
El entorno en el que vivimos nos marca hasta límites insospechados, como si fuera el escenario de una película
que va rodándose a tiempo real y en la que ejercemos tanto de espectadores como de protagonistas. Todo lo demás son elementos aleatorios que nos obligan a tomar decisiones comprometidas y a relacionarnos con la gente que se cruza en nuestro camino. Los artistas que tienen algo que contar forman parte del (selecto) grupo de los que aceptan las reglas de este juego, pero no se conforman con estar inmóviles frente a lo que sucede a su alrededor. Por este motivo sus obras hablan del entorno, lo retuercen en mil formas y tratan de encontrarle sentido a algo que para el resto de mortales resulta inexplicable. Dave Tourjé es un artista californiano que se crio en un barrio del noreste de Los Ángeles en una época de grandes cambios sociales, justo cuando el conservadurismo del american way of life se enfrentaba a la explosión del punk. Su obra pictórica busca las raíces de ese pasado rebelde
para proyectarlas hacia el futuro, consciente de la importancia de todo aquello que descubrió hace más de cuatro décadas en una ciudad caótica que vivía bajo el influjo de la música, del skate y del surf.
Te propongo emprender un viaje en el tiempo para saber cómo era la ciudad de Los Ángeles en la década de los 70. ¿Qué recuerdos tienes de la vida como adolescente en tu barrio?
El noreste de Los Ángeles era una zona muy diversa, compuesta principalmente por mexicanos y blancos de clase trabajadora. Había constructores de hotrods, lowriders, pioneros del motocross, obreros, tapiceros y cualquier profesión que puedas imaginar. Esto nos enseñó la satisfacción del trabajo duro, algo muy útil para los artistas. También encontrabas bandas de mexicanos y de blancos, como Los Avenues y Los Delevan Boys. Siempre chocábamos, pero lográbamos coexistir en ese entorno. A principios de los años 70, cuando me inicié en el skate vertical, esos enfrentamientos se volvieron más frecuentes, sin que ninguna banda retrocediera. Estábamos listos para pelearnos con cualquiera, fuera pandillero o no. A finales de esa década las cosas se calmaron, surgió un respeto mutuo e incluso aparecieron nuevas amistades. A pesar de que mi madre era mexicana, yo salí a mi padre, con la piel clara y pelirrojo. Parecerme a los surfistas o skaters no me ayudó demasiado, aunque valoro mucho aquella época tan colorida.
Formaste parte de las escenas del punk y del skate cuando todavía eran underground. ¿Crees que esos dos movimientos culturales surgieron como oposición al sistema establecido?
Nací en 1960, justo en los inicios de la Generación X. Entonces éramos jóvenes, pero estábamos muy concienciados porque veíamos la televisión y nos preguntábamos por qué morían tantas personas en la Guerra de Vietnam. Teníamos amigos cuyos hermanos mayores no regresaron o lo hicieron jodidos. El consumo de drogas pasó de estar relacionado con los hippies a ser algo autodestructivo. Mi instituto estaba considerado el peor por culpa del tráfico de drogas, y tengo muchos amigos que no sobrevivieron o que todavía arrastran secuelas. Yo me salvé de milagro. Mi época no era de “paz y amor”, sino que estaba relacionada con el “jódete” por la desilusión que vivíamos. A finales de los años 70 encontramos cierta armonía en el punk y en el skate vertical, que se alejaban del estilo limpio de la década anterior. ¡Entonces todo empezó a arder! La escena punk de Los Ángeles era muy ecléctica y cualquier noche podías ver a Black Flag, The Blasters, Top Jimmy and the Rhythm Pigs y The Minutemen en directo.
Estudiaste en el Art Center College of Design y también en la Universidad de California. ¿Qué destacarías de tu época de estudiante? ¿Crees que el arte puede enseñarse en una academia?
