MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Logo-tipos-armados


Que el diseño es una herramienta óptima para transmitir la buena imagen, el prestigio y la calidad de cualquier organización es algo de lo que nadie duda. De no ser así, ¿qué necesidad tendría Coca-Cola de invertir tanto dinero en mostrar su marca y protegerla? ¿Y Apple? ¿Y las marcas de automóviles? ¿Y qué necesidad tendrían los productores de éxtasis de diferenciarse de la competencia estampando ciertas imágenes en las pastillas? Pues exactamente lo mismo sucede con las organizaciones armadas. Publicado en Visual 174


En junio de 2009, una nueva remesa de cartas exigiendo el impuesto revolucionario fue enviada por la organización terrorista ETA a empresarios y ciudadanos del País Vasco, Navarra y otras ciudades de España. Si bien en términos generales las misivas no se diferenciaban en nada a las enviadas durante años por la banda, en esta ocasión contenían un elemento novedoso y hasta cierto punto sorprendente. En lugar del logotipo clásico de ETA que acostumbraba a dar validez a la comunicación (pues es comprensible que esos documentos no puedan llevar la firma del gerente o el tesorero para autentificarlas), aparecía un nuevo logotipo, concretamente el realizado expresamente para conmemorar el cincuenta aniversario de la organización, que contenía la tradicional serpiente pero esta vez, en lugar de aparecer enroscada al hacha, se torsionaba para formar una figura semejante a un 5, al que se le había añadido a la izquierda un cero, formando el conjunto de ambos elementos algo parecido a un 50.
Superada la sorpresa inicial, lo cierto es que no debería extrañarnos que una banda terrorista haga uso del diseño gráfico para identificarse y transmitir mensajes como hace cualquier otro tipo de compañía. Independientemente del sector el que se dediquen, el funcionamiento no deja de ser similar al de una organización empresarial, y son legión las empresas que hacen uso de su dilatada historia para diferenciarse y promocionarse, como demuestran lemas del tipo “Casa fundada en 1949” o “Desde 1949”.
Según la definición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua, un logotipo es un “Distintivo formado por letras, abreviaturas, etc., peculiar de una empresa, conmemoración, marca o producto”. Si esta definición nos sabe a poco, nada mejor que obtener algún dato más acudiendo al oráculo de nuestro tiempo, Wikipedia, que aunque no tiene una entrada excesivamente amplia al respecto, sí que señala que “Históricamente, los artesanos del barro, del cristal, de la piedra, los fabricantes de espadas y artilugios de hierro fino, así como los impresores, utilizaban marcas para señalar su autoría”. Por tanto, de ambas definiciones podemos determinar que el logotipo es un elemento gráfico propio de una empresa que sirve también para certificar la autoría de algo, sea ese algo un producto, una propuesta política o una acción armada.

