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La Familia Plómez. Chalados por la tipografía


P1120317Desde uno de los barrios más populares de Madrid, los Plómez se dedican a mantener vivas
las artes gráficas gracias a su pequeña imprenta de tipos móviles, en torno a la cual organizan talleres, realizan impresiones exclusivas por encargo o simplemente experimentan.
Hacía mucho tiempo que no teníamos noticias de los Plómez, ese matrimonio inoportuno de los tebeos Bruguera, que siempre aparecía en casa de Don Pantunflo sin ser invitado y que no había modo de que se marchase. Publicado en Visual 160


Una rama muy, muy lejana de la familia ha vuelto a hacer aparición en nuestras vidas de la mano de una pequeña imprenta ubicada en el madrileño barrio de La Latina. Desde un coqueto local puerta calle, esta nueva generación de Plómez han decidido revitalizar el oficio de impresor en un momento en que lo digital y lo virtual está acabando con lo analógico y lo mecánico. Ya ven, cosas de familia.
“Los Plómez somos un grupo de gente chalada por la tipografía, enamorada de la tipografía y locos por las letras”, explica Roberto Gamonal Plómez, portavoz de la familia, quien se remonta hasta un curso de diseño y tipografía en el Istituto Europeo di Design para determinar el punto de partida de esta aventura. “Entre profesores y alumnos fuimos armando esta idea o esta locura, porque no deja de ser una locura un tanto romántica pues nuestro objetivo no es ganar dinero, sino simplemente sostenernos”.
Poco a poco, e inspirados en experiencias semejantes surgidas en países como Alemania o Inglaterra, los asistentes a ese curso de tipografía comenzaron a darle forma a esa idea que, una vez realizada, les permitiría ser propietarios de su propia imprenta.
“Como nuestra opción no es comercial sino que está más enfocada a algo cultural, decidimos constituirnos jurídicamente como asociación cultural. Sin embargo, nuestro fin no es limitarnos a recopilar y mantener maquinaria o montar un museo de la tipografía, sino usarlo. Preservar estas técnicas de composición e impresión artesanal pero aplicarlas de una manera contemporánea. Como sucede en otros países, estamos dando una vuelta de tuerca a esas técnicas, regresando al letter press pero aplicándolo a piezas de diseño actuales”.
Con estos datos es fácil advertir que los Plómez no son una imprenta al uso. Su principal diferencia con las empresas de impresión es que su actividad no está orientada, salvo en casos muy puntuales, a la producción de material impreso con fines comerciales, sino a la experimentación o a la docencia.
“Como dice un miembro de la familia, esto es como un gimnasio. Aquí tienes las máquinas; si las utilizas te pones cachas, si no, no. Queremos hacer uso de ellas para desarrollar nuestros proyectos personales y también organizamos talleres. En ellos, hay dos partes muy claras: primero les comentamos la técnica y los conocimientos necesarios, los cuales ponen a prueba haciendo unas prácticas guiadas con unos textos puestos por nuestra parte y, a continuación, en cuanto conocen los rudimentos básicos, empiezan a elucubrar y pensar cosas como diseñadores.
El uso y el manejo de la composición manual de los tipos de plomo resulta muy interesante porque el elemento físico que tiene el carácter de plomo obliga a que los alumnos se fijen más en el diseño tipográfico. La composición ha de hacerse letra a letra, espacio a espacio, pieza a pieza y esa introspección, esa mirada hacia la tipografía es fundamental para ellos, porque así desarrollan lo que nosotros llamamos ‘sensibilidad tipográfica’. Al comprobar que la propia tipografía no les permite tantas facilidades como el ordenador, comienzan a valorarla un poco más. Aunque en un primer momento te atrae lo inmediato o efectivo de la imagen impresa, al final, la tipografía se saborea más cuanto más oficio se tiene”.
Como sucede con los personajes de los tebeos, que compaginan otras profesiones con la tarea de salvar el mundo de las garras de malvados personajes, los miembros de la Familia Plómez tienen otra vida al margen de sus actividades tipográficas destinadas a preservar el oficio.
