MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

Diego Valor, que le serviría a Roy Lichtenstein


anzamiento al mercado en diversos formatos, operación comercial bastante sofisticada para la época, lo convirtió en una personaje llamativamente popular. Las tiradas llegaron hasta los 125.000 ejemplares, y hablamos de tebeos en la España de los años cincuenta, una España aislada del mundo. Quién iba a suponer a semejante gentío ibérico viajando con la imaginación por los espacios siderales… Pero, claro, por algún lado hay que salir.
Diego valor
tes de ser tebeo, Diego Valor fue serial radiofónico, al revés que su modelo, Dan Dare, que nació en 1950 al tiempo que la revista juvenil inglesa Eagle, con tal éxito que poco después sus guiones se adaptaban para las ondas en Radio Luxemburgo. Las emisiones (de cuya calidad da idea el que contasen con un joven Arthur C. Clarke como asesor) deslumbraron a directivos de Ediciones CID. Compraron los derechos para su difusión en España a través de la Cadena SER, desde Radio Madrid. Pronto la simple traducción de los guiones protagonizados por el héroe británico, piloto del Futuro, dio paso a una versión españolizada, a cargo de Jarber (Enrique Jarnés Bergua, 1919), militar profesional y escritor de innumerables novelas de kiosco que firmaba con diversos seudónimos extranjerizantes.
Así, Daniel McGregor Dare pasó a ser Diego Valor Monterrubio (evitaremos comentar las fuertes connotaciones eróticas que el segundo apellido nos sugiere), pero las transformaciones no se limitaron a esa rebautización. Dan Dare y Diego Valor resultaron tan diferentes como pudieran serlo una Gran Bretaña democrática, de tradición parlamentaria y científica, y una España tan autárquica como contrarreformista desde siglos atrás, y muerta de hambre en la larga posguerra, pero dispuesta a competir en delirios de grandeza dentro de cualquier liga de imperios trasnochados.
Dan Dare fue la principal apuesta del reverendo Marcus Morris cuando fundó Eagle con el propósito de dar contenido más serio y respetable al tebeo inglés. En dicha serie pudo plasmar el dibujante Frank Hampson su amplio conocimiento del cómic norteamericano, adquirido gracias a los suplementos dominicales y los cómic-books que le proporcionaban sus parientes transatlánticos. Admirador en especial de Terry y los piratas, de Milton Caniff, definía con seriedad los personajes y sus fisonomías, pero también las astronaves, las arquitecturas y los escenarios: tratamientos realistas, contrapuestos a las soluciones fantasiosas e inconsistentes que venían demorando la maduración del medio. Dan Dare salía en portada y fue la estrella entre las series hasta la desaparición de la revista en 1962. Gracias a sus asombrosas aventuras, el personaje (presentado como piloto futurista, coronel de una fuerza intersideral de la ONU encargada de la exploración del cosmos al encuentro de otras civilizaciones en condición de embajadores pacíficos de la Tierra) arraigó con tal fuerza en la cultura popular británica y pertenece hasta tal punto al panteón de personajes patrimoniales de la colectividad que aparece nombrado en canciones de Elton John y David Bowie. No en vano Eagle llegó a distribuir en su mejor época cerca del millón de ejemplares.
En la versión radiofónica española, el héroe no es coronel sino comandante. Cuando no estaba escribiendo guiones, Jarber era coronel de Infantería, y no iba a compartir rango con su personaje. La jerarquía es la jerarquía: vamos quitando dos estrellas de la manga (igual Jarber y Enrique Jarnés no estaban tan disociados…). Y si hay que ir al futuro, se va más lejos, sólo faltaba. Dan Dare se proyectaba a las postrimerías del siglo XX y Diego Valor, nacido en el año 2000, estaba ya en pleno siglo XXI. Tiempo suficiente para que, unificados los babélicos gobiernos de la Tierra, Madrid fuese la capital del mundo, y el cosmódromo ubicado en la moderna barriada de Alcalá de Henares la base de lanzamiento de las principales expediciones interplanetarias, destinadas a combatir el maligno expansionismo de los wiganes, una raza venusina de corpulentos hombres verdes guiados por el emperador Mekong, y a poner orden y concierto en el Sistema Solar y más allá. En el universo de Flash Gordon el malo era Ming, el tirano amarillo de Mongo. Se cambia el nombre de una dinastía china por el de un río vietnamita, y el amarillo por el verde, y listos.
Los compañeros de expedición son la doctora científica Beatriz Fontana, el capitán Portolés (segundo apellido de Luis Buñuel, pero esto es pura casualidad) y los tenientes Hogan y Lafitte, todos ellos formados en la selecta academia militar de Buhasem, la capital del Sahara, urbe tan próspera que al poco de ser fundada ya reúne cuatro millones de habitantes.