Marcas… de bala

Conscientes de la importancia de la comunicación gráfica en los grupos armados, en 2013 Artur Beifuss y Francesco Trivini Ballini publicaron en la editorial británica Merrell el libro “Branding terror. The logotipos and iconography of insurgente groups and terrorist organizations”, en el que, siguiendo el modelo de los manuales de aplicación de las empresas –en los que se incluye los colores con la referencia Pantone, las tipografías empleadas, el significado de los elementos y las escalas y tamaños a los que deben ser reproducidos–, repasaban buena parte de los logotipos de las organizaciones armadas calificadas expresamente como terroristas según Estados Unidos, Australia, Rusia y la Unión Europea en el momento de realizar el estudio –porque estas cosas, ya se sabe, no son inmutables y pueden cambiar según necesidades políticas y geoestratégicas de los interesados–.
Aunque el prólogo del libro, firmado por Steven Heller, prestigioso escritor sobre temas de diseño, deja bastante que desear sobre el análisis que realiza al respecto de las organizaciones armadas en general y los grupos terroristas en particular –entre otras cosas por sus pedestres analogías entre los grupos de bandas callejeras de Los Ángeles y las organizaciones armadas o la afirmación de que los grupos armados no están sujetos a las convenciones de guerra como la de Ginebra, dando por hecho que los ejércitos regulares sometidos a ellas sí cumplen esas exigencias, o que los ejércitos irregulares, por no estar sujetos a ellas, carecen de límites humanitarios o de principios éticos–, sí es cierto que de su texto es posible individualizar algunos elementos que caracterizan a este tipo de organizaciones y deducir otros.
Como decíamos más arriba, Heller hace hincapié en la idea de que aquello que determina lo que es un grupo insurrecto, guerrilla armada o grupo terrorista es un concepto que está sujeto a posibles cambios con el paso del tiempo. Sin ir más lejos, la cruz católica es un logotipo que caracterizó en su momento a una organización revolucionaria que en la actualidad nadie se atrevería incluir en una lista de organizaciones terroristas, pero que tal vez sí lo hubiera sido en un país mulsulmán en la época de las Cruzadas.
Además de esto, los logotipos o emblemas de las organizaciones armadas tienen una doble función: provocar la adhesión de sus miembros y seguidores y provocar temor entre sus opositores. Para ello se recurre, en el caso de la adhesión, a elementos míticos que sean compartidos y tenidos como heróicos o valiosos por los miembros y, en el segundo, en el del temor, de elementos más o menos sutiles, como la reproducción de un amplio arsenal de armas entre los que se encuentran rifles, pistolas, cuchillos, espadas o ametralladoras.
En todo caso, lo que todos los logotipos de las organizaciones armadas deben tener para resultar eficaces es un cierto atractivo estético, algo que no siempre se consigue justamente por lo afirmado más arriba, es decir, por intentar incluir en un mismo espacio demasiados elementos y primar el sentimiento, la adhesión o el efecto amenazante al efecto estético.
Para concluir, y al hilo de lo anterior, añadamos también a esta breve explicación que, si cualquier logotipo empresarial funciona como una especie de escudo heráldico contemporáneo que aglutina en él elementos que caracterizan (o que a ojos de sus miembros y seguidores deberían caracterizar) y a la compañía en la que surgen o al colectivo que los comparte, los de las organizaciones armadas no son una excepción. En el caso de ETA, por ejemplo, esta heráldica estaría presente la idea de la identidad nacional del pueblo vasco, manifestada en una ejecución artesanal, que transmite apego a las tradiciones a través de elementos como el hacha que, además de arma ofensiva, es el elemento distintivo de los aizcolaris, uno de los deportes populares vascos más conocidos.
“Hay dos vías de investigación…”

