MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

El pequeño gran trabajo de Susan Kare


Este artículo despertará la nostalgia de los diseñadores más veteranos, aquellos que ya se dedicaban a la profesión antes de que la informática desarrollara herramientas lo bastante adaptadas al diseño gráfico como para que nos decidiéramos a utilizarlas. Ya saben, Steve Jobs, Apple y aquel mítico garaje donde se fraguó la forma correcta de diseñar una interfaz para que fuera lo más intuitiva posible.

 

susan Kare

Rebuscando en el desván de la memoria recordaremos cuando nuestros despachos tenían una mesa de dibujo con su paralex, la escuadra, el cartabón, el compás con ese adaptador para trazar grandes círculos, la caja de rotrings de diferentes gruesos, las hojas de Letraset, la regla moldeable para dibujar líneas curvas como si tuviéramos un pulso perfecto, el pantógrafo… ajá ¿no os acordáis del pantógrafo? Aquella especie de brazo extensible que reproducía el movimiento del lápìz a una escala mayor. El proyector de cuerpos opacos que nos ampliaba nuestro diseño en la pared para que lo redibujáramos, procurando no hacer sombra con la mano. Era bastante entretenida aquella parte del proceso y no se conseguía la precisión suficiente en según qué casos por lo que no quedaba más remedio que recurrir a cuadricular el original que habíamos rotulado en Din-A4 para tratar de reproducirlo a escala, adaptándolo a una cuadrícula mucho mayor, en la debida proporción gracias al escalímetro. Todavía recuerdo mi primer trabajo profesional como aprendiz, cuando el director de la agencia había preparado tres logotipos distintos para mostrárselos al cliente, que a la sazón era una escuela de primaria. Hasta entonces me limitaba a entintar los trazos a lápiz que había rotulado el jefe, con su noble oficio, pero como se había comprometido a enseñarles cuatro, me encargó a mí el que faltaba para cumplir el expediente. Como el nombre era bastante largo y había que tenerlo listo aquella misma mañana, no era cuestión de ponerse a trazar paralelas y hacer los cantos redondeados para dejarlo al estilo de la agencia sino que agarré un pincel y escribí el nombre del colegio con la mano izquierda, simulando letra de niño. Luego le destrocé el periódico que acababa de comprar para poder plegarlo y recortar dos siluetas, una de niño y otra de niña, cogidas por la mano de forma que al extenderlo quedara una tira de monigotes de papel, que enganché junto al logo con pegamento en barra. Mi jefe se lo estuvo mirando con buenos ojos pero no le parecía que tuviera la calidad suficiente como para mostrarlo, así que lo dejó aparte boca abajo. Pero al cliente no le terminaban de convencer los tres diseños que le enseñó y como recordaba que habían quedado en ver cuatro, no tuvo más remedio que presentárselo con gran sonrojo. Aquel fue el que eligieron, deshaciéndose en elogios por lo acertado de la propuesta; era justo lo que andaban buscando y por eso acudieron a la agencia de publicidad más cara de la ciudad, querían algo que fuera a la vez infantil, simpático y original; aun es hoy, 45 años después, que sigue siendo la imagen corporativa de la escuela.
Solo los veteranos podrán recordar lo laborioso que era hacer un simple rótulo de metacrilato antes de la llegada del plotter de corte y su amplia gama de vinilos. Había que superponer dos planchas de distinto color, transferir el logo en el tamaño preciso y recortar las dos a la vez para que, utilizando las letras de uno y el fondo del otro, encajaran perfectamente sin que se escaparan hilos de luz. Hubo un tiempo en que el diseño publicitario y la informática eran mundos completamente distintos, los que se sintieron atraídos por el Commodore 64 no podían relacionar el desempeño de su trabajo con la capacidad para los videojuegos de esta máquina que no pasaba de ser un entretenimiento doméstico; su nombre no trae la indicación del año a que nos referimos, sino a su memoria RAM de 64 Kb. Salió al mercado a partir del 82 y todavía formaba parte de otro mundo radicalmente distinto, mientras los publicistas encontraban facilidades para su trabajo buscando en los catálogos de Letraset y en hojas de trama de múltiples diseños, una nueva generación se entretenía con la gran cantidad de juegos que tenía en la memoria… que aun no podía llamarse de disco ni mucho menos de disco duro, puesto que utilizaba una casete magnetofónica. El Atari alemán fue el primer aviso de que la tecnología podía cumplir una función relacionada con el trabajo, especialmente el programa de autoedición Calamus que apareció a finales de los 80, pero la verdadera revolución se produjo al iniciarse una nueva década.