No se puede negar la amplitud de la fantasía inspiradora de los guiones, pero su fuerza profética es muy escasa. Unos veinte años después de la serie, la provincia real del Sahara, de largo la mayor de las españolas (más de 250.000 km2, la mitad de la península), fue abandonada a su suerte por la guarnición castrense, con sus miles de ciudadanos dentro. Es muy probable que tampoco se cumpla la previsión que sitúa dentro de pocos años a Madrid en la capitalidad de una Tierra unificada.
En otro orden, resulta notable el personaje femenino, Beatriz Fontana. Más que en la posición de lánguida heroína pasiva que aguarda en vilo el regreso del guerrero para servirle de recargador personificado, aparece en la del consejero científico, tipo Dr. Zarkov; en cualquier caso, en pie de igualdad, con formación universitaria, ingenieril y militar. Eso sí, beneficiándose de un programa de dopaje a base de inyectables de cerebrotecnilla, que propicia la asimilación masiva de conocimientos. Nada se especifica al respecto, pero mantengamos la esperanza de que el tratamiento se aplicase también a cobayas varones y no encerrase una función supuestamente compensatoria.
Por los patios de luces ascendían cada tarde en aquella España las onduladas voces de los seriales radiados. Corazones suspendidos seguían desde las cocinas los folletinescos dramas mientras, como en trance, eran fregados los cacharros, planchadas las camisas, preparadas las meriendas.
Entre teclas y botones de receptores grandes como muebles lucían los nombres de ciudades del globo, invitando a viajar. Y los seriales proporcionaban la alfombra voladora a otros mundos, lacrimógenos y sobrecogedores, poblados de huérfanas, peligrosas pasiones, marqueses atormentados y cenicientas con mandil.
¿Por qué no enganchar también a chavales y jóvenes en torno a la radio, como los ingleses?
En una sociedad cerrada, prevenida por la propaganda oficial contra el coco de lo extranjerizante, una sociedad que castellanizaba obligatoriamente los nombres en los libros de texto y llamaba Guillermo a Shakespeare y Segismundo a Freud, la apuesta era arriesgada, pero pronto los niños al salir de clase corrían a casa para llegar a tiempo del serial y soñar con planetas lejanos y galaxias patrulladas por tropas españolas.
El Diego Valor radiofónico se empezó a emitir en diciembre de 1953 y duró hasta junio de 1958, más de 1.200 episodios en total. Se integraba en el programa vespertino Todo para los chicos, el del jingle de aquel negrito del África Tropical, y ocupaba a diario un cuarto de hora a partir de las 19:15. El locutor Joaquín Peláez daba voz a Diego Valor y se utilizaba la adusta música de la suite Los planetas, de Gustav Holst: Marte para la sintonía, y pasajes correspondientes a otros planetas para la ilustración sonora de escenas. El maestro Trabuchelli, factotum musical de la SER, compuso el himno: “¡Adelante, soldados de la Tierra, volad hacia el espacio misterioso…!”.
CID Ediciones era también CID Publicidad, atentos a vender productos. Los héroes también comen chocolate cuando necesitan reponerse entre hazaña y hazaña, y ahí tenemos a Matías López fabricando las tabletas de SVYLKA, “el chocolate que toma Diego Valor”, y aportando patrocinio a cambio.
CID también sacaba a kiosco novelas con los argumentos de los seriales de la SER más triunfadores, como Dos hombres buenos o Los Bustamantes. Se había hecho con Chicos, el tebeo donostiarra de Consuelo Gil, y lo había relanzado. Era el tebeo un poco cuadrado y hacía falta guillotinar bastante papel. Los retales sobrantes quedaban aprovechables para unos cuadernillos de 10 x 21, mucho más apaisado que el común, el modelo italiano de 16 x 21.
A la vez que los seriales radiofónicos, había por los cincuenta otra válvula de evasión en los cuadernos de aventuras, tebeos de dibujo realista destinados a público juvenil, pero consumibles también por adultos, a quienes ofrecía asuntos de crimen y misterio, detectives, espadachines y guerreros varios. De aparición casi siempre semanal en las clásicas ciudades editoriales, sobre todo Barcelona y Valencia, más que en Madrid, la mayoría eran intentonas efímeras que aguantaban unos pocos números antes de desaparecer. Quién se acuerda de El Justiciero Fantasma, El Corsario Azul o El Espadachín de hierro… Excepciones fueron las perdurables Roberto Alcázar y El Guerrero del antifaz, casualmente en plena sintonía con los ideales franquistas. Los dibujantes se terminaban cansando y emigraban, o bien entraban a producir para agencias internacionales.
Hacia 1954, el de los cuadernos de aventuras era un campo más donde continuar la explotación del personaje Diego Valor. En CID tenían papel, derechos, infraestructura y guionista. Los dibujantes escogidos fueron Buylla (1927) y Bayo (1925), ocupándose el primero de encajar composiciones y prefigurar a lápiz, mientras que de entintar, y eventualmente colorear, se ocupaba el segundo.
