MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

La gráfica de la discordia


Aste Nagusia 2013Parece que el diseño gráfico solo encuentra eco en los medios cuando viene precedido del escándalo. A menudo éste arranca con el descubrimiento de un plagio en un concurso o en un encargo importante. En otras ocasiones, la polémica surge por la evidente falta de calidad de un trabajo, fruto de la mala gestión del diseño y del menosprecio al que a menudo se le somete por parte de ciertos gestores públicos. O bien consecuencia del intrusismo profesional. Sin olvidar a ese sector siempre alerta en defensa de las esencias de la ética y la moral: olor a incienso, sí, pero también a cierta progresía sin sentido del humor, siempre al acecho de lo políticamente incorrecto. El público, al final, siempre sabe distinguir el grano de la paja. No así algunos políticos, comentaristas o burócratas que, confundiendo el tocino con la velocidad, se felicitan cada vez que la polémica acompaña al diseño. Publicado en Visual 168


¿Recuerdas aquello de “que hablen de uno, aunque sea bien”?. Una vuelta de tuerca al dicho popular gracias a la pluma –nunca mejor dicho (ya me disculparás el chiste fácil)– del gran Oscar Wilde. Lejos de su ingenio –que no de su cinismo–, hace algún tiempo tuvimos que oír al alcalde de Madrid vanagloriarse de la polémica surgida tras la presentación del logotipo de la candidatura olímpica de su ciudad. ¿Recuerdas? Aquél que parecía una colección de chanclas de colores enterradas en la arena, ja, ja… Así que, según este señor, es fantástico que una candidatura que se pretende seria tenga un logotipo de calidad más que cuestionable: es bueno que hablen de uno, aunque sea mal. Un argumento estremecedor en boca de un administrador de lo público… Bueno, un logotipo coherente, en todo caso, con la bochornosa presentación de la candidatura.
Así se expresa G, al que la jubilación le ha sentado especialmente bien, mientras compartimos mesa en El sindicat del vi, un bonito bar de tapas de Vilanova i la Geltrú, esa localidad costera cercana a Barcelona que ocupa ya un lugar en el mapa del diseño nacional gracias a los entusiastas organizadores del Blanc Festival.
Pero hoy no estaba en nuestros planes el diseño, ni siquiera como tema de conversación. Como digo, G está muy cambiado desde que ha abandonado su vida profesional: sale de casa sin problema e, incluso, no ha rehusado un paseo junto a la playa en este soleado domingo de febrero: le ha servido –a él, que ama los días grises– para encasquetarse un fúnebre sombrero de ala ancha que le protege del sol, pero no de la insolente curiosidad ajena (a la que contribuye la ruinosa presencia de un cuervo semi-desplumado sobre su hombro).
“Para gustos, los colores” o bien “sobre gustos no hay nada escrito”, son dos frases que suelen aparecer en estos casos, replico distraídamente, más concentrado en los enérgicos y casi coreográficos movimientos de la camarera, que pasa, bandeja en alto, esquivando a dos pequeñas bestias asilvestradas (dos adorables criaturas, dirán sus padres), que en las aseveraciones de mi colega.
¡Los que dicen eso no pueden ser más ignorantes! casi grita G, provocando alguna que otra mirada de curiosidad desde las mesas cercanas. Sobre gustos han escrito Platón, Aristóteles, Russell, Kant, Hegel, Diderot, Arnheim, Schopenhauer y un larguísimo etcétera de eminentes pensadores: hace siglos que la estética, esa rama de la filosofía, se ocupa de reflexionar sobre la belleza o, lo que es lo mismo, aquello que es o no pertinente en las creaciones humanas. No todo vale. Admito que el concepto de belleza no es inmutable o unívoco y que cuando hablamos de bonito o feo o, pongámonos pragmáticos, de eficaz o ineficaz, hemos de hacerlo en función de un determinado contexto, pero nunca aceptaré la relativización de la belleza en boca de cualquier consumidor del último disco de Operación Triunfo.
