MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Los años del Punk: gráfica outsider


Anónimo. Cartel Biafra for Mayor (1980)En la segunda década de los años setenta surgió, bajo el lema “No hay futuro”, un movimiento musical de gran trascendencia icónica: el Punk. A uno y otro lado del océano, grupos como Sex Pistols, Ramones, The Clash o Dead Kennedys, reaccionaron violentamente contra la escena musical “mainstream”, con una propuesta nihilista e iconoclasta. En torno a estos grupos se concretó toda una gráfica donde coincidieron, en igualdad de condiciones, artistas y diseñadores profesionales con una anónima y gran pléyade de creadores amateurs. Utilizando letras recortadas de diarios, apropiándose impunemente de imágenes, regodeándose en la precariedad técnica, buscando siempre la provocación –aún a costa del peor de los gustos– toda esta gráfica nos sigue interpelando desde su frescura, su desinhibición y su desprecio por las normas de comunicación visual más elementales. Por supuesto, los medios no tardaron en asimilar y fagocitar toda esa rebelión. Hoy el término “Punk” define aquella época, pero también una actitud que sigue teniendo su vigencia, su ámbito y sus animosos practicantes. Publicado en Visual 176



“¡La más importante rebelión del punk fue la de prescindir del Letraset!”. Esta es, más o menos, la frase que la media docena de parroquianos acodados en la barra de un pub de los suburbios de Londres acaban de escuchar sin entender una sola palabra, ni siquiera el vocablo inglés, pronunciado a la castellana: “punk”, con una “u” pronunciada sin ambigüedades anglosajonas y no sin cierta dificultad por un venerable caballero español que viste enteramente de negro y ha consumido ya su cuarto trago de irlandés peleón. Frente a él, un cuervo con gafas sorbe feliz, con ayuda de una pajita, su pinta de cerveza negra: hoy le ha sido permitido darse un respiro con su dieta para efectuar una grata libación de jugo de cebada malteada, también a mayor gloria de la bella Irlanda.
Nuestros viejos conocidos, ajenos a la curiosidad que despiertan en un local que raramente recibe visitantes ajenos al barrio, se hallan inmersos en una conversación errática, que ha comenzado en el cementerio ornitológico de Londres, donde han dado su ultimo adiós a Robert Louis, un amigo de la primera juventud de Allan.
Antes de cruzar el Canal de la Mancha para emprender una exitosa –y fugaz– carrera como modelo publicitario, Allan vivió de primera mano aquellos años en que unos jovencitos que parecían recién salidos del pabellón de extremadamente peligrosos del frenopático gritaban aquello de “no hay futuro” en su single God Save the Queen. Se trataba de los Sex Pistols, un grupo creado por Malcolm McLaren, un empresario con más sentido de la oportunidad que del gusto. En el imaginario popular, las crestas multicolor en la cabeza, los imperdibles y la ropa acribillada de navajazos y cremalleras –signos de identidad de Johnny Rotten y sus seguidores– han quedado como la imagen que identifica al punk en tanto expresión estética. También, por asociación al grupo británico, hay algún despistado que identifica el punk exclusivamente con Gran Bretaña. Lo cierto es que antes de que McLaren, desde SEX, su tienda de ropa de Kings Road, decidiera crear a los Sex Pistols en 1975, en Nueva York, en el barrio de Queens, los Ramones, con un aspecto más convencionalmente rockero, ya habían puesto las bases de lo que se conocería como música Punk: una amalgama que bebía de muchas fuentes, desde el rockabilly hasta los grupos vocales femeninos de los sesenta, pasando por la innegable influencia de la mítica Velvet Underground de John Cale y Lou Reed.
Pero volvamos a la conversación y a la frase de G:
–¡La más importante rebelión del punk fue la de prescindir del Letraset!
–¿Letraset?
