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Cuando la obra vale cero euros


En prensa se ha hablado mucho de lo que sucedió hace unas semanas en Malasaña. Una convocatoria abierta para que un centenar de artistas durante un domingo intervinieran los cierres de los comercios del barrio. Esa misma noche los grafiteros, como ya habían advertido, pintaron encima de las obras.
En los días anteriores ya se produjeron encendidos debates en las redes. El mayor punto de fricción era la remuneración, ¿por qué tienen los artistas que trabajar gratis a beneficio de los comerciantes, de los organizadores y de los esponsors? Y como siempre, el argumento: a nadie se le obliga. Publicado en Visual 180


Quizá no se tuvo en cuenta dos factores importantes, el territorial y grupal. Los cierres de los comercios son territorio de determinado modelo de arte urbano. Que por cierto, estaba apenas representado en la muestra. Pintores, artesanos, fotógrafos, collageros no suelen trabajar en la calle. Llevarles un día al año a modo de espectáculo no tiene mucho sentido, y puede suponer una afrenta para quienes ocupan ese territorio natural. Ese pudo ser el primer error.

¿Por qué no cobraron los artistas? Es un mal extendido. No podemos seguir manteniendo un modelo de cultura en el que casi nunca hay contraprestación para el artista. Él es el único imprescindible e irremplazable. Tampoco puede mantenerse eternamente el discurso de la visibilidad y el prestigio, porque los intangibles no se comen, y hay que comer. Es cierto que el artista decidirá si esas otras compensaciones no frumentarias le merecen la pena. Pero eso no implica que no sea perverso en sí mismo el modelo. VAldría entonces decir que las condiciones en que se trabaja en las fábricas de Asia, o en los invernaderos de Huelva no son malas porque nadie les obliga, porque la necesidad no es nadie.
No es trasladable el neoliberalismo feroz a la cultura sin que se deteriore la cultura misma. El fenómeno lleva a una obligada amateurización que penaliza la excelencia. Es cada vez más difícil distinguir la calidad cuando lo malo y lo bueno valen lo mismo, o sea, nada. Deberíamos estar alertas como individuos, pero sobretodo en lo colectivo. No puede ser que las asociaciones se presten como jurados o como altavoces a este tipo de acontecimientos. Tampoco los medios especializados. Es una postura incómoda, y a veces costosa económicamente. Pero es necesario.
De todo el debate, nos quedamos con la frase de un grafitero en una radio local: “quienes han pintado encima de esas obras han destruido algo que no vale nada. Si ellos valoraron su obra en cero euros, vale cero euros”. Merece la pena reflexionar sobre ello.

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