Nueva Orleans es una ciudad que siempre ha despertado pasiones gracias a su ubicación privilegiada en el Golfo de México y a una historia repleta de leyendas protagonizadas por piratas, esclavos y truhanes. No en vano, logró enfrentar a franceses y españoles en el siglo XVIII cuando ambos reinos deseaban convertirla en su más preciada colonia de ultramar, y entonces el destino quiso que recibiera una exótica influencia de las islas del Caribe que todavía hoy se aprecia en la arquitectura, en los desfiles de carnaval, la gastronomía típica y en sus conciertos al aire libre. Todo esto la convierte en uno de los enclaves más pintorescos del mundo, aunque la única manera de conocer sus secretos es paseando por las calles al ritmo de su excepcional banda sonora. A pesar de que el Mardi Gras, las tiendas de vudú y los funerales que recorren sus avenidas se hayan convertido en las imágenes más fotografiadas por los turistas, esta ciudad también se enorgullece de ser la cuna del jazz y de haber resurgido de sus cenizas después de la tragedia del huracán Katrina, con las evidentes contradicciones sociales y económicas que eso comporta. Todas estas reflexiones confluyen en el ambicioso proyecto Journey to New Orleans del ilustrador francés Olivier Bonhomme, que nos traslada a un viaje imaginario por el pasado, presente y futuro de un lugar que ha creado sus propios iconos culturales y ha sobrevivido a las peores catástrofes. Pero si una cosa queda clara después de leer esta entrevista es que el arte también puede reflejar una realidad cotidiana mediante ciertas dosis de surrealismo.
Te propongo que nos remontemos a los inicios de esta apasionante historia. ¿Podrías contarnos de dónde eres y cuándo descubriste tu pasión por el arte?
Nací y me crié en Montpellier, una ciudad del sur de Francia. Cuando terminé el bachillerato me matriculé en un curso de artes aplicadas, y después me trasladé a Lion para estudiar en la escuela de arte Émile Cohl. Pasé casi una década en esa ciudad y luego decidí regresar a Montpellier, que es donde vivo actualmente. En mi familia no hay ninguna tradición artística, sino todo lo contrario. Mi padre es científico y mi madre trabajadora social, pero ambos me animaron a que persiguiera mis sueños. Sin embargo, tampoco les dejé demasiadas opciones. Recuerdo que empecé a dibujar siendo un crío y entonces también me apasionaba el jazz. Estaba claro que debía hacer algo creativo con mi vida.
Te graduaste en bellas artes en la École Émile Cohl en 2010. ¿Cómo viviste tu época de estudiante y qué cosas aprendiste que te hayan resultado útiles en tu carrera posterior?
La Émile Cohl es una verdadera academia de dibujo, y muchas veces bromeo diciendo que es como el Colegio Hogwarts de los ilustradores. Es uno de los mejores sitios donde aprender a analizar la realidad y a reflejarla, pero cada estudiante debe esforzarse para forjar un estilo propio. Durante cuatro años aprendes a dominar todas las técnicas, y teníamos diversas asignaturas basadas en las teorías del dibujo académico: anatomía, perspectiva y composición. Esto nos ofrecía herramientas para explorar diversos caminos y universos visuales, además de dar forma a nuestras ideas con más facilidad. El último curso está dedicado a un proyecto personal, y resultó ser mi año más provechoso porque me sumergí en una enorme burbuja de trabajo. ¡Creo que nunca he vuelto a ser tan productivo como entonces!
Una constante en tus ilustraciones es el uso de iconos de la cultura pop, tanto de cómics y películas, como de política y literatura. ¿Por qué te gustan tanto estos elementos kitsch?
