Rutu Modan es la autora más importante del cómic israelí. En sus libros se entrelazan temas como la violencia, el terrorismo y las relaciones personales a través de un estilo muy reconocible que ha ido madurando con el tiempo.
En Israel solo hay dos tiendas de cómics. Además, solo venden tebeos de superhéroes. Nada de novela gráfica. Ni siquiera álbumes de personajes clásicos de los autores belgas o franceses. Una situación que muestra la precariedad del cómic en ese país, tanto en lo que se refiere a lectores como a la industria editorial dedicada a las viñetas.
Sin embargo, esa complicada situación no ha sido un inconveniente para que Rutu Modan se haya convertido en una de las autoras de cómic más importantes, no solo de Oriente Medio sino del mundo.
Hija de dos destacados científicos israelíes, Rutu Modan decidió no seguir la tradición familiar. De nada sirvió la insistencia de sus padres quienes, por otra parte, habían hecho algo semejante cuando eran jóvenes. Su madre también había roto las normas cuando decidió hacer una carrera universitaria en lugar de quedarse en casa como acostumbraban a hacer las mujeres de su época. Modan tenía decidido que iba a ser ilustradora sin importarle la precariedad de la industria local o que el cómic fuera un sector predominantemente masculino.
Creo que comencé a trabajar en un muy buen momento. Como no había mucha gente haciendo cómics, los lectores estaban muy receptivos, –explica Modan–. Además, hasta que viajé a Europa, ni siquiera supe que el mundo del cómic era un mundo de hombres. Esto fue muy curioso porque me hizo comprender que, si no sabes que una cosa es un problema, entonces no lo es en absoluto.
Después de trabajar en la edición israelí de la revista Mad, Rutu fundó junto a Yirmi Pinkus la editorial Actus Tragicus, un vehículo pensado para publicar su trabajo y el de sus colegas de generación.
La autoedición es la vía más sencilla, la más rápida y también la más dura de publicar un cómic. De cualquier forma, creo que es la mejor forma de publicar cuando eres joven. Tal vez en el caso de la narrativa sea más complicado pero en cómics sí que hay una larga tradición de publicación independiente. Lo más importante es que no dependes de nadie para empezar un proyecto. Dibujas, escribes y vas mejorando.
Además de las ventajas puramente artísticas y de crecimiento personal, la autoedición es una estupenda manera de conocer la industria editorial y el perfil de los lectores.
Es muy importante saber cómo se hace un libro, cuánto cuesta imprimirlo y quién pagaría por él. No me refiero a cambiar tu estilo para gustar a los lectores sino saber encontrarlos siendo tú mismo. Aunque ahora mucha gente cree que ese público se puede conseguir a través de las redes sociales, Facebook no es una forma de darse a conocer. Tener tres mil likes no supone tener tres mil compradores. Únicamente significa que por diferentes razones, esas personas han apretado un botón pero no te han puesto ni un solo euro en el bolsillo. Yo he llegado a poner trabajos míos en internet, muy baratos y he comprobado que la gente se lo piensa mucho y luego no acostumbra a comprar.
Para Modan, la autoedición ha sido una experiencia enriquecedora lo que no quiere decir que haya sido precisamente agradable. En todo caso, le ha permitido pulir su estilo y convertirse en profesional, aunque para ello haya perdido la despreocupación y frescura del aficionado.
En parte estoy contenta con lo que me ha pasado y en parte no porque algo se ha perdido por el camino. Estoy convencida de que dibujo mejor ahora, pero antes era más inconsciente, en el buen sentido del término. Cuando una pequeña revista me proponía hacer una historieta de dos páginas en un par de días, siempre decía que sí. Ahora, si me llaman para una cosa similar, pienso que me va a llevar meses, que tengo que escribir la historia, que hay que dedicar varias semanas a dibujarla… En todo caso, creo que es un proceso inevitable porque no es lo mismo tener treinta años que cincuenta.
