MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Tonto el que lo lea. La inocuidad de la gráfica política


Aunque parecen estar en campaña ininterrumpida, lo cierto es que la cita con las propuestas de los candidatos que aspiran a gobernar el país está fijada cada cuatro años. Es el momento en que cada uno de sus partidos o coaliciones llenan los espacios publicitarios de nuestro entorno con el producto que aspiran «vender»: los rostros de viejos y nuevos candidatos nos saludan desde vallas y carteles con sus mejores sonrisas y sus eslóganes perfectamente intercambiables. Aunque hay quien afirma que en política la imagen lo es todo, lo cierto es que es bastante dudoso que todo este despliegue de tipografías y caras de palo pretenda –y consiga– en realidad, formar o modelar la opinión de los votantes. La tradicional pegada de carteles es un rito al que ningún partido parece querer renunciar. Publicado en Visual 178



“Tonto el que lo lea” es la frase que mejor resume cualquiera de estos eslóganes políticos –afirma G, con la sonrisa parapetada tras unas frondosas barbas–, brote indómito de las últimas semanas, que le otorgan un aire como de hípster decrépito.
Francamente, G, no esperaba un exabrupto tan banal viniendo de ti. Ya sé que eres de esos que no votas y…
No te confundas, jovencito –le interrumpe G, sin dejar que el gacetillero acabe la frase–, no quiero decir que los que os preocupáis por la política y hacéis un hueco en el vermut del domingo (o la misa) para ir a votar, seáis unos lerdos o, mejor dicho que, si la mayoría lo sois (hechas las necesarias excepciones, entre las que te incluyo), no se debe al cultivo de esa pasión colectiva por la estadística que llamáis democracia.
No, mi querido e inocente contertulio, no te preocupes, porque no estoy dispuesto a hablar de política. Nos hemos detenido delante de este gran cartel electoral y no he podido dejar de reflexionar en voz alta, pero como bien sabes, hace tiempo que dejé de leer los diarios y eso que llaman “la actualidad” no me interesa. No conozco a este joven que aparece fotografiado en el cartel, no sé nada de su partido ni de lo que representa. Sólo sé que leo este titular y la información que recibo es igual a cero. Dicho de otra manera, hay que ser muy tonto para ponerse a leer los textos de la propaganda electoral pensando que te van a aportar algún tipo de conocimiento. Es más, hay que ser muy irresponsable para hacerlo: cada segundo que dedicas a leer una de estas frases es un tiempo precioso que podrías haber dedicado a leer un verso de Emily Dickinson o de Machado.
El gacetillero, también plantado delante de la marquesina publicitaria, lee en voz alta
“Con ilusión. Albert Rivera. Ciudadanos”. ¿De verdad no sabes nada de este partido? Bueno, creo que una parte de sus votantes tampoco están mucho mejor informados… Pero no deja de sorprenderme tu desapego por la política: tú sueles recordarme siempre tu juventud comprometida, cuando te jugabas el tipo contra la policía franquista, tus simpatías por el partido comunista…
En ese preciso momento, Allan, que estaba muy ocupado en la mesa de una terraza, disputándole los restos de una patatas bravas a unas palomas, reaparece graznando: “¡Con ilusión!; ¡Con ilusión!”.
G, perfectamente habituado a no prestar atención a su mascota, da la réplica al gacetillero:
Bueno, mis simpatías se concentraban especialmente en una hermosa camarada de ojos grises, para ser honestos. Hay gente que piensa que fui expulsado del partido, pero en realidad nunca fui admitido en él: sospechaban de mí, me veían como a un intelectual elitista o como a un anarquista emboscado. En fin, de la que me libré.
Volviendo a nuestro tema, se me está ocurriendo que sería interesante hacer una lectura de todos estos carteles electorales, desde un punto de vista gráfico. Quizá lleguemos a alguna conclusión.
Bueno, teniendo en cuenta mi gran ignorancia sobre los personajes que aparecen retratados, puede que este ejercicio analítico se acabe pareciendo mucho a esos sesudos libros teóricos que acotan una parcela de nuestra profesión, le ponen una etiqueta y la analizan formalmente sin tener en cuenta el contexto, factor sin cuyo conocimiento, a mi juicio, es del todo imposible juzgar cabalmente una imagen. Pero no me disgusta la propuesta y nos acompaña un clima muy agradable para pasear, a pesar de lo avanzado de diciembre.