Aprendí a dibujar y a pintar muy temprano, así que entrar en la universidad no supuso ningún problema gracias a las becas. Me aceptaron en el programa del Art Center en 1977. A continuación, me matriculé en la Universidad de California en Santa Bárbara para estudiar Bellas Artes. Honestamente, era y sigo siendo un inadaptado en el mundo del arte. El Art Center fue genial porque se basaba en habilidades prácticas y tenía un ambiente muy abierto y creativo. Por el contrario, la UCSB era un intento de ser como el CalArts y los profesores peleaban para conseguir la titularidad. Me encantó vivir cerca de la playa en Santa Bárbara, tocar en bandas y salir de fiesta. Pero al final me di cuenta de que la universidad no era para mí y la abandoné después de dos años. Entonces me dediqué a la música y no volví a coger un lápiz hasta 1984, cuando participé en una exposición colectiva en el Anti Club de Hollywood. Presenté una serie de pinturas hechas con betún en bolsas de basura.
Tu obra ha sido alabada por “la violencia de sus colores” y también por el “simbolismo cultural”. ¿Cuándo descubriste que el arte podía ser un estilo de vida?
Empecé muy joven y mi entorno era muy violento. ¡Una buena combinación! Mi evolución como pintor ha sido un proceso largo que ha implicado vivir, luchar, sufrir, aprender y jugar. Aunque pocas cosas han tenido que ver con los estudios. Los músicos de jazz hablan sobre la necesidad de tener algo que decir. Eso también puede aplicarse al arte visual. Sin este factor personal, sólo existirían elementos decorativos. ¿Cuál es el mensaje? ¿Por qué? Para crear “buen arte” debemos enfrentarnos a estas preguntas. Lo que yo considero arte en mayúsculas siempre encaja en esta definición. También es necesario ser un producto de tu entorno (física y metafísicamente) porque esto aporta muchos matices a lo que tratas de decir. Sigo aspirando a lograr este ideal, pero me siento cómodo con todo lo que he aprendido, me gusta lo que hago y sé cuándo es bueno. Puedo satisfacerme a mí mismo y, una vez termino, me separo de la obra para cederle el relevo al espectador.
Por curiosidad, ¿podrías explicarnos cuál es tu proceso creativo y qué técnicas pictóricas utilizas habitualmente para realizar tus obras?
La pintura es mi elección principal porque es la forma de arte más indefinible e incompleta que existe. Como músico, llegas a un nivel en el que resulta fácil expresarte. Sin embargo, pintar es como perseguir el aire. Los buenos pintores pueden fracasar y perder el rumbo. Los no-pintores pueden ser increíbles por que no están sobreeducados. Es un misterio y todos reconocemos una buena pintura a simple vista. Puedes sentirla, independientemente de su estilo. Mi proceso creativo se basa en la pintura inversa sobre grandes paneles de vidrio acrílico, aunque la complemento con aerosoles, collage y deshechos. Es una forma de arte compleja porque la pintura está detrás de la superficie y resulta muy costosa. No hay segundas oportunidades. El skate vertical y el surf me enseñaron la filosofía de “ir a por ello”. Eso significa que te comprometes, no piensas y lo arriesgas todo. Así es como vivo el arte.
¿Qué situaciones cotidianas te inspiran para empezar a dibujar y cuál sería la banda sonora perfecta para trabajar una mañana cualquiera en tu estudio?
Siempre me han gustado los hotrods y mi padre me enseñó a reparar automóviles. En aquella época los arreglabas y los modificabas tú mismo. No había dinero para hacerlo de otra manera, pero te servía para descubrir el olor de la pintura y el dolor de romperte los nudillos moviendo motores. Mis mayores referentes eran Ed Big Daddy Roth y Robert Williams. También me marcó la cultura del surf, con John Van Hamersveld y Rick Griffin al frente. Copiar es una parte esencial del proceso de aprendizaje para ser artista, y ellos fueron mis mentores gracias a su obra. Ha sido un honor convertirme en amigo de John y de Robert en mi etapa adulta. En cuanto a la música que pondría para trabajar… es raro porque nunca escucho música en mi estudio. He reflexionado sobre este tema y he llegado a dos conclusiones. La primera: cuando pinto estoy demasiado concentrado. La segunda: la música es arte y exige atención.
En los últimos años has participado de manera muy activa en el colectivo de artistas California Locos. ¿Cómo empezó esta aventura generacional y qué ideales reivindicáis?
