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José Luis Serzo. Buen artista, buena persona


Alfred De Cook. detalle 4La obra de José Luis Serzo rezuma complejidad. Bajo la aparente sencillez de su figuración se esconden mensajes herméticos, tradiciones esotéricas, referentes subconscientes, arquetipos jungerianos y, por encima de todo, una honesta búsqueda personal que persigue una mejora ética tanto del autor como individuo como de la sociedad en su conjunto. Publicado en Visual 158


Cuando en el mundo del arte se habla de obras inclasificables y propuestas inusuales se suele hacer referencia a artistas o proyectos de difícil comprensión en lo conceptual e informalistas en lo visual. Un hecho que, tal vez, responda a la dificultad de superar las propuestas y los movimientos artísticos surgidos en el efervescente siglo XX y que parecen haber abocado a los autores, galeristas y coleccionistas del siglo XXI a repetir y aceptar esas fórmulas añejas, destinadas a romper con la tradición artística, acabar con los cánones estéticos clásicos y a escandalizar la moral burguesa occidental.
Sin embargo, es justamente por todo lo contrario por lo que Serzo y su obra son una rara avis en el panorama artístico español actual. Un logro que se asienta en unos sólidos cimientos construidos a base de virtuosismo con los pinceles, un vasto conocimiento de la tradición pictórica occidental, talento para incorporar a su trabajo tendencias artísticas contemporáneas, un rico universo visual de abundantes referencias esotéricas y la búsqueda de un arte total que extiende su ámbito de actuación a campos tan variados como la pintura, la escultura, el vídeo arte y la instalación.
“Para algunos soy un autor excesivo, muy barroco. Pero creo que los que dicen eso de mí es gente que tiene problemas con la figuración. Mi estilo no es tanto un barroco clásico, sino que es un estilo muy lleno de cosas, muy abigarrado. En ocasiones me falta tiempo para poder explicar lo que estoy contando con cada una de las series y con cada una de las piezas porque intento ser muy completo. Tal vez se deba a que soy muy exigente con el trabajo o puede que sea una reacción a lo que, en mi opinión, ha sido la tendencia o el paradigma artístico de los últimos tiempos, en los que concepto y plasticidad eran raquíticos. A mí me surgen tantas cosas que contar, tengo tantos discursos detrás de una pieza y doy tanta importancia a la forma a la hora de contar esas cosas, que hace que en mi obra existan muchas capas de interpretación”.
Lo más sorprendente de toda esa riqueza de referentes y significados presentes en su obra es que procede de un lugar tan árido y poco dado al exceso visual como La Mancha, región de la que Serzo procede y donde pasó su infancia y juventud.
“Puede que al ser de un pueblo de La Mancha, toda esa imaginación haya explotado un poco más. Los lugares muy áridos visualmente, en los que la tierra es llana durante kilómetros y donde los cielos son apabullantes, son escenarios en los que las cosas no aparecen ante ti, por lo tanto, la imaginación comienza a fluir a borbotones.
También tuve la suerte de que mi familia fuera una especie de oasis en el pueblo. Mi padre era un melómano empedernido, un gran lector, escribía de vez en cuando poesía aunque no la enseñaba, y mi madre fue directora de teatro de mi pueblo durante treinta años, además de ser una mujer que sabía potenciar la belleza en todos sus aspectos”.

Es esa influencia materna una de las razones por las cuales en la obra de Serzo subyace un mensaje optimista que busca un efecto sanador y terapéutico en el espectador, a pesar de que, de una visión poco detenida de la misma y centrada únicamente en el aspecto exterior de sus personajes, de sus temas o de su paleta de colores, pudiera deducirse lo contrario.
“Si te soy sincero, mi obra no siempre tuvo esa esencia vivificante y esperanzadora. Tuve una época muy oscura, acorde con la edad, con esa etapa de rebeldía de queja y de crítica que todo el mundo tiene cuando se está descuajando del núcleo y que además es necesaria para cortar con la ideología de tu familia, de tu cultura, con el cura, con el profesor, con tus amigos… Es esa etapa en la que tienes que romper tu cordón umbilical para ver las cosas con perspectiva aunque después acabes volviendo a aquello que abandonaste.
En esa época más oscura, hacia el 2002, me invitaron a acudir a una feria bastante convencional y conservadora. Estaba en mi momento más punk y monté una instalación titulada La imposibilidad fisiológica de mantener un pensamiento sublime, que era bastante oscura y siniestra. La gente salía con cara de horror. Al principio me entraba la risilla de ‘lo he conseguido’, me sentía como un Young British Artist.
Todo cambió cuando una mujer se desmayó al verla. A partir de ese momento y coincidiendo con otras cosas, como que mi madre empezó a enfermar, decidí abandonar esa senda. Cuando ves tan de cerca la enfermedad y lo oscuro, lo que menos quieres es que los demás también lo vean. Ni siquiera yo lo aguantaba. No lo quiero en mi vida, ni para mis seres queridos ni para los demás. Si yo no sé salir de lo que a mí me hace daño y hago daño a los demás a través de un arte de puñetazos en el vientre, no me considero ni responsable ni buen artista. Antes de nada me gustaría ser buena persona en lugar de buen artista”.

