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Mar Cerdà. La ilustradora perdida


La ilustradora Mar Cerdà ha logrado hacerse un hueco en el mundo de la ilustración en papel gracias a su talento, intuición y curiosidad. Tres cualidades que están siendo claves para superar un bloqueo creativo que la autora encara con optimismo y ganas de experimentar.

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Bueno, pues ya hemos acabado. Salvo que consideres que nos hemos dejado algo de lo que no hayas hablado, hay material de sobra para la entrevista.
Creo que está todo… Aunque, hay una cosa que me sorprende que no me hayas preguntado –comenta Mar Cerdà.
Tú dirás.
No hemos hablado de cuánto tiempo tardo en hacer mis ilustraciones. Todo el mundo me lo pregunta. Parece que en el campo creativo, el tiempo es un aspecto muy importante para los espectadores –explica Cerdà.
Barry Mann y Gerry Goffin, compositores que trabajaban en el mítico edificio Brill, decidieron contabilizar cuántas canciones eran capaces de hacer en una hora. Cinco minutos después, ya habían escrito Who put the bom (in the Bomp, Bomp, Bomp) que, casi con la misma rapidez, se convirtió en un clásico de la música popular del siglo XX y uno de los mayores éxitos de los años 60.
Por su parte, mientras que Antonio López tardó dos décadas en concluir un retrato de la familia real que no pasará precisamente a la historia de la pintura, Francisco de Goya empleó menos de un año para pintar La familia de Carlos IV. Para el que necesite más ejemplos, Las Meninas se pintaron en doce meses y la Capilla Sixtina requirió casi una década de trabajo. En definitiva, pocas cosas más relativas que el tiempo, más aún en el mundo del arte.
Lo mismo sucede en el caso de Mar Cerdà, ilustradora a la que resulta imposible determinar cuánto tarda en hacer sus proyectos. En ocasiones, los resuelve muy rápidamente, urgida por los plazos de entrega o porque el proceso creativo ha sido especialmente ágil. En otros casos, se toma su tiempo, como cualquier artista, aunque reconozco que me viene bien que me pongan una fecha límite, afirma. Por tanto, más interesante que conocer cuánto tiempo emplea en hacer una de sus piezas, es saber cómo llegó Mar a convertirse en ilustradora, proceso que sí que resulta inusual.
En realidad, mi formación procede del cine y los audiovisuales. Mientras estaba estudiando, una profesora que tenía unos cuentos ya escritos me propuso que se los ilustrase. No había hecho ese trabajo nunca ni había estudiado nada relacionado con esa disciplina, así que no sabía cómo enfrentarme a la página en blanco. Sin embargo, después de decirle que no un par de veces, insistió y acabé aceptando. Comencé de manera autodidacta, consultando libros y llegué a la conclusión de que podría plantearlo todo como un corto: pensar en el casting, diseñar los escenarios y, como la ilustración en dos dimensiones no me salía, decidí hacerlo con volumen.
El primer encargo de Mar Cerdà fue esa colección de cuentos de su profesora. Nada menos que diez títulos. Acabados los dos primeros, los presentaron a una editorial que aceptó publicarlos. Solo a partir de que el sexto o el séptimo estuvo disponible en las librerías, Mar decidió estudiar ilustración.
Empecé la casa por el tejado. Me puse a trabajar en el primero y, como ni siquiera teníamos editorial, fuimos probando y descartando cosas con total libertad hasta dar con lo que realmente queríamos. Si hubiera sido consciente de la dificultad del proyecto en su conjunto tal vez no lo hubiera aceptado pero, como no tenía ni idea de la magnitud y fuimos poco a poco, no me pareció tan difícil.
Durante varios años, Mar Cerdà compaginó la labor de ilustradora con sus proyectos en el campo audiovisual. No obstante, después de un rodaje especialmente estresante, decidió tomar una decisión y decantarse por aquella actividad que le gustaba más y era más reposada.
Me profesionalicé casi sin darme cuenta. Cuando ya no pude con las dos cosas me centré en la ilustración. Incluso llegué a tener una agente, Kate Larkworthy, con la que trabajaba en Estados Unidos y Canadá y que me resultó muy útil. Me daba un poco de miedo relacionarme con clientes tan importantes como The New York Times, y el hecho de que hubiera una persona que estaba de mi lado y que intermediaba entre esos clientes y yo me generaba mucha confianza. Además, ella se encargaba de los contratos, los presupuestos, los mails y se preocupaba por mí hasta el punto de aconsejarme si debíamos aceptar o no un proyecto.
A pesar de las ventajas que conlleva tener un agente, son relativamente pocos los ilustradores españoles que deciden trabajar con uno, principalmente porque el sector carece de la solidez necesaria como para permitir un intermediario entre profesional y cliente.
Encontrar representante es como encontrar pareja. Hay gente con la que te llevas muy bien y otra con la que no tanto. Mi primer representante, por ejemplo, no me encontró mucho trabajo. En realidad creo que no me encontró ninguno. Con Kate fue al contrario. Me sentí muy acompañada, lo que es de agradecer en una tarea que de por sí es muy solitaria. El problema era que con ella solo trabajaba en dos países. De los encargos del resto del mundo me ocupaba yo, entre otras cosas, porque en España se paga tan poco que, si el representante se lleva un quince o un veinte por ciento del presupuesto, no te merece la pena ni tener representante ni casi trabajar. Sin embargo, Kate mandaba unos presupuestos que, en comparación con lo que me pagaban aquí, me parecían astronómicos, así que me compensaba.
Romper el bloqueo

