MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

¿Es la economía? ¡no, es la felicidad, estúpido!*


No fue en ningún país de Europa, ni en Estados Unidos, ni en la creciente China… tuvo que ser en Bhután, en 2006, donde el rey Khesar pidió a sus asesores que estudiaran cómo medir el bienestar de sus súbditos con la misma precisión con que se mide el Producto Interior Bruto (PIB). Ellos le propusieron la creación de la Felicidad Interior Bruta (conocida por sus siglas en inglés, GNH). Este índice mide desde entonces la felicidad privada y pública de aquel país, y desde noviembre de 2008 oficialmente Bhután elabora sus políticas de gobierno atendiendo a los resultados de su GNH.

Desgraciadamente el ejemplo no ha cundido, en la totalidad de los países de bien las cifras de la macroeconomía siguen anteponiéndose a la razón del bienestar cuando de gobernar se trata.
Con la crisis, la infelicidad cotiza al alta en mayor medida si cabe y los ejemplos son numerosos: en las últimas semanas hemos visto, por ejemplo, cómo se ha decidido rebajar el límite de velocidad a 110 kilómetros por hora. Como bien explicaba Xavier Sala en un magnífico artículo publicado en La Vanguardia**, cada español ahorrará unos 33 dólares al año, pero pasará 20 horas más en el coche, prácticamente tres jornadas laborales completas. Y finalizaba así su argumento: “hasta ahora los ciudadanos ya tenían la posibilidad de ir a 110 km/h y ahorrar dinero. Pero eran pocos lo que lo hacían, preferían gastar un poco más a cambio de pasarse menos tiempo en tráfico”.
Más allá, nos hemos ido enterando de que se reduciría la iluminación de carreteras, ¿era innecesaria o cederemos seguridad? O en Catalunya, los hospitales para ahorrar dejarán de realizar intervenciones quirúrgicas por la tarde, ¿operarán más rápido o a menos pacientes?
Otras muchas veces no se trata de ahorrar, simplemente las medidas no responden a fines objetivos, sino a compromisos o cambalaches que el ciudadano ni disfruta ni se molesta en entender. Cómo si no explicarnos que en Madrid, mientras en centros culturales y de formación, edificios públicos, incluso bibliotecas no existe acceso gratuito a internet, se haya invertido tanto en ponerlo en los autobuses o en los kioscos, dos lugares especialmente incómodos, se diría que absurdos, para conectarse y navegar.
Este modo de entender la gestión política debería reconsiderarse. Realmente los ciudadanos pretendemos bienestar, calidad de vida y felicidad, que asociamos a los recursos económicos. Acaso, como las crisis para los ciudadanos lo son de dinero, ¿no deberían los políticos compensarnos procurando políticas encaminadas a ese bienestar? Se diría que es al contrario. Nada les impedirá decidir que las escaleras automáticas de las estaciones de transporte dejen de funcionar para ahorrar (capaces son de justificarlo diciendo que es sano subir escaleras). O eliminar los asientos del transporte público para aumentar la capacidad de viajeros. O reducir los horarios escolares ahorrando con ello calefacción y luz…
Y siguiendo con esta argumentación, llegaríamos al diseño. Como valor en ese hipotética Felicidad Interior Bruta que se inventaran los asesores del rey de Bhután, nuestra actividad sería prioritaria y esencial, un activo imprescindible. Desgraciadamente la realidad aquí es otra.
Todos los esfuerzos que durante años se han hecho por posicionar erróneamente el diseño como una herramienta económica, obviando su objetivo primordial, que es de servicio al ciudadano y para la calidad de vida, nos han llevado a la situación actual: por un lado, en tanto que herramienta, es prescindible allá donde los objetivos de rentabilidad inmediata no se produzcan, al margen de lo que se afecte por ello ese GNH que aquí ni siquiera conocemos. Por otro, las políticas cortoplacistas y anecdóticas de promoción del diseño que se han llevado a cabo, ahora desmanteladas de la mano del llamado Plan de Racionalización del Sector Público, nos muestran que todo el esfuerzo ha sido vano, que de ese tactismo estructural no ha quedado nada tangible.
Quizá debería esta sociedad planterase en serio que la felicidad es un índice a tener en cuenta. No parece que de momento sea éste un discurso extendido. Pero poco a poco, estamos seguros, su presencia irá creciendo y se irá afianzando, y lo que hoy es una inquietud anecdótica se tornará en un elemento constante en la política, en la administración, en las empresas, en la cultura… los diseñadores podemos esperar a que se produzca el debate, o fomentarlo y formar parte de él. Publicado en Visual 149

* La frase “¡es la economía, estúpido!” es de James Carville, asesor de campaña de Bill Clinton. Muchos aceptan que con ella se consiguió dar un vuelco a la intención de voto y vencer a George Bush (padre) en las presidenciales de 1992.
** “¿Ahorrar petróleo?… no cuela”. Xavier Sala. La Vanguardia, 2 de marzo de 2011.

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