Cuando trabajas como ilustrador, tu mayor preocupación debe ser reflejar la cultura sigui wendo tu propio estilo. Es evidente mi conexión con la música y el pop art, aunque también siento fascinación por el arte contemporáneo y por el mundo del cine, sobre todo por las películas de Lynch, Scorsese y Fellini. De manera inconsciente, esas imágenes han dejado una enorme huella en mi sensibilidad y son una fuente de inspiración. Empecé dibujando con líneas claras porque me gustaba la obra de Hergé, pero mientras estudiaba descubrí a otros artistas como Moebius y De Crecy que me impresionaron. El objetivo de mis ilustraciones es contar algo que sea la suma de la gran cantidad de influencias que me llegan en la vida cotidiana. Creo que la ilustración debe ser “un falso espejo de nuestra realidad” y usar este tipo de iconos nos aporta un estilo y nos acredita frente al mundo del arte.
También aceptas encargos para sellos discográficos y clientes como Le Monde y el Washington Post. ¿Existe alguna diferencia entre tus obras personales y los trabajos para grandes empresas?
Mi trabajo relacionado con la música siempre se desarrolla mano a mano con los artistas. Normalmente me pongo en contacto con las bandas, me mandan sus canciones y entonces hablamos sobre su “universo sonoro”. Me gusta hacer portadas de discos de cualquier género porque es un verdadero reto. Mi trabajo para periódicos se parece más a la colaboración típica con un cliente. Me mandan un texto sobre un tema concreto y debo ilustrarlo. Las fechas de entrega acostumbran a ser muy ajustadas, así que se trata de algo excitante. He logrado mantener una colaboración estable con estas publicaciones porque he permanecido fiel a mi estilo. Aunque debo ser proactivo porque nunca sabes si la colaboración continuará en el futuro. Sea como sea, nunca cambio mi método de dibujar, siempre busco la corrección en la línea y aporto un poco de surrealismo al conjunto.
Por curiosidad, ¿cómo es un día normal de trabajo en tu estudio de Montpellier y cuál sería la banda sonora ideal para inspirar una ilustración surrealista?
¡No hay dos días parecidos! Trabajo en un estudio llamado Cabinet-Cabinet junto a dos amigos arquitectos, así que la atmósfera que se respira es muy buena y acostumbramos a hablar sobre nuestros respectivos proyectos. Normalmente intento empezar a dibujar por la mañana, pero poco a poco me voy dejando llevar por la procrastinación. Sin embargo, cuando era estudiante me olvidaba de las fechas de entrega y me ponía a trabajar a las tres de la mañana a base de café y cigarrillos. Si hace buen tiempo, algo habitual en Montpellier, acostumbro a pasear para tomar el sol y miro al cielo en busca de inspiración. Y si estoy de viaje, siempre llevo un cuaderno para hacer bocetos. ¿Música para trabajar? Por supuesto jazz: Bill Evans, Cannonball Adderley o Phil Woods. Aunque, de vez en cuando, me dejo arrastrar por el techno-minimal-trance que mis amigos ponen en el estudio.
En 2015 realizaste un ambicioso proyecto titulado Journey to New Orleans, un viaje imaginario a la ciudad donde nació el jazz. ¿Qué historia se esconde detrás de esta serie de ilustraciones?
Realmente es la historia de un viaje que nunca sucedió. Llevo soñando con viajar a Nueva Orleans desde que era pequeño, pero en el último momento tuve que cancelar mi vuelo. Y ya que no podía ir en el mundo real, decidí que debía viajar sobre el papel. Con este proyecto me di cuenta de que era casi más interesante ofrecer mi visión de un lugar sin haberlo visitado porque tenía la oportunidad de inventar, crear e imaginar su atmósfera. Además, coincidió con el décimo aniversario del huracán Katrina y pensé que sería original jugar con todos sus iconos. ¡Y el jazz también fue una gran fuente de inspiración! Nueva Orleans no es sólo una ciudad, sino que es un lugar donde las culturas, las raíces, las lenguas y las pasiones se entremezclan. Es un sitio fascinante para diversas generaciones de soñadores, ya sean o no fans del jazz. Algún día iré, te lo prometo.
¿Podrías contarnos qué técnicas has utilizado para este proyecto y por qué te atraen como artista? Supongo que sientes cierta predilección por el universo analógico antes que el digital.