La profesionalidad en el caso de Modan ha venido acompañada de un trazo seguro, limpio, con menos texturas y una gama cromática muy reconocible que, en ocasiones, como en La cena con la reina, recuerda a maestros del cómic de la talla de Winsor McCay, creador de Little Nemo.
Winsor McCay es uno de mis cinco ilustradores favoritos. Es como el Leonardo da Vinci de los cómics. Creo que se pueden seguir las huellas de McCay en otros autores como Spigelman, Moebius, Cris Ware, Maurice Sendak… Como les pasa a los niños, disfruto cuando hay muchos detalles en las viñetas. Me gusta crear un mundo en el que puedas estar tan inmerso que se te olvide que estás dibujando. En ocasiones, cuando estoy trabajando miro a mi alrededor y veo las cosas como si estuvieran hechas con lápiz. Evidentemente, es algo que está en mi mente pero, en el fondo, dibujar es crear una nueva realidad, expandir la realidad existente.
La cena con la reina es el último título publicado por Rutu Modan. Un libro que ha sorprendido a los lectores por el cambio de registro de la autora, que se ha adentrado en el universo infantil.
Para mí no ha sido tan sorprendente. Durante muchos años he ilustrado libros infantiles al mismo tiempo que desarrollaba mi trabajo como ilustradora de cómics. Siempre he escrito para niños. Para mí es la misma cosa porque todo está conectado. Ni siquiera cambio mi forma de dibujar o de escribir. La única diferencia es que el público son los niños.
A pesar de las semejanzas en el proceso de creación, lo cierto es que sí hay diferencias entre los libros de Rutu Modan para niños y los destinados a los adultos. Si bien ambos comparten ese estilo limpio y optimista, sus novelas gráficas abordan temas realmente complicados. Por ejemplo, el conflicto palestino-israelí y la vida cotidiana marcada por la violencia. Unos temas que han sido tratados por otros autores pero que Modan enfrenta desde un punto de vista novedoso y en ocasiones discutido: el de los judíos.
No he tenido demasiados problemas con ese tema. En una ocasión expuse mi trabajo en una universidad norteamericana y los estudiantes palestinos lo destrozaron. No lo entendí como una reacción contra mí sino contra Israel. Lo más extraño fue la actitud de la Universidad. No sabían qué hacer y al final no hicieron nada. En Suecia también viví un boicot a los artistas judíos, pero normalmente la gente sabe distinguir entre el Estado de Israel, su gobierno y mi trabajo.
Para Rutu Modan el activismo basado en la censura o el boicot a los autores israelíes por el mero hecho de serlo es demasiado simplista. Una forma de protesta que muestra un total desconocimiento de la verdadera situación de los artistas en Israel.
La gente no entiende que en Israel los artistas son un colectivo que también está cuestionado. En ocasiones se les censuran trabajos, se les retiran subvenciones para poder desarrollar sus proyectos y se les considera sospechosos. No se llega al extremo de encarcelarlos pero sí que se les acosa. Estamos en mitad del problema.
En este sentido, Modan pone el foco en lo verdaderamente importante: la obra. El arte es muy importante para las personas. Por eso, lo importante es concentrarnos en hacer buenos trabajos sin importar lo que piense el autor.
En la actualidad, Rutu Modan se encuentra inmersa en un nuevo proyecto que espera acabar en uno o dos años. Estoy atascada con el final, así que no sé cuánto voy a tardar hasta dar con él. Si se te ocurre uno, cuéntamelo, –dice antes de avanzar– que, cuando lo encuentre, me gustaría retomar esa forma de trabajar de los primeros tiempos. Comenzar a dibujar o a escribir sin saber dónde me va a llevar la historia. También podría hacer otro álbum protagonizado por Maya. No sé. Afortunadamente, he conseguido hacer solo aquellos trabajos que realmente me gustan, así que quién sabe qué haré después.
Texto: Eduardo Bravo
Publicado en Visual 186