Ken Garland (1929, Southampton, Inglaterra), ese venerable y joven anciano que imparte clases y conferencias en las que habla del rol social del diseñador, no es solo el autor del debatido First Things First Manifesto (1964) y una de las voces internacionales más autorizadas en el ámbito de la reflexión sobre el trabajo del diseñador gráfico. También es un profesional con una larguísima e interesante trayectoria. Formado en The Central School of Arts and Crafts de Londres (más tarde fusionada con St Martins School), tuvo como compañeros de promoción a grandes nombres de la gráfica británica como Alan Fletcher, Colin Forbes o Derek Birdsall, entre otros. Sin embargo, la obra de Garland, rica, ecléctica y ejemplar en muchos sentidos, no es tan conocida y celebrada como la de sus contemporáneos. Garland, el brillante profesor, ensayista y divulgador, es también un diseñador gráfico extraordinario. Publicado en Visual 171
Hoy en día es difícil encontrar a un diseñador gráfico que no se haya hecho una foto sosteniendo un cartel, pero, créeme, es extraordinariamente difícil encontrar a uno retratado detrás de una pancarta.
Cielos, ¿no irás a explicarme otra vez lo de tus carreras delante de “los grises” y tu fin de semana en La Modelo?
No te preocupes, todo aquello está olvidado: demasiados compañeros de entonces siguen corriendo, pero esta vez no delante de la policía, sino ataviados con sus espantosos chándales de marca, dando vueltas en círculos por esas exclusivas urbanizaciones en las que suelen habitar los banqueros, los coachers y otros embaucadores y gente de mala entraña… No, no te voy a hablar de política, sino de ética. ¿Habláis de eso en vuestras asépticas escuelas de diseño?
No entra en ninguna unidad formativa, pero a veces ha salido el tema…
Así departían G y su amigo el gacetillero mientras yo intentaba conciliar el sueño encaramado en la cabezota de yeso de nuestro amado Charles Baudelaire. Daba un poco de risa verlos ahí, frente a frente, hundidos en sus respectivas sillas de diseño tubular, con los ojos a la altura de las rodillas y haciendo tintinear nerviosamente sus vasos bien colmados de ese whisky irlandés tan peleón que compra G. Se diría que el espejo les devolvía su propia imagen con veinte años de retraso o adelanto, según se mire.
¿Sabes? Ahora que he dado por concluida mi vida de diseñador gráfico, miro hacia atrás y, aunque no me avergüenzo de casi nada de lo que he hecho, pienso que mi trabajo podría haber tenido algo más de sentido social.
G tenía ganas de hablar, a pesar de que se le comenzaba a enredar la lengua. Ya podía dar por perdida la ocasión de disfrutar de mi siesta, así que no pude dejar de intervenir:
Siempre que has trabajado para una ONG has salido escarmentado, viejo camarada. Ha sido más fácil apaciguar tu mala conciencia firmando manifiestos en contra de alguna decisión del gobierno de turno.
Eres un cuervo medio lelo que ha vivido más allá de lo razonable, pero debo darte la razón. Siempre que he trabajado gratis, han acabado por ningunear mi esfuerzo, pero me temo que no he firmado demasiados manifiestos: la firma de un diseñador gráfico no añade demasiado lustre a ninguna causa. Aquí mi amigo el escribidor me desmentirá si voy errado, pero yo sólo escucho la voz del gremio cuando se trata de defender lo suyo…
Bueno, es que al “gremio”, como tú lo llamas, todavía le queda mucho trabajo y mucha pedagogía por hacer, pero sería injusto no reconocer que hay cada vez más voces comprometidas con la función social del diseñador. Supongo que recordarás la polvareda que levantó a finales del siglo pasado, creo que en el año 1999, la publicación del manifiesto First Things First donde se criticaba la excesiva atención que los diseñadores habíamos prestado a la publicidad, el marketing y la implementación de las marcas, en detrimento de una mayor dedicación a causas más nobles. Más de treinta diseñadores lo firmaban.