“Biberem humanum est, ergo bibamus” apostilla Allan, haciendo gala de a) su loable dominio del latín, b) su escaso interés por la conversación y, c) su drama existencial, dada su condición de cuervo común, la naturaleza de la cita (beber es humano, por lo tanto bebamos) y que, debido a la cura de desintoxicación por la que atraviesa, solo le cabe sorber con desesperación la pajita de su refresco de cola.
Vuelvo a la nota de prensa que ha desencadenado la disertación de G. En la contraportada del diario local hay uno de esos apartados en los que salen las fotogra-fías de algunos de los que el diario ha decidido catalogar como los protagonistas de la semana, acompañados de un semáforo o una flecha con el que se les censura, se les da un toque de atención o una palmadita en la espalda, según sean los méritos a los que se hayan hecho acreedores. En este caso, la foto del autor del cartel del carnaval de este año está acompañada de una flecha verde hacia arriba. El texto viene más o menos a decir que el diseñador ha hecho un excelente trabajo, ya que la mitad de la población se ha escandalizado por el cartel y a la otra mitad le parece, cuando menos, de lo más ocurrente. Es decir, ha creado polémica, que es, según el comentarista, de lo que se trata.
En nuestro paseo previo, ya habíamos visto y comentado el cartel, que en ningún caso habíamos podido contemplar en su totalidad, ya que, dado su formato horizontal, no cabía entero en los angostos y verticales espacios que la fisonomía urbana ofrece para estos menesteres, lo que había provocado un displicente comentario de G: ¡Ay, originalidad, cuántos pecados se cometen en tu nombre!
En el cartel aparecen los pies desnudos de un hombre, sobre los que ha resbalado una prenda interior manchada de una sospechosa sustancia marrón. Según parece, se trata de salsa xató, una salsa elaborada –me informa el siempre didáctico G– a partir de avellanas y almendras tostadas y que es ingrediente fundamental de la xatonada, el típico plato de la comarca, una especie de ensalada con escarola, bacalao, atún y anchoas que tiene su origen en las celebraciones con las que se recibía el vino nuevo. Vilanova, Sitges o El Vendrell se disputan el origen del invento.
Volviendo al tema, la metáfora escatológica está servida. ¿Esta metáfora es adecuada para expresar la irreverencia y la sensualidad del carnaval? G no parece interesado en el análisis de este punto:
Mira, no estoy en condiciones de discutir si el espíritu del carnaval está reflejado de manera cabal en esta imagen. Para mí esta fiesta, como las procesiones de Semana Santa, es solamente la excusa que tiene una minoría de ociosos para invadir el espacio público sin que nadie les afee la conducta ni les llame antisistema, contando, incluso, con el beneplácito de la siempre incompetente autoridad. Lo que me indigna es la ignorancia emboscada de complicidad de ese tonto comentario del periódico local. Nuevamente, se presenta la comunicación gráfica como el trivial pasatiempo de gente la mar de ocurrente a la que todos deberíamos reír las gracias suspendiendo, por enésima vez, nuestro sentido crítico. Al fin y al cabo, si los cocineros son la gran esperanza del arte contemporáneo, no es de extrañar que a los diseñadores gráficos se nos trate como confiteros de ocasión.