Como afirma Heller en el prólogo de Branding Terror, en este tipo de organizaciones reivindicar una acción es casi tan importante como la comisión del hecho en sí. No solo porque en ocasiones son varios los grupos con objetivos similares, sino porque es preciso evitar que acciones que no han sido cometidas por un grupo les sean imputadas desprestigiando al grupo –en el mejor de los casos– y pudiendo ser perseguidos y condenados por ellas –en el peor–.
De hecho, son muchos los ejemplos de gobiernos, ejércitos o fuerzas de seguridad que han intentado desprestigiar a esas organizaciones intoxicando a los medios de comunicación y atribuyéndoles acciones que no habían sido cometidos por ellos. Uno de los casos más flagrantes es el de las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet, secuestradas por un Grupo de Tareas de la Armada Argentina a cargo de Alfredo Astiz y trasladadas a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde fueron torturadas y asesinadas, no sin antes ser fotografiadas junto a material gráfico de Montoneros con la intención de atribuir la desaparición y dramático final al grupo guerrillero.
Otra de las características de estos elementos gráficos es la frecuente falta de autoría –por motivos evidentes de seguridad–, aunque en el caso de ETA, se ha sabido que el logotipo de la serpiente y el hacha fue realizado por Félix Likiniano. Y ya que estamos hablando de ETA, digamos también que el exgobernador civil de Vizcaya, Julián Sancristóbal, reconoció en sede judicial haber sido el inventor del nombre de los GAL junto a Ricardo García Damborenea y que el sello con el hacha descabezando la serpiente de ETA fue obra de agentes del CESID, aunque, como decíamos, esto no es algo que uno vaya contando por ahí al primer juez de la Audiencia Nacional que se encuentra ni es el típico trabajo que un diseñador llevaría en su portafolio.
También hay que tener presente a la hora de la creación de estos logotipos la necesidad de ser reproducidos con facilidad, lo que ha provocado que, la evolución de los mismos vaya estrechamente vinculada al desarrollo de las técnicas de impresión.
Aunque durante décadas siempre hubo células relacionadas con estas organizaciones que trabajaban en empresas relacionadas con las artes gráficas e imprimían materiales de manera clandestina, lo más habitual era la reproducción doméstica con multicopistas, gelatinas o sellos de caucho, por lo que la sencillez de trazo y elementos era algo imprescindible para lograr una correcta impresión. Tampoco hay que olvidar que una de las formas de comunicación habituales de estos mensajes o imágenes es la pintada clandestina, razón por la cual se agradecen signos sencillos, fáciles de escribir y que puedan ser reconocibles incluso si no están presentes la totalidad de los elementos que lo conforman.
Actualmente, sin embargo, la popularización de los ordenadores ha hecho que esas limitaciones de los tiempos pasados hayan desaparecido, de manera que el color, el ornamento y la complejidad gráfica –por no emplear el término abigarramiento, el degradado y el barroquismo– están presente en muchos de esos logotipos, que ya no tienen que trabajarse a 300 dpi o trazarse porque suelen están destinados a su uso por internet, redes sociales o mail y raras veces van a ser impresos.

Habla, pueblo, habla… o calla para siempre

Sin desmentir lo dicho anteriormente, la evolución de los logotipos de las organizaciones armadas no solo ha estado vinculada a una cosa tan prosaica como las técnicas de impresión sino que, antes de ello, ha dependido de las preocupaciones o demandas políticas de los países o pueblos en los que surgieron.
De esta forma, además del elemento bélico que aparece en la práctica mayoría de ellos, en la década de los sesenta era habitual la inclusión de elementos distintivos de regiones, pueblos o países que protagonizaron las luchas de emancipación; en los setenta, eran las estrellas rojas de inspiración marxista las que predominaban y, en la actualidad, los elementos religiosos vinculados de una u otra medida con el Islam, como libros que representan el Corán o las medias lunas, trufan la mayor parte de los signos distintivos de esas organizaciones.
Por último, no hay que olvidar que, además del uso para reivindicar acciones y mandar consignas, una de las finalidades de estos elementos gráficos es generar comunidad, alistar militantes, provocar cierto gregarismo y, en último término, conseguir fondos para la organización. Esto hace que sea frecuente que los logotipos acaben siendo reproducidos en pegatinas, chapas, octavillas, carteles y otros materiales que, según el momento o el lugar geográfico, podrán distribuirse libremente o tendrán una circulación clandestina.
En ocasiones, el logotipo trasciende incluso su finalidad original y acaba siendo empleado como mero elemento ornamental por el portador. Solo así se entiende la existencia de merchandising de grupos como el IRA, las Baader-Meinhof, las Brigate Rosse, Montoneros o la OLP, que es entendido por algunos de sus compradores no como un acto militante sino un acto de consumo, idéntico al que se produce con los productos de cualquier otra empresa. Un hecho de mercantilización de la marca que puede suponer una contradicción con el ideario defendido por la organización armada en cuestión, e incluso con el del comprador que, de haber sabido la historia que hay detrás de ese logotipo, muy posiblemente no habría comprado el producto, o tal vez sí, pues hay casos de personas se los han llegado a tatuar. Texto: Eduardo Bravo

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