
Cuando parecería que toda la terminología está inventada en diseño, 2018 para mí ha sido sin embargo el año de la consolidación de un concepto que está aquí para quedarse. La primera vez que le oí hablar a Oscar Guayabero –a él se lo debemos– de “disseny per viure/diseño para vivir” me pareció algo más que una ocurrencia para titular una exposición. Como quiera que llevo años escribiendo sobre el diseño desde ese punto de vista, me corroía la envidia sana, por qué no se me ocurrió a mí.
Se acababa de inaugurar el Museu del Disseny, y aquella exposición mostraba un centenar de piezas o ideas pensadas para la felicidad y el bienestar de la gente. Lo que debía ser una premisa obvia –¿acaso es posible diseñar contra las personas?– resultó ser al principio intrigante, y después reveladora. Más allá de la función social del diseño, nos encontrábamos ante el diseño como palanca de uso razonable. La expo itineró, sigue haciéndolo supongo. Se editaron catálogos. Se convocaron Jornadas y debates. Han pasado cuatro años y aquella punta de lanza hoy ha establecido una realidad paralela. No quiere decir que se descubriera nada, solo había que ponerlo blanco sobre negro, ordenarlo, y proyectarlo. Se trataba de un discurso enfrentado con el oficialista, el del diseño como herramienta de competitividad, el valor añadido y otras gaitas. Hoy en las escuelas de diseño (en las de economía, ya tal) esta visión ha impregnado a profesores, alumnos y asignaturas, y ya no se ve como el recurso de los viejos diseñadores hippies.
Como todas las buenas definiciones encierra dos significados, el literal y la alegoría, que siempre tiene más sustancia. Por un lado implica que hay un diseño para ser vivido, y no necesariamente consumido, admirado, mediatizado… pero además el diseño para vivir centra el foco en las personas, en la función social, en el bienestar y en la felicidad, obviando por obvio, valga la redundancia, al productor, al emisor o al fabricante. Esta perspectiva, además, recupera el valor cultural del diseño (nada que ver con el arte, no entremos en eso…). La cultura ha sido a lo largo de la historia el motor de avance y modernización del conocimiento y las sociedades. Y en eso, el diseño, entendido como conjunto de soluciones formales, conceptuales y mecánicas a lo cotidiano, ha sido esencial. Me atrevería a decir que por encima de los mercados, de las guerras y quizá de las artes. Aun antes de definirlo, el diseño era el motor. Que resulte ahora tan novedoso el planteamiento, que sorprenda, es lo que debería sorprendernos.
Creo que ya ha traspasado lo coyuntural y la definición está aquí para quedarse, así que a partir de ahora la asumo y la utilizaré. Espero que pronto la oigamos, la leamos y la utilicemos como un territorio común, que se extienda.
Y que no se nos olvide: se la debemos a Oscar, el que para diseñar solo tiene que mover los labios. O las teclas. Publicado en Visual 196