MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Imágenes lanzadas como bombas


Imagina que caen 100.000 papeles desde el cielo. Imagina que no se trata de una campaña de marketing, que es un bombardero que lanza panfletos destinados a emprender una guerra psicológica sobre una población civil. Que estás frente a un gran aparato de comunicación diseñado para distribuir contenido masivamente. Ahora trata de visualizar cientos de aviones con un cargamento de 2.500 millones de octavillas. Con esta medida tan grande sería posible cubrir con tres capas de papel toda la superficie de Corea del Norte y todavía sobraría un gran remanente de panfletos. Se estima que las fuerzas de las Naciones Unidas lanzaron tal cantidad de octavillas durante la Guerra de Corea sobre el territorio chino y norcoreano. También hay datos recogidos sobre los 900 millones que se diseminaron por el aire en Alemania antes de la invasión de Normandía.
La desmesurada cantidad de imágenes y texto impreso ha caído sobre innumerables territorios bajo el objetivo de influir en el comportamiento de enemigos, aliados o territorios neutrales, para sacudir la afectación de percepciones y creencias de receptores individuales, como de un ejército o una población civil. Es lo que se ha ido llamando guerra psicológica, y la diseminación de panfletos ha sido una de las herramientas usadas por ejércitos capacitados para poner en circulación contenidos hacia zonas en conflicto alrededor del mundo. Y siguen cayendo con frecuencia, manteniendo un protagonismo todavía importante en la máquina de guerra.

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Es un proceso que se repite a lo largo de la historia y que profusamente podemos encontrar bien definido por Jorge Luis Marzo en el catálogo de la exposición Ríndete. Octavillas y guerra psicológica en el siglo XX realizada en CCCB en 1998. Este catálogo, nos proporciona una amplia perspectiva relevante al contexto histórico de las guerras psicológicas y los métodos de diseminación de material impreso. Según Marzo: “Si en la Primera Guerra Mundial o en la Guerra Civil española se habla de octavillas en términos de cientos de millones, en la Segunda Guerra Mundial se calcula que, en conjunto, los principales países beligerantes europeos y asiáticos arrojaron alrededor de 20.000 millones de octavillas”. Y prosigue: “Se tiene constancia de que en todas las guerras acaecidas desde los años cincuenta el uso de octavillas ha sido generalizado: en las guerras de Indochina, Palestina, Afganistán, del Golfo, la mayor parte de las guerras de guerrillas de Latinoamérica, las guerras poscoloniales en África, la guerra fría, etcétera”. Seguramente tales cantidades podrían cubrir con un manto de papel algunos continentes de nuestro mundo.
Muchos han sido los métodos para el lanzamiento de propaganda aérea, desde unidades de papel enviadas mediante flechas hacia el enemigo, millares arrojadas desde lo alto de iglesias, edificios públicos o rascacielos, millones desde cañones, morteros, lanzacohetes, globos aeroestáticos o aviones de combate. ¡Incluso cometas! Hay algunas registradas por el extenso archivo psywar.org que cita las que emplearon las tropas británicas durante las guerras napoleónicas, entre otras. Si bien, los orígenes de los panfletos arrojados como bombas se remontan a la capacidad del ser humano para encontrar en el aire una herramienta de distribución de materiales impresos, existe una amplia actividad promovida por las llamadas “operaciones psicológicas”. Durante la I Guerra Mundial se inicia el proceso de industrialización del ejército y de la guerra a gran escala, en la que se incluyen algunas actividades vinculadas a la persuasión de masas, pero es a lo largo de la II Guerra Mundial cuando se consagra lo que entendemos hoy como PSYOP (Psychological Operations). Sobre esto, se suele citar al capitán de la Marina de los Estados Unidos Ellis M. Zacharias, quien definió en 1945 un plan de operaciones diseñado para presionar la rendición de Japón, “reemplazada por una guerra puramente psicológica, en la que no se utilizan armas ni se buscan campos de batalla”.
No hay guerra psicológica que no tenga tras de sí un amplio trabajo de planificación y producción, en el sentido del despliegue de su gran infraestructura. Entre los cometidos de la industria publicitaria militar encontramos sinfines de métodos de diseminación de material escrito y visual. Por una parte, la imagen que cae impresa en papel, ha tenido que manufacturarse pensando en que su destino de consumo es tan implacable y de largo alcance como el lanzamiento de un misil. Los bombarderos precisamente proporcionan grandes posibilidades de distribución a gran escala. Además, la perspectiva de recepción desde el aire hacia el suelo, de arriba hacia abajo, no es inocente. Según Hito Steyerl: “La vista elevada es una metonimia perfecta de la verticalización más general de las relaciones de clase en el contexto de la guerra intensificada desde arriba”.
