El toro de Manolo Prieto, el Toro de Osborne, integrado en el paisaje ibérico como los olivos o los molinos, es un símbolo nacional, protegido en tanto insignia de la así llamada Marca España.
Relacionada asimismo con la botella, la silueta de Tío Pepe ha tenido también multitudinaria defensa y ha sido adoptada igualmente como expresión del sentir español.
Pero en la historia de nuestro diseño, y vinculada al noble oficio de la agricultura, existe una tercera silueta, que además es anterior: Nitrato de Chile. Publicado en Visual 176
Manolo Prieto dibujó en 1956 el Toro de Osborne para la agencia publicitaria Azor. Además de ser un certero diseño, sintético y elegante, toca de lleno fibras muy sensibles de la mentalidad colectiva. En el juego de curvas de la parte inferior, la silueta conserva la correspondiente al paquete testicular. Se ajusta así al ideal de bravura y virilidad asociado al animal totémico. ‘Soberano’, otro brandy de la época, primo hermano de ‘Veterano’ (el anunciado originalmente por el toro), se anunciaba con voz retumbante como “cosa de hombres”. En muchas banderas visibles entre el público en los eventos deportivos aparece la silueta del toro allí donde iría el escudo constitucional (o, en algún caso, donde el águila imperial, vulgo “gallina”). Se desea que el tótem ibérico sea el toro, pero puede que el verdadero sea el cerdo, el animal realmente interiorizado y con el que se vive en constante fusión y hermanamiento: el cerdo, a todas horas ingerido, alabado y aprovechado “hasta sus andares”.
Un paseo por cualquier calle céntrica y una breve observación de la vida en aceras, bares y terrazas permite resolver dudas sobre si el español medio está más emparentado con el toro o con el cerdo.
El prototipo de Tío Pepe fue diseñado en 1935 por Luis Pérez Solero para su colocación como anuncio luminoso en lo alto del hotel París de la Puerta del Sol madrileña. En cuanto a que seamos fans de un personaje que es una botella viviente, en jarras con su chaqueta flamenca, su guitarrilla y su sombrero cordobés, la cosa no necesita explicación: Don Botella, sol de Andalucía embotellado, un superhéroe a la medida.
Tiene su miga que ambas figuras, tan castizas y raciales, representen a marcas creadas por británicos, los señores Osborne y Byass, llegados tal vez en la misma oleada que trajo el fútbol y la nomenclatura del Spórting, el Athlétic y el Rácing.
También británico era el escocés George Sandeman, que en 1790 fundó varias bodegas en Andalucía y Portugal. En 1928 la firma encargó al artista francés George Massiot un cartel publicitario, protagonizado por el hombre de la capa, otra silueta, y convertido pronto en un clásico del póster, aunque no dio luego el salto a la azulejería ni a los grandes paneles troquelados sobre lomas o edificios.
El desarrollo de la clase media iniciado a finales de los años 50 fue poblando de utilitarios las carreteras, que se convirtieron en espacios centrales, arterias transitadas. A la publicidad correspondía buscar estrategias especiales para llamar la atención de los conductores desde las orillas de la ruta. Se desplegaron las grandes estructuras metálicas del Toro (de 14 metros de altura, se han preservado 90 en el territorio nacional, “indultadas”) y del Tío Pepe, que hoy conocemos desprovistas todas ellas de sus rótulos comerciales.
El destinatario del anuncio de Nitrato de Chile no era el viajero o transportista al volante, que de vez en cuando paraba en un bar de carretera a reponer fuerzas, sino el agricultor de las zonas interiores, interesado en fertilizar sus cultivos, quien lo vería mejor en las casas a la entrada de los pueblos, o adentro, en la plaza mayor, o en casillas de peones, bodegas o silos: un mundo rural que en los años 30 era el hábitat de la mayoría de la población española.
Nitrato de Chile suena a nombre de personaje legendario, como Aquiles de Troya, Palmerín de Inglaterra o Robín de los Bosques. Misterioso jinete que tal vez se cruzara en los caminos imaginarios con El Coyote o El Zorro.
El poder fertilizante de los nitratos es conocido desde tiempos antiguos. Están presentes en el guano, usado tradicionalmente para abonar. El producto chileno contiene nitrato sódico, nitrato potásico, así como pequeñas cantidades de sodio, boro y otras sales. A principios del siglo XX había grandes yacimientos en la desértica región de Atacama, al norte de Chile, depósitos por evaporación en extensas salinas cuya explotación industrial, en régimen de monopolio, fue dirigida, cómo no, por empresarios británicos, que fomentaron un gran movimiento exportador del abono natural. Los nitratos del salitre también se utilizaban en la fabricación de pólvora, con lo que la demanda del sector militar era tan grande o mayor. Las masivas cantidades requerían ingente mano de obra, a menudo sometida a condiciones muy precarias. Durante los conflictos sindicales de 1907 las tropas chilenas causaron una matanza indiscriminada, episodio inmortalizado por el grupo Quilapayún en la “Cantata de Santa María de Iquique”.
