MAGAZINE DE DISEÑO, CREATIVIDAD GRÁFICA Y COMUNICACIÓN

See Red Women’s Workshop. Carteles para el feminismo


Para muchas de nosotras de un tiempo a esta parte está siendo extraordinariamente interesante establecer debates sobre la narrativa(s) del feminismo(s) y hacer autorreflexiones de urgencia. Toman consistencia pública las formas de protesta y las imágenes toman posición. Fueron vísperas a las movilizaciones del 8 de marzo, con una masiva circulación de imágenes por internet y por las calles con llamamientos a la huelga. El despliegue de mensajes fue enorme, y se evidencian los muchos temas de las luchas feministas, en donde conviven los clásicos cimientos de la segunda ola, con las propuestas ecofeministas, xenofeministas, transfeministas, queer, antirracistas, decoloniales y todo tipo de luchas micropolíticas y biopolíticas del propio concepto de género. Y aunque nuestro escenario visual parezca gigante y desordenado, el amplio espectro recorre una dirección: estamos cansadas de los feminicidios, estamos cansadas de ser subalternas.
see red
La peligrosidad es no darnos cuenta de que la subalternidad puede dirigirse también desde dentro, por parte de feministas que participan del orden social hegemónico y lo promueven desde sus espacios de poder. Desde el más acomodado feminismo burgués clasista de centro-izquierda al auto-atribuido feminismo neoliberal de talante mansplaining blanco que robando proclama: “Nunca habrá igualdad sin libertad”. Decía Daniela Ortiz en una publicación de facebook muy acertada sobre esto: “Pueden robarse todos los lemas, pueden reproducir la imagen de Angela Davis hasta la saciedad, pero el feminismo blanco no será antirracista hasta que varias de las representantes públicas de este movimiento que defienden y ejercen políticas abiertamente racistas no sean cuestionadas en relación a cómo refuerzan el orden colonial desde sus espacios de poder”.
Para evitar un análisis simplista y unilateral sobre el feminismo, es importante señalar que para muchas de nosotras es necesario resolver nuestras vidas desde y en el feminismo, con hojas de ruta que no repliquen el establecimiento ordenado de las emergencias de temas que resolver. Trabajadoras del hogar, de los servicios públicos, afroféminas, trans, lesbianas, putas, gitanas, madres, cuerpos violentados, poliamorosas, brujas, cuerpos seropositivos, hijas, kurdas, abuelas, mujeres sometidas a antiandrógenos y a fármacos contra la androgenización y un sinfín de multicuerpos, debemos reflexionarnos y motivar más encuentros, para hablarnos desde el cuidado colectivo si no queremos reproducir modelos subalternos. Y para reflexionar sobre esto, debemos cuidarnos de nuestras representaciones visuales, de nuestra forma de producir la acción política y los espacios de encuentro, como también de la forma de involucrar las herramientas que utilizamos como motor para las luchas. Mientras no lo hagamos, seremos pura retórica corpórea, tanto para las políticas de identidad de nuestros cuerpos, como para las construcciones sociales y culturales de nuestros sexos (siempre en disputa).
Se dice que lo extraordinario del feminismo es que implica multiplicidad. Si aceptamos la idea de que el feminismo tiene una base heterogénea, sería fácil entender que los cuadros de militancia, cuidados y afectos no sean siempre suficientes para acortar las líneas del colectivo; ni que nuestras huelgas de un día a la europea sean útiles para enfocarnos a conciliar las fracturas de clase. Es un día de visibilidad de las luchas, sí. Es un día de movilización colectiva. Y es aquí donde me pregunto, ¿Son útiles nuestros carteles dirigidos a plantar cara al orden patriarcal y a las formas de dominación y explotación? ¿Sirven para enfrentarnos a los mecanismos estructurales e institucionales que reproducen la violencia sexual y judicial? ¿Se puede encarar con ellos la urgencia por la autodeterminación de nuestros cuerpos?
No sé si son útiles, pero las imágenes circulantes son importantes. Tanto para celebrar las huelgas como una acción colectiva y de autogobierno, como para estrechar nuestras redes de colaboración. Y este es el lugar que ocupan los pequeños proyectos, planteamientos y acciones más radicalmente disidentes que se dan todos los días y que sirven para practicar con más profundidad las luchas transfeministas no-eurocentradas y decoloniales, para hacer frente a las hegemonías normativamente sexuales y al capitalismo. En donde un gesto de colectividad diario implica una lucha más revolucionaria que los gritos descompresores y confusos dibujados multitudinariamente durante un día en las calles.