Se llamaba First Thing First Manifesto 2000 exactamente y era una especie de segunda parte u homenaje al que había publicado Ken Garland en 1964, este sí, bajo el título más breve que tú comentas.
¿Ken Garland? Ahora mismo no lo ubico.
Hace tiempo que ha dejado de escandalizarme tu ignorancia, pero esta vez hasta la puedo disculpar. El poco entusiasmo de Ken Garland por trabajar para el gran capital le ha asegurado un lugar discreto en las revistas o los libros de diseño. Como anécdota te diré que rechazó hacerse cargo de la imagen de IBM en el Reino Unido, como había sugerido el gran Paul Rand a los capitostes de la multinacional. Hoy, con más de ochenta años a las espaldas, es una figura cada vez más respetada por ser, de alguna manera, el que abrió el debate de la responsabilidad social del diseñador. Si quieres tener información de primera mano, te recomiendo que veas en YouTube una entrevista que le hicieron tus colegas de Monográfica. En ella, Ken Garland hace un resumen de su experiencia profesional y explica cómo nació la idea de su manifiesto.
¿Y cómo nació? (Interrumpí yo, poco dispuesto a dejarme la poca vista que me queda frente a una pantalla).
Verás, Allan, en realidad fue un poco por azar. Encontrábase nuestro hombre como espectador de una de esas soporíferas conferencias de diseño, cuando, del todo desinteresado por el tema que ocupaba al orador, empezó a garabatear una serie de pensamientos en un papel: cosas que realmente le preocupaban relacionadas con su oficio. Cuando el conferenciante finalizó su discurso, el moderador abrió la ronda de comentarios y preguntas, Ken Garland levantó la mano y fue invitado a salir al estrado a decir lo que tuviera que decir.
Mientras el gacetillero, el muy haragán, iba poniendo esa cara de “ya tengo tema para mi próximo artículo” que todos le conocemos, G abandonaba por momentos el tono relajado de la conversación para adoptar esas maneras y lenguaje que le son tan propias cuando sabe que tiene un público cautivo.
Imagínense, caballeros, a nuestro joven diseñador, provisto solamente por unas cuantas ideas escritas a vuelapluma sobre un papel, avanzando por el pasillo central de la sala, ante un público expectante. El moderador, que lo conocía, le dijo “No sé lo que te propones, Ken, pero adelante”. Y nuestro hombre empuñó sus apuntes, se aclaró la garganta y empezó a leer algo que bien podría haber sonado así (cito de memoria): “He crecido en un mundo en el que se nos ha hecho creer que los medios publicitarios son el lugar más rentable, eficaz y adecuado de emplear nuestro talento. Hemos sido bombardeados con publicaciones que no han hecho más que reforzar esa idea, aplaudiendo el trabajo de aquellos que han puesto sus conocimientos y su imaginación al servicio de la venta de lavadoras, dietas de adelgazamiento, cigarrillos, lociones para el afeitado, agua con gas, comida para gatos…”.
Esa era la génesis del manifiesto ¿No?
Efectivamente, mi perspicaz amigo. Ken Garland, ante el silencio respetuoso –cómplice, quizá– del público, fue declamando su texto cada vez con mayor seguridad, acompañándose de gestos teatrales. Cuando finalizó la lectura, casi a voz en grito, el público prorrumpió en aplausos. El First Thing First Manifesto había nacido. Se publicó en el periódico The Guardian y Garland fue invitado a participar en un debate televisado de la BBC.
Pues no parece que sus tesis hayan tenido mucho predicamento en todos estos años (comenté yo, no muy seguro de mi afirmación, pero con ganas de chinchar a G).
