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Sentir los colores


Hace unas semanas hablaba de la inadecuación de las camisetas del Fútbol Club Barcelona a la tradición heráldica y de la contradicción de contraste entre el “blau” y el “grana”. Puse como ejemplo de coherencia visual a los arlequinados del Sabadell. Hoy intentaré ir un poco más allá e introducir nuevos elementos para despistar al personal.
Haciendo memoria (visual), el arlequín, en deporte, te remite a los jockeys –no los que ponen discos sino los que cabalgan en los hipódromos–, esos seres menudos e ingrávidos que conducen animales velocísimos marcados con un número alejado de la vista del espectador que ha apostado por uno de ellos. El jinete, en la tradición hípica, viste una camiseta de manga larga, arlequinada, cruzada o en bies, o también a rayas horizontales o verticales, contrastadas. Basta ver un vídeo del Palio de Siena, de origen medieval, donde en un principio corrían caballos solos, para apreciar có los colores de la vestimenta y de los estandartes de cada caballero le identifican respecto a sus competidores: cada equipo está formado por dos, uno con cuatro patas y el otro con dos. Mientras que en el buzkashi uzbeko y afgano (que empezó siendo una especie de polo jugado con las cabezas envueltas en trapos de los enemigos recién decapitados) los jinetes no se diferencian, sino que se reconocen entre ellos sin más. Publicado en Visual 155

En el rugby hay equipos que visten camiseta a rayas horizontales. En el fútbol solo el Celtic de Glasgow, verdiblanca. ¿Por qué, por qué, si sería más coherente que jugaran con falda escocesa? ¿Será un signo diferencial independentista, además de las gaitas?

Los ladrones usan gorra gris,
bufanda oscura y camiseta a rayas, y sino,
no…;
algunos llevan una linterna sorda
en el bolsillo.
Por otra parte, se enamoran de robustas
muchachas,
coleccionan tarjetas postales y, a veces,
lucen un tatuaje en el brazo izquierdo,
una flor, un barco y un nombre […]*

Quizás el problema no resida en el cromatismo en sí sino en la abundancia de competidores. Al igual que las bases de la heráldica –como signo identificativo para matar de cerca– acabaron siendo un galimatías con la proliferación de las guerras y periclitaron con el invento de la ballesta –que permitía poder matar de lejos perforando los escudos y las armaduras–, en cada competición de fútbol organizada, el diseño corporativo se complicó. Si se consideraran las teorías del color de Oscar Shlemmer en los Triadisches Ballett, solo habría tres equipos de fútbol en el mundo: los rojos, los azules y los amarillos, como si en una Catalunya independiente el Barça jugara cada semana contra el Espanyol y viceversa, y alguna temporada contra otro equipo ascendido de categoría.
Lev Yashin, “la Araña negra” del Dinamo de Moscú, el mejor portero de la historia del balonpié, el primero en usar guantes, vestía siempre de negro, de ahí su apodo. De negro como los árbitros, que nunca le exigieron cambiarse ni de medias. En 1964 España ganó a la Rusia soviética en la final de la Copa de Naciones (2-1) en lo que el franquismo convirtió en aquelarre glorioso que confirmaba la superioridad del nacionalsocialismo de boina y alpargata contra el poderío galáctico-bolchevique del Sputnik, la perra Laika y la crisis de los misiles de Cuba. La selección española vistió de azul, la rusa de rojo; más coherencia semiótica, imposible. El partido se jugó en el Santiago Bernabeu, cuyos inquilinos habituales visten de blanco.
Excepto en la temporada de 1925, el Real Madrid siempre se ha distinguido de manera ejemplar por ir de blanco –lo de “merengues” no era una banalidad cuando el pueblo gritaba “¡Menos Franco y más pan blanco!–”, aunque la superposición de todos los colores del espectro en la síntesis aditiva implique que el gesto “sentir los colores” esté desprovisto de toda racionalidad, ya que no hay color: besar la camiseta es besar la nada, cielo de color de leche, que hasta Giotto fue dorado, después azul, y según las fotografías de la NASA, negro.
Ahora, la selección española es “La Roja” (ironías de la historia) y ningún equipo viste de negro excepto el Barça en el segundo equipamiento y, en el rugby, los míticos All Blacks de Nueva Zelanda. Sería interesante que, además de la supresión de las competiciones futbolísticas entre naciones, sustituida por una mundial entre clubes (que son los que pagan), todos los equipos vistieran de blanco o de negro, alternativamente, como piezas de ajedrez.
—¿Quién ha ganado el partido de hoy?
—Los negros del Madrid.
Los árbitros, a rayas horizontales blancas y negras, como los presidiarios de las películas de Charlot.

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