G se aclara la garganta y adquiere ese semblante reconcentrado con el que pretende afirmar ante el mundo lo mucho e intensamente que piensa:
Bien, mi gentil adlátere, marquemos las reglas del juego: primero analizaré el eslogan y la tipografía, después el color, la fotografía, la composición y, si procede, nos referiremos al logotipo que aparezca a modo de firma. Empezaremos con este muchacho tan sonriente.
El eslogan, creo que ya ha quedado claro, es perfectamente intrascendente y cualquier partido político podría suscribirlo. Imagino que la intención que apenas se esconde tras ese “con ilusión” es subrayar la juventud del candidato (ya se sabe que vivimos unos tiempos marcados por la superstición de que la juventud es un valor en sí misma, como si los idiotas jamás hubieran tenido veinte años). La ilusión, dicen por ahí, es propia de la juventud (vivimos tiempos de una pereza mental realmente notable).
En efecto –aclara el Gacetillero–, este candidato encarna la facción conservadora de eso que la prensa ha convenido en llamar “nueva política”. Su partido no es nuevo, pero su presencia en el ámbito nacional y sus posibilidades de sacar un importante número de escaños, sí lo son. Proyectar una imagen, no solo de juventud, sino de novedad, es muy importante para ellos.
Ya veo. El eslogan combina una tipo de palo (en su versión fina) con una de esas falsamente caligráficas: lo que yo llamo una caligráfica “de lata” (o de ordenador, para que nos entendamos). Fíjate que las dos “i” de “ilusión” son perfectamente iguales: parece que no les quedó presupuesto para pagarse un calígrafo.
Seguramente, ni se lo plantearon, G.
Por supuesto, estaba ironizando, mi tierno colega. Esta letra, falsamente escrita a mano (no voy a sacar conclusiones políticas de tal impostura), quiere subrayar formalmente lo que el trazo manual y el concepto “ilusión” pueden compartir: energía, impulsividad, frescura, alegría, flexibilidad, etc.
¡Ilusión! ¡Ilusión! –vuelve a graznar Allan, provocando la curiosidad de algunos transeúntes–.
Letras caligráficas hay infinitas –apunta el Gacetillero–. Esta, con su trazo grueso y redondeado, tiene un aspecto afable, casi infantil…
Sí, lo que contrasta con la letra del nombre del candidato (de nuevo un palo seco en mayúscula) y la letra del logotipo, una Helvética, si mi castigada vista no me engaña. La Helvética es a la tipografía, lo he afirmado ya en alguna ocasión, lo que la representación de una llave al repertorio habitual de metáforas gráficas: una especie de pantalón gris que combina con todo.
Creo que en realidad se trata de una Europa Grotesk –le corrige su amigo–.
Vaya, entonces se trata de una de esas imitaciones para tranquilizar la conciencia del diseñador y ciscarse, de paso, en los derechos morales de Miedinger y compañía.
El diseñador es Rafael Celda y no creo que tenga grandes conflictos de conciencia: también diseñó los logotipos de Comisiones Obreras o Equo. Sin duda, un profesional de mentalidad abierta, no como tú…
¡Ja! Ética y diseño: ahí tienes tema para un bonito artículo. Como decía un viejo amigo, en esta profesión no faltan mercenarios (que trabajan en bonitas mercerías). Pero nosotros a lo nuestro. Vayamos al color: el naranja aparece en textos y logotipo, así que imagino que es el color corporativo. Un color asociado también a la luz, la energía y la frescura de lo nuevo. También se le suele asociar con una cierta frivolidad e intrascendencia: un color nacido para llamar poderosamente la atención que no po-cos publicistas han utilizado para anunciar productos de bajo coste (o low cost, como dicen ellos con su ridícula arrogancia lingüística).
La fotografía del candidato también parece haber pasado por un filtro ligeramente naranja (el gris supuestamente neutro del fondo tiene cierta predominancia de amarillo y magenta).
¿Y qué me dices de la fotografía propiamente dicha? –interrumpe el Gacetillero–. El candidato va sin corbata, no mira directamente a la cámara, sonríe abiertamente…
Y lleva camisa blanca –puntaliza G–. Creo que vamos a ver más de una camisa blanca en nuestro paseo. Es la mayor aportación de Barack Obama a la política internacional (al menos la más inocua). De nuevo la simbología de los colores: una camisa blanca para un candidato nuevo, tierno y virginal tiene el efecto de presentarlo a la opinión pública como una especie de novia inmaculada.
