Dicen que el tiempo todo lo pone en su lugar, si es así hay un diseñador que entrará en el Olimpo este año que viene porque se cumplirá el primer centenario de su nacimiento, su legado formará parte de la cultura general, transcenderá de las páginas de las revistas especializadas para saltar a los medios y el mundo habrá de reconocer los méritos de Saul Bass. Vendrán más, ya que este 2019 ha transcurrido el primer siglo desde la fundación de la Bauhaus y detrás suyo, irán cayendo los centenarios de quienes siguieron sus principios y cultivaron sus aportaciones. Un siglo de línea clara, lo que es lo mismo que decir un siglo de ideas claras. Saul Bass lo resumió con la frase “Design is Thinking made Visual” que podría traducirse como el diseño hace visible el pensamiento o mejor, el Diseño hace que el Pensamiento se convierta en algo Visual y así podemos presumir del nombre que lleva esta revista.
Todos nosotros hemos venido marcados, quizá sin darnos cuenta, por un invento tecnológico. Yo nací el mismo año que llegó a nuestro país la alta fidelidad, que entonces decíamos HIFI y por tanto, soy coetáneo de los altavoces amplificados, los discos de vinilo y los guateques que empezaron a celebrarse gracias a eso. Confieso que la música ha marcado de forma decisiva mi vida y creo que no hablo solo por mí cuando veo que ha habido verdaderos movimientos sociales en torno a ella, es evidente que el movimiento hippy fue un sueño juvenil que tenía su epicentro en la música y consiguió cambiar el mundo mientras duraba el porro. Ello no es óbice para que también nos sintamos implicados en todos cuantos avances tecnológicos han ido surgiendo, el utilitario, el teléfono fijo, los electrodomésticos, el televisor, el ordenador… cada uno de ellos marcó poderosamente nuestra vida para bien o para mal. Quizá el ejemplo más claro lo tenemos en los millenials que nacieron en la era de Internet, las telecomunicaciones y los dispositivos móviles. Es evidente que se han familiarizado con una tecnología que nosotros no teníamos a su edad y se ha vuelto fundamental en su forma de vivir y de comportarse. La gente de naturaleza optimista, como es mi caso, tiene motivos para sentirse feliz en el mundo moderno, simplemente pensando que la generación anterior no podía escuchar en su casa la música de sus artistas favoritos con absoluta fidelidad; el simple hecho de conservar los alimentos en frío les obligaba a comprar diariamente una barra de hielo que ocupaba la mitad de la nevera; para hablar a distancia venía a tu casa un empleado de telefónica a avisarte de que tenías una llamada en la centralita y había que ir hasta allí caminando para establecer comunicación. Las pequeñas cosas de la vida con las que disfrutamos los optimistas, ya no son tan pequeñas, caray, que el GPS que nos lleva hasta nuestro destino está triangulando con un satélite artificial. La red mundial es un sofisticado entramado de pensamientos, anhelos, opiniones, ligoteos, críticas y complicidades, jamás visto en la historia de la humanidad. Dicen que Facebook te hace creer que tienes muchos amigos que en realidad no tienes, prueba de participar en un grupo local de usuarios que viven en un espacio reducido como una ciudad o una provincia y aprenderás que, en realidad, tenías muchos conocidos con los que compartes algunos recuerdos pero que, leyendo sus opiniones, descubres que ni te tragan ni les tragas tú a ellos, y en cambio, había muchos desconocidos que son más afines a ti. Después de un año de compartir notificaciones, reunirse con un grupo local de Facebook es una experiencia que te permite conocer a tus verdaderos compañeros, los que comparten tus aficiones, tus preocupaciones y tus proyectos. Sí, la tecnología marca decisivamente la vida de una persona y de la sociedad que nos rodea, basta con darse cuenta de que Tsunami Democràtic, fuente inagotable de movilizaciones que determinan la coyuntura catalana e inundan de noticias a todo el país, es una app de móvil.
Para Saul Bass, la poderosa herramienta de comunicación que marcó su vida fue el diseño y el invento tecnológico decisivo fue el cine; por eso fue un diseñador de cine. Nació en el Bronx en 1920, estudió en el Art Students League de Nueva York y en el Brooklyn College, donde conoció a György Kepes, un diseñador gráfico húngaro que le introdujo en los planteamientos de la Bauhaus que tan bien conocía, ya que había estado en Berlín trabajando con László Moholy-Nagy, el fotógrafo que introdujo esta especialidad en la prestigiosa escuela alemana. Moholy fue profesor en la Bauhaus y artista de vanguardia él mismo, interesado en el movimiento de la luz y en la forma de integrar la fotografía en las artes plásticas. Con esas influencias, Bass adquirió oficio trabajando en varias agencias de diseño de Nueva York, hasta que se mudó a Los Ángeles, donde se estableció por su cuenta como publicista en 1950. Aquella fue una decisión que marcó decisivamente su carrera, no solo porque en la costa oeste era un verdadero pionero sino porque le situaba en el entorno de Hollywood, que vivía un momento de gran expansión desde que la Fox lanzó el formato Cinemascope y los demás estudios demandaban creativos susceptibles de aportar novedades a la gran pantalla. Sus trabajos publicitarios destacaban por el impacto visual y la claridad de sus conceptos y pasó lo que tenía que pasar, que la industria del cine se fijó en él y comenzó a hacerle encargos como cartelista. El primero que confió en su talento fue Otto Preminger, quien le encargó el cartel de Carmen Jones (1954) y pensó que sería estupendo que esa misma estética estuviera presente en los créditos de la película. La idea funcionaba y de ahí surgió la alianza entre el cine y el diseño gráfico, con todo su caudal de animaciones en los títulos de las películas y en los créditos finales, muchas de las cuales las tenemos en mente porque nos fascinaron como a todo el público en general.