En este punto, ni siquiera la conversación galante que Allan intenta mantener con la camarera –“¿Así que húngara, preciosa? Yo adoro la música de Listz”– distrae a G de su andanada verbal:
Lo que a mí me saca de quicio es cómo nuevamente la ética y la estética quedan fuera del debate público. No sé si ese cartel ha sido editado con dinero público –por la profusión de logotipos institucionales, estoy tentado a creer que sí– pero de lo que sí estoy seguro es de que está repartido por los muros y escaparates de esta localidad, formando parte de la “iconosfera” que a todos nos toca compartir. Dicho de manera más clara, sea su origen privado o no, lo que está claro es que su fealdad ha sido nacionalizada. Estoy seguro de que aquí, como en cualquier parte de este incorregible país, hay buenos profesionales capaces de realizar un trabajo digno, que sirva con eficacia a los objetivos planteados. Objetivos que, en un cartel, son, corrígeme si me equivoco: 1) que atraiga la mirada, que llame la atención (objetivo cumplido a medias, en este caso, ya que, a pesar del recurso fácil a la escatología, como artefacto visual tiene muy poca pregnancia); 2) que informe, que nos explique ágil y fácilmente de qué se trata (la composición tipográfica no es precisamente un alarde de legibilidad y la imagen puede comunicar muchas cosas, de las cuales, la más evidente no es precisamente el concepto “fiesta” o “carnaval”, a no ser que entendamos que dicha fiesta consiste en la celebración de la evacuación intestinal); 3) importantísimo, un cartel es un arma de seducción, una invitación a “comprar” aquello que se nos ofrece, ya sea un bien material o un acto cultural (sin duda, este cartel sirve más bien para reafirmar la actitud de los desafectos a esta fiesta); y 4) un cartel debe aspirar, desde la más grande de las modestias, a embellecer un poquito nuestro entorno (es obvio que no es el caso).
Alguien argumentará que el carnaval es transgresión y que por eso este cartel es muy adecuado –replico yo, por hacer un poco de abogado del diablo (y porque ya le voy cogiendo el gusto a esto de provocar a mi colérico amigo).
¡La transgresión se hace desde la inteligencia crítica, no desde un infantil “caca, culo, pedo, pis”! ¡Y siempre, siempre, contra el poder y sus coartadas morales…! ¡Escandalizar a las viejas es cosa de niños con problemas de…!
G es interrumpido por un vendedor de rosas pakistaní que, ante nuestra negativa (la mía en particular de prestarle dos euros a Allan, que quiere obsequiar con una rosa a la sufrida camarera), se marcha refunfuñando entre dientes: “ya no hay amor, sólo chiqui-chiqui”.
Maldita sea, este tipo me ha hecho perder el hilo… Protesta G.
Aprovecho el lapsus, para meter baza:
Estamos tan acostumbrados a que los carteles de carnaval nazcan asociados a algún tipo de polémica, que dentro de nada el diseñador que haga un cartel que comunique lo que tenga que comunicar sin irritar especialmente a nadie (excepto a la casta fácilmente escandalizable, pero esa casi no sale de la caverna), estará tentado de sentirse casi un fracasado. Me viene a la cabeza el cartel del carnaval de Reus del año pasado: hubo una fuerte polémica porque aparecían dos pechos desnudos y generosamente recauchutados como reclamo. En las redes sociales fue tildado de sexista, denigrante, obsceno y no sé qué más… Lo más clamoroso era lo increíblemente malo que era como pieza publicitaria, una auténtica lección de todo aquello que se debería evitar: un nuevo y rutinario plagio al logo de Milton Glaser (“I love NY”), un injustificado filtro de PhotoShop, un fotomontaje amateur, un texto ilegible…
Desconozco ese cartel. ¿Se hizo algo al respecto?
El cartel fue retirado, pero no porque fuera sexista o sencillamente un adefesio, sino porque la imagen había sido robada de una página erótica y a los organizadores les entró el temor de que les cayera una demanda. ¿Qué te parece?
Me parece más de lo mismo: sintomático del nulo valor que se le da al diseño gráfico en estos lares.
Pues la cosa tiene su segunda parte. Este año han hecho una especie de respuesta visual al escándalo suscitado el año pasado. Es un fotomontaje donde aparecen desnudos el alcalde y una teniente de alcalde como si fueran un padre con su bebé, acompañados del lema “amable y familiar”, supongo que como respuesta a las objeciones que estos políticos habían puesto al cartel del año pasado.
Todo un meta-discurso bastante garrulo, por lo que entiendo. ¿Y formalmente, qué tal?