Es significativo lo de no mirar a cámara: es la representación rutinaria del soñador. El candidato mira hacia un horizonte lejano que nosotros, pobre y mundano electorado, no logramos alcanzar a ver. Se trata exactamente de la misma estrategia que utilizó la campaña de Felipe González en el año 82 “Por el cambio”: en ella el candidato también miraba con expresión soñadora hacia un horizonte lejano. Lo inquietante es que en aquella ocasión, el futuro asalariado de una multinacional energética, miraba hacia delante, esto es, en el sentido de la lectura (simbólicamente, hacia el futuro), mientras que el protagonista del cartel que estamos analizando lo hace en sentido inverso, contrario al de la lectura (simbólicamente, hacia el pasado).
Otra diferencia es que el candidato socialista no sonreía (en los pasillos del Congreso todavía resonaban los ecos de los disparos golpistas y no estaba la actualidad para muchas alegrías).
Desde el punto de vista de unos posibles suegros de clase media, el candidato del cartel que nos ocupa tiene una pinta estupenda y se le perdona fácilmente ese pequeño desaliño de no llevar corbata, hecho en absoluto baladí que, sin duda, pretende ganarse la confianza de un electorado menos convencional. Las camisas desabrochadas también connotan una actitud de predisposición al trabajo…
Bueno, en las bodas connota más bien que el consumo de alcohol ha alcanzado un nivel suficiente como para que los invitados se sumen, olvidando todo decoro, a una conga improvisada –puntualiza, medio en broma medio en serio, el Gacetillero–.
Sí, bueno, como decíamos, el contexto es fundamental para realizar una atinada lectura de la imagen… No quisiera dejar escapar un detalle fotográfico significativo: fíjate que la silueta de nuestro hombre está sutilmente reforzada por una especie de halo o resplandor. Es una manera de señalar al candidato como una especie de aparición casi arcangélica.
Para terminar, la composición es previsible, pero no quisiera dejar de advertir dos cosas. Una, aunque la fotografía ocupa casi toda la superficie, se ha dejado un marco blanco que de alguna manera la aísla de una posible polución visual cuando este cartel deba dialogar con el entorno: se persigue dar en todo momento una sensación de limpieza. Dos, la “l” de la palabra “ilusión” sobrepasa el límite de la foto: de nuevo, un tímido detalle de audacia y loca juventud.
Por asociación de ideas, Allan, que había vuelto a distraerse piropeando a unas cotorras, entona algunos versos de una vieja canción cubana:
“Con candoooor el alma entera yo te diii, pensando nuestro idilio consagraaar, sin pensar que ella lo que buscaba en mí era el amor de loca juventuuuuud…”.
La pequeña comitiva se ha parado ahora ante un cartel contiguo al que acaban de examinar:
No me lo digas, éste es el actual presidente del gobierno –Conjetura G, no muy seguro de acertar–.
Efectivamente, el candidato del Partido Popular. Éste no es nuevo –aclara el Gacetillero–.
Sí, en mis tiempos se llamaba Alianza Popular y lo encabezaba ese político franquista que se fue al otro barrio sin dar cuenta de sus crímenes gracias a vuestra estupenda democracia. Pero no estamos aquí para hablar de eso.
G se acerca todavía más al cartel.
Veo que, en este caso, tenemos un eslogan que funciona como firma, bajo esta especie de logo costumizado para la ocasión (parece el logo de una efeméride filatélica), y un titular que, pese a no estar entrecomillado, resulta obvio que pretende pasar por ser una cita de un discurso del candidato: “Quiero vivir en una España que, pase lo que pase, se mantenga unida”. Bien, una frase con doble interpretación. En primera instancia, todos interpretamos que mantenerse unidos equivale a trabajar solidariamente por una causa común, pero es obvio que en esta ocasión se refiere también a la unión política de los pueblos que la componen y a su frontal rechazo al derecho a decidir de los ciudadanos catalanes.
La cita, que comienza por un “quiero”, expresa un deseo y no resulta, en principio, autoritaria. Pero el uso de unas mayúsculas de palo seco (Gotham, si no vuelvo a equivocarme) en una frase tan larga, que tanto complica la legibilidad (el interlineado, escaso, tampoco ayuda), sin duda no es inocente: la mayúscula dota a la frase de un cierto aire marcial e incontestable y el aumento de cuerpo en la última palabra, “unida”, crea un énfasis que tiene algo de admonición. Es, en conjunto, una frase tan desprovista de intención como la clásica “le voy a hacer una oferta que no podrá rechazar”.