La perversidad de ese arriba hacia abajo, tiene que ver con el mecanismo de operatividad de las tácticas para mantener una superioridad psicológica sobre el enemigo. No se trata de situar carteles en la pared o de repartir flyers a ras. Muchas de estas octavillas tienen un formato perfectamente diseñado bajo un fin básico. Son pequeñas, su poco peso es favorable y miden poco, alrededor de 9,5 x 14,5 cm en adelante. Una vez arrojados se visualizan desde el suelo. Si no pueden tocarse y no pueden esconderse, deben ofrecer la posibilidad de mirarse de pie sin ser recogidos.
Las agencias de publicidad militar o Centros de Desarrollo de propaganda (PDC) norteamericanas realizan funciones como la producción gráfica de folletos vinculados a campañas determinadas, bajo severos análisis del target de usuario o el estudio de las cantidades de mensajes a difundir en un área determinada. Para conseguir este cometido, hay una gran abundancia de literatura militar que parametriza las tácticas de este tipo de operaciones. Manuales de la OTAN que explican cómo se ejecutan las Comunicaciones Estratégicas, o extensos documentos de las PSYOP norteamericanas que relatan tácticas de diseño de los panfletos y sus funciones, en las que se dan estrategias planificadas sobre cómo deben difundirse los mensajes e informaciones y sus formatos visuales.
Uno de estos documentos es el manual de campo de operaciones psicológicas (Psychological Operations Field Manual No. 33-1) que se publicó en agosto de 1979 por el Cuartel General del Departamento del Ejército de Estados Unidos en Washington D.C., que propone algunas claves para diseñar estos materiales visuales: “Una octavilla, por el hecho de ser pequeña, hace necesario que el texto sobre ella sea breve, conciso y atractivo. Dado que el personal enemigo y los civiles en áreas bajo control enemigo tienen prohibida su recogida o su lectura, la octavilla tiene que ofrecer la posibilidad de ser leída sin tocarla. En caso de que el lector desee esconderla para leerla más tarde en la intimidad, las octavillas pequeñas pueden facilitar esa circunstancia. La tipografía debe ser lo suficientemente grande para su perfecta lectura y familiaridad con la audiencia. Si bien la cabecera y el subtítulo pueden variar de tamaño, el cuerpo de tipografía básico debe ser de ocho puntos o mayor”. Y también: “Los dibujos y los cómics ayudan a presentar un formato más atractivo, y tienden a dejar impresiones duraderas. Además, les facilitan la comprensión del mensaje a los individuos iletrados”.
Para la preparación de panfletos se ha requerido también un uso táctico de las instalaciones de impresión. Durante la Segunda Guerra Mundial, hubo una gran producción de panfletos mediante composición tipográfica y offset con equipos Davidson, ampliamente utilizados por los estadounidenses en todos los escenarios de guerra. Desde los 70 hasta la primera década del siglo XXI han existido imprentas offset propiedad del ejército que han desarrollado verdaderas producciones masivas, a 1.188.000 copias por hora. O las recientes Deployable Print Production Centers (Centros Portátiles de Producción de Impresión), empleadas por batallones militares PSYOP, capaces de desplegar verdaderos centros improvisados y portátiles de producción a gran escala, en regiones aisladas sobre vehículos militares equipados con duplicadoras RISO, a 93.000 copias al día por equipo.
¿Y qué importancia tienen estos artefactos para el diseño? Las PSYOP son un gran aparato de comunicación diseñado para distribuir contenido masivamente, y por tanto, esta tipología de operaciones aplica la psicología para la conducción de la guerra. El arte de vender narrativas es una premisa básica, ya sean relatos informativos, falsos o tergiversados. Y el diseño está al servicio de sus implementaciones. Del cielo se han arrojado cómics, textos puramente tipográficos o acompañados de un sinfín de lenguajes visuales articulados desde la caricaturización, lo bizarro y lo terrorífico por su significado.