Toda obra de arte es, entre otras muchas cosas, un modo de resistir a la muerte. Esta idea, presente en innumerables autores, desde Proust a Cocteau, lo está de forma muy patente en la obra de Serzo quien, además de aparecer como personaje en muchos de sus cuadros, no duda en incorporar a ellos a amigos o familiares. Una especie de recuperación de la figura del mecenas renacentista, no tanto por el hecho de sufragar económicamente las obras, sino por hacerlas posibles desde el punto de vista emocional.
“Blinky Rotred es mi alter ego. Para mí sería como el Quijote que todos llevamos dentro, en el sentido de que es ese loco que se moja, que cree que lo que él cree puede convertirse en realidad. Viaja, bucea, se interna en el bosque, se enfrenta con lo que más miedo le da (y me da) en el mundo, pero al final sale victorioso.
Blinky es un catalizador de lo que sucede en cada momento. Él siente en su piel lo que pasa en la sociedad y lo vive desde un punto de vista personal que, en el fondo, es lo que me pasa a mí, al mundo en el que vivo y a la gente que me rodea… Incorporar personas de mi entorno en mis piezas es una manera de rendirles homenaje. Ellos son mis mitos personales porque, al fin y al cabo, son quienes me ayudan a superar las dificultades y a disfrutar la vida. Pero también aparecen mis antagónicos, como el ‘Hombre Topo’ que era Marchesi, mi compañero de estudio. Una persona más pragmática, más científica… Mucho más que el ‘Hombre Cometa’ que era yo. Al final, los dos se complementaban y conseguían llevar a cabo sus objetivos porque nuestros antagónicos nos sirven para crecer”.

El camino para conseguir ese crecimiento desde el punto de vista personal y de autor (si es que ambas cosas se pueden disociar) no ha sido, en el caso de Serzo, un periplo tranquilo. Como sucede con los héroes clásicos, él ha preferido someterse a mil y una dificultades convencido de que, de ellas, saldría más fuerte y preparado.
“En mi periodo de formación intenté, de algún modo, pasar por toda la historia del arte. Necesitaba integrar la teoría a través de la propia técnica incluso; tanto es así que pinté de infinidad de maneras, tantas como tendencias y movimientos estudiaba, intenté integrar y comprender todas las vanguardias del siglo XX haciéndolas parar por mis manos. En un momento incluso necesité pasar por un periodo creativo sin coger un pincel, quizá para demostrarme a mí mismo que podría hacer arte sin echar mano del virtuosismo de ningún tipo. Por eso hice una serie en la que no aparecía ni dibujo ni pintura. Tenía una base más conceptual, a través de la fotografía, la instalación, el vídeo… pero hecho con mucha sinceridad.
Fue una reconciliación con mis raíces a través de una mirada contemporánea. Una vez terminé esa serie, volví al monte y regresé a la pintura. Antes, supongo, pintaba con esa culpabilidad de muchos pintores contemporáneos, como resultado de todo lo que ha sufrido la pintura hasta nuestros días, y es que parece que no se puede pintar sin ese peso de la consciencia y de todas esas teorías que la consideran un lenguaje muerto. Sucede lo mismo con la belleza diría yo. Parece como si no se pudiera pintar (crear) con una idea ‘pura’ de belleza. En la mayoría de los casos parece que cuando los pintores (los creadores en general) actuales se acercan a ‘lo bello’, detrás se esconde algo perverso”.

La obra de Serzo es una obra sobre la vida. Sobre la suya y sobre la de los demás. Un camino entendido como vía de aprendizaje en el que conviven desde Hermes Trisme-gisto, a los pitagóricos, los magos, los alquimistas, los románticos ingleses, a Hans Gustav Jung o Alejandro Jodorowsky, en su faceta como representante de la tradición trascendental, ritual y chamánica, y no tanto como personaje mediático y showman.
“Creo que la revolución pendiente es la revolución del individuo, aquella en la que la persona comienza a seguir el camino que realmente quiere. El responsabilizarse de su propia vida, el sincerarse y hacer en cada momento lo que realmente se quiere. Si no somos capaces de hacer eso, nosotros enfermamos, la sociedad enferma y nuestras obras mostrarán esas carencias. Creo que el paradigma actual está cambiando y pasa de ‘voy a trabajar en algo que no me gusta para conseguir dinero para gastar en algo que me gusta’ a ‘vamos a trabajar en algo que me gusta’. Estoy plenamente convencido de que si la muerte te pilla, debe encontrarte haciendo lo que te gusta. Soy muy reacio a actuar por el miedo o ‘por si’. Eso de ten un título ‘por si’, trabaja en esto ‘por si’… ¿Para qué?, ¿para vivir una vida que no te gusta? Llevo años viviendo de esto. El precio que pago por ello es la inestabilidad, cosa que no niego que me llena de ansiedad, pero lo prefiero a vivir de algo que me proporcione seguridad y no me guste”.

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