Un auténtico despropósito gráfico, más propio de un contexto escolar de primaria que de una ciudad como Reus. De hecho el autor es el mismo que el del año pasado. Parece que en un año no ha progresado adecuadamente…
Ya ¿Recuerdas algún otro ejemplo? Creo que aquí tienes material para un articulito de los tuyos…
Pues sí, este año ha habido polémica también en Solsona. Como quizá ya sabes, allá tienen un obispo –o arzobispo– que se ha metido en algunos jardines poco recomendables, aleccionando a sus subordinados y demás parroquia contra la causa independentista…
Ah, no lo sabía… Yo no pierdo mi tiempo con periódicos, esas lecturas efímeras…
Pues en el cartel del carnaval de Solsona de este año se puede ver el torso de un hombre que se abre la sotana y deja ver el símbolo de Supermán…
Ya, como un nuevo y tonsurado Clark Kent… Una idea simpática y tontorrona, como el propio carnaval.
Pues no es lo que opinan algunos, que han puesto el grito en el cielo (nunca mejor dicho) y lo han tildado de irreverente y de mal gusto.
Con la Iglesia hemos topado: el copyright de la Inquisición es suyo. ¿Qué esperas? En cuestiones estéticas, los sacas del tenebrismo y se pasan a la estética del bajorrelieve geométrico con pinceladas de surrealismo daliniano y antiguas postales de Ferrándiz. En fin, ya sabes, la decoración de las iglesias de los setenta, curas con barba y misas con tejanos marca Lois y guitarra…
Un escalofrío recorre el cuerpo de G, quizá recordando algún episodio inconfesable de aquellos años…
La Iglesia ha opinado reiteradamente sobre temas gráficos, apunto mientras G vacía su vaso. A finales de los noventa, Nazario hizo un cartel para las fiestas de la Mercè de Barcelona que le valió los reproches del cardenal de la ciudad: lo encontraba muy arabizante y, por tanto, muy poco cristiano…
Sin palabras, –zanja G–. Por cierto, ¿has visto los carteles de la última película del pelmazo ese del Dogma? Se trata de una colección de carteles en la que se alternan los rostros de los actores. Una película, cuyo único y apasionante argumento es la ninfomanía de la protagonista, se explica con elocuencia mediante los rostros extáticos –con equis– de los actores y actrices que aparecen en el film. Me recuerda la acertada comparación que establecía Romá Gubern en alguno de sus ensayos, entre las representaciones pictóricas de los arrebatos místicos y las fotografías de las revistas porno: el gesto es idéntico en ambos casos.
Según he leído, no sólo los carteles, sino también el logo, con esos paréntesis que aluden al sexo femenino, han dado de qué hablar. Curiosamente, yo creo que en esta ocasión sí se buscaba la polémica…
Pero la gráfica es impecable… Dudo de que la película esté a la altura…
¿Y qué me dices de las campañas publicitarias de Oliverio Toscani para Benetton? Es evidente que las imágenes han buscado la controversia…
Sí, pero ante todo el impacto. Nada hay de malo en buscar la sorpresa del espectador con un gag visual que dialogue con el eslogan de la marca. Cierto que a la Iglesia poca gracia le pudo hacer el cartel en el que un cura y una monja se besan en la boca, pero a mí me parece un ejercicio inocente y hasta diría que bienintencionado. Ahora, lo que me produce mucha más inquietud es esa otra línea, supuestamente concienciada socialmente, en la que se nos muestra a un moribundo a causa del VIH o a un condenado a muerte. Lo siento, pero no lo veo. Puedo estar equivocado, pero éticamente no puedo aceptar que se utilicen estas tragedias humanas para vender trapitos.
El argumento de la empresa es que contribuyen a denunciar esas tragedias, replico.
¿Denunciar? ¿Insertando el logotipo de una marca de moda sobre la imagen de un tipo al que van a ejecutar con una inyección letal? Eso, desde mi punto de vista, contribuye más a trivializar que a denunciar. Pero, repito, quizá esté equivocado…
Bueno, no deja de ser una empresa privada. Ellos verán si les funciona.