En 2011 me propusieron participar en una exposición en Beverly Hills organizada por el colectivo Pacific Standard Time, que entonces estaba de moda porque promocionaba a artistas desde los años 40 hasta los años 80. Allí empezó a tomar forma una idea y un mensaje porque me di cuenta de que aquella celebración del arte de Los Ángeles encerraba una curiosidad: la mayoría de participantes no eran originarios de la ciudad. Esto hacía que tuvieran una visión muy romántica porque habían llegado desde otras partes. No los critico, debió ser increíble crecer en el medio oeste, rebelarse contra todo y dirigirse en coche hasta Los Ángeles por la Ruta 66. Por el contrario, mis amigos y yo éramos artistas locales, nos habíamos criado bajo la contaminación y no teníamos una visión romántica. Mi exposición se tituló L.A. Aboriginal, que dio lugar a un premiado documental y, más tarde, organicé una mesa redonda en la que participaron los futuros miembros de California Locos. Allí surgió el nombre del colectivo y hoy todavía seguimos juntos.
Este año has debutado en el mundo cinematográfico con el documental Crazy World Ain’t It sobre el legendario artista John Van Hamersveld. ¿Cómo describirías esta nueva experiencia creativa?
Podríamos decir que “conocí” a John en 1967 porque mi padre colgó su póster de la película The Endless Summer en el garaje. Más tarde fabriqué una tabla de bodysurf con madera contrachapada y le pinté su imagen de Hendrix. Pero en realidad nos conocimos en 2002 y, desde entonces, somos grandes amigos y colaboradores. No ha pasado ni un solo día en el que no hayamos estado involucrados en algún proyecto. Gracias a esta experiencia he aprendido mucho. Cuando trabajas junto a un maestro, es como si estuvieras bendecido por su genialidad. Entonces me di cuenta de que tenía que contar su historia en un documental y, como nadie tomaba la iniciativa, yo me convertí en el elegido. El mundo del cine se parece mucho a mi manera de afrontar el arte: encontrar la idea, hacer el boceto y pintar. Simplemente seguí el boceto y colaboré con personas con mucho talento.
En un mundo tan globalizado como el actual, tus obras pueden interpretarse como una reacción a la cultura de masas. ¿Crees que el arte todavía puede influir de algún modo en la sociedad?
Espero que sí, aunque ahora es más difícil porque hay muchos artistas en un universo muy diluido. Todos necesitan ganarse la vida y eso es muy complicado en el mundo del arte. La gente se vuelve competitiva para proteger su “mercado”. Esto va en contra del sentido de comunidad y de la verdadera colaboración porque todos luchan por el mismo trozo del pastel. Lo positivo es que el arte sigue siendo algo destacado, con su naturaleza espiritual y su mística. Tengo una gran colección de arte y compro obras que me aportan todo esto. En las redes sociales no triunfa el “objeto”, sino la imagen del “objeto”. Creo que la ilustración se ajusta bien al entorno digital porque capta la atención rápidamente. Me gusta porque se basa en las habilidades, aunque yo no soy ilustrador.
California no es solamente un estado dentro de los Estados Unidos, sino que también se ha convertido en una meca de la cultura popular. ¿Por qué crees que encierra tanto misticismo?
Es la Tierra de California, como solían decir en el siglo XIX. Entonces la gente ya quería venir aquí. Algunos incluso afirman que se trata de la tierra mítica que los aztecas llamaban Aztlán. ¿Por qué? Porque tenemos belleza natural, mucho espacio, un clima templado y los días son largos. Actualmente las industrias de la aviación y del surf han aportado la innovación material. Jack Kerouac dijo que es el lugar al que siempre han ido los inadaptados y los tontos. Supongo que podemos asumir que está en mi sangre. Las desventajas son las mismas: demasiada gente, un tráfico horrible y la vivienda es tan cara que hay gente trabajadora en las calles. ¿Cuál es el futuro de California? No lo sé, pero siempre atraerá a más personas. Publicado en visual 201
Texto: David Moreu • Imágenes cedidas por Dave Tourjé • Web del artista: http://www.davetourje.com