–Sí, hombre, quiero decir… cuervo. Letraset es la marca comercial de aquellas letras transferibles que utilizábamos los diseñadores hace no tantos años. ¿Recuerdas mi estudio cuando nos conocimos? Tenía un mueble con cajones repletos de hojas de Letraset a medio utilizar. Un cajón para cada una, las condensadas de palo seco, las romanas clásicas, las romanas modernas, para las, ejem, de fantasía…
–Ah, sí, me suena… Aquellos tiempos antes de que compraras tu primer ordenador.
–Sí, todo era mucho más romántico… Pero, entre nosotros, lo de las letras transferibles era un auténtico coñazo… ¿Cómo se dice camarero en inglés?
–Waiter.
–¡Guaita! ¡Anoderguán, plis!
G permanece callado e íntimamente satisfecho por lo que juzga un avance espectacular en su nivel de inglés, hasta que el camarero acude, botella en ristre, a rellenar su vaso:
–Cenquiuberimach, garçon. Pues sí, como te iba comentando, mi enlutado camarada…
G se interrumpe y le da un primer trago largo y codicioso a su vaso, apenas unos segundos para retomar el hilo:
–Entonces aparece aquel tipo, Jamie Reid, un artista comprometido ideológicamente, antiguo compañero de Malcolm McLaren en la escuela de arte.
–¿Comunista?
–No, no, un anarquista simpatizante de los situacionistas franceses, ya sabes: Guy Debord y todo aquel galimatías intelectual de los sesenta. Bueno, el caso es que Jamie Reid se ocupó desde el principio de la imagen gráfica de los Sex Pistols y crea, de alguna manera, lo que será una constante en los artefactos gráficos realizados en aquella época, tanto en la órbita del Punk como, posteriormente, de la New Wave: las letras recortadas, generalmente de revista y periódicos, con las que compone los titulares de fundas de disco, carteles u hojas volanderas.
–Flyers.
–Sí, bueno, como quieras llamarlos… En realidad, todo esto es algo que yo viví a distancia y como observador. Para empezar, ya sabes que tengo en poco aprecio la música rock, o pop, o como diablos quieras llamarla.
–Doy fe, recuerdo que en el comienzo de nuestra convivencia solías poner aquel disco de Messiaen, El Cuarteto para el fin de los tiempos, una y otra vez. Era muy deprimente.
–Deberías simpatizar con Messiaen: fue un gran ornitólogo y un sinestésico que componía en colores, pero ese es otro tema. Volviendo a Jamie Reid, lo de componer con letras recortadas no era nuevo: ya lo habían hecho los dadaístas. De hecho, el Punk tiene en el Dadaísmo a un claro precursor.
–Eso sí que no lo pillo… ¡Waiter! Can I get another pint, please?
–¿Otra pinta? Bueno, supongo que en un día tan triste para ti podemos hacer una excepción y brindar a la memoria de tu camarada. Bien, no perdamos el tema y situémonos: la segunda década del siglo veinte, Zúrich, el Cabaret Voltaire, Tristan Tzara… Nace el Dadaísmo, un movimiento iconoclasta que se pretende total, una reacción radical a lo establecido, no solo en arte sino en todos los órdenes de la vida. Básicamente es la rebelión contra esa idea de progreso en que lo nuevo nace de lo viejo, en que la vanguardia, de una u otra manera, no deja de ser hija de la tradición. El Dadaísmo no es que cuestione el arte o la poesía precedentes: es que cuestiona la existencia misma del arte o la poesía. Es un movimiento antiartístico, lo mismo que el Punk fue un movimiento antimusical. ¿Me sigues?
Allan, pendiente del camarero, mueve maquinal e imperceptiblemente la cabeza en sentido afirmativo. Lo suficiente para que G prosiga:
–Los dadaístas trabajaban con el azar, la aleatoriedad, la apropiación de imágenes sacadas de contexto… No estoy en condiciones de hacer un análisis musical del Punk (personalmente, me da la impresión que adoraban el ruido y desconfiaban de cualquier atisbo de complejidad armónica o melódica), pero acerca de la gráfica punk sí que puedo hacer un análisis con conocimiento de causa y dicho análisis… ¿Me estás escuchando Allan?