Parte importante de la explotación comercial del nitrato chileno pasaba por una campaña publicitaria internacional bien organizada, con criterios modernos. La colección de carteles realizados en todo el mundo, que constituye por sí sola un episodio singular en la historia del cartelismo, incluye ejemplares de gran calidad plástica, como los creados en Turquía, Francia, Polonia o Argentina, ejemplos cualesquiera.
El cartel español, que estuvo a la altura, fue encargado en 1929 a Adolfo López-Durán Lozano (1902-1988), por entonces era estudiante de Arquitectura, y de quien sólo se conoce otra obra plástica, un anuncio de Mapfre en los años cuarenta. Más adelante tendría en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid la primera cátedra de Dibujo de Formas. Posteriormente denominada Análisis de Formas, se convirtió en una exigente criba que obligaba a los alumnos a preparar durante varios años trabajos de carboncillo y estatua en academias para intentar el difícil aprobado, academias donde coincidían con los aspirantes a ingresar en Bellas Artes. Duro obstáculo que obligó a muchos estudiantes a abandonar la carrera, los arquitectos que saben dibujar lo deben a esa famosa asignatura.
También en deuda está Adolfo López-Durán, artífice de la asignatura y de la imagen de Nitrato de Chile, con George Massiot, quien el año anterior, 1928, había diseñado para las bodegas Sandeman la poderosa silueta negra del hombre de la capa recortado contra fondo amarillo, antes mencionada. Su capa de universitario de Coimbra y el sombrero andaluz le confieren un aire algo intimidatorio, de embozado a quien es mejor no preguntar la hora.
Ambos dibujos participan del estilo vigente en la época, el Art Dèco: funcional, modernista, decorativo. También las letras son semejantes, hechas a mano pero con intención tipográfica, en la línea de la hoy patentada como Typeface Six. En el caso de Nitrato de Chile, la silueta queda separada del fondo por un fino fileteado blanco. La figura se funde con una masa negra que incluye perfiles de vegetación. El jinete sobresale erguido, en postura de sereno dominio, arremangado, con porte de gaucho en medio de la inmensidad pampera; la montura aparece despierta, tiene las orejas alzadas. El cielo no es azul sino de un amarillo solar, fuerza fecundante por excelencia. Ni en las piezas que se hayan oscurecido por la exposición a la intemperie sugiere crepúsculo o decadencia ese cielo contra el que destaca el héroe, que tan pronto está viniendo como yendo, en el límite de la indeterminación. El misterio que inspira no es siniestro, como el que envuelve al hombre de la capa, sino alentador: es un paladín del campo, el necesario propiciador de las cosechas en una sociedad que dependía del cereal.
Durante varias décadas el anuncio se difundió ampliamente por las zonas agrícolas de España y Portugal. Aunque se utilizaron varios soportes, incluida la chapa metálica o la tela de los sacos, el más extendido fue el del mosaico de azulejos esmaltados, material que ha contribuido la supervivencia hasta hoy de numerosas piezas. Eran de diferentes tamaños (en algún caso se adaptaba a una esquina, repartido en dos planos) y podían llegar a ocupar bastante superficie en las fachadas. Los paneles de azulejos salían de la fábrica de Ramón Castelló, en Valencia. La táctica fue imitada por una firma competidora, Nitrato de Noruega, producto artificial, el nitrato de calcio o putote, pero tuvo un eco muy inferior.
Hace tiempo que cerró la última ‘oficina’ salitrera en Tarapacá y Antofagasta, la oficina Victoria, cerca de Iquique, y hace asimismo bastante que España dejó de ser un país eminentemente agrícola, de gente aflamencada y bebedores diarios de coñac. La agricultura ya no es oficio sino industria, los abonos son obra química, y los alimentos son más bien fabricados que cultivados. Pero prolongamos activamente la existencia de las figuras que daban publicidad a aquella forma de vida porque nos encariñamos con los personajes que la representan. Nitrato de Chile es el héroe que, aliado con el sol, con los fecundos abonos y su caballo incansable, pelea con la tierra, la cultiva y la mima para cosechar los frutos que dar a comer a los suyos.
Muchos cartelistas actuales le citan y homenajean en sus obras: Mònica Ortega para una feria del caballo, Gorria para un movimiento vecinal, la graciosa variante que convierte al jinete en ciclista, la variante de la variante que convoca a una fiesta escúter, y la llamada a bailar con El Gran Quelonio, obra de Mikelo, sirvan como ejemplos.
Si llevamos dentro a Nitrato de Chile y nos sigue conmoviendo es porque, al fin y al cabo, los tatarabuelos de la mayoría de nosotros eran labradores. Y seguramente eran más de orujo que de brandy.
NOTA: Al organizar la colección de fotografías no hemos podido identificar a todos los autores, y tampoco hemos conseguido fijar todas las localizaciones. Nuestras disculpas.
Presentamos no obstante la galería, para que la fuerza expresiva y documental de sus imágenes nos ilustre. Texto: Luis Pérez Ortiz (LPO)