desolada y pura poesía. En Hermano Lobo comenzó firmando como Ops, pero pronto simultaneó sus dos heterónimos. Ops es algo así como un Roland Topor español que, con su dibujo de línea oscura e inquietante, desarrolla un humor negro tirando a macabro; mientras que El Roto es ese cronista apocalíptico que narra en pasado un desolador presente.
Hermano Lobo no fue la única revista de humor de aquellos años inciertos, en los que frágiles ancianos homicidas morían en su cama mientras perduraban en el aire el aroma a pólvora y los últimos chirridos del garrote vil: a la citada Por Favor, cabría añadir El Papus o Barrabás.
A los dibujantes que llenaban de ingenio las dieciséis páginas a dos tintas de Hermano Lobo, hay que sumar escritores como Paco Umbral, Manuel Vicent o Cándido. Toda una generación. Toda una época. Texto: Carlos Díaz

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