En las décadas posteriores yo diría que el diseño evolucionó en sentido contrario, debo admitirlo. Siempre ha habido diseñadores que nos hemos encontrado más a gusto diseñando la gráfica de una exposición que un envase de yogurt, pero han sido opciones personales que no reflejan la imagen de conjunto. Es más, nunca ha sido incompatible ni infrecuente que los diseñadores nos dedicáramos por igual a ambos tipos de trabajos. Como el propio Garland ha dicho en repetidas ocasiones, es prácticamente imposible ganarse la vida sólo con proyectos de índole social o cultural. Pero déjenme, caballeros, señalar un detalle que creo significativo: si en el año 2000 una serie de diseñadores firmaron un nuevo manifiesto siguiendo los pasos de Ken Garland no fue porque hubiera madurado un sentimiento de mayor concienciación cívica entre los integrantes de nuestra profesión, sino porque esta conciencia había crecido y ocupado un espacio de debate en el conjunto de la sociedad. Los diseñadores nunca haremos esta guerra por nuestra cuenta.
¿Puedes enseñarme algo de este Ken Garland? Estaba pensando que quizá sería interesante escribir algo sobre él en la revista. La verdad es que ando escaso de temas.
¡Claro! Hazme el favor –no estoy muy seguro de poder ponerme de pie–, en esa estantería de ahí enfrente, ya sabes, donde tengo las monografías sobre diseñadores, encontrarás un libro titulado Ken Garland. Structure and Substance, editado por Unit Editions.
¿Por aquí? (Dijo el gacetillero tras un estremecedor crujido de rodillas que acompañó a su recuperación de la verticalidad).
¡Ahí, ahí! Entre Diego Lara y Hermann Zapf.
Sí, ya lo tengo… Deberías ordenar los libros por orden alfabético y no por el color de los lomos.
Trae, mira, te enseñaré algunos trabajos que me parecen de lo más interesante, por ejemplo, todo lo que hizo para Galt Toys, un fabricante de juguetes: desde la identidad de la tienda a la creación de algunos juguetes didácticos.
¿Trabajaba solo?
No, su estudio, Ken Garland and Associates, siempre estuvo formado por no más de tres socios y algún ocasional estudiante en prácticas. Era un modesto estudio que montó en su propia casa y en el que siempre se evitó escrupulosamente la jerarquización del trabajo. Para Garland siempre fue una prioridad mantener una estructura reducida y modesta.
Hace pocos años entrevisté a uno de los más destacados diseñadores de la nueva generación que se jactaba de tener un grupo ingente de personas trabajando para él: prácticamente se burlaba de los diseñadores que preten-dían sobrevivir con una estructura de dos o tres personas.
Ya… ¡Cómo nos gusta pontificar en este país! (a mí el primero). Supongo que a ese diseñador le parece estupendo que los bancos tengan una gráfica digna, mientras la cafetería donde desayuna se siga apañando con lo que le proponga una imprenta digital. La nuestra es una profesión formada por demasiada gente que nunca ha tenido que ganarse la vida haciendo encuestas telefónicas o sirviendo carajillos. ¿Cuántos diseñadores de primera fila conoces que hayan salido de La Mina o de Carabanchel? Pero ese es otro tema. Mira esto, todas estas portadas para la revista Design, trabajos de juventud de nuestro amigo Garland.
Veo que hay algunas cubiertas de libro que llevan su nombre.
Sí, Ken Garland ha dejado su filosofía del diseño por escrito en varios libros y artículos, en los que siempre subyace una advertencia a los jóvenes diseñadores: mucho cuidado con ceder al ensimismamiento profesional. En una ocasión leí una entrevista suya en la que señalaba que posiblemente una de las mejores imágenes corporativas jamás creadas fue la del régimen nazi. Hay que hacer el mejor de los diseños ¿Pero al servicio de quién? No sé, quizá la vejez me esté radicalizando o, sencillamente, nublando la razón, pero afirmo que hay trabajos de diseño maravillosos al servicio de causas dudosas o directamente repugnantes. ¿Seremos capaces algún día los diseñadores de premiar realmente a los profesionales que contribuyen a mejorar el mundo y no a hacerlo más bonito?
Ahora mismo, no te sabría decir… ¿Me puedo llevar el libro? . Texto Carlos Díaz