Estos días Brigitte Vasallo nos recordaba en el diario Ara que tenemos que hallar una manera de establecer acciones que traten de “mejorar las condiciones más allá de la propia individualidad y desde la resistencia encarnada”. Entonces, ¿Es este tipo de huelga una resistencia? ¿Es un encuentro de cuerpos en lucha colectivizadas por un día desde la propia decisión individual que acude al llamamiento de una huelga internacional? ¿Qué tipo de imágenes provocamos para sostener el impulso colectivo? ¿Somos conscientes que haciendo un sencillo póster podemos unirnos entre nosotras, pero también provocar las distancias y desórdenes sin darnos cuenta?
Durante años el neoliberalismo ha dominado la representación visual de nuestros cuerpos, de nuestras vidas y afectos. Y durante milenios ha condicionado nuestros deseos, narrativas y ficciones. Mediante una reiterada toma de posiciones, el feminismo lleva más de 40 años preguntándose cómo plantar cara a las representaciones hegemónicas y sexistas del género, y sobre esto, hay una larga y rica historia de mujeres colectivizadas enfocadas a generar imágenes alternativas y críticas. En el ámbito gráfico militante, los años 70 supusieron el arranque de un nuevo sindicalismo entre mujeres de clase trabajadora y de clase media que avivó el nacimiento de una comunidad de proyectos feministas políticamente radicales. Especialmente en el contexto de Gran Bretaña apareció una ola de espacios liderados por mujeres que sirvieron como laboratorios de creación, que cuestionaban que la liberación y la igualdad no se produciría únicamente con imágenes, sino que la revolución llegaría con la práctica contínua y desenvuelta en la vida cotidiana.
Estos espacios a menudo fueron imprentas y cooperativas de impresión que sirvieron a muchas feministas como lugares de reunión, producción y militancia. Las imprentas podían improvisarse en centros sociales, espacios privados, salas de estar, edificios abandonados o patios escolares, y servían como espacios de producción, pero también como lugares para hablar sobre sus experiencias como mujeres, compartir las frustraciones sobre la maternidad, el derecho al aborto, el aislamiento en el hogar, la sexualidad, la pérdida de independencia, la violencia sexual o la desigualdad salarial.
Los puntos fuertes supusieron aprender el oficio de la impresión (de dominio tradicionalmente masculino) y la motivación fue tan poderosa como los materiales gráficos que produjeron. En otras palabras, las mujeres asumían la necesidad de asaltar la cultura visual desde la colectividad.
See Red Women’s Workshop fue uno de estos colectivos de mujeres grafistas que hacían carteles feministas más allá de las huelgas de un día, y el aspecto más subversivo de sus tácticas fue el rechazo al individualismo creativo.
Desde los inicios las See Red se plantearon como un grupo de afinidad en un contexto radicalmente abierto y político, con modalidades asociativas, horizontales, desde abajo y con apertura multicultural y gozó de una vida de 16 años muy prolífica. Sus orígenes llegan en el 1973, cuando tres de sus fundadoras, Pru Stevenson, Julia Franco y Suzy Mackie, deciden organizar un colectivo gráfico enfocado a la creación de carteles en serigrafía. Sus objetivos iniciales fueron combatir la industria publicitaria y generar imágenes destinadas a las luchas de las mujeres y los debates sobre el género. Para ello, esta técnica se presentaba como efectiva para producir imágenes en cantidades asumibles y con un despliegue pequeño de medios.
Influidas por el Atelier Populaire, los vibrantes carteles de la Revolución Cultural China y los del Movimiento de Liberación de la Mujer en EEUU, decidieron autoorganizarse para realizar obra gráfica popular junto a otros colectivos británicos de impresión radical, como fueron los talleres Lenthall Road Workshop, Poster Film Collective, Some Girls y Women in Print, estas últimas, compañeras suyas de local durante algunos años. Su producción sirvió para suministrar material visual para otros grupos feministas y también ofrecieron sus talleres para otras mujeres que necesitasen acceso a instalaciones para producir todo tipo de materiales o aprender métodos de impresión.
