MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Óscar Sanmartín. Ilustración soñada


OpioIlustracion2Refinado caballero de gustos clásicos pero con un vasto conocimiento del presente, un día decidió andar un camino, consciente y meditado, desde el arte hasta la ilustración, haciendo paradas ocasionales en el diseño. Gracias a ese paso, hoy podemos disfrutar de una impresionante colección de trabajos en el campo de la ilustración. Pensar que algo es original en estos tiempos
es una quimera pero, aún así, nos atrevemos a decir que su trabajo si no lo es, por lo menos queda muy cerca. Publicado en Visual 156

Comenzó su andadura muy vinculado al mundo de las galerías y las exposiciones pero, poco a poco, abandonó los etéreos terrenos del arte para abrazar lo concreto de la ilustración como medio vital. Atesora un portafolio decididamente original repleto de ingenio, en el que desdibuja los límites entre disciplinas y técnicas. Sus oníricas imágenes invitan a la complicidad del espectador, que debe dar el paso de adentrarse en ese mundo de figuras inquietantes, lecturas cruzadas, arquitecturas imaginarias, humor mordaz y escenarios imposibles. Acercarse a la obra de Sanmartín es asomarse al túnel por el que la Alicia de Lewis Carroll cambió de realidad.
Sus primeros recuerdos ligados a la ilustración se producen en la infancia, aunque sus inicios profesionales los da en el mundo del arte. “Siempre me gustó la ilustración, sobre todo la ilustración fantástica, supongo que es algo que se inicia con las primeras lecturas de la infancia. Sin embargo, mis primeras incursiones las hice dentro del mundo del arte.
Con el paso de los años me di cuenta que todo lo relacionado con galerías, críticos, exposiciones y demás era profundamente aburrido y solitario. Así que de una manera natural y progresiva acabé dedicándome a la ilustración y a los libros”.

Uno de los primeros hitos de su trayectoria se produce al encargarse de la imagen de los álbumes de la banda zaragozana El Niño Gusano. Pocas veces en el pop español se ha dado tal maridaje entre la propuesta musical y la estética como en este caso. Circo Luso, El Efecto Lupa y El Escarabajo más grande de Europa, la trilogía del cuarteto, refleja fielmente el espíritu del trabajo de este amante de dibujar en el salón de su casa “a ser posible en pijama”. “Como pasa muy a menudo con estas historias, todo empezó por casualidad. En aquellos días en que se comenzaba a hablar de la música independiente, yo conocía a Sergio Algora porque frecuentaba su tienda de discos. Un día me contó que estaban preparando un álbum y me habló de la cubierta que habían pensado, una sardina con brazos de Geyperman. La cuestión es que no tenían muy claro como hacerla y acabaron proponiéndomelo a mí. El resultado fue una carambola. A mí me encantaba la ilustración victoriana y aquello encajaba de maravilla con ese toque de psicodelia inglesa que tenía el grupo y con las letras a lo Lewis Carroll de las canciones. A partir de entonces me dediqué a hacer todas las cubiertas del grupo. Siempre fueron ilustraciones a lápiz o acuarela, excepto en el último álbum para el que construí una escenografía en miniatura. Fue muy divertido”.

En tres dimensiones

Tras aquellos trabajos, inicia un período artístico muy activo, construyendo escenografías imaginarias que recopila en una serie de dioramas. “Todo comienza a partir de esta última cubierta para El Niño Gusano. Llevaba bastantes años dedicándome al dibujo y a la pintura exclusivamente y no conseguía disfrutar del trabajo plenamente, así que decidí hacer algo que siempre me había divertido pero que nunca había hecho de una manera seria: construir maquetas”.
En esta etapa de su trayectoria, la fusión de disciplinas es total, proporcionando unos resultados difíciles de catalogar: en cierta medida es escultura, es pintura, es trabajo escenográfico, es ilustración… “Para mí fue una época muy emocionante. Después de liberarme de toda la solemnidad que conllevan actividades como la pintura, los dioramas eran un campo lleno de posibilidades. Las maquetas te permiten incorporar muchas disciplinas artísticas que, de otra manera, solo puedes desarrollar de manera independiente. Además, los elementos son reales. El dibujo y la pintura necesitan de artificios como la perspectiva, sin embargo, una maqueta es algo real, el ambiente y el espacio son reales, las texturas son reales… Asimismo incorpora un elemento exquisitamente desconcertante, el cambio de escala. Cuando miras una maqueta no puedes evitar cierta ingenuidad, quizás por el parecido que tiene con los juguetes infantiles”.
Quemadas las etapas de vinculación al mundo artístico, decide volcarse por completo en poner su talento al servicio de otros. Parafraseando a Isidro Ferrer, decide ser voz ajena. “El mundo del arte me acabó provocando muchísima pereza. Siempre era el mismo proceso. Te pegabas un año en tu estudio trabajando en algo que supuestamente presuponías que a los demás les iba a interesar. Luego colgabas tus ‘basuras mentales’ en las paredes de una galería, en el mejor de los casos, conseguías vender algo, descolgabas, y volvías a empezar. Aquello era terriblemente aburrido y lo peor es que a veces no tenías nada que contar pero estabas obligado a pintar algo porque si no no tenías nada que exponer. Al final acababas buscando excusas para tener algo de qué pintar. Yo lo veo en muchas galerías; hay mucha gente que son unos ‘grandes artistas’ pero detrás de su trabajo no hay nada, no tienen nada que decir. Sin embargo, en la ilustración o en el diseño hay siempre unos objetivos muy claros, en el proceso de trabajo generalmente participan varias personas y normalmente tiene unas limitaciones. Todo eso lo hace muy interesante. ‘Pintar un cuadro’ lo puede hacer cualquiera pero hacer una ilustración para una cubierta de un libro, no”.
En diferentes ocasiones ha ampliado su campo de intervención con proyectos desarrollados para teatro –”compañías a las que en ese momento les parecía interesante la estética que yo utilizaba para aplicarla a sus montajes”– y, sobre todo, en el medio audiovisual. “En 1999 buscaba a alguien para compartir estudio. Conocía a José Manuel Fandós y a Javier Estella, que se dedicaban al audiovisual y también buscaban un sitio para su productora, Nanuk Audiovisual. Se nos ocurrió que sería divertido compartir el lugar de trabajo y al final acabamos compartiendo estudio”. De ese contacto ha surgido algún proyecto personal como El Señor y la Señora Locksmith o el interesante documental que los realizadores dedicaron al artista pero, sobre todo, nació el interés por un medio en el que años después ha podido intervenir con grandes resultados. “Hace cinco años llegué a la conclusión de que, para seguir haciendo trabajos en el ámbito audiovisual, tenía que aprender muchas cosas del oficio, así que decidí enviarle un portafolio a Fernando González, director de arte de Globomedia. En aquellos días se estaba preparando la producción de Aguila Roja y a Fernando le pareció interesante que participara en el departamento de arte diseñando elementos de atrezzo. Después vino Pájaros de papel –el debut en largo de Emilio Aragón–. “Aquí mi trabajo fundamentalmente fue diseñar las escenografías y el atrezo de todo lo que tenía que ver con los números de variedades que aparecen en la película. Fue un trabajo muy interesante. Hubo que tener en cuenta cómo se construían las escenografías en los años 30 y cómo afectó la guerra al mundo del teatro y de los artistas de variedades”.