Aunque está especializada en ilustración con papel, la técnica que utiliza Mar Cerdà es ligeramente diferente a la de otros profesionales que trabajan en este campo. Para empezar, no emplea gamas de colores industriales sino que trabaja con papeles blancos a los que aplica con acuarelas lo tonos que necesita.
Los colores del mercado me parecen muy limitados. Son demasiado primarios y no puedes cambiarlos un tono más o un tono menos, que es lo que a mí me gustaría. Por eso utilizo un papel Fabriano blanco que pinto yo misma. Nunca recuerdo el gramaje que tiene, pero como siempre se acuerdan por mí en la tienda donde compro tampoco es un gran problema. Lo que sí sé es que es un poco satinado y que no tiene grano porque la textura del papel de acuarela no me convence.
Después de realizar un boceto, más o menos exhaustivo según se trate de un trabajo de encargo o de un proyecto personal, Mar va dibujando las diferentes piezas en ese papel blanco, intentando aprovechar hasta el último resquicio de la superficie.
Recorto las piezas con bisturí o con tijeras, pero de estas pequeñas, como de uñas. Una vez que está todo recortado, monto las partes pero dejando que la pieza se vaya creando a sí misma. A veces tengo que recortar y pintar cosas nuevas y en otras quitar y eliminar aquellas que ya he pintado y que no acaban de funcionar. Así, poco a poco, se va creando el diorama.
Otra de las diferencias entre Mar Cerdà y sus colegas es la de que sus piezas no son ilustraciones en dos dimensiones o una composición formada por figuras geométricas con más o menos ornamento. En su caso se trata de pequeños dioramas en los que se recrean escenas que parecen salidas de una obra de teatro o de los fotogramas de una película pero que, por su singularidad, han sido la llave que ha permitido a Mar Cerdà entrar en el mundo del arte.
El formato en 3D es un poco difícil de adaptar al medio impreso, especialmente por los tiempos tan ajustados que tienen las publicaciones. Sin embargo, funciona muy bien en las galerías y en el mundo del arte. Lo comprobé un día que se me ocurrió algo tan sencillo como mandar un mail y decir ‘hola’ a una galería. Cuando haces eso, hay gente que te contesta y gente que no. En mi caso, Spoke Art contestó.
Spoke Art es una importante galería estadounidense que posee sedes en San Francisco y Nueva York. Con periodicidad anual, organiza Bad Dads, una exposición dedicada al universo del realizador Wes Anderson y en la que Mar Cerdà ha participado en cuatro ocasiones.
Cuando les escribí, me preguntaron si me gustaba el cine. ¡Qué les iba a decir! Que sí, claro. Entonces me comentaron que estaban preparando una exposición sobre el universo Wes Anderson y que si quería participar. A raíz de esa colaboración me han contactado personas a las que les interesa mi trabajo y que me han comprado piezas o me han hecho encargos directamente. Esa relación con el cliente me gusta mucho porque, cuando vendo a través de galería, no sé quién compra mi obra. Sin embargo, cuando no hay intermediario, hablo con ellos, me cuentan que ya les ha llegado, me mandan fotos de cómo las han colocado en su casa…
Una de las vías que utilizan los admiradores de la obra de Mar Cerdà para contactar con ella son las redes sociales. La ilustradora tiene una cuenta de Instagram que actualiza y atiende, consciente de que, además de un divertimento, es un canal de promoción que forma parte de su labor como ilustradora.