“Todos los miembros de la Familia Plómez somos diseñadores, profesores y no podemos dedicarle todo el tiempo a esto. Solemos decir que por la mañana somos digitales y por las tardes analógicos. Venimos aquí, echamos el rato y, los fines de semana, organizamos talleres de composición.
Actualmente llevamos dos ediciones del taller de plomo, uno del de taller de madera y ahora estamos organizando talleres en los que no sea imprescindible utilizar el material del que disponemos sino que traten sobre cualquier cosa que tenga que ver con la letra, como el curso de tipografía con pincel de Iván Castro o los que están previstos sobre Open type, porque no queremos quedarnos lastrados en una sola cosa ni que todo sea analógico”.
No es imprescindible que en los talleres se utilice el material de la familia, explicaba Roberto pero, a todo esto, ¿de dónde procede todo ese material? ¿Ha ido pasando de generación en generación hasta llegar a las manos de los Plómez de hoy? ¿Ha sido donado por una rica industrial bávara? ¿O han sido tal vez los Millonetis, habituales también de los tebeos de la editorial catalana? Mejor que lo explique él mismo.
“Los materiales proceden de cualquier punto de España y del Planeta. Tenemos una Minerva de Alcorcón; hemos comprado material en Cuenca, donde sacamos un chibalete con una Súper Veloz en plomo. De Alemania trajimos una máquina plana de 50×70, la más grande que tenemos y que generalmente utilizamos para hacer cartelería. De Francia han venido tipos de madera y el próximo material que tenemos que traer y colocar en el taller procede de una antigua imprenta que estaba por el barrio de Las Letras, en la calle Verónica, regentada por unas venerables ancianitas que se jubilaron. El problema fue que, a la hora de negociar la venta del material, no nos vendían solo una parte; era un todo o nada, así que tuvimos que tomar una decisión”.
Las imprentas, los talleres mecánicos, las serrerías, suelen ser, cada una según la materia con la que trabajan, es decir, tinta, grasa o madera, lugares razonablemente sucios. Sin embargo, y según relata Roberto, la imprenta de la calle Verónica llamaba la atención por su orden y limpieza, lo que decía mucho del buen trato que máquinas y demás útiles habían recibido por parte de las ancianas. Decididos a no dejar pasar un material tan interesante, y tras comprobar que sus economías no alcanzaban para sufragar toda la compra, los Plómez decidieron solicitar fondos a través de una página de crowdfounding.
“La operación precisaba de 12.000 euros pero solicitamos 4.000. Nuestra sorpresa fue comprobar que al segundo día ya habíamos cubierto esa cantidad y, una vez concluidos los cuarenta días que dura el proceso, obtuvimos 12.500 euros, un poco más de lo que costaba todo el material”.
Las peticiones de crowdfounding llevan aparejadas recompensas a los inversores. En el momento de realizar esta entrevista, la Familia Plómez casi al completo se encontraba inmersa en la producción de camisetas, uno de los regalos ofertados, las cuales suponemos que, a día de hoy, ya han llegado a manos de sus destinatarios.
“Lo de las camisetas nos ha dejado claro por qué no realizamos trabajos profesionales de forma continuada. Es cierto que los encargos nos ayudan a ser mejores pero no es nuestra misión porque no nos podemos comprometer a cumplir con unos plazos, ya que no hay nadie en el taller que esté las ocho horas y pueda dar un servicio profesional y porque esta tecnología no permite hacer las cosas de hoy para mañana. Nuestra intención no es hacer trabajo por encargo sino que cada uno de los integrantes de la Familia Plómez realice su propia producción, que será puesta a la venta en en una tienda online. De forma individual y en conjunto vamos a crear piezas, sobre todo carteles, tarjetas, tarjetones, etc., composiciones hechas en plomo o madera, pequeños libros, que venderemos, pero no con un objetivo profesional sino como deleite de cada uno”.