La vida de las See Red fue muy orgánica como organización. Entraban y salían mujeres del colectivo, algunas se unieron al taller permanentemente. Alrededor de 1980 el grupo iba creciendo y las preocupaciones por sus actividades iba tomando peso. Lo importante para el grupo era compartir las habilidades con otras mujeres que no tenían conocimientos sobre diseño o fácil acceso al aprendizaje de la impresión. Por otra parte, los debates sobre la sexualidad, la clase, la educación o la estabilidad económica del Movimiento de Liberación de la Mujer, pusieron de relieve aún más la necesidad de encontrar nuevas premisas para el grupo. Influidas por los debates, las See Red decidieron proponer que el trabajo remunerado que se realizase dentro del grupo, debía ser cobrado por mujeres negras, lesbianas, de clase trabajadora, con dificultades para obtener empleo o con riesgo de exclusión laboral.
La producción de carteles no debió ser fácil. En el interior del grupo había desacuerdos políticos, pero el compromiso por el colectivo siempre iba por delante. Todas las ideas se ponían en común, se debatían, diseñaban y se elaboraban a varias manos. El grupo siempre estaba dispuesto a aceptar críticas y comprometerse en el proceso colectivo, fundamentalmente para determinar si aquello que se estaba representando sumaba las perpectivas de todas las voces. De este modo, la multiplicidad de la naturaleza de sus acciones e inquietudes mezclaron el aprendizaje de la serigrafía, con el laboratorio visual y el activismo comunitario.
La técnica que emplearon inicialmente fue el bloqueo analógico de pantalla mediante plantillas de papel y base, permitiendo un tipo de impresión serigráfica sin insolado. La infraestructura y medios de los primeros talleres de las See Red era demasiado precarios para sostener una tecnología más sofisticada. El espacio era pequeño, sin calefacción, ni ventilación, y apenas había espacio para almacenar las resmas de papel. Esta técnica era elaborada pero, con un poco de habilidad y rapidez, permitía que el taller pudiese itinerar a cualquier lugar. Posteriormente hubo algunas donaciones, algo de financiación propia que permitió mejorar los espacios y mudarse con las compañeras del taller de litografía Women in Print, con quienes compartieron máquinas y establecieron mejores condiciones para el trabajo.
La actividad de las See Red Women’s Workshop estuvo en movimiento hasta 1990, año en que deciden abandonar las racletas y cerrar la persiana. Algunas de sus participantes hablan de un desgaste personal y colectivo, de una crisis motivada por el cambio de modelo de trabajo colectivo de los últimos años, con una mayor división de trabajo. La combinación de agotamiento, cambios de rumbo políticos y vitales de cada una, divisiones internas o la entrada radical de la fotocopia en el escenario de la contracultura, seguramente hizo que paulatinamente fuese el momento decisivo para que muchas abandonaran. El contexto político, cultural y tecnológico había cambiado.
Lo más interesante de las prácticas de las See Red, en el marco de los movimientos sociales, fue su lógica política y organizativa. En palabras de sus promotoras: “Este utopismo imaginó nuevas formas de vivir, relacionarse, ser igualitarias y mutuas, y estaba profundamente arraigada con las realidades de la resistencia”. Y las See Red abandonaron, pero las luchas feministas continuaron relevándose por otras compañeras con nuevas perspectivas. Las Riot Grrrl vieron en la fotocopiadora un artefacto potencialmente útil para las nuevas expresiones feministas. Sobre esto, quien mejor os puede hablar es Andrea Galaxina, del cual recomiendo su maravilloso libro ¡Puedo decir lo que quiera! ¡Puedo hacer lo que quiera! Sin más, la historia de los talleres de impresión feministas representan la extraordinaria confirmación de que el activismo gráfico es efectivo cuando se practica desde la acción colectiva. Sigamos practicando.(Publicado en Visual 198)

Texto: Clara-Iris

Plausive


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