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Y en cultura, un filósofo


El nuevo ministro de cultura es filósofo. Ha sido delegado del gobierno, ha ocupado cargos en la administración, es profesor en la Universidad y ha escrito unos cuantos libros, entre ellos uno titulado Elogio a la laicidad. Y es discípulo de Peces Barba. Como credenciales, a priori, todo es correcto. Diríamos que hasta suena muy bien.
Suena bien que no podamos relacionarlo ni de lejos con eso que hemos dado en llamar la industria cultural. Porque al menos hasta que le conviertan, podemos soñar con que tendrá querencia a la cultura como buen ciudadano y no como motor económico, que es el eufemismo que los políticos usan para referirse a que las empresas ganen más dinero.
Suena también bien que haya ocupado cargos políticos no relacionados con la economía. Porque la de la cultura es una gestión política. Porque la cultura es un activo que hay que gestionar de manera prioritaria como beneficio para las personas que la disfrutan; y en segundo lugar, para promover a quienes la producen. La cuestión económica, que existe, debe ser una derivada de las anteriores, y no al revés. Desgraciadamente llevamos muchos años en que la cultura es medida como elemento económico. Si se ha hecho con la sanidad y la educación, ¿cómo no había de ser así? Pero es un error. El Estado debe ser en unas pocas ocasiones promotor directo del arte y la acción cultural. Pero debe sobre todo proteger y potenciar el entorno necesario para que se desarrolle. Y esto se ha olvidado desde hace décadas, no estaría mal ir retomándolo poco a poco.
Suena bien el título de su libro. No se trata de un posicionamiento ideológico. Es evidente que la religión e incluso la Iglesia tienen un papel cultural. Pero precisamente porque es cultural, debe desligarse del caracter religioso e ideológico. Y en ese proceso, es necesario un proceso de apertura a la diversidad, y ello puede implicar mecanismos de equilibrio y compensación. Además, el espíritu laicista se acompaña de una reivindicación de la libertad. No corresponde sino al Estado la defensa de los derechos y libertades de opinión y creencia, pero demasiadas veces hemos visto que la cultura era atacada por su contenido desde la Iglesia, con la participación del poder político como arma.
Tampoco suena mal que sea profesor de universidad, el cuidado del conocimiento es inherente al nivel cultural de un país. Más allá del debate sobre si separar universidades y cultura ha sido una buena idea, lo cierto es que no pueden entenderse las unas sin la otra.
España no está en la lista de los diez primeros países de Europa que más porcentaje del PIB dedican a cultura. Economías como la estonia, húngara, por supuesto la danesa, la eslovaca o la letona prácticamente duplican el porcentaje dedicado a cultura. Pero además, España es de las que más dedica en el reparto a deportes, y menos a la cultura. Con la crisis fue una de las partidas más damnificadas con los recortes, y la recuperación después no ha sido ni rápida ni proporcional.
¿Y el diseño? Seguirá como una asignatura sin contenido en el Ministerio de Industria. Peor no le puede ir, esperemos que vaya un poquito mejor. Pero no albergamos muchas esperanzas. (Publicado en Visual 202)

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