MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Memento mori


Rascayú, cuando mueras qué harás tú (bis)
Tú serás un cadáver nada más
Rascayú, cuando mueras qué harás tú.

Bonet de San Pedro, 1943.
Canción prohibida por el franquismo
y la Iglesia Católica.

Publicado en Visual 168


En el Instituto Gaudí de Reus, donde cursé el bachillerato elemental a principios de los 60, en el aula de Matemáticas, Geografía y Ciencias Naturales, enorme, entarimada de madera con escaleras de abajo a arriba y pupitres lineales repletos de esgrafiados obscenos hechos con la navaja, había un esqueleto. Se decía que era de un guardia civil, muerto durante la guerra. Cubierto con una sábana amarillenta, colgado de una especie de horca y suspendido de una robusta goma elástica que le salía del cráneo, presidía, cual fantasma, la monotonía de las clases. El aula también era donde se nos juntaba para los ejercicios espirituales que impartía una vez al año el párroco, hermano del cura que dirigía el instituto. Entonces se desataba la locura entre los chavales y el cadáver encontraba su razón de ser: el juego consistía en bajarle la sábana a la altura de cuello, dejándole la cabeza libre, ponerle un cigarrillo encendido en la boca y, justo antes de que entrara el oficiante, tirarle de los pies, de modo que, al soltarlo, subiera y bajara cual yo-yó. La bronca era fenomenal y provocaba un júbilo generalizado que llegaba al éxtasis cuando el de la sotana se excitaba y, a voz en grito, pronunciaba su célebre exabrupto: “¡No sabéis que cada vez que celebráis vuestro cumpleaños os estáis acercando a la muerte!”. Entonces empezaban a volar desde el fondo del aula bombas fétidas que se estampaban contra la pared o en los mapas intercambiables de sube y baja que cubrían la pizarra. Consecuencia: suspensión del sermoneo, evacuación del aula hasta el día siguiente cuando se repetía la misma comedia.
Íbamos al cine, y veíamos películas de piratas que enarbolaban banderas negras con la calavera y las tibias. La piratería es ahora un tema de interés general, ya sea por su importancia en la Industria Cultural como en las negociaciones que obligan a cualquier Estado a pactar con la criminalidad organizada del mal llamado Tercer Mundo, sobretodo en el Cuerno de África. Pero, me pregunté hace poco: ¿la bandera pirata de las películas y de los tebeos existió alguna vez?
No mucho; piratas, bucaneros y corsarios enarbolaban el pabellón del país que los financiaba. Si se usó fue solo por los piratas ingleses capitaneados por Jack Rackham en las Antillas durante el primer tercio del siglo XVIII, mas no llevaba tibias, sino dos alfanjes de hoja curvada. Se le llamó Jolly Roger. El pabellón que izaban los piratas al entrar en combate era negro, sin ninguna imagen, amenaza para los barcos mercantes que habitualmente se rendían, y si no, se alzaba el pabellón rojo que anunciaba el abordaje, el degüello de la tripulación y el saqueo de la mercancía que transportaban. Pero la bandera negra surgió de nuevo –esta vez como símbolo político– durante la Comuna de París, en 1871. Cuenta la leyenda que fue Louise Michel, que enarboló una ancha falda negra atada a un palo, quien creó el símbolo anarquista, compartido después, cortado por la diagonal del rectángulo, con el rojo de los anarco-comunistas.
En el siglo XVII los artistas flamencos habían empezado a pintar bodegones, naturalezas muertas (nunca mejor dicho), a los que llamaron vanitas –vanitas vanitatum et omnia vanitas–, cuya figura central era una calavera, acompañada a menudo de un reloj de arena, una vela apagada, fruta podrida o flores marchitas, símbolos de la caducidad de la existencia. Con la decadencia del Barroco y la aparición del individualismo romántico, el género decayó, excepto para los húsares prusianos que adoptaron la totenkopf insignia de la calavera y las tibias.
El símbolo reapareció como símbolo político en Ucrania, en 1918, cuando los sóviets anarquistas del Ejército Negro (la Makhnovtchina), que habían derrotado al Ejército Blanco de Denikin, se opusieron al dominio de los usurpadores bolcheviques. La Revolución de los cosacos de Néstor Maknó (un estratega genial), sucumbió bajo la alianza del Ejército Rojo de Trotdky con los mencheviques y el Ejército Verde nacionalista ucraniano, financiado por la Entente europea. A los fusilamientos de las cabezas más visibles de los consejos siguieron los de millares de campesinos y obreros makhnovistas. Maknó logró escapar de Ucrania en 1921, herido de bala en el cuello, junto con doscientos combatientes. Acabó en París, conduciendo un taxi. Algunos pocos supervivientes de la Makhnovtchina lucharon en España en la XIII Brigada Internacional, cruzaron los Pirineos tras la caída de Catalunya y se integraron en la Resistencia contra el nazismo. Los que consiguieron regresar a la URSS, fueron ejecutados: la totenkopft había sido incorporada como insignia por los paramilitares nazis en 1930, y después por las tropas mecanizadas de la Wehrmacht y las SS.
En los años 50 y 60, raro era el médico de postín que no luciera encima de la mesa o en una estantería de su despacho una calavera auténtica, robada de un cementerio. Ahora las hay de plástico para clases de anatomía, en alguna representación de Hamlet, o en dos dimensiones como señal de peligro de muerte en las torres de alta tensión y en los transformadores, pero no en el Partido Pirata que tiene como isotipo una vela negra al viento. De las revueltas de Hamburgo en enero de este año 2014 –en tres zonas declaradas de alto riesgo donde se llegó a prohibir la circulación de los transeúntes–, salió un emblema: una calavera con dos escobillas de WC cruzadas: reirse del Poder, no beber lejía. Texto Albet Romero

Plausive


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