Respecto al eslogan de campaña, aquí lo encontramos medio traducido al catalán: “España amb seny”. Digo medio, porque no se han molestado en escribir el nombre del país según la ortografía catalana. ¿Conoces el original?
Sí, si no me equivoco, el eslogan original en castellano es “España en serio”.
Bien, de nuevo un eslogan que cualquier partido podría suscribir. Da a entender que, posiblemente, hay candidatos que no se toman a España lo suficientemente en serio ¿No? La traducción al catalán no resulta tan antipática. Podríamos traducir aquí “seny” por “sensatez”: “España, con sensatez”.
Es cierto que es un eslogan con el que resulta difícil discrepar –puntualiza el Gacetillero–, pero no creo que un partido como Podemos, cuyo candidato invita a la gente a sonreír, lo hubiera adoptado con demasiada convicción.
Ya llegaremos a esos. Por lo que respecta a este cartel, ya he mencionado el color azul: a nadie se le escapa que todavía funciona como un antagonista, políticamente hablando, del rojo. El azul encarna a la derecha tradicional. Es un color frío, que encarna perfectamente una cierta voluntad de permanencia y atemporalidad. Como bien saben los anglosajones, es un color melancólico, quizá por su presencia en las infinitudes oceánicas y celestiales.
El candidato, a pesar de vestir de azul oscuro y lucir corbata a juego, es la perfecta encarnación del color gris. Todo en él es anodino y previsible. La alianza, perfectamente visible en su mano derecha, lo presenta como un hombre de familia, serio y responsable: un perfecto padre de la patria. Solamente, ese voluminoso reloj de pulsera, como de piloto de rally, aporta una nota discretamente atrevida al conjunto. Curiosamente, en este cartel no aparece su nombre… El retratado finge consultar notas y documentos: es un hombre que lleva sobre sus hombros altas responsabilidades y no tiene tiempo de posar ante la cámara.
Mira G, allá hay un par de banderolas del mismo partido con una fotografía ligeramente distinta del candidato popular –Señala, el Gacetillero–.
¡Ah, sí, muy interesante! En este caso nuestro hombre ha levantado la vista de los papeles y parece estar mirando a un interlocutor próximo a él. A su espalda se adivinan unos haces de luz muy efectistas que delatan la presencia de una ventana detrás…
Visualmente está muy bien, pero no sé si simbólicamente funciona –apunta el Gaceti-llero–; poner al candidato de espaldas a la ventana es como presentarlo de espaldas a la realidad de la calle, me parece a mí.
No está mal visto, mi perspicaz amigo, pero también podría interpretarse como un signo más de su cargo: mientras en la calle parece hacer un día estupendo para pasear fumándote un puro con el diario deportivo bajo el brazo, nuestro hombre tiene que permanecer encerrado en su despacho velando por el bienestar de todos los españoles. Aunque, si te fijas, por la manera de empuñar el bolígrafo, parece estar rellenando un crucigrama más que enfrentándose a la redacción de un documento importante. Por cierto, el candidato de la banderola de al lado tiene cara como de villano de serie B. Hay veces que es mejor no sonreír.
Volviendo al cartel que estamos analizando, el encuadre tiene algo de premeditadamente improvisado que no está mal: le da un cierto dinamismo al conjunto y contrarresta un poco la inexpresividad (esa mirada de pez) del retratado. La ubicación de las informaciones es un tanto errática: en una misma imagen tenemos un texto alineado a la derecha (y pisando con muy mala fortuna la cabeza de este señor); otro, a la izquierda y, en la base, centrados, el eslogan y el logotipo-nodriza que contiene al del partido, ese de la gaviota con serias probabilidades de padecer claustrofobia en esa especie de logo-patera donde solo faltan los hermanos Marx pidiendo dos huevos duros.
Parece que lo diseñó algún afiliado de las juventudes del partido muy habilidoso con el Corel Draw –apunta el Gacetillero, con ganas de provocar a su viejo colega–.
Muy bonito, supongo que con el gesto de echar una tonelada de estiércol mediático sobre la imagen de nuestra profesión, se habrán quedado muy contentos. En fin, pasemos a otra cosa… ¡Allan, haz el favor de no molestar a aquellas señoritas y ven, que seguimos con el paseo! ¿Y este quién es?
El candidato del PSOE. Al final me acabaré creyendo de verdad que no lees los diarios –se escandaliza el Gacetillero–.