Para este tipo de proyectos sigo trabajando con las técnicas tradicionales de dibujo. El objetivo inicial era hacer un guiño a los grabados de Gustave Doré, con una línea muy trabajada, sombras, luces y texturas. Quería que el espectador se sumergiera en ese tipo de universo. No uso tinta china, sino un bolígrafo Pilot muy fino encima de papel Bristol porque se desliza mucho mejor. Una vez consigo una ilustración que funciona en blanco y negro, entonces le aplico color con el ordenador, intentando ser lo más simple posible. Pongo pocos gradientes y trabajo principalmente en zonas planas. Sin embargo, lo que más me interesa es la dinámica de la composición, y organicé los elementos narrativos para crear un recorrido visual dentro de las imágenes. Siempre llevo mi libreta de bocetos, aunque pasé mucho tiempo buscando referencias en Internet para ajustarme a la realidad y así poder alejarme de ella más tarde.
Estas ilustraciones muestran a gente sin techo, calles desiertas, músicos de brass bands, inundaciones y mucho caos. ¿Crees que el surrealismo puede ser una buena manera para reflejar una realidad social?
Lo que más me asusta es que hoy la realidad se ha vuelto surrealista. Mira a Donald Trump, por ejemplo. No hay ninguna explicación, es una locura. A veces me levanto por la mañana y, cuando escucho la radio, tengo la sensación de estar en un sueño. La ilustración es un método fascinante para mostrar lo que no vemos a simple vista y permite resaltar la locura de nuestro mundo. Con el huracán Katrina todo fue tan desproporcionado que parecía que estuvieras viendo una película de catástrofes o leyendo una novela barata. Había vacas muertas flotando en las calles y casas barridas por el agua como si fueran tarros de azúcar en un batido. Nada tenía sentido, aunque era completamente real. En este proyecto traté de describir un antes, un después y un presente. No puedo ponerme en el lugar de la gente que vivió el desastre, pero puedo intuir cómo cambió su realidad.
Actualmente vivimos en un mundo global controlado por las redes sociales. ¿Crees que el arte aún puede cambiar la mentalidad de la gente como sucedía en los años 60?
Por supuesto que existe la posibilidad de cambiar las cosas, sino yo no sería artista. Es una lucha diaria. Es una “misión sagrada”, como decía Víctor Hugo. Pero no somos mejores por el hecho de ser artistas, sino que es nuestra función dentro de la sociedad. Creo que es bueno luchar para mostrar la realidad de una manera distinta, generar mensajes de tolerancia y lograr que la gente reflexione sobre su existencia. Esto implica cierto compromiso político, pero permite tener una verdadera visión del arte y del futuro.
Tengo entendido que una de tus grandes pasiones es tocar el saxofón. ¿Encuentras alguna similitud entre improvisar música en una jam session y hacer ilustraciones en tu estudio?
¡Esperaba esta pregunta! Es cierto, hay muchas similitudes. Trato de tocar jazz tan a menudo como puedo y en diferentes bandas. Creo que Bill Evans lo resumió muy bien en el prefacio que escribió para el álbum Kind of Blue de Miles Davis, donde compara la improvisación del jazz con los gestos de un calígrafo japonés. Es la misma filosofía de vivir el momento: trazar una línea, interpretar una melodía, encontrar la libertad en la restricción y conocer las escalas, además de ser capaz de improvisar. Se trata de saber dibujar, pero reinventando cada día.
Para terminar la entrevista, una pregunta de ciencia ficción: si tuvieras una máquina del tiempo ¿a qué época te gustaría viajar y a qué personaje histórico te gustaría conocer?
¡Es una pregunta espléndida! Si pudiera viajar en el tiempo, creo que iría al Nueva York de la década de 1920 para ver cómo la ciudad crecía cada día y sentir el espíritu de libertad de aquella América. Y si tuviera que conocer en persona a alguien del pasado, seguramente elegiría a Charlie Parker. ❧
Texto: David Moreu. Imágenes cedidas por Olivier Bonhomme.
Web del artista: www.olivierbonhomme.com
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