Llaman la atención las relaciones que se establecen entre el pensamiento visual y estos artefactos diseñados con una mezcla de códigos gráficos híbridos. Los lenguajes visuales son abundantes y utilizan una gran variedad de métodos persuasivos. No sólo muestran en sus imágenes algunas figuras reconocibles del contexto político en el cual se enmarcan, también tratan de apelar a los sentimientos más crudos, como el resentimiento, la rendición o el viraje moral. Sólo los últimos 100 años de panfletos lanzados desde el aire, han proporcionado una inmensidad de variaciones visuales de camuflaje persuasivo: modelos de cartas reales o ficticias de organismos gubernamentales, fotografías de prisioneros enemigos disfrutando de la libertad fuera de la guerra, salvoconductos acompañados de viñetas hilarantes, descripciones de las condiciones del encarcelamiento militar, imágenes familiares llamando a volver a casa, u obscenas como material de redención.
A nivel sociológico, el desplegamiento de este tipo de artillería impresa refleja el desarrollo de las estrategias de comunicación basadas en las operaciones psíquicas de recepción de la imagen. Algo que Harum Farocki llamaría “imágenes operativas” destinadas a crear campos de batalla: “Imágenes que no están hechas para entretener ni para informar. Imágenes que no buscan simplemente reproducir algo, sino que son más bien parte de una operación”. La imagen cumple una función técnica y es capaz de mover cuerpos a realizar determinadas acciones, ya sea movilizar la rendición de una gran masa de soldados o apelar a una población al desalojo instantáneo de una región. Dicho de otro modo, estos papeles impresos con diversidad de mensajes visuales, parecen pretender informar, pero su objetivo es modificar el comportamiento humano y sus acciones.
Y nada más pertinente es señalar la vigencia de los métodos aéreos de diseminación de panfletos. Como el que se sigue produciendo entre Corea del Norte y del Sur, una práctica que lleva realizándose durante décadas en las fronteras de ambas zonas en direcciones contrarias. El pasado mes de junio (2020) algunos medios se hicieron eco de la intención de Corea de Norte de arrojar 12 millones de folletos impresos en Pyongyang sobre el Sur, asegurando ser la campaña de distribución de panfletos contra Seúl más grande de la historia y como respuesta a los globos de propaganda enviados por desertores y activistas al otro lado de la frontera.
La larga historia del uso de panfletos como guerra de información entre ambas Coreas involucran al uso de globos de helio cilíndricos de unos 12 metros como métodos de distribución –que bien podrían parecerse a misiles hinchables–, e incluyen otros tipos de procedimientos como el uso de drones para llevar panfletos a lo más profundo del Norte. Fundamentalmente los globos que viajan desde Corea del Sur tienen por objetivo el envío de octavillas disidentes, materiales censurados como libros o pendrives con contenido que es considerado subversivo y otros bienes esenciales (tabaco, billetes, fideos…), mayoritariamente instando a la rebelión militar contra el líder norcoreano Kim Jong-un. Y el objetivo inverso de Corea del Norte es el lanzamiento de contracampañas contra estos, a veces acompañadas con sus consecuentes desencadenamientos de disparos y ofensivas armadas entre ambas Coreas. Lee Min-bok, desertor norcoreano, asegura que los folletos mediante drones pasan por las zonas fronterizas fácilmente y son difíciles de detener: “Los folletos no hacen ruido ni producen calor, y pasan por el radar”, “El Norte no puede detenerlos, excepto presionando a las autoridades surcoreanas para que los detengan”.
El simple panfleto lanzado desde el aire sigue siendo un medio de comunicación vigente y de baja tecnología utilizado por muchos ejércitos y disidentes en algunas zonas de nuestro mundo. Según la otra web especializada psywarrior.com: “Un informe de enero de 2019 declaró que el Comando de Operaciones Especiales Psicológicas (PSYOP) había logrado crear un prototipo de folleto parlante”, una especie de tarjeta de felicitación propagandística con microcircuitos incrustados capaz de reproducir un mensaje sonoro de 30 segundos, destinadas a poblaciones civiles con baja alfabetización. Este tipo de tácticas analógicas existen desde que hay artefactos que se elevan sobre nuestras cabezas y seguramente mientras exista papel, poco alcance y zonas en conflicto, seguirán fabricándose, en silencio y de forma planificada. Ahora trata de visualizar un coche con unas llantas que tienen un mecanismo de apertura automático que derrama panfletos por las calles de Hanoi. Si puedes, imagina que además de panfletos lanzados desde el cielo, desde las montañas afganas se han avistado proyecciones sobre las nubes con la imagen de Mao. Y ahora trata de proyectar en la memoria miles de flotadores de USB con contenidos censurados dejándose llevar desde la costa de Corea del Sur hacia Norte. El contenido sigue circulando offline. (Publicado en Visual 204)

Texto: Clara-Iris Ramos

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