Vaya, otro yerno ideal. Es calcado al representante de fotocopiadoras que solía pasar por el estudio… ¿Ves lo que te decía?: otra camisa blanca. La composición tipográfica del eslogan me parece un perfecto disparate, con esa combinación de romana cursiva, palos secos condensados y filetes: “Vota por un futuro para la mayoría”… De nuevo una frase que no dice nada que no pueda suscribir cualquier partido rival. Eso sí, carece de toda musicalidad. ¿Qué demonios hace esa especie de guión encima de la “u” de “futuro”? Parece un acento… ¿Querrán que pronunciemos una palabra llana como si fuera esdrújula, a la manera de los periodistas papanatas? Bueno, al menos aquí no parecen esconder las siglas del partido ni el color rojo que lo identifica (aunque en su caso lo hayan desprovisto de cualquier tipo de significado no ya revolucionario sino meramente progresista). El logotipo de Cruz Novillo también aparece en un lugar destacado.
G repara en el cartel de al lado, del PSC;
Vaya, parece que la sucursal catalana está más risueña que el candidato de Madrid. “Somos la solución”. ¿Qué partido no lo suscribiría? ¿Te vas haciendo una idea de lo que quería decir al comienzo de nuestra conversación? Es de tontos, pararse a leer frases absolutamente vacías de contenido. Bueno, al menos lo de “Echemos a Rajoy” hay un candidato al que, en principio, no le hará mucha gracia.
Pues yo tengo mis dudas de que mencionar al líder del partido rival en tu propio cartel sea una buena estrategia –objeta el Gacetillero–.
Mira, Allan se ha subido encima de una banderola interesante. ¿No es ese el presidente de la Generalitat? –inquiere G–.
Presidente en funciones –aclara su amigo–. Rota su antigua coalición, se presenta bajo la marca “Democràcia i Llibertat”.
Sin embargo, el titular de su cartel parece más el de un partido en la oposición que el de uno que está gobernando. Fíjate que tachando los prefijo “des” de “desigualdad” o “in” de “inviable”, lo que sugiere es que ellos se postulan para corregir una realidad que no les gusta. Pero ellos son los que, estando en el gobierno, deberían hacerse responsables de esa realidad. Es una cuestión de elemental lógica lingüística. Se agradece, en cualquier caso, que utilicen minúsculas donde los demás utilizan esas antipáticas letras capitales que parecen estar gritándole a uno todo el tiempo.
Veo que se han decantado por un azul oscuro para el color corporativo de ese logotipo donde han creído necesario subrayar con letra manual la palabra “libertad” (no es demostrar una gran confianza en el nivel electoral del espectador ese tipo de redundancia, todo sea dicho).
Pues a mí esas fotografías en blanco y negro, tan en primer plano, me resultan interesantes –proclama el Gacetillero, que empieza a sospechar de la pretendida objetividad analítica de G–. No sé. Les da a los candidatos un aire como de hombres de estado.
No te falta razón, parecen fotos realizadas para la portada de la revista Life. Además, la mirada directamente dirigida a la cámara, la escueta sonrisa y la rotundidad de la iluminación quieren transmitir a todas luces una sensación de confianza. Pero dime: ¿han servido estos carteles para conocer algo que desconocíamos? ¿Nos han aportado algún tipo de información útil? ¿Esgrimen el más mínimo argumento para que les confiemos nuestro voto? Creo que ya he demostrado suficientemente que nos podríamos ahorrar todo este folclore de la propaganda electoral.
Desde lo alto de la farola, Allan grazna a todo pulmón “¡Más, más, más!”, no se sabe muy bien si con la pretensión de seguir escuchando las enseñanzas de G o jaleando al candidato sobre cuya banderola acaba, involuntariamente, de aliviarse.
Mira, la verdad es que a mí también me gustaría que analizáramos algún otro cartel –añade el Gacetillero–. Estaba pensando en escribir un artículo sobre el tema.
Como quieras, éste resulta realmente increíble –contesta G, mientras repara en una banderola en la que un candidato intenta mantener un precario equilibrio apoyado sobre un titular enorme–. ¿Sabrías decirme por qué demonios utilizan una púa de guitarra en su imagen corporativa?
No sé, quizá porque su líder, Duran i Lleida, toca la batería en sus ratos libres. Reconozco que es muy desconcertante…
Parece que alguien se ha llevado los muebles. Se le ve realmente incómodo en esa posición. Resulta difícil que un líder que no ha sabido siquiera resolver dónde apoyarse con unas mínimas garantías defienda un eslogan como ese: “soluciones”. ¿Me dispensarás si no sigo comentando semejante despropósito gráfico?