Trabajo editorial

El grueso de su producción actual está relacionado con Tropo editores, sello de cuya imagen es responsable desde 2006, controlando todos los aspectos de la edición, desde el diseño de cubierta hasta la supervisión de la producción. “Realmente tengo que reconocer que soy un privilegiado un ilustrador se encarga de la imagen de la cubierta y nada más pero yo, además, tengo la suerte de poder decidir el diseño o incluso el papel, en colaboración con los editores”. El pequeño pero ambicioso sello regido por Óscar Sipán y Mario de los Santos hace gala de un ecléctico catálogo que, en lo que a forma se refiere, destaca especialmente en las librerías gracias al trabajo de nuestro protagonista. “Creo, como es obvio, que una cubierta tiene que hablar de lo mismo que habla el texto, pero normalmente me gusta que la imagen no sea una visión literal de la narración. Para eso está el texto. Me parece más interesante rastrear aromas o aspectos que están en el texto pero no de una manera explícita. Una vez que tengo clara la imagen, el proceso es siempre el mismo. Normalmente me gusta construir montajes digitales a partir de fotografías y luego acabo incrustándoles texturas de lápiz creadas por mí. El resultado es algo ambiguo a mitad de camino entre una foto antigua y un dibujo”. En realidad, una perfecta síntesis de su trabajo y una marca de identidad inconfundible para la editorial.
Imágenes huidizas y de una poderosa capacidad evocadora que se mueven en un ambiente nebuloso cercano a lo onírico. Gracias al intensivo uso de texturas y a la escurridiza aplicación del color, adquieren un notable grado de misterio, como si de un reto a la inteligencia del espectador se tratase. “Después de siglos de historia de pensamiento, de ciencia, al final, lo único que permanece es el misterio. Y aunque suene a romanticismo del rancio, el misterio es lo único que realmente me interesa. La pintura, la ilustración, las imágenes, en general, siempre tendrán un carácter evocador y mágico que las convierte en algo muy poderoso, algo y que nos conecta con algo primitivo que no podemos comprender y que nos hace experimentar un sentimiento de maravilla cercano a la iluminación y a la infancia. Por eso procuro trabajar con imágenes que no acabo de entender. Si una imagen la entiendo no la utilizo. El espectador debe de terminar la imagen y reconstruir su sentido”.
El coautor de Leyendario, criaturas de agua y Guía de hoteles inventados –libros gestados junto a Óscar Sipán– se define, sin ambages aunque con cierto humor, como un rancio. El amor por la ilustración de tradición anglosajona, por los prerafaelitas y los románticos franceses y por Leonardo y Durero –“por supuesto”–, se completa con una fijación casi obsesiva por los clásicos de la tipografía. La Didona a la que dio nombre Giambattista Bodoni es su tipo de referencia y Garamond, Caslon o Baskerville, opciones siempre presentes. “Soy consciente de que muchos diseñadores muy modernos me mirarán mal por ello, pero no lo puedo evitar. Una tipografía que lleva utilizándose mas de trescientos años será por algo… Precisamente por eso son fantásticas para utilizarlas de maneras deliberadamente modernas. Los mejores ejemplos de la historia del arte mantienen una tensión perfecta entre tradición y vanguardia. Es como cuando Kubrick decide poner la música del Danubio Azul para acompañar una secuencia de ciencia ficción con naves espaciales. No creo que nadie pueda ser absolutamente contemporáneo y vanguardista. Cuando rascas un poco siempre encuentras alguna referencia de alguien que ya lo hizo antes. Por el contrario, tampoco me convence la gente que continuamente busca referencias en el pasado. Sin embargo encuentro algo muy fresco en revisitar el pasado con la mirada actual”.

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