Cada uno de nosotros sabrá cuáles fueron sus motivaciones para adquirir el flamante ordenador lanzado por Apple, el exitoso Macintosh Plus, todo un icono que significó una nueva forma de trabajar para muchos de nosotros puesto que abría el campo de nuestras posibilidades. En el mundo de la preimpresión fue un bombazo que acabó con el retoque de fotolitos, la mesa de luz, el adhesivo opacador, la destreza con el cutter, el tecleado y corrección de textos, las virguerías químicas en el laboratorio fotográfico… de forma que puede decirse que hubo un antes y un después de la aparición en el mercado de aquel ordenador que nos permitía justificar el texto, maquetar las publicaciones, dibujar tensando vectores, pegar dentro… ¡deshacer! qué maravilla el comando deshacer, ojalá lo permitieran los hornos de cocina, guardar como, extrusar…  y mil cosas más que iniciaron la secta de los maqueros, entre los cuales me cuento y así sigo hasta la fecha.
Cuando se cumplen unos 30 años de su adquisición, puedo decir que el Macintosh Plus es el único ordenador del que no me desprendí al comprar uno nuevo, ni lo eché al contenedor ni lo entregué en el plan renove sino que aun sigue en la estantería como una querida reliquia que cambió mi vida. Muchos lo recordaréis, compacto, con una pantalla de 9 pulgadas en blanco y negro y una disquetera de “alta” densidad que albergada floppys de poco más de 1 mega. Había que adquirir aparte el disco d uro externo, que pesaba una barbaridad para los 20 megas que tan solo almacenaba, y en mi caso, una impresora láser que resultó más cara que todo lo demás junto. Apple le ganó la partida tecnológica a Microsoft (no la propagandística) por su sistema de menús desplegables y ventanas que abrían carpetas dentro de carpetas, tanto es así que la contraofensiva de Bill Gates fue precisamente el sistema operativo Windows. Recordaréis que su filosofía WYSIWYG (lo que ves es lo que tienes, por sus siglas en inglés) le propinó una puñalada trapera a la C tintineante sobre negro características de los PCs que, no obstante, mantuvo el tipo a base de publicidad, logrando precisamente apropiarse del concepto de compatibilidad y hasta del nombre de PC, cuando el Mac también era una Personal Computer, solo que más intuitiva en su manejo, logrando que sus usuarios pudieran funcionar a un gran nivel sin necesidad de tener conocimientos informáticos. Los distribuidores de Apple me dejaron el equipo en la mesa del despacho, lo conectaron y se fueron sin que nadie me diera jamás instrucción alguna de su manejo. Era como ir al restaurante, elegías el menú, al iniciarse aparecía el icono amigable de un Mac sonriente y si alguna vez se colgaba, aparecía con una cara de indigestión realmente preocupante que indicaba que había que reiniciar el sistema, cuando no una bomba directamente que era señal de que no quedaba más remedio que cortar el suministro eléctrico y empezar de cero. Mientras estaba trabajando veíamos un relojito que nos sugería que necesitaba tiempo, lo había de muñeca y de arena, en el escritorio veíamos nuestro disco duro, los documentos que habíamos dejado en él y aparecía el disquete cuando lo introducíamos en la ranura. Pero lo que era absolutamente desternillante era la papelera que terminaba de darnos la sensación de que operábamos en un verdadero escritorio que funcionaba como el de nuestro despacho. Los que tienen el desktop repleto de iconos que se apilan unos sobre otros, como es mi caso, probablemente tendrán la mesa de su despacho llena de papeles, porque ambos están gobernados por la misma pachorra operativa. Jamás comprendí por qué los españoles a la computadora le llamamos “ordenador”, con este carácter anárquico que tenemos. ¿A quién queremos engañar? Llevamos escrita buena parte del artículo y no parece que estemos dando cumplimiento a nuestro objetivo fundamental, que es hablar de diseño y de diseñadores, parece que nos hayamos desviado de nuestro empeño para deambular por los vericuetos de la informática, pero esto no es así en modo alguno porque ya nos estamos refiriendo a una diseñadora que ha estado pasando desapercibida ante nuestros ojos si no sabemos que detrás de todos y cada uno de esos enseres cotidianos que fueron dibujados para convertirse en iconos del Mac hay una profesional que recibió el encargo de darle a una máquina, hecha de chips, placas, conexiones y demás galimatías tecnológico, una apariencia que nos resultara amigable. Ese fue el trabajo que realizó la diseñadora norteamericana Susan Kare, a la que dedicamos el artículo porque se tiró buena parte de la década de los 80 dibujando los elementos que estamos comentando para que la interfaz del Apple Macintosh tuviera su proverbial usabilidad.