Este sí me gustaría que lo comentaras –contesta el Gacetillero mientras señala un cartel predominantemente lila y rojo–. Se trata de la campaña de “En Comú Podem”, el conjunto de partidos con el que se presenta Podemos en Cataluña.
Otros que recurren a las mayúsculas de palo seco en su titular. Jerárquicamente, el nombre de la coalición es lo que más destaca. No contentos con ello, utilizan el imperativo “vota”, algo que en otros tiempos era muy común en la gráfica política, pero que en la actualidad resulta hasta entrañable. El viejo truco de estrechar el interletraje y utilizar la inclinación de las cursivas para inclinar también la orientación de las líneas, obteniendo así una pieza tipográfica contundente y dinámica a un tiempo, no carece, como todos los viejos trucos, de eficacia. El fundido entre el lila y el rojo imagino que tiene su significado. Veo que en esta campaña se llevan mucho los degradados, con lo insufribles que resultan.
Claro –corrobora el Gacetillero–, el lila es el color que identifica a Podemos y el rojo es un color con el que fácilmente pueden identificarse las otras fuerzas progresistas que concurren con ellos.
Tiene estructura de cartel de cine, de cine de acción, para ser más exactos. La fusión de la imagen de estos tres candidatos (que imagino muy conocidos) tiene un aire amateur encantador. Me retrotrae a mi juventud, cuando pegar carteles era un deporte de riesgo. Debo reconocer que aquí ha aparecido un ingrediente nuevo: la épica.
Mientras G hablaba, su amigo ha estado buscando algo en la pantalla de su tablet. Se trata de el cartel electoral de Podemos:
Mira G, me gustaría que le echaras un vistazo también a este cartel. Se trata de el líder de Podemos, todo un fenómeno político sobre el que deberías informarte.
lgo he oído… Déjame ver… Ah, es el joven que aparecía en el cartel que acabamos de ver. ¡Otro cartel con Gotham y candidato luciendo camisa blanca! Gráficamente, más de lo mismo, pero peor realizado. El cuadrado blanco del margen inferior derecho es una chapuza. Supongo que tapa algún elemento que hubiera dificultado la lectura del titular. O bien han aprovechado una foto que ya tenían o bien han hecho la foto con la intención de poner el texto en otra parte y, finalmente, han cambiado de opinión. En cualquier caso, el equipo de un candidato tan poco ortodoxo no debería descuidar los detalles: da sensación de improvisación.
El Gacetillero pasa la mano por la pantalla de su tablet y muestra una nueva imagen a su amigo.
Mira, este es el candidato de Unidad Popular, la coalición con la que concurre Izquierda Unida.
Vaya, veo que estas son las elecciones de la juventud… “Por un nuevo país”… Otra generalidad, esta vez con letra escrita a mano (bastante amorfa, por cierto). Como el anterior, me resulta un cartel poco profesional, la verdad, aunque se agradece la imaginación del candidato al elegir la camisa. La fotografía es muy convencional, de hecho es el tipo de retrato que te habría hecho un fotógrafo de barrio. Está hecha a base de fórmulas gastadas: buscando la naturalidad, cae en un recurso más bien artificioso. Mira, me estoy empezando a aburrir de esto… La gráfica de nuestros políticos es muy previsible.
Sólo una más, de un partido que no veo representado por aquí.
El Gacetillero busca en su tablet el cartel de UPyD.
¿”Más España” es su frase? ¿Tiene algún sentido? Creo que es lo peor que hemos visto esta mañana. En fin, ellos sabrán qué querrán decir con su magenta corporativo (supongo que ya no habría muchos colores libres cuando fundaron su partido), pero ¿era necesario diseñar ese logotipo en forma de supositorio que es un atentado contra las más elementales reglas de la tipografía? Se acabó, vámonos a tomar algo. Me he saturado.
De camino, un candidato con aspecto leonino y beatífica sonrisa, proclama “Defen-deremos tu voto” desde su correspondiente banderola. La frase parece estar compuesta en mayúsculas con una Gotham, pero ni G ni el Gacetillero podrían jurarlo, ni siquiera reparan en el color de la camisa del aspirante al escaño: están muy ocupados buscando un bar acogedor donde apurar unos whiskies para aclarar sus maltratadas gargantas. Texto: Carlos Díaz

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