Estoy muy enganchada a Instagram porque me sirve para saber qué hacen otros artistas, galerías o editoriales. No es una obligación, pero sí que me propuse tenerlo al día porque, en mi caso, ha dado muchos frutos. Tanto que podría decir que un alto porcentaje de mi trabajo ha llegado por ese canal. En otras ocasiones, lo utilizo simplemente para mostrar cómo va evolucionando un proyecto y ver si se entiende o no por parte de la gente. Por ejemplo, que ahora muestre mis manos en algunas de las imágenes, se debe a la repercusión que empezaron a tener en Instagram ese tipo de fotos que permitían a la gente saber a qué escala trabajo. Por eso, aunque no me influyen los likes que pueda recibir en mis publicaciones, sí que me interesa ver cómo se reciben mis obras porque me ayuda a entenderlas y mejorarlas.
Además de su innegable utilidad, las redes sociales tienen un lado oscuro que permite que, amparados por el anonimato, algunos usuarios critiquen el trabajo o fiscalicen la vida de los demás. Mar Cerdà no se ha librado de esa experiencia aunque, cuando ha sucedido, se lo ha tomado con humor.
En mis redes sociales no he tenido haters. Siempre he recibido palabras súper bonitas. No obstante, a raíz de los trabajos relacionados con Wes Anderson fueron varios los blogs que me hicieron entrevistas y ahí sí que había comentarios terribles. En el fondo eran opiniones en contra de Wes Anderson porque lo consideraban un director muy moderno pero, de pasada, me criticaban a mí. Decían que debía de ser una hipster, que vestía con un cárdigan amarillo, que iba con gafas de señora mayor… Alguno incluso afirmaba que le encantaría pisotear mis obras. Me hizo mucha gracia, la verdad, pero creo que todo depende de cómo te pille. Si ese comentario te coge baja de ánimo o si no estás muy convencida de que tu trabajo es bueno, te puede hacer daño. En ese momento estaba muy contenta, me hacían entrevistas, mi trabajo funcionaba, así que no me importó.
En la actualidad, Mar Cerdà no está tan contenta. En realidad anda un poco desorientada. Una pérdida familiar ha hecho que decida abandonar a su agente y parar una temporada hasta saber cómo reencauzar su trabajo. Algo que para muchos puede resultar terrorífico pero que, en su caso, es visto como una forma de reinventarse.
Hace un año que falleció mi madre. Suelo hablar de ello porque creo que estas cosas no deben ser tabú y porque, a consecuencia de ello, mis temas y mi forma de dibujar han cambiado o están cambiando. No sé para dónde va ir mi trabajo y eso ha provocado que no pueda aceptar encargos porque no sé lo que les puedo ofrecer a mis clientes. Por un lado me encuentro perdida pero, por otro, tengo muchos caminos abiertos. En ese sentido estoy en una fase muy creativa porque cualquier opción es válida y es un buen momento para experimentar. Por ejemplo, me gustaría volcar en mis dibujos mis emociones por esta pérdida, pero me cuesta porque es muy nuevo para mí. Además, mis dibujos siempre han sido temas pop, de arquitectura o muy poco emocionales y no sé si sabré hacerlo. Por ahora, voy probando. Publicado en Visual 197

Texto: Eduardo Bravo

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