“La fotografía es la única manera de matar a la muerte”. La frase de Jean Cocteau resuena más actual que nunca ante proyectos como Yolanda, de Ignacio Navas, quien tras cuatro años buceando en más de medio millar de fotografía domésticas, ha realizado un lúcido y honesto homenaje a la juventud, a sus sueños, a sus frustraciones y desencantos. En definitiva, a la vida. Publicado en Visual 176
¿Quién era esa mujer que lo sostenía en brazos el día de su bautizo? Una novia de su tío, tal vez, se respondió Ignacio Navas mientras miraba un antiguo álbum familiar. Poco después supo que esa mujer era Yolanda, una antigua novia de su tío como bien había supuesto, pero no una novia cualquiera. Había mucho más en la historia de Yolanda, una historia que merecía ser contada a pesar de la inicial reticencia familiar, que prefería no despertar ciertos recuerdos y que, tras varios años de investigación, dio lugar a uno de los proyectos fotográficos más emotivos y maduros de los surgidos en el panorama fotográfico español de los últimos años, tanto por su potente concepto como por su presentación editorial.
“La historia de Yolanda me llamó mucho la atención, así que empecé a tirar del hilo poco a poco. Surgió de forma muy natural, como todos mis proyectos, que más que los elija yo, parece que me eligiesen ellos. A mi familia al principio no le gustó la idea y tuve alguna discusión con mi padre, pero mi tío sí que estuvo de acuerdo. La figura de Yolanda sigue estando muy presente en la vida de mi tío. Él rehizo su vida, está completamente sano, se casó, de hecho se casó una semana después de que se inaugurase la exposición y fue muy emotivo porque fue como cerrar completamente un ciclo. Se lleva muy bien con la familia de Yolanda, con su hermana, con sus padres… Para mi tío era como si alguien le escribiera una biografía desde el cariño, con mucha dulzura porque no mete el dedo en ese tema sino que habla de otras cosas”.
Durante los años ochenta, la aparición de drogas como la heroína hizo estragos entre la población más joven. Yolanda y Gabriel, el tío de Ignacio, eran jóvenes en esa época y como él mismo dice, “A buen entendedor pocas palabras bastan”. “Yolanda es un fanzine en el que no se dicen muchas cosas pero que se sobreentienden. La foto de la mili que está mi tío muerto de asco, no hace falta decir que tiene mono. Una persona que está enganchada y va a la mili, ¿cómo crees que va a estar?”. Esa distancia, el no caer en lo explícito y la redundancia son las razones que hacen que Yolanda, aunque trate de drogas, del sida, de la muerte y de muchos otros “esos temas”, sea un proyecto más complejo, cercano y emocionante que esos otros proyectos que también hablan de “esos temas”.
“Fotógrafos como Nan Goldin o Alberto García Alix, que me gustan y que respeto, juegan al juego de crear una épica de la droga que yo, personalmente, no me la creo. Realmente fueron otros los motivos, sobretodo el tema de la privacidad de mi tío y mi familia aunque a él nunca le pareció mal, por los que llegué a dudar sobre si publicar o no Yolanda. Me pregunté ¿por qué tengo que publicar esto? Entonces me di cuenta: conforme iba investigando, por una parte aparecía la historia de mi familia en el marco de la droga, de los años ochenta, pero si quitaba ese marco y lo dejaba como un mero telón de fondo, aparecían muchos ecos que tenían que ver con mi propia historia, porque la historia de Yolanda en realidad es una historia de juventud. Una historia de juventud en un determinado lugar y en un determinado momento en el que había pocas oportunidades para los jóvenes, que estaban asqueados, pero que a la vez se querían comer el mundo y no sabían cómo. Ese era el verdadero tema de Yolanda: las emociones de la juventud. Ahí fue cuando me decidí a publicarlo y cuando también se produjo un cambio narrativo. No tenía sentido ni me interesaba poner fotografías muy macarras porque no iba de eso, se dejó de un lado todo el tema de la droga y se habló de todo lo demás”.
En sus proyectos fotográficos tanto los anteriores –Linde– o posteriores a Yolanda –El Norte–, Ignacio muestra un claro interés hacia las pequeñas historias, hacia las realidades cotidianas que resultan más abarcables, más asibles y, en consecuencia, más cercanas a aquellos que las ven.
“Había muchas formas diferentes de abordar Yolanda. En un primer momento tenía recortes de periódico sobre los muertos de la heroína que era la ‘gran historia’ pero, en mi opinión, las herramientas del fotógrafo no pueden abarcar tanto. La fotografía no es un pensamiento lineal, que permita un desarrollo como la filosofía, la historia, la investigación científica… La fotografía no va de precisiones sino de imprecisiones. Por eso decidí que debía investigar las pequeñas historias que, por otra parte son el puente que me lanza de un proyecto a otro. Resaltar la importancia de un coche, de un perro… En Yolanda, por ejemplo, hay muchos coches porque mi tío no para de cambiar de coche y eso en realidad de lo que te habla es de los anhelos, de los sueños, de las aspiraciones de esos jóvenes. Además era una forma de universalizarlo, de que llegara a contar más cosas. En la historia de mi tío y mi tía encontraba ecos que me ayudaban a entender cosas que también me había pasado a mí. Pensé que otras personas también oirían estos ecos e iniciarían su mismo proceso”.
Del álbum a la pared, de la pared al papel.