Saul Bass hizo entonces una rápida asimilación de las corrientes artísticas que había conocido en Nueva York gracias a que se había edificado en Manhattan el primer Museo Guggenheim, centro promotor del vanguardismo pictórico con el que sentía una gran afinidad por ser judío como su fundador y por razones aún más obvias, ya que allí descubrió a las grandes figuras de la vanguardia artística, entre ellos Matisse, Pablo Picasso (en cuyo Guernika reconoció haberse inspirado en sus primeros trabajos) y Mondrian. A través de este último entró en sintonía con el constructivismo ruso de Aleksandr Ródchenko que podemos reconocer rápidamente en sus animaciones, grandes manchas de color, sencillez de formas, abandono del dibujo detallado y utilización del fotomontaje de rango expresivo con tipos sin serif ni guías, que transmiten la fuerza de la escritura hecha a mano. Todo ello confluye en el trabajo que realizó para la siguiente película de Preminger The Man with the Golden Arm (1955), que todavía hoy es considerado como uno de los diseños más innovadores e influyentes, pues sentaba las bases de una nueva forma de entender el oficio que iba a enriquecer la plasticidad y creatividad del séptimo arte. La revista norteamericana Premiere lo incluyó en la lista de los 25 mejores carteles de la historia, así como otras dos obras suyas, Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958) que ocupa el tercer lugar en dicha lista, y Anatomy of a Murder (Otto Preminger, 1959) que es el diseño que la encabeza, una de las imágenes más emblemáticas, inspiradoras y revisitadas del siglo XX, motivo por el cual se le considera como el mejor cartelista de la historia del cine.
Preminger no dejó de recurrir a Saul Bass para el encabezado de sus películas, su colaboración ha dejado una extensa filmografía de grafismos en movimiento, motion graphics como se dice en la profesión, especialidad de la que fueron pioneros y que tuvo continuidad en una serie de presentaciones míticas como las de Maurice Binder para los clásicos films de James Bond o la espléndida introducción de la Pantera Rosa, obra de Friz Freleng, de tanta aceptación que llegó a emanciparse como personaje de sus propias películas. Saul Bass fue ganador de un Oscar, pero el indicador más fiable del gran predicamento que tuvo durante toda su carrera es la calidad de los directores que confiaron en sus servicios y las películas en que trabajó; la relación abruma a cualquier cinéfilo: Trabajó con Billy Wilder en La tentación vive arriba y Ariana (Love In The Afternoon); con Alfred Hitchcock en Vértigo, Con la muerte en los talones y Psicosis; con Stanley Kubrick en Espartaco; con William Wyler en Horizontes de grandeza; con Gene Kelly en That’s Entertainment II; con Robert Wise en West Side Story; con Steven Spielberg en La lista de Schindler; y en las superproducciones La vuelta al mundo en ochenta días y El mundo está loco, loco, loco; para terminar su carrera con Martin Scorsese en Uno de los nuestros, El cabo del miedo, La edad de la inocencia y Casino, que fue su última película en 1995, un año antes de su fallecimiento en Los Ángeles, tras una fructífera existencia de 76 años.
Para celebrar el primer centenario de su nacimiento no será necesario recuperarle porque su obra, lejos de olvidarse, ha sido recreada frecuentemente por cartelistas del entorno del cine y del diseño gráfico a modo de homenaje; por eso es posible ver carteles de estilo Saul Bass en películas en las que no trabajó y por lo tanto, son pósters de admiradores de su talento que demuestran lo mucho que ha influido en varias disciplinas, tanto la cartelería como las cubiertas de discos y libros, como en el diseño de logotipos y anagramas, especialidad que también cultivó, produciendo algunas de las imágenes corporativas más conocidas de nuestro tiempo, entre las que destacaremos el logo de la Warner.
Sus motion graphics solían contar además con una música extraordinaria, nacida de la inspiración de los compositores que trabajaban en las propias películas, desde Duke Ellington a Leonard Bernstein. En esta dirección URL hay una recopilación de todas ellas. https://www.youtube.com/watch?v=qqM3McG4-LE Publicado en Visual 201
Texto: Tomás Sainz Rofes