En realidad –en este punto, G adopta un aire entre pensativo y soñador– creo que el gran tema que subyace en todo esto que estamos hablando es la poca importancia que las instituciones públicas dan a la comunicación visual, es más, la falta de respeto que muestran hacia los profesionales de la gráfica…
Sin duda voy a estar de acuerdo contigo, pero ¿a qué te refieres exactamente?
Pues por ejemplo, al tema de los concursos. No puede ser que se convoquen concursos abiertos a la participación de todo el mundo y que luego haya un jurado configurado por políticos, artistas locales o arquitectos en paro que tengan que seleccionar entre miles de propuestas, para que al final la decisión recaiga en los internautas con sus votos.
¿No será que te puede tu vena elitista? Replico, aun estando por completo de acuerdo.
No. Precisamente porque creo en el diseño gráfico como servicio público, me parece que los concursos deben gestionarse entre profesionales. El voto popular ignora muchas cuestiones que un experto ha de tomar en consideración. Tampoco me parece razonable animar a que cualquiera se presente a uno de estos concursos. Deberían estar restringidos a profesionales cualificados, sin excluir que pueda haber convocatorias para estudiantes. No es operativo que un jurado tenga que enfrentarse a centenares de propuestas, la mayoría de las cuales no llegan ni a la categoría de “amateur”. Un cartel o un logotipo para una institución pública cumplen una función muy específica. No son un capricho, una mera pieza de decoración (o no deberían serlo). Y los pagamos todos con nuestros impuestos. Es indignante tener que leer majaderías como la que ha dado pie a esta conversación.
La Internacional Papanatas está presente en todos los medios, vete acostumbrando, advierto a mi amigo.
Por no hablar del intrusismo profesional –prosigue G–, más sangrante cuando procede de colectivos que deberían demostrar una sensibilidad bien distinta.
No te sigo…
Pues por ejemplo, el Colegio de Diseñadores de Interior y Decoradores de Cantabria: se les ha ocurrido la peregrina idea de regalar al Ayuntamiento de Santander la imagen gráfica de un mercado al aire libre que se hará en un espacio emblemático de la ciudad.
Vaya, entre bomberos, empezamos a pisarnos la manguera…
Ríete, pero es triste que un colectivo de diseñadores demuestren una ignorancia y una falta de respeto idénticas a las de muchos oscuros burócratas de las administraciones.
¿Y qué tal lo que han hecho?
Bueno, hay que reconocer que han sido coherentes: han presentado unas propuestas que ningún ayuntamiento solvente aceptaría ni regaladas.
¡Ja, ja!, pues yo sé de un caso bastante parecido, también con un diseñador de interiores como lamentable protagonista: un tal Nacho Moscardó regaló una imagen gráfica al Patronato de Turismo de Alcossebre para promocionar la ciudad fuera de los meses de verano.
Ah, sí, conozco el caso: el hombre además se jacta de trabajar gratis y hasta se pone a dar lecciones de moralidad a los demás, diciendo que no hay que mirar tanto el dinero. Supongo que a él el banco también le cubre las cuotas de la hipoteca de forma altruista y en la panadería están encantados de ofrecerle sus baguettes con la única recompensa de que tan insigne caballero las deguste acompañadas de un buen chuletón, cortesía del carnicero.
Si has visto el trabajo, verás que no le ha puesto precio porque tampoco vale nada: a un alumno que hiciera eso en una escuela de diseño seria, le suspenderían.
Anda, prueba las croquetas, no las vas a probar mejores –zanja jovial G–. Never more, corrobora Allan.

Texto: Carlos Díaz

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One comment on “La gráfica de la discordia

En la actualidad el diseño esta infravalorado, y ahora con las crisis muchos diseñadores han bajado tanto los precios de sus trabajos que le da aún menos valor a la creatividad.

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