En 2011 Ignacio Navas acababa de concluir Linde, un trabajo que llamó la atención de la comisaría Tania Pardo, que le invitó a mantenerle informada de sus nuevos proyectos. A medida que Yolanda iba tomando forma, Ignacio iba publicando sus avances a través de su cuenta de Facebook y, al tener noticia de ello, Tania le pidió conocer más sobre esa historia.
“Entonces le hice una maquetilla en la que quedaba más claro por dónde quería avanzar y eso fue lo que le enseñé. Le encantó y dijo que quería hacer algo con ello. Después de varias exposiciones colectivas, organizamos una exposición individual en PhotoEspaña. Esa fue la primera vez que se expuso en pared y resultó muy curioso porque nunca me preocupé del formato pared. Siempre tuve muy claro que Yolanda iba a ser un fanzine”.
La versión editorial de Yolanda es otro de los aciertos del proyecto. Concebido desde un primer momento como fanzine y no como un libro de fotografía al uso –si es que se puede establecer la diferencia más allá de estar hecho de forma amateur y no enmarcado dentro de una industria editorial–, su cuidado diseño y la eficaz narración mezclando imágenes y recuerdos de su tío hacen de él la pieza que redondea un proyecto en el que Ignacio invirtió cuatro años de trabajo, manejó más de 500 imágenes y requirió de la ayuda de un pequeño equipo en el que se encontraban el diseñador Jorge Fernandez Puebla, el impresor Óscar García de Pulse Comunicación y el preimpresor Gonzalo Hernández.
“No creo en el talento, la inteligencia y todo eso. Lo que creo es que, si trabajas activamente en algo, vas avanzando. Yolanda no era un proyecto que se pudiera hacer en dos meses. Había que hacer una investigación, convivir con las imágenes, tenerlas en la pared, verlas, entenderlas, plantearte ¿por qué se habían hecho una foto mi tío y mi tía en un parking horroroso en el que se desdibuja el mar al fondo pero que en realidad no se ve? ¿Qué pulsión les llevó a bajarse del coche y hacerse la foto…? Me sentía como un director de cine con mucho metraje que tenía que ordenar la historia que quería contar. Tuvimos que escaner todas las imágenes y retocarlas aunque no demasiado porque el 80% estaba bien y las que estaban mal las dejamos así, salvo aquellas que sí que hubo que corregir por temas de no romper la narración. Por ejemplo, hay una foto que está mi tío y mi tía en casa de mi abuela y tienen la misma luz, el mismo momento pero tienen positivos diferentes, posiblemente una de las copias se perdiera o dañara y sacaran otra un tiempo después, y una estaba súper verde y la otra no. Ahí sí que retocamos para que se compensara, porque rompía la narración. En los demás casos no se tocó nada: las que estaban reventadas, como las del accidente de coche, se dejaron así porque me parecía interesante que así fuera, y eso ya entra en temas de lenguaje fotográfico porque, en mi opinión, estamos acostumbrados a ver imágenes tartamudas, imperfectas, con dominantes de color, subexposiciones, sobrexposiciones y, como fotógrafo, incorporar eso a mi trabajo supone incorporar ecos de ese lenguaje que el espectador utiliza cotidianamente, sin olvidar también que plásticamente son muy interesantes. Por ejemplo, la penúltima foto de Yolanda, que tienen una dominante azul total, es así porque mi tío se confundió y puso un carrete de tungsteno en lugar de luz día. Como el fondo además era gris, la dominante se suma y genera un resultado muy interesante”.
A medida que evolucionaba el proyecto, evolucionaba el fanzine, cuya narración se vio en ocasiones modificada por necesidades de producción y maquetación.
“Se mimó todo mucho. Aunque pueda parecer una chorrada, el fanzine tiene cosas un poco complicadas porque hacer un fanzine no quiere decir hacer las cosas mal. En este caso se eligió el papel, hubo que hacer una corrección de color muy semejante a la que se hace en laboratorio, se trucó la impresora, no sé si engañándola y cambiándole el gramaje del papel o haciendo que calentase menos el tóner para que no quedase con ese brillo que tiene la impresión tóner, se cuidó el decalaje… Al final encontramos una solución coherente con el proyecto y funcional, aunque para ello hubo que cortar los encartes uno a uno. Fue un poco zen, un poco de dar cera, pulir cera, pero conseguimos un resultado que con una imprenta industrializada nunca hubiéramos logrado”.
Librerías tan importantes como Ivory Press, La Central o La Integral en Madrid y Printed Matter en Nueva York, además de otras en Perú, México, Brasil, Berlín, París tienen ejemplares de Yolanda, trabajo que también ha sido muy bien acogido en ferias de fotografía como Paris Photo donde algún editor ha querido incluso reeditarlo. Un estupendo final para este proyecto que muestra que la madurez de un autor no tiene nada que ver con su juventud.
“Aunque acabé los estudios, considero que soy un fotógrafo que todavía se está formando y buscando su voz. En mi opinión, hacer fotos es como escribir. Todo el mundo sabe escribir, y hoy en día, todo el mundo sabe hacer fotos. Sin embargo, no todo el mundo sabe hacer una novela con todo lo que supone de complejidad y de influencias de la tradición novelística anterior, de un montón de cosas. La fotografía es igual. Se necesita un proceso a través del cual vas madurando y yo no veo que mi voz está del todo madura. Mientras, voy haciendo fanzines y aprendiendo”. Texto: Eduardo Bravo