Susan Kare nació en Ithaca, Nueva York, en 1954, en el seno de una familia implicada con las nuevas tecnologías ya que su hermana Jordin era ingeniera aerospacial. Como su oficio aun no existía, recibió una educación general en la Harriton High School de Pensilvania, pero sin duda lo que le proporcionó los pilares básicos sobre los que edificó su especialísma actividad fue el haber cursado estudios universitarios en el Mount Holyoke College de la provincia de Massachusetts. Era una institución exclusivamente para mujeres, algo raro en los tiempos que corrían, pero no en el siglo XIX cuando se fundó precisamente para contrarrestar el patriarcado galopante en la enseñanza norteamericana. En los 70 mantenía su peculiaridad, brindando a la mujer una educación exquisita en las artes aplicadas, en íntima relación con las más modernas adquisiciones tecnológicas, preparándolas para adquirir una base educativa muy sólida, un espíritu de alto rendimiento que le daba solvencia y capacidad para convertirse en piedra angular de la sociedad futura. Si a eso le unimos que se graduó Cum Laude obteniendo la más alta calificación como licenciada Honoris Causa (1975), y que posteriormente estudió tres años más en la Universidad de Nueva York, donde se doctoró, entenderemos que detrás de aquel trabajo aparentemente trivial había una mentalidad perfectamente adaptada a resolver con éxito un encargo tan poco habitual del que todo el mundo alaba la eficacia del resultado.
Si naciste para martillo, del cielo te caen los clavos. En la Harriton High School había hecho amistad con Andy Hertzfeld, quien intervino en el diseño original del Macintosh, y fue quien la propuso para entrar a trabajar en Apple como diseñadora en el equipo de trabajo que estaba dando forma definitiva al Mac. Al verla de qué forma tan adecuada encaraba todo lo relativo al diseño de fuentes nativas y gráficos, ascendió rápidamente al puesto de Directora Creativa, lo que la introdujo en el equipo de trabajo responsable de la configuración del Mac, en el círculo más próximo a Tom Suiter, director de Apple Creative Services.
A su habilidad debemos gran cantidad de elementos que nos resultan enormemente familiares a los maqueros ¿Os acordáis de las fuentes del sistema? Esas cuatro tipografías que estaban presentes en cualquier aplicación sin necesidad de cargarlas, pues bien, Susan diseñó la Monaco, el tipo monoespacio básico para el funcionamiento del Mac OS; la Geneva, de grandes prestaciones y un aspecto agradable; y la muy vistosa Chicago que, ha sido la tipografía más utilizada por defecto debido a su gran legibilidad, llegando a reinar hasta la época del iPod y solo ha sido desbancada cuando las pantallas disponen de una resolución mayor que permite nuevos diseños. Susan ha sido la reina absoluta en la labor de ofrecer más por menos, a ella corresponde desde el símbolo de comando que aparece en el teclado hasta los iconos de las aplicaciones tales como Paint, Text, Print, Scan, con todas sus herramientas, el lápiz, la brocha, el bote de pintura, el lazo, el spray, la mano… pasando por todas las alertas, avisos e indicadores visuales y, por supuesto, los elementos básicos del escritorio, con especial mención de la célebre papelera.
Cuando Steve Jobs abandonó Apple para fundar NeXT, obligado por las circunstancias, se llevó con él a Susan ofreciéndole el cargo de Directora Creativa, con lo que atendió a clientes como IBM e incluso pasó a hacerse la competencia a sí misma, realizando trabajos para Microsoft, aunque para entonces –cerca de los años 90– asumiendo un nuevo reto ya que disponía de los 16 colores básicos con los que diseñar encargos, como el juego de cartas Solitario y numerosos iconos de tools universalmente conocidos también porque salieron con el sistema operativo Windows 3.0 y se mantuvieron intactos hasta el Windows XP. Desde entonces sus servicios han sido requeridos por compañías tan importantes como PayPal, Facebook y Pinterest, además de realizar sus propias exposiciones de Pixel Art.
Su trayectoria profesional fue premiada en los National Design Award Cooper Hewitt 2019, dando sentido a una vida en la que supo sacar provecho, no solo de su educación, sino también de las labores que realizaba de niña junto a su madre cuando se dedicaban al punto de cruz; es una paradoja que las mismas hojas de cuadrícula pequeña que le servían para hacer patrones de bordados, resultaran perfectas para trabajar con los sistemas matriciales de mapas de bits, simplemente sustituyendo las puntadas por píxels. (Publicado en Visual 204)

Texto: Tomás Sainz Rofes

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