Estaban apenas empezando sus carreras profesionales. Desde la actual perspectiva sería exagerado considerar bueno su trabajo, pero también lo sería desde la perspectiva de entonces, porque más o menos contemporáneas eran (limitándose a la ciencia ficción y a unos pocos ejemplos) Futuro, Luchadores del Espacio, Capitán Rido, Historias de la juventud audaz (incluida la saga de los Aznar, antes de la devaluación del apellido, con los excelentes dibujos de Matías Alonso), o Kosman, de Iranzo, el de El Cachorro.
Buylla (Adolfo Álvarez-Buylla y Peña), de una antigua y culta familia asturiana, era hijo del cónsul republicano en Londres, y en el exilio hispanoamericano se acababa de casar (1953) con Rosemary Witting en Caracas. Aparte de los pinitos realizados en la gráfica publicitaria por circuitos de Colombia, México y EEUU, se interpretaba que la estrecha vinculación personal con el mundo británico le capacitaba especialmente para abarcar el modelo que se importaba, el Dan Dare de la revista Eagle.
Con el tiempo ganó destreza y en los setenta logró dos series paródicas de brillante ingenio, Yago Veloz y El superdotado, pero en aquel momento, al igual que su coequipier Bayo, manejaba un rudimentario abecé del oficio.
Sea por falta de rodaje o por apreturas de los plazos, en algunas planchas la tosquedad de la ejecución por parte del tándem es tan alevosa que lleva a pensar en un desquite contra la precariedad de las condiciones; o que, en momentos de apuro, un familiar de menos edad había resuelto la papeleta.
Una primera serie se publicó entre junio de 1954 y diciembre de 1956, 124 cuadernitos semanales en el peculiar 10 x 21, y un almanaque recopilatorio fechado en 2055. Con guiones de Jarber, dibujaron Buylla y Bayo por capítulos tres aventuras involucrando al Príncipe Diabólico y misterios jupiterinos.
Tras una breve pausa, entre abril de 1957 y marzo de 1958 se publicó la segunda serie, 44 cuadernos en el más tradicional formato de 16 x 21. Con guiones también de Jarber pero dibujos exclusivamente de Buylla se ofrecieron otras tres aventuras, por mundos subterráneos y planetas errantes.
Posteriormente Diego Valor tuvo resurrecciones efímeras. En 1963 en el suplemento infantil de La Actualidad Española, esta vez con el constante Jarber pero Bayo solo; en unas páginas sueltas de Buylla para BANG! en 1971, o en un homenaje de otros dibujantes hace poco, en 2013. Para amantes de los datos exactos, figuran con toda precisión en la excelente enciclopedia Tebeosfera (www.tebeosfera.com).
Ahí podrán ver con todo pormenor cómo el grupo empresarial que pivotaba en torno a CID encontró filón y no se limitó al tebeo y los chocolates. Hasta el agotamiento del fenómeno a finales de los cincuenta, crearon como editores colecciones de cromos (aparecían en el envoltorio del chocolate, según extendida tradición de entonces) y los correspondientes álbumes. Implicaron a GEYPER para el lanzamiento de juguetes (pistolas, caretas, sillas voladoras, relojes, disfraces, walkie-talkies, juegos de mesa…) y a Industrias Plásticas MADEL, fabricante de un muñeco de Diego Valor antepasado directo de los madelman. En abril de 1958, al poco de nacer Televisión Española, cuando emitían casi experimentalmente desde Paseo de La Habana, una de las primeras producciones propias fue Diego Valor, y por supuesto sorteaban juguetes entre los fans que enviaban sus cartas admiradoras. Durante años hubo asiduas funciones teatrales, con público abundante en salas de primera, y también en discos de 45 r.p.m. tuvo presencia el personaje a quien se presentaba como, a sus 27 años, “el mayor héroe de la Historia del mundo”.
Aparte del negocio desplegado entre tanto, estas inflamaciones proporcionaban un maná muy necesario en la Reserva Espiritual de Occidente porque aún faltaban algunos años para el gol de Marcelino a Rusia.
Muy lejos de tales coordenadas Roy Lichtenstein, al poner en marcha su maniático procedimiento pictórico, escogió como tema anuncios publicitarios y viñetas de tebeos, de las que pintaba uno por uno los infinitos puntos de la trama mecánica con que salían de imprenta el color y los grises en la superficie del papel. Imágenes que hoy llamamos ‘icónicas’ (y hace una hora ‘emblemáticas’), de antemano en la mente del espectador porque pertenecen a la cultura popular, de masas, como bien sabían los pintores del Pop Art (Warhol el primero) jugando con el placer que produce reconocerlas en otro contexto. No importaba que las viñetas fuesen buenas, malas o regulares, sino que estuvieran previamente ahí, en la retina de miles y miles de personas.
Por eso, si a primeros de los sesenta hubiera habido en España un Roy Lichtenstein habría pintado grandes cuadros con viñetas gigantes de Diego Valor. Sólo faltó eso para rematar y convertirnos de verdad en la capital de la Tierra. Por arte de magia. O virtuoso delirio. Publicado en visual 200

Texto: Luis Pérez Ortiz (LPO

Plausive