–Claro, claro, la gráfica punk… Continúa…
–Aparte de los mencionados titulares hechos con recortes, se diría que la voluntad de todos aquellos diseñadores era romper todas y cada una de las reglas establecidas del diseño gráfico: trabajaban sin retículas, menospreciaban la legibilidad y la jerarquía compositiva, le daban una importancia igual a cero al uso del color, se apropiaban de imágenes sacadas de contexto, les encantaban los acabados técnicamente precarios… De hecho, muchos de los carteles de la época son pequeñas fotocopias en blanco y negro. Y luego está el tema del feísmo… ¿Me sigues?
–¿Hum? Sí, el feísmo.
–Exacto, el feísmo como estética. Aunque por aquellos efectos de la entropía, a nosotros no nos los parezcan, muchos de los artefactos creados por los dadaístas se regodeaban en una cierta fealdad. Al fin y al cabo, lo que prevalece es la voluntad de provocar, el eterno “épater le burgeois”, aunque, para mi gusto hay una diferencia fundamental entre el espíritu dadá y el espíritu del Punk. ¿Te das cuenta qué interesante? Estamos hablando del espíritu… ¿Cuántas veces hablamos del espíritu los diseñadores?, maldita sea. Practicismo, esteticismo… Vanas discusiones… ¡Banales, banales discusiones!.
–¿Cuántas copas has bebido? ¿Quieres hacer el favor de no avergonzarme delante de estos caballeros? Vuelve otra vez al tema. Decías que había una diferencia entre Punk y Dadá.
–¡Hay, Allan! Mi querido y viejo amigo, el más inteligente de mis contemporáneos. ¿Te he dicho ya lo mucho que te quiero? La diferencia… Sí, la diferencia… Tzara y compañía eran unos intelectuales, para bien y para mal. El bueno de Tristan se apuntó a la resistencia francesa cuando la segunda Guerra Mundial, militó en el partido comunista, era un tipo que todavía creía en la Humanidad, en el progreso… El nihilismo de los artistas dadá era puro postureo, mientras que los punkies…
–No creo que hubiera muchos intelectuales entre los punkies.
–¡Porque ellos sí eran consecuentes con lo que pregonaban! Con diecisiete años Sid Vicious ya compartía jeringuillas con su madre y se dedicaba a atracar ancianas para pagarse la droga. De hecho, a pesar de llegar a ser bajista de los Sex Pistols, nunca llegó a tocar dicho instrumento con un mínimo de dignidad. Tras todo el turbio asunto del asesinato de su novia –del que fue acusado–, su propia madre le facilitaría la sobredosis final de heroína. Cuando un tipo así te dice que no hay futuro, puedes estar seguro de su sinceridad. ¡Hips!
–Yo siempre fui más de la New Wave.
–¡El espíritu, Allan, el espíritu! Cuando regresemos a casa te enseñaré trabajos de toda esa gente, de Jamie Reid, de Malcolm Garret, de Raymond Pettibone, de Linder Sterling, de mi querido Barney Bubbles, de tantos y tantos diseñadores anónimos. Algunas son obras brillantes y también hay toneladas y toneladas de basura gráfica orgullosa de serlo. Pero hay que saber mirar, mi querido amigo… ¿Qué digo amigo? ¡Hermano! Ya verás, cuánta frescura, cuánta energía, cuánto descaro… Cuanto más viejo me hago, más voy apreciando yo esas cosas… Para ser un buen creador, hay que saber matar al padre y te aseguro que esa gente hizo una buena escabechina… ¡Hips!
La pinta de Allan llega por fin a la mesa. G se ha quedado en silencio repentinamente. En realidad, ha cerrado los ojos y parece dormitar. De vez en cuando, murmura muy débilmente: “el espíritu, el espíritu…”. Allan bebe sin prisa su segunda pinta, mientras mira por la ventana. Una bandada de congéneres –y compatriotas– sobrevuela el lienzo gris de su juventud: un desolado e insondable horizonte de tejados y chimeneas. Piensa, con melancolía, que pronto comenzará la primera noche en que un amigo dormirá a seis pies bajo tierra. Texto: Carlos Díaz

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