MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Recuperar la cultura


Creímos que iba a ser solo un trance marcado por la crisis. Incluso en voz baja justificábamos que si había que recortar, la tijera debía incidir antes sobre lo menos básico, lo prescindible, para preservar lo esencial. Nos pudo parecer que por proteger la sanidad, la educación, a los mayores, estaría justificado privar de recursos a la cultura. Y posiblemente fue cierto durante los primeros años… ¿Tenían sentido tantas exposiciones carísimas y epatantes, tantos catálogos lujosamente diseñados y editados, en tantas ocasiones muy por encima del valor de sus contenidos? Hasta nos pareció bien. Incluso sano: los francotiradores que se habían acercado al abrigo de la cultura institucional –y la privada también– de la mano del todo vale, de la impostura de lo sorprendente, no tardaron en alejarse al ver que el jamón ya no era jamón, que las luces y lentejuelas primero mermaron, luego incluso estaban mal vistas… Publicado en Visual 173

No nos dimos cuenta. No era solo una cuestión de inversión, de dotaciones, de recursos. Lo que estaba cambiando era la forma de entender la cultura. Creímos que la creatividad, la genialidad, serían capaces de ejercer de contrapeso. Pero nos habían engañado. Pronto nos cambiaron el modelo. Todas aquellas estructuras culturales –contenedores, los llamaban– habían de ser para quienes tuvieran la capacidad de llenarlos, de dotarlos de contenido. O sea, para quienes tuvieran el dinero. Vimos entonces una privatización de la explotación de esos espacios. El siguiente paso fue que la cultura, además, debía de ser rentable. Y para ello, no había sino que añadirla a lo que funcionaba. Pronto la vimos asociada al deporte. Y al turismo. A la gastronomía. Al ocio. De sustantivo, de contenido en si mismo, había pasado a ser valor añadido de lo que interesaba, ya no era esencial sino herramienta. Se dejó de hablar de cultura para insistir en que el futuro era la industria cultural. El conocimiento y el arte al servicio de la economía. Ya no era importante el acceso a la cultura, sino su valor económico. Dejaron de importar los espectadores o los lectores, la cultura se mide ahora en puestos de trabajo, en inversión, en resultados, en exportaciones.
Aprendimos a vivir con ello, desaparecieron las dotaciones a las bibliotecas –que no las ayudas a los editores–, penalizaron el consumo cultural con un IVA de lujo. Fueron imponiendo que los artistas habrían de cobrar en intangibles –difusión, reconocimiento– porque su trabajo dejaba de serlo, no era “productivo”. Hoy en cualquier evento artístico cobra más el guardia de seguridad que el propio artista. La cultura como espectáculo se ha convertido en norma, porque así lo quieren quienes la financian. No es posible un modelo cultural a la medida de las marcas, de las empresas que puedan poner los recursos, porque se condicionan los objetivos: la cultura que no lo es para el ciudadano, deja de ser cultura.
Estamos en un año plagado de citas electorales. Es imposible saber si las cosas van a cambiar. Es por ello, que más allá de que ganen unos u otros, los ciudadanos tendremos que exigir la necesaria desprivatización de lo cultural. Habremos de reclamar un apoyo a la cultura de los ciudadanos, que de manera indirecta ha de beneficiar a la industria. Pero eso es una consecuencia, no el objetivo. Es posible que veamos una recuperación económica –o no– pero si sucede, no podemos consentir que la cultura se quede por el camino. Será difícil volver al punto de partida, pero es importante que no se nos olvide cÓmo era, y que las mermas, las cesiones, no eran a fondo perdido.

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