La Familia Plómez la componen doce personas, ocho chicos y cuatro chicas, un número que puede parecer excesivo para un proyecto como este pero que no lo es tanto cuando la dedicación no es completa y hay que encargarse de tantas cosas, muchas de las cuales son nuevas para los que deben desarrollarlas.
“Ninguno de nosotros procede de las artes gráficas antiguas. Todos procedemos del ordenador y nos hemos ido acercando a estas técnicas a través de libros o, como ahora, a través del ensayo y el error. Nos organizamos a través de unas pequeñas comisiones, compuestas por tres o cuatro personas, cada una de las cuales se encarga de una tarea. Hay una comisión didáctica, que es la que se encarga de pensar los talleres, de contactar con profesores, concretar los programas, hablar con gente que pueda estar interesada y gestionar la parte más educativa. También tenemos una comisión de taller, que es la que se encarga del tema de la producción y de los encargos profesionales. También tenemos una comisión que se ocupa de la gestión administrativa como facturas o atender el correo electrónico. Evidentemente, nadie cobra por esto, de hecho hemos tenido que hacer una pequeña inversión para ponerlo en marcha y lo bueno es que, a día de hoy, parece que se mantiene solo”.
Aunque es cierto que hay iniciativas con ciertas semejanzas a la de los Plómez en España, tal vez haya sido la forma de gestionar las redes sociales, internet o su mayor exposición mediática lo que ha hecho que, en muy poco tiempo, la Familia Plómez haya obtenido una gran repercusión, lo que ha permitido esa estabilidad de la que hablaba Roberto haya llegado antes de lo esperado, asentando así las bases para poder desarrollar, a corto o medio plazo, otras actividades relacionadas con la tipografía y dando lugar a agradables sorpresas como las del Instituto Geográfico.
“El Instituto Geográfico se enteró de nuestra iniciativa y vinieron a ver quiénes eran esos chalados. Ellos tienen una máquina plana cilíndrica y algún chibalete que están muertos de risa aparcados en un sótano. La gente que vino a visitarnos vio un poco más allá. Entre ellos estaban operarios que habían trabajado en artes gráficas y que pensaban que era una pena que ese material estuviera infrautilizada. Como es una institución pública, hemos llegado a un acuerdo mediante un contrato de cesión para que lo usemos. La propiedad continúa siendo del Instituto, pero nosotros vamos a darle una segunda vida.
También estamos estudiando la posibilidad de hacer que la Familia viaje por diferentes lugares. Montar una Furgoneta Plómez que nos permita hacer un taller itinerante. La máquina plana no te la puedes llevar, pero una saca-pruebas y unas cajas tipográficas sí se pueden transportar con relativa facilidad.
Otra de las cosas que contemplamos hacer en un futuro es alquilar el espacio y que la gente haga uso de él y del material pero, para ello, la persona que venga a trabajar debe conocer los conceptos básicos de la composición manual y manejar las máquinas. La tipografía es una actividad que se desarrolla en un taller y precisa de que todo esté ordenado y colocado en su sitio. Cuando acaba el trabajo de diseño todavía quedan muchas cosas por hacer porque hay que desmontarlo, limpiarlo y el mantenimiento es muy importante. No hay recambios. Si se rompe algo no se puede reponer y si se rompiera no sabríamos a quién recurrir”.
Antes de finalizar la entrevista, Roberto insiste en mostrar las instalaciones y los materiales de la familia. Muebles llenos de tipos de plomo, tipos de madera para hacer trabajos en cuerpo catástrofe y abundante gráfica popular en la que se pueden encontrar desde rótulos de tiendas, a logotipos de ministerios franquistas, yugos y flechas, cabeceras de periódicos, grabados de fútbol o elementos ornamentales. Para concluir, Roberto nos confiesa que el deseo de la Familia Plómez es “que las puertas del local estén abiertas”. Ya a día de hoy la gente cuando pasa entra para preguntar qué están haciendo. El problema será cuando, admirados por lo que vean allí, no se quieran marchar. Entonces los Plómez sabrán lo que es tomar de su propia medicina.

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One comment on “La Familia